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lunes, 29 de julio de 2013

El negocio de la muerte en masa.


No tenía previsto esta entrada en mi blog, pero me ha llenado los botafumeiros la almibarada y empresocentrista reacción de los medios de inoculación españoles. Y no he podido, cual indomable vehemente que soy, refrenar mis instintos y susurrar, con la ira por testigo, unas palabras al efecto.

Estoy verdaderamente conmocionado por lo que está sucediendo en España a raíz del accidente de Santiago. Siento como el que más las consecuencias del accidente, pero dicho esto, quiero hacer una serie de reflexiones. El drama nacional, crespones (ahora lazos) negros, minutos de silencio, banderas a media asta, reconocimientos, condecoraciones, etc., solamente ocurren cuando  se mueren muchos de golpe, ya sea en accidente de avión, tren, barco, atentado terrorista, etc. Son los privilegiados de la muerte, la división de honor, los que “no verán” como a su funeral acude la cohorte de políticos, militares, clero y demás deudos; cómo los medios de comunicación nos hacen ver imágenes para que no se escape de nuestra retina el fatídico momento, lo mal que lo pasaron las víctimas y como lo están pasando sus familiares y amigos –completamente cierto--, y como lo está pasando de mal el resto del país “solidarizado” –completamente falso--.

¿Por qué no procedemos con la misma actitud apocalíptica semanalmente, cuando nos informan de los fallecidos en accidente de automóvil? También son desgracias, pero individuales. No permiten a los políticos presentarse a todos los accidentes; no permiten a los medios de comunicación nacionales volcarse en el acontecimiento: no venden.

Entre unos y otros están las víctimas de segunda división. Las del terrorismo doméstico. Estas tienen cierto protagonismo, pero como actores de reparto. Y no hablemos de los extras, de los que mueren cada día por enfermedad, estos están proscritos por la sociedad, son una mera estadística, nunca serán condecorados con ninguna cruz, ningún presidente de gobierno dará el pésame a los familiares, pero llorarán la misma desgracia que nosotros no tendremos la oportunidad de compartir, puesto que no habrá caído un avión, no se habrá estrellado un tren y no se nos informará, ya que no se observará negocio alguno  para vender la más absoluta nada.

Además, fijaos, una vez pasados los días de dolor, irremediablemente llega el clímax de los medios de comunicación: ha llegado la hora de buscar culpables y exigir responsabilidades. ¡A la mierda las víctimas! ¡Ahí querían llegar, los muy pérfidos! ¡Negocio, negocio!

¡Qué país de fariseos!

miércoles, 17 de julio de 2013

Del enamoramiento al amor. O al desamor.



Es paradójico que, además de endosar un pensamiento que parece el contrato de los Hermanos Marx, en lo que a longitud se refiere, haga una introducción que no he redactado en ninguna de mis otras entradas. Pero lo hago porque es verano, hay vacaciones y el tiempo se ralentiza, lo que nos da opción a la lectura. Yo os propongo un poco de amor, el que con mucho ídem os adjunto. Sólo son 18 páginas, muchas menos que “Don Quijote de la Mancha”, y todos os adornáis en que lo habéis leído. Yo os hago simplemente una propuesta, si os apetece, adelante, si no, volved a él cuando tengáis problemas sentimentales.
En cualquier caso, tomaréis la decisión acertada si este verano os metéis entre frente y cogote “Mi amistad con Jesucristo” de Lars Husum. ALBA. A mi me recuerda vagamente “El guardián entre el centeno” de J. D. Salinger. Son sólo 300 páginas, pero intensas, potentes, escandalosas y extrañamente divertidas.
Si preferís lo seguro, entretenido, ilustrativo, pero no menos sorprendente y, en este caso concreto, indispensable, os aconsejo vivamente dedicarle unos días de vuestras vacaciones a “VICTUS Barcelona 1714” de Albert Sánchez Piñol. La Campana. Novela histórica que narra la guerra de Sucesión española. Quizás la gran desconocida para muchos de nosotros. Es una gran oportunidad.
Os deseo unas gratas y literarias vacaciones.
(No os preocupéis, los blogs no descansan en verano).



Del enamoramiento al amor. O al desamor.
Él está subiendo las escaleras del juzgado al que ha acudido para recoger un certificado de nacimiento. Ella acaba de salir de la sala del juzgado nº 6 donde, en un juicio de faltas, ha defendido a un conductor imprudente. Tiene prisa porque ha quedado con una amiga para tomar un café. La amiga tiene problemas sentimentales. Va cargada con un fardo de papeles que abraza cono si fuera un hijo que acabara de recoger de la guardería. En el distribuidor de la 2ª planta coinciden los dos, él con la vista perdida en las indicaciones buscando el Registro Civil, ella con la mente en la cafetería donde su amiga, seguramente, lleva más de veinte minutos esperando. ¡Chocan! El hijo que lleva en brazos se deshace en hojas, cuadernos, citaciones, apuntes, dietarios y una hoja con el número de teléfono de un colega que le ha ofrecido información trascendente para su nuevo caso. Todo se posa con rapidez aleatoria sobre el hipnotizante terrazo gris del juzgado como un grupo de palomas que acuden a las migas que ha desparramado una mano nostálgica. Él pide disculpas inmediatamente y la ayuda a recoger los papeles, ella se enoja aunque no lo hace evidente. Mientras tanto, vuelve a convertir en criatura el despiece que el hombre le va entregando. Él insiste en las disculpas, ella responde que no importa y desaparece con la rapidez que requiere el retraso acumulado en la cita con su amiga. CONTINUARÁ.
Todos o casi todos, al leer el fragmento anterior, influenciados por las historias de anuncios de colonia, esperábamos la mirada cómplice, la fragancia embriagadora de la esencia o de las feromonas pendencieras, narcotizando la levedad de dos corazones descuidados, y expectantes a la ralentización de los movimientos para disfrutar más tiempo de la maravillosa y estereotipada imagen del misterioso flechazo, tan inevitable como esperado. ¡Pero no se ha producido! En el cien por cien de los casos, estas colisiones prometedoras terminan así, con unas disculpas, un adiós, y un “si te he visto no me acuerdo”. La saeta de Cupido no hiere azarosamente, no es un boleto de lotería al que juguemos inevitablemente y nos toque por el simple discurrir del destino. Muchos discreparéis de lo que acabo de afirmar, pero no me iré sin explicarme.
Antes de entrar en disquisiciones de cualquier otro tipo, tendremos que situarnos en un marco en el que, estando o no de acuerdo, podamos diferenciar claramente entre enamoramiento y amor. Intentaré demostrar que no son lo mismo, que son cosas distintas, aunque una pueda ser consecuencia de la otra o, mejor dicho, reminiscencia de la otra.
El amor es un ente evolucionado del enamoramiento, en otros casos puede nacer el amor sin enamoramiento previo y, en muchos otros, el enamoramiento no se convertirá finalmente en amor.

No hace mucho escuché una canción de un tal Henry Mendez, titulada "Mi Reina". Ritmo latino que soy incapaz de identificar. Pegadiza, pero poco más. Escuché atentamente la letra y me llamaron la atención algunas frases:
Loco pensando en que llegue el fin de semana
para ver a esa chiquilla,
Expresa un deseo desenfrenado para ver a cierta persona.

la que cautivó mi alma
Implica sometimiento a los deseos de la señorita.

besarte tu boca
es todo lo que más me provoca
Más deseo desenfrenado, no existe nada más importante que besar la boca.
.
Sabes que te amo desde lo más profundo de mi corazón,
y que si tú no estuvieras,
no podría expresar lo que siento.
Sólo la presencia de la señorita le permite expresarse: ha perdido su autonomía.

Simplemente necesito que me escuches,
porque todas mis palabras,
van dedicadas para ti.
No existe nadie más a quien dedicar palabras. Su mente no piensa en otra cosa.

robarte un beso, es una locura.
Más deseo, porque no tiene el beso.

te regalo el alma, mi niña preciosa.
Significa soy tuyo, he dejado de ser yo, haz lo que quieras.

Eres tú mi reina, y por eso grito,
a los cuatro vientos, “yo te necesito”.
Si pudiera regalarte… la luna yo bajaría,
y adornarla con estrellas, solo para ti mi vida.
Porque tú eres como el mar, bien repleta de corales,
y que de mi corazón, niña tú tienes la llave.
Sabes que me vuelves loco, y soy solo para ti,
y te juro yo, mi reina, sin ti no puedo vivir.
Te necesito es más deseo producto de la carencia. Lunas y estrellas son símbolo de las estupideces metafóricas que podría llegar a hacer para tenerla. La llave implica que él está en manos de ella. Me vuelves loco implica desesperación por tenerla, más deseo. Sin ti no puedo vivir es la máxima expresión de deseo motivado por la carencia que ello supone.
La letra sigue…, pero ya es suficiente.

Creo que el protagonista de la canción, de momento, no siente amor por la chica, sino, como dirían en ¿Argentina? “Está metido hasta las ancas”. Henry no define el amor que siente el protagonista, sino el grado de enamoramiento, deseo y concupiscencia que percibe por ella: grito, necesito, sólo para ti, no puedo vivir, locura, corazón, son palabras que sólo pertenecen al mundo del sufrimiento, en ningún caso al del amor.

Para definir el enamoramiento conviene remontarnos a Platón, puesto que en uno de sus mejores Diálogos, “El Banquete”, nos define varios tipos de amor, entre ellos el enamoramiento, concretado en el amor “Eros” y puesto magistralmente por Platón en la boca de Sócrates. Otra variante muy interesante es la que declama Aristófanes en el mismo Diálogo. Para no pormenorizar en exceso en este pensamiento os animo a que pulséis aquí para salir despedidos, mediante un enlace, a “El Banquete” de Platón, en su versión completa. Por si no os apetece ahora, sigamos con el planteamiento.

El enamoramiento es el “amor deseo (Eros)”, no sólo deseo de carne, por supuesto, sino el deseo “absoluto” del otro ser humano. “Enamorarse es echar terriblemente de menos a alguien, y que su posesión, eso creemos, nos colmaría de felicidad.” (Comte-sponville. Ni el sexo ni la muerte. Paidós).

Desear algo es aceptar que carecemos de ello, por lo tanto deseo = falta. Esta es una de las principales razones por las cuales la felicidad nos es esquiva.

“La inexistencia de amor feliz”, afirmaba Schopenhauer sobre el enamoramiento, porque “ser feliz es tener todo lo que uno desea”, según afirmaban Platón, Epicuro e incluso Kant. Discutible, esto último, a todas luces, ya que, si bien la felicidad es satisfacción y plenitud, no es necesario tenerlo todo para ser feliz, pero sí buena parte de lo deseado. No obstante, la felicidad será tema para otros pensamientos.

Cuando satisfacemos un deseo, éste deja de ser una carencia, ya lo tenemos, lo hemos conseguido, en consecuencia dejamos de desearlo. Puede suceder que, en poco tiempo, pasemos de la carencia y el deseo a la posesión, de la posesión a la costumbre y de ésta, finalmente, al aburrimiento.

Nuestra amiga, la abogada, sale del juzgado, esta vez sin necesidad de pasar por el detector de metales, lo que le permite cierta ligereza y no agrava aún más el retraso acumulado en la cita con su amiga.
Al llegar a la terraza del bar que habían acordado, encuentra a su amiga que ya ha apurado la primera copa de vino blanco, Riesling, es una amante de los vinos alsacianos, pero es la primera vez que la ve tomarlo antes de las siete de la tarde. La recién llegada, Fabiola, se extraña especialmente: a estas horas, piensa, a lo más que ha llegado es a un cortado, corto de café y con la leche fría, con sacarina. Algo resulta extraño. La sonrisa de Sofía, la amiga, es de pánfila, como si acabara de despertar del mejor sueño de su vida y siguiera soñando despierta. No digas nada, atajó Fabiola, segura de lo que sucedía: ¡Estás enamorada! ¿Cómo lo sabes? Tu cara te delata y el letrero que llevas en la frente también. Deja que te cuente, dijo Sofía llena de impaciencia y emoción, ciertamente nerviosa a la vista de un ser psicológicamente equilibrado como Fabiola. Le conocí en mi clase de alemán, dijo por fin. Es guapísimo, alto, con el pelo castaño, rizado, y un trasero que quita el hipo. ¿Ya te lo has beneficiado? No seas ordinaria, Job, no es como los otros, es cariñoso, amable y, además coincidimos en muchísimas cosas. Con este nombre tiene que ser buenísimo. No te rías de él, es un encanto. No te lo podrás creer, ¿A que no sabes cuál es su cantante favorito? No. Sufjan Stevens, tía. ¿Cómo puedo coincidir en la clase de alemán con un tío al que le guste Sufjan Stevens? Tiene que ser una señal. Desde que salimos el sábado pasado, nos hemos visto todos los días, nos llamamos a todas horas, no puedo estar un minuto sin pensar en él. Incluso hemos hablado de vivir juntos. ¿No crees que te precipitas, Sofía? No lo sé, pero cuando él no está me falta el aliento. Me desespera su ausencia, sólo tengo una imagen fija en la cabeza, y es el momento en que sus labios carnosos se acercan a los míos y que, después de un simple roce, toca con la punta de su lengua la comisura izquierda de mi boca; después de unos golpecitos que me sacuden el alma, pasa a la otra comisura… Basta, Sofía. Me alegro de que estés locamente enamorada, pero cuidado, todo esto se acaba más pronto o más tarde. Que aguafiestas eres, Fabiola. Es la persona que más he deseado en mi vida ¿Por qué tiene que salir mal? CONTINUARÁ

¿Cómo y por qué se produce el enamoramiento?








Causas necesarias.


La predisposición. Viene dada por el grado de tranquilidad emocional del momento, relajación espiritual, auto-aceptación vital, es decir, lo más parecido a la dicha, a cierta forma de felicidad.
Si se tiene el corazón vacío (de amores agotados), no excesivamente dañado o suficientemente recuperado y, en consecuencia, confiado, estará preparado para llenarse nuevamente con el anhelo de una vida ajena. Cuando hablo del “corazón” me refiero a esta parte del cerebro a la que se le suele llamar de esa manera.
Cierta necesidad físico-sentimental estimulada por un lecho vacío, y un periodo excesivo de continencia físico-física y carencia de ternura benefactora despiertan cierta predisposición a las zalamerías.
Los síntomas, conscientes o no, forzados o acomodaticios, de soledad y desapego de relaciones personales acaban por persuadir al ser humano, y lo dejan a merced Eros.

Ocasión u oportunidad. Siempre me he preguntado qué significa aquello de que a la ocasión la pintan calva. No tiene nada que ver con el tema, pero pulsa el enlace e infórmate convenientemente. Acaso te importe un pimiento, indiferencia que acepto con total deportividad, en este caso continúa, si eres tan amable, con el avance expositivo.
Disponer de la ocasión, del momento favorable, del lugar oportuno y el ánimo adecuado en el instante preciso, es lo que nos obliga, aún sin haberlo sospechado, a dar un paso adelante y lanzarnos de corazón al vacío. Hay que valorar positivamente el nivel de osadía que agencia un buen Gin Tónic.
Voluntad de decisión. Es la más importante de las causas que fuerzan al enamoramiento. Dicha voluntad es privativa del subconsciente, quien analiza, valora, pondera y determina la opción de sucumbir al enamoramiento y que, tomada la decisión, da las órdenes oportunas al sistema límbico para que empiece la fiesta hormonal, donde las drogas campan a sus anchas.
Se puede llegar a pensar que ha sido nuestra estructura racional la que ha tomado la decisión, pero no es así. El subconsciente, mil veces más dotado que nuestro consciente en lo que a información se refiere, ya había tomado la decisión de forma anticipada a cualquier toma de consciencia de las Causas Necesarias, incluso de las Complementarias, que veremos a continuación. Os preguntaréis ¿de qué nos sirve saber las causas si el subconsciente actúa por su cuenta y riesgo? Simplemente, para tener algunas pistas de los argumentos conocidos que utiliza el subconsciente para razonar. Sobre los desconocidos no hablaré en esta ocasión.

Causas complementarias

Belleza subjetiva. Permitidme que en el tema de la belleza me explaye generosamente.
La belleza es un placer para el espíritu que se concreta en la observación visual u oída del objeto. La belleza no es un bien privado. Cualquier persona, en igual medida, puede disfrutar de la belleza, si bien ésta no es un valor absoluto, y se sustancia de acuerdo con la observación subjetiva de cada uno.
“La belleza no es tanto una cualidad del objeto mirado como un efecto que se produce en el que lo mira” afirma la relatividad Spinozista. Los objetos, personas, paisajes, etc., no nos gustan porque sean bellos, sino que son bellos porque nos gustan.
Todos podemos escuchar la belleza de una cantata de Bach, además podemos disfrutarla las veces que queramos si disponemos de la grabación. Podemos gozar de la belleza de un cuadro, puesto que, independientemente de la propiedad de éste, la belleza estará siempre disponible para quien la sepa percibir. Y, si el cuadro estuviera al resguardo de la vista de cualquier persona, su belleza permanecería latente y afloraría en el momento en que alguien pudiera admirarlo de nuevo.
Una figura humana hermosa, nos lo parecerá al margen de los sentimientos que le profesemos. Podemos gozar del placer de mirar a una persona hermosa que pasea por la calle, incluso de aquella a la que le resultaría ofensiva cualquier otra acción nuestra que no fuera la simple observación de esa belleza. La belleza es inmutable, es democrática, y sólo necesita de un observador para sustanciarse. Un hermoso paisaje bucólico, está siempre ahí, dispuesto a ser observado, solo necesita un sujeto que lo aprecie para convertirse en belleza. No existe la belleza en sí misma, sino que es sublimada por la existencia de un observador.

Los otros sentidos del cuerpo humano, tacto, gusto y olfato no son perceptores de belleza puesto que son sentidos objeto, y sus sensaciones son eminentemente corporales, físicas, aunque sean placenteras en extremo. Si en un restaurante de prestigio nos sirven su mejor plato, y decimos que es bello, seguro que nos estamos refiriendo a sus características estéticas. A sus características de placer sensorial les llamaremos exquisito, delicioso o cualquier adjetivo relacionado con el gusto. Lo mismo sucederá al percibir el aroma de un buen perfume, no será un bello aroma, sino un aroma, sugerente, pleno, suave, floral, etc. El tacto nos puede transmitir sensaciones extraordinariamente placenteras, desde tocar la suavidad de un peluche o la piel de un niño, hasta acariciar a la persona amada. En cualquier caso, ninguna de estas sensaciones será, generalmente, definida como bella, pero no por ello menos agradable.

Si concretamos la belleza en la hermosura de una figura humana, hay que ser tajantes y decir que la belleza poco o nada tiene que ver con el atractivo físico. Por supuesto, los estándares de belleza cambian en función de los criterios estéticos de cada época, así como de los cánones culturales, religiosos o atávicos aceptados por la sociedad. Si analizamos imágenes de diferentes épocas, nos daremos cuenta de los cambios significativos que han observado los cánones de la belleza estándar. Pulsando aquí podréis ampliar información sobre los cánones de belleza a través de los tiempos.
Se pueden idealizar las proporciones y los rasgos, pero la belleza sólo está en el objeto real, en el sujeto. Y la belleza subjetiva que posee será estándar o no, pero excelsa para quien guste de ella.

En absoluto interviene la belleza estándar en el enamoramiento, es más, solemos fijarnos más en esos detalles discordantes, únicos, que usamos como diferenciadores del ser amado respecto del resto de la humanidad, y que idealizamos solamente darnos cuenta de su existencia: esa nariz que se mueve al hablar, esas orejas demasiado redondas, o demasiado grandes, esa boca de labios finos o gruesos, o esa cicatriz de la infancia, o ese lunar de nacimiento, o ese ligero tic, o deje, o cualquier otra peculiaridad susceptible de adorar, idolatrar y santificar.

La belleza es subjetiva y puede apreciarse sin que por ello suponga deseo alguno del sujeto de esa belleza. En cambio, a la persona de la cual nos enamoramos, la encontramos bella, atractiva, nos gusta, la deseamos, completamente al margen de la objetivad de su hermosura.

Para reforzar la importancia relativa de la belleza en el enamoramiento, debo referirme someramente a los enamoramientos a través de la Red donde, en el más explícito de los casos, se disponen de unas fotos como única prueba de la representación idílica del príncipe azul o bella durmiente. A través de Internet no solemos mirarnos a los ojos, no nos cogemos de la mano, no podemos observar libre o espontáneamente los movimientos de la pareja, en pocas palabras, la belleza permanece en un segundo plano, si no desaparece completamente del plano para entrar en un enamoramiento literario, casi epistolar, más ilusorio, si cabe, que el Trompe l’oeil. (Para ver trampantojos, traducción de trompe l’oeil, pulsa aquí). Es como interactuar con el personaje de una novela que estamos leyendo, al o a la cual creemos conocer muy bien, no por lo que ha dicho, sino por lo que hemos querido interpretar de sus palabras, y al que hemos puesto los ademanes que le suponemos, la voz que oímos al leer sus chats, el carácter del personaje de nuestros sueños, su dulzura o dureza, su lealtad o extravío, su prudencia o impulsividad, su generosidad o egoísmo. Todas las virtudes son imaginadas, todos sus defectos exterminados por definición. En la Red, la belleza es una cualidad furtiva de escasa importancia.

La belleza también adquiere una importancia relativa cuando el sujeto de nuestro enamoramiento es una persona ya conocida y tratada con anterioridad. Puede que esta persona nos tuviese en vilo desde hace tiempo, precisamente por eso, por la belleza subjetiva que desprendía ante nuestros ojos, pero también es posible la tuviéramos arraigada positivamente en nuestro subconsciente o que sintiéramos un cierto atractivo o admiración hacia su carácter o yo psicológico, o puede que nos uniera una amistad real y llena de confianza mutua que ha desembocado en el caos neurológico. También puede ser que existiera un deseo subrepticio hacia esta persona, reconocido o no. Puede que fuera una persona que compartía una actividad en la que nos deslumbraban sus aptitudes o pudo suponer un reto para nuestra autoestima conseguir a una persona cuyo estatus, porte incluido, fuera suspirada por una mayoría de seres cercanos a nosotros. Pero, ¿por qué no se dio el enamoramiento con anterioridad y se ha dado ahora? Muy probablemente no se daban las causas necesarias y el subconsciente no había considerado oportuno dar el ¡sus!


El timbre de voz. El oído es uno de los sentidos que perciben la belleza. Ésta puede y es detectada en los sonidos articulados que salen de la laringe del ser deseado o que lo será, a corto plazo.
La voz de un locutor, de un cantante o de un político sitúa al emisor de estos sonidos en su justo lugar dentro nuestra escala de belleza de efectos sonoros, los cuales son convertidos en sensaciones, sentimientos o emociones de mayor o menor intensidad que hace que cataloguemos positiva o negativamente al sujeto en cuestión. En el grupo anterior podemos incluir, sin temor alguno, al ser sujeto aspirante. Cuando oigamos su voz o tomemos conciencia de ella, sin duda quedará unida en nuestro cerebro a la imagen del ser amado y, sobre todo, a la idealización que de esta persona tenemos. En consecuencia, la voz, que encontramos bellísima, se convertirá en uno de los iconos más importantes de la relación. Con ella se seducirá, se adulará, se consolará; nos harán y haremos confidencias, promesas, propuestas; expresarán deseos, sentimientos, opiniones, y pasará a ser el vehículo más íntimo y atemporal de nuestra relación: detrás de “la voz” está la persona deseada. Es su mascarón de proa, esa proa capaz de abatir todas las guardias que preservan al corazón de ingerencias externas con una simple emisión de ondas al oído entregado de la persona que empieza a desarbolarse.

El resto de causas complementarias ayudan a reafirmar una decisión, pero no son en absoluto indispensables, y casi serán más decisivas hacia el final de la relación que al principio. Podemos enamorarnos locamente de un o una punki cuyo estilo y moda puede distanciarse sustancialmente del nuestro habitual: no importará, ¡lo importante está en el interior!. De momento. Las costumbres sociales pueden cambiarse en un abrir y cerrar de ojos si favorecen nuestros deseos. Si estas costumbres se apartan de las moldeadas por nuestro carácter y educación, terminarán por resultarnos, cuando menos, incómodas. El estatus económico puede ser motivo de satisfacción si es de cierto nivel, puesto que nos permite lanzar “la maison par la fenêtre” durante la época de desenfreno neuronal. Pero se volverá en contra de la relación si el nivel no es equilibrado. El nivel intelectual es un tema muy delicado. Cuando existe cierta distancia entre inteligencias, la eximia adopta paternal o maternalmente a la más vulgar. La admiración por el otro que reforzará cualquier decisión a priori, a posteriori puede convertirse en un nido de soberbias y oprobios, compañeros ambos inadecuados para una larga relación. Si los miembros de la futura pareja sólo tienen una profesión, quizás puedan dejarla de lado o abordarlas someramente durante la relación, pero si, además, éstas son vocacionales, puede que uno de los miembros monopolice las conversaciones que, al principio, resultarán en extremo interesantes para el otro, pero que, con el tiempo, desembocarán en el más absoluto aburrimiento. Las afinidades son un tema de mucho calado. Con toda seguridad, al principio, todas nuestras aficiones, gustos, costumbres, ideas, principios, etc., coincidan plenamente con la pareja. Con el tiempo veremos que hasta se puede haber mentido en estos pormenores.

Todo lo anterior no será suficiente para que se produzca el flechazo. ¿Qué falta? Como ya he explicado anteriormente, pero que, por su importancia, repito, el subconsciente dispone de cierta información adicional que no sabemos de cuál se trata, es la tiranía de nuestra mente, la pérdida de nuestro libre albedrío. Pero que, conjuntamente con las Causas Necesarias y las Complementarias, hace que se decida por el flechazo, obviando algunos aspectos que nunca nos habrían gustado, pero que a partir de este momento van a ser el centro de nuestra devoción.
La decisión del subconsciente excitará las glándulas endocrinas del cerebro que iniciarán su producción dopamínica, al mismo tiempo, y como un bucle infinito, el enamoramiento se irá autoalimentando con nuevas Causas Complementarias que aumentarán, a su vez, la segregación de neurotransmisores, opiáceos y hormonas de toda clase, tipo y condición. Se sabrá que ha llegado a sus más altos niveles cuando se den los primeros síntomas de Causas Sobrevenidas.
Causas Sobrevenidas
Son aquellas que aparecen cuando el flechazo ha penetrado hasta las entrañas, y se manifiestan en actuaciones mediatizadas por la capitulación del cerebro. La satisfacción mutua de los egos; fijación hipnótica de las miradas en los ojos del otro; concentración extrema hasta formar un espacio propio e inexpugnable, Sensación de embotamiento como la que se produce cuando el catarro nos aprehende; risas por las ocurrencias del otro, que nunca son forzadas y, objetivamente, no hacen gracia; sonrisa mística con aires de enajenación; corroboración y asentimiento vehemente de las opiniones del otro; mentir abiertamente y sin escrúpulo alguno, ni siquiera con conciencia de hacerlo, diría yo, ya sea para impresionar, no decepcionar o no discordar con los gustos de nuestra pareja recién estrenada: “mentir para ser amado conlleva la suposición más perversa de que si no miento, no podré ser amado.” (Alain de Botton). Después de cientos de coincidencias observadas en el carácter y gustos del otro, sorprenderse de la milagrosa coincidencia de afinidades; idealización de la otra persona en sí, es decir la creación de un nuevo ente, el que nosotros creemos ver, el que queremos ver, el que ha nacido dentro del sueño en el que nos hemos instalado; el nacimiento de una entidad plural, nueva, con retroalimentación propia, de connotaciones irreales e ideales cuasi metafísicas, pero capaz de absorber nuestra conciencia hasta convertirla en un mero hatillo de recuerdos. Pero, ¡cuidado!, cuando en una pareja una de las partes disminuye las posibilidades de la otra, puede convertirse en cancerígena. Otras Causas no menos evidentes y habituales son: el estado de beatitud con levitación incluida, proximidad al nirvana o al paraíso, según creencias, apoplejía, idiotez, afasias del resto de realidad, etc. Cada una en diferentes grados. Debemos estar agradecidos al cerebro por eliminar con el tiempo todas estas experiencias bochornosas, pero hermosas en su momento y quizás también en el recuerdo, pero siempre ruborizantes.

En estos momentos ya se habrán desactivado los mecanismos orgánicos de defensa, habremos entrado en un estado eufórico y de felicidad sobrevenida, habrán desaparecido nuestros complejos y nuestras fobias (si hasta ahora teníamos miedo a las alturas, ahora nos lanzaremos en paracaídas), la impulsividad no tendrá límites, el ingenio y creatividad se desbordarán, el pensamiento se focalizará en el otro ser convirtiéndose en obsesivo, nuestra actitud rayará o sobrepasará con creces el trastorno obsesivo-compulsivo. Tálamo, hipotálamo e hipocampo son zonas que controlan nuestras emociones, pero, en ningún caso tenemos la opción de controlar al tálamo, hipotálamo e hipocampo. Estamos en manos del deseo, estamos enamorados, física y químicamente: no puede acabar nunca bien. ¿O sí?

Por cierto, ¿puede un ser humano amar a una persona y enamorarse de otra? ¡No!. El enamoramiento requiere dedicación exclusiva. Si realmente estamos enamorados, podemos sentir cierto aprecio o apego a otras personas, pero justo en este momento, son escasamente importantes comparados con el grado de necesidad y deseo hacia la persona sujeto del enamoramiento. La hormona de la felicidad que inunda nuestro cerebro, rebaja a un nivel mínimo cualquier otra actividad que lo intente ocupar: no siente nada por nadie. Ni amigos, ni familiares, ni compañeros/as, ni cervezas, ni gin-tónics, ni padel, ni tertulias. Nada tiene cabida en ese músculo invadido y ocupado por las drogas más adictivas del mercado. Alguien lo habita todo, y el cerebro sabe perfectamente quién es.
Hola, Fabiola. Llegas pronto. ¿Qué estás tomando? Té. ¿Qué te pasa? Te noto algo rara. Realmente no sé qué me pasa. Quiero mucho a Job, pero ya no es lo mismo. Antes vivía única y exclusivamente para mí. Íbamos de viaje, salíamos a cenar habitualmente, nos reíamos, cantábamos. Hace seis meses que vivimos juntos y todo se ha convertido en rutinario. Yo le quiero mucho y creo que él también a mí, pero ya no es lo mismo. No digas tonterías, Sofía, el otro día lo encontré en el Dry (que por cierto, han cerrado) y te puso por las nubes. Pues no lo entiendo, critica muchas de las cosas que hago, antes le gustaban todas, se le observa cierto desdén en las actividades que siempre hemos realizado juntos y que eran divertidísimas, está como más reservado, creo que no me lo cuenta todo y cuando le pregunto me sale con evasivas. ¿Crees que tiene a otra? No digas chorradas, Sofi. En la cama todavía nos llevamos bastante bien, pero él ya no es tan fogoso como antes, con una o dos veces a la semana le resulta suficiente: ¡esto es que se lo hace con otra! No seas aguafiestas, Sofi. ¿Cuándo puede estar con otra si, aparte de trabajar, siempre está contigo? Precisamente, en el trabajo tiene varias amigas. Sí, y porque son amigas ya te engaña con ellas. ¡No seas tan cerebral, Fabiola! Lo estoy pasando fatal y no sé qué hacer. ¿Te trata mal, es agresivo, no es cariñoso, te ridiculiza ante vuestros amigos, te miente? ¿Acaso conoces sus sueños, sus expectativas? ¿Conoce él las tuyas? No sé, Fabiola, no me abrumes. CONTINUARÁ

El enamoramiento, dicen, termina a los seis u ocho meses del flechazo, otros hablan de hasta dos años, puesto que existe una afirmación generalmente aceptada de que el organismo no puede sostener fisiológicamente ese estado por más tiempo. Discrepo rotundamente de esta apreciación e, independientemente de que el cuerpo pueda aguantar más o menos el temporal, el sistema endocrino cerebral no vuelve a su función normal por cansancio, sino porque desaparece la causa que lo excitó: el enamoramiento mengua.

Con el tiempo tendremos todo lo que deseábamos, ser uno con la pareja, lo habremos conseguido, ya no tendremos falta ni carencia alguna, incluso puede que ciertas situaciones, por exceso, empiecen a ser indeseadas; ciertas idealizaciones se terrenalicen y cambien de repente su apariencia. Todos los defectos que hasta ahora nos habían parecido encantos empiezan a mostrar su lado más real. ¿Habremos magnificado las cualidades del ser adorado? “No nos unimos a una pareja, sino a tres: a la persona que es, a la persona que pensamos que es y a la persona en que se convertirá como resultado de la relación” (José Aº Marina Escuela de parejas Ariel).
Durante la relación, ¿hemos alcanzado el grado exigible de confianza en la pareja? Sigo con Marina, “entendido como convicción de su amor, su preocupación por la felicidad de los dos, de su deseo de hacer las cosas bien, aunque en un momento dado pueda equivocarse. Consiste en sustituir el ciego sesgo favorable del enamoramiento por la hipótesis de la buena voluntad, por la confianza en la lealtad y en la honestidad de la otra persona”.

Los conflictos

Existen dos tipos de conflictos, los que pueden empezar como leves y convertirse en graves y los que son graves desde su nacimiento.





Todos los conflictos anteriores, evidentemente pueden tener diferentes niveles de gravedad, pero en la mayoría de los casos son tratables y reconducibles, siempre que no existan conflictos más graves.



Podría profundizar en cada uno de los conflictos de la pareja, pero este no es el propósito del pensamiento, puesto que pasaría de ser una reflexión a ser un tratado. De todas maneras me está quedando infumable. Aún en verano y en vacaciones.

“La vida oscila, como el péndulo, entre el sufrimiento y el tedio” (Shopenhauer). Afirmación en exceso pesimista.

La espiral que hizo, en su momento, que el enamoramiento provocara la estimulación química del cerebro, ahora, al desaparecer la campana aislante, han ido apareciendo como setas los conflictos. Cada uno de ellos provoca una mengua en la estimulación química y, a medida que va disminuyendo la estimulación química aumentan los conflictos: se acabó el enamoramiento.

Pero, una vez acabado el enamoramiento, ¿se acabó la pareja?, ¿se acabó el amor? No, a la primera pregunta y no, a la segunda.
Antes hemos descrito Eros, como el amor pasión, el amor que recibe, el amor posesivo, el amor egoísta, el amor que hace sufrir puesto que es carencia, pero también da placer ya que es concupiscente. Bien, pues ahora hablaremos de Philia o el amor alegría.
Aristóteles lo afirma rotundamente: “Amar es alegrarse”, y Spinoza lo remata: “El amor es una alegría que acompaña la idea de una causa exterior”.
Philia significa amistad, es el amor conyugal, es dar sin esperar nada a cambio, es la felicidad de amar, es cuando existe deseo, pero deseamos lo que tenemos y disfrutamos de ello, y somos felices por tenerlo. Philia, sobre todo, es “alegrarse de la existencia del otro, de su presencia y de sentir placer por compartir su vida y su lecho” (Comte-Sponville. Ni el sexo ni la muerte. Paidós). Philia también es pasión, pero como medio no como fin, es amar la verdad de la pareja, es pisar con los pies en el suelo, es el amor por todo lo que no falta, es, sobretodo, la relación con tu mejor amigo.
El niño que mama de su madre está en Eros, puesto que sólo pide, sólo desea. La madre está en Philia, porque da sin esperar nada a cambio. Los enamorados están en Eros, puesto que desean su posesión, su goce sea del tipo que sea. Los amantes están en Philia, porque disfrutan de lo que tienen, aman la relación con su mejor amigo/a, no sólo disfrutan del orgasmo, gozan de hacer el amor y desean el amor que están haciendo, quieren que dure mucho; no es un medio para llegar al orgasmo, es un fin en sí mismo, por eso quieren que no tenga fin. Los amantes desean al otro y el deseo del otro: no les falta nada pues lo hacen.
El amor conyugal es la materialización de un proyecto de vida, con obligaciones y derechos mutuos, con compromisos, con libertad plena, con conocimiento de la verdad del otro. Es el amor que no interpreta las frases de la pareja, sino el que las escucha, las entiende y las comenta. Es dormir con nuestro mejor amigo/a. Es el amor de la ternura, de la complicidad, de la intimidad, de los apoyos al otro para que consiga sus objetivos. Es alegrarse de que estos objetivos se alcancen y disfrutarlo juntos. Es construir una familia con bases sólidas para llevarla a buen puerto. Es, sobretodo, lealtad.
El conocimiento de la verdad del otro es trascendental, puesto que la verdad que percibimos de la pareja y la que percibe ésta de nosotros en el periodo de enamoramiento, está marcada, no solo por las mentiras, sino también por las exageraciones, sobreentendidos y medias verdades, todo ello sin otro motivo que el de ser más amado. Existen dos tipos de mentira, según Alain de Botton, “la mentira del que busca librarse de algo y la mentira del que intenta ser amado”. Los amigos no tienen secretos. El alma de los amigos es transparente, diáfana, cristalina, límpida. El alma de los amantes es el alma de los dos mejores amigos.
Alegrarse de la existencia del otro es el amor más desinteresado que existe, puesto que no espera nada a cambio. Si sentimos alegría y, por tanto, cierta felicidad al tomar conciencia de que nuestra pareja existe, que esta ahí aunque no la toquemos ni la veamos, esto es amor. Si sentimos que tenemos un amigo/a para compartir nuestros éxitos y mitigar nuestros fracasos, para ayudarnos a levantar si nos caemos o andar juntos hacia un mismo objetivo, esto es amor. Si nos conocemos, y unas cosas nos gustan y otras no, pero nos aceptamos con naturalidad, porque no hay puntos oscuros, esto es amor. Si nos reímos juntos es que somos capaces de reconocer la relatividad de las miserias humanas, esto es amor. Si aceptamos que nuestra pareja jamás aprenderá a colgar un cuadro, ni a limpiar los pelos de una bañera y, no obstante, la seguimos amando, esto es alegrarse de la existencia del otro.
Darse cuenta a tiempo de los conflictos supone estar comprometido con la causa y observar un seguimiento exhaustivo del proyecto. Ponerles solución antes de que se agraven o enquisten es sinónimo de madurez, de responsabilidad y de amor.
Fabiola, soy muy feliz. Espera, siéntate y cuéntamelo despacio. Pareces bipolar, tía, tienes el síndrome maniaco-depresivo: un día estás hundida en la miseria y al siguiente estás olfateando el Nirvana. Buenos días, ¿qué desean tomar? Yo un Riesling. Yo un “París-Ginza” de Mariage Frères. Veo que has vuelto al vino a deshora, ¿vuelves a tener las neuronas en adobo? No, en absoluto. Deja que te cuente. Tuve una larga conversación con Job y desde entonces nuestra vida ha cambiado. Lo primero que quedó claro es que nos amamos y que deberíamos hacer algo para que la relación fuera duradera y feliz. Llegar a este punto no fue difícil, lo más complicado iba a venir luego. Le saqué una larga lista de cosas que no me gustan de él y le dije que antes no era así. Él hizo lo mismo, y no veas que lista guardaba. Yo le dije que en realidad todas aquellas cosas que me estaba reprochando eran parte de mi forma de ser, que era yo misma. Él me dijo lo propio y que, en su momento, quizás mintió un poco para cautivarme aún más. Me enfadé mucho cuando habló de haberme mentido, pero después de discutir mucho tiempo, yo también tuve que reconocer que había exagerado en ciertas cosas (el master, como tú sabes no lo he terminado, yo le dije que lo había sacado y, además, Cum laude). Me avergoncé mucho cuando se lo confesé, él me miró con la sonrisa más tierna que me ha ofrecido jamás y me abrazó. Hablamos del futuro, de crear una familia, de cómo educaríamos a los hijos, de cómo les llamaríamos. Hablamos largamente de nuestras familias. Después de mucho criticar llegamos a la conclusión de que son las que tenemos, y que deben formar parte importante de nuestro proyecto. Hablamos de nuestro metro cuadrado de propiedad privada, de ese metro por donde corre el aire purificador de la relación y en el que caben amigos propios que por alguna razón no compartimos, horas de ocio con uno mismo o con sus hermanos o padres. Decidimos tener un espacio para la privacidad de cada uno, que en ningún caso se convertirá en un espacio para los secretos de cada uno. Desde que hablamos, estamos mucho más tiempo juntos, pero hacemos menos el amor, aunque cuando lo hacemos se convierte en un ritual idílico, único, sin prisas, intentando gozar cada segundo de nuestra intimidad. ¡Una vez, nos quedamos los dos dormidos sin haber terminado! ¿Cómo? Como lo oyes, llevábamos más de dos horas jugando, acariciándonos, hablando, pero no terminamos. Fue uno de los desenlaces más satisfactorios que hemos gozado en una relación de sexo. Vaya, tía, esto es como muy místico. No, Sofía, es real. Ya no estamos enamorados, pero nos queremos mucho y queremos compartir nuestra vida, por eso hemos unificado nuestros proyectos y los hemos convertido en uno solo. Somos más amigos que amantes. CONTINUARÁ.
El amor es una virtud, pero no por ello el amor es siempre bueno. Si amamos la tortura, no es un buen amor, si amamos las drogas, tampoco es un amor aconsejable. El amor es una virtud, pero no todo amor es virtuoso. El amor a la belleza, a las cosas buenas, a la naturaleza, al prójimo, a la pareja, a los animales, son amores virtuosos, y lo son, porque están regulados por otras virtudes como la educación, la prudencia, la templanza, la justicia, la valentía, la honradez, la generosidad, la fidelidad, la humildad, el perdón, etc.
No he hablado del amor más desinteresado, que es el amor al prójimo. Y lo voy a hacer.
Para definir este amor se utiliza una palabra griega: Ágape, aunque no se usara hasta los primeros años de nuestra era cuando a Alguien se le ocurrió decir que debíamos amarnos los unos a los otros. Amar a unos padres, a unos hermanos, a unos hijos, a una pareja, a unos amigos es ciertamente posible y, de hecho suele suceder, pero amar al vecino del 4º C, que encuentro en el ascensor y casi ni nos saludamos, parece mucho más complicado. ¿Cómo puedo amar siquiera a los pobres del Cuerno de África si no conozco a ninguno? Cómo puedo amar a todo el mundo si sólo amo a los que verdaderamente amo.
El amor, además de una virtud, es un sentimiento, y los sentimientos no se pueden tener cuando uno quiere. Yo no puedo sentir amor porque quiera, ni siquiera porque alguien me obligue, ni con una pistola en la sien. El amor puede comenzar al terminar el enamoramiento, como he comentado antes, el amor puede empezar por un apego, por un roce, por una relación, por una amistad, por algo que se haga cada vez más especial. Pero nunca porque queramos o nos obliguen. Por esto la humanidad es inteligente y ha establecido virtudes morales capaces de sustituir al amor.
Cuando me encuentro con el vecino del 4º C, no lo amo, pero le cedo el paso al subir al ascensor, pulso el botón, y cuando llegamos a la planta baja y el ascensor abre sus puertas le vuelvo a ceder el paso y le digo buenos días. ¿Es esto amor? No. En este caso lo he sustituido por la “educación”. Podemos afirmar, entonces, que la educación es el primer sustituto del amor al prójimo.
Cuando encuentro un sin techo que me pide una dádiva, yo no le amo en absoluto, pero le doy una moneda para ayudarle. Además, todos los meses aporto dieciocho euros a una ONG de la India para que se construyan escuelas en cierto pueblo y lleguen medicamentos para sus habitantes. ¿Amo a los destinatarios de estas aportaciones? No, en absoluto. Entonces, ¿Por qué les ayudo? Por “generosidad”. La generosidad es una forma de amar al prójimo sin amor. El que ama no necesita de la generosidad, porque el amor la lleva implícita, no necesita de educación, porque la lleva implícita. El amor no precisa de justicia, porque el amor es justo, no necesita de honradez, porque el amor es honrado, no necesita de fidelidad, porque el amor es fiel, no necesita de humildad, porque es humilde, no necesita de enamoramiento, porque es libre.

Hola Sofi. Hola Fabiola. Sofi, he de contarte algo. Fabiola, no me digas que… No, bueno, no es lo que parece. Bueno, sí, he conocido a un chico. Nos vemos todos los domingos y vamos a las rocas del Dársena. Él me lee páginas de “Así habló Zaratustra” de Nietzsche. ¡Dios mío, qué horror! Luego yo le leo “Elegías de Duino” de Rilke. Veo que eres vengativa ¿Y no hacéis nada más? Bueno, sí, hablamos. Él me dice que soy más guapa de lo que recordaba del domingo anterior, que es feliz durante la semana ya que sabe que nos veremos el domingo, que su ventana de la habitación mira a levante, y cada mañana, entre el sol que sale y mi recuerdo, le iluminan el día ¿Estás enamorada, Fabiola? No: le amo. FIN
Colau