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jueves, 29 de agosto de 2013

A los móviles los carga el diablo



Cualquier asalto a la intimidad de la pareja se considera un agravio y una desconfianza, por eso hay personas que ponen cerrojos a esa intimidad: ¡Malo!, aunque la mayoría piensan que legítimo. Esto significa que no hay deseos, presentes o futuros, de que el otro sea partícipe de algún dato íntimo. La intimidad no debe ser un lugar prohibido, debe ser un lugar accesible que la pareja respeta y, por tanto, cuida de no entrar. Cualquier llave que se ponga a la intimidad se hace en ‘previsión de’ y permite dejar abierta la posibilidad de actuar en contra de la credulidad del otro.

Últimamente, y para mucha gente, su reducto de intimidad es el móvil. Ahí guarda sus contactos, sus chats, sus canciones, sus accesos a redes sociales; en ocasiones resulta una especie de sucursal en el exterior de nuestra propia alma. Por eso, el móvil, a veces, pone de manifiesto la lealtad de la que carece la pareja o de la que carecemos nosotros mismos.

Lista de acciones relacionadas con el teléfono móvil que pueden esconder algo más que un deseo legítimo de intimidad.

1-    Cuando uno de los dos no desea tener el mismo contrato de móvil que su pareja, puede ser para evitar la posibilidad de que el otro consulte las llamadas realizadas por ésta.

2-    Cuando uno de los dos lleva su móvil bloqueado con clave de acceso y no se la da a conocer a su pareja. Puede que exista el deseo expreso de que la pareja no acceda a las entrañas de la intimidad mal entendida.

3-    Cuando uno de los dos lleva el móvil habitualmente fuera de la vista de la pareja, o cuando lo pone sobre la mesa y lo hace siempre con la pantalla hacia abajo, puede que quiera evitar que se distinga de quién es la llamada entrante.

4-    Cuando a uno de los dos le entra una llamada y no la atiende. ¿Era un número desconocido? ¿O era un número inconveniente?

5-    Cuando uno de los dos llama a la pareja y el teléfono de ésta está ocupado, salta el contestador. En cambio, cuando habla contigo y percibe una llamada entrante te dice: ‘Cariño, ahora te llamo, que tengo otra llamada.’ ¿En qué posición nos coloca en su escala de valores?

6-    Cuando uno de los dos llama o envía un Whatsapp a su pareja y no es atendido con celeridad (habrá buenas escusas), en cambio, cuando estáis juntos, el otro siempre atiende las llamadas y contesta los Whatsapps de forma diligente. ¿A qué se debe la diferencia de actitud?

7-    Cuando uno de los dos oculta su ‘última hora en línea’ de su Whatsapp, para que nadie pueda conocer si está en línea o a qué hora realizó su último chat. ¿Qué importancia puede tener si no se desea ocultar algo?

8-    Cuando uno de los dos instala un app localizador de móviles tipo Life360 u otros, normalmente para saber la localización de hijos menores, y la pareja no desea ser incluida en el grupo en aras de su intimidad y libertad de acción. ¿Qué motivo puede existir para que tú no puedas conocer la situación del otro en un momento dado?

9-    Cuando uno de los dos llama a su pareja a través de Face time o sistema similar de video-llamada y ésta no es atendida. ¿Qué entorno no se desea que quede al descubierto?

10- Cuando uno de los dos envía un Whatsapp comprometedor a su pareja y que en realidad debía ir dirigido a un tercero o tercera, entonces sólo queda asumir deportivamente las consecuencias y aprender a ser más cuidadoso, que ‘al móvil lo carga el diablo’.

Los 10 casos anteriores se resumen fácilmente en el siguiente corolario: ‘Si os amáis mutuamente, utilizad los móviles como si los dos fueran de ambos.’ ¡No insistáis en vuestro derecho a la intimidad! Vuestra intimidad debe ser inversamente proporcional al amor que sentís el uno por el otro. En cualquier caso, el tiempo será inmisericorde con los cándidos y cándidas.

Ningún derecho está por encima del amor: del amor emanan todos los derechos sujetos a razón.

Colau

miércoles, 21 de agosto de 2013

La cocaína



Perico, blus, pájaro, raya, nieve, polvo, blanca, azúcar..., ¡muerte! al fin y al cabo. Pero sabe engatusar la puñetera.

La coca, sola, no es nadie. Por muy C17H21NO4 que sea, (una clave cualquiera de acceso a WIFI, por ejemplo), necesita otra fórmula, igual de enigmática, pero más políticamente correcta, para formar el coctel perfecto: C2H6O, el etanol o alcohol etílico. Juntos, C17H21NO4+C2H6O, forman el engaño más seductor. No existe la una sin la otra, y si alguna vez se produce la monogamia –droga sin alcohol– es por vicio contumaz.
La llaman “la droga social”, simplemente porque se toma con los primeros desaprensivos, iguales que tú, que has encontrado en la barra y que iban colgados de tu mismo gancho. Agachados, con la nariz pegada a la tapadera del váter, con el suelo lleno de orina y papel higiénico en pésimas condiciones; sin cerradura en la puerta, aguantando con un pie o, simplemente, obviando la intimidad en afán de una sociabilidad decrépita y miserable. El rulo, con un billete de cinco euros –no existe un billete de cinco euros en el mercado que no contenga restos de coca–. Sí, “droga social”: droga de mierda, por su recinto de consumición habitual.

¿Tienes algo? Cuando te hacen esta pregunta y tú tienes, el poder que te otorga el momento es fastuoso. La coca no te pone, la coca te da, te da poder sobre el que no la tiene, sobre la pedigüeña que la mendiga, sobre el guaperas que necesita un extra para triunfar, sobre el colgado miserable que nadie reclamaría su desaparición, sobre la calienta braguetas que te insinúa un místico más allá si la invitas, claro que estas promesas nunca se cumplen.

Ahí quiero hacer un inciso. Las mujeres compran menos y sueles agregarse al más primo que encuentran que, con ínfulas ilusorias de réditos carnales, las mantenga atendidas hasta lamer el plástico. En ese momento, abandonan el barco y buscan navíos con bodegas más surtidas. Las que invierten por ellas mismas son muy discretas. No ostentan de ello. Como un cosmético más se guarda celosamente hasta que sea imperativo “empolvarse la nariz”.

Si nadie te pide estatus, eres tú el que lo va ofreciendo a diestro y siniestro. La papelina no se lleva en el bolsillo para que se humedezca, ni para insuflártela tu solo, hay que sacarle un provecho social. No se trata de que consigas mojama para un tentempié y brindar por un triunfo de química faldera. Se trata, más bien, de llenar tu ego mediante necesidades ajenas, por el simple hecho de que tú has dispuesto de sesenta euros para malgastar, mientras los demás no saben sumar hasta esta cifra. Qué barato es sentirse poderoso por sesenta euros; capaz, por esta cantidad, de ser perseguido por todo un escuadrón de acémilas  que saben que en la cartera guardas  un puñado de zanahorias.
Pero no todos son tan ufanos y desprendidos. En esto también hay miserables. El que se ha agenciado medio gramo y lo lleva guardado como una estampita de la virgen de Fátima, allí, muy adentro de sus infamias, y se apunta a todos las reuniones multitudinarias en los urinarios para esnifar su dosis esquilmada a las alforjas de los demás. Y así una vez, y otra, y otra, y su eterna cantinela del “yo no llevo nada, lo siento, la próxima vez invitaré yo”. Nunca invitarás roñoso indecente. Eres un chupamierda de gorra, pero tranquilo, las consecuencias te llegarán a ti con tanta limpidez como al resto de capullos que te han mantenido.

Y cómo funciona la noche en esas guisas, pues de espectáculo circense, trágico, cómico y miserable. Nunca follarás porque jamás una mujer digna atenderá tus lances, y si aún así fuera, no se te pondrá dura aún con pastillas milagrosas. La mujer calmará su bisectriz con tan solo proponérselo, ¡ventajas que tienen unas! Así como te vaya bajando el subidón y no tengas con qué mantenerlo, lo que era euforia social, amor por el entorno, hombres, mujeres, viejos y viejas, se volverá un vacío cósmico bajo los pies que más fuerte habían pisado horas antes. Los amigos para siempre irán sublimándose misteriosamente por las rendijas de las ratas, en las madrugadas del desarraigo.
La depresión sobrevenida a causa de dos depresores como el alcohol y la droga, multiplicará su efecto, y el primer deseo al contactar con la realidad de un nuevo día o de una aún tardía noche, será el deseo de desaparecer. Eso, matarse para no apechugar con las imbecilidades derrochadas pocas horas antes. 

Lo suerte, o desgracia, del ser humano es que el cerebro olvida más rápido de lo que debiera, y vuelve a dejar nuestros despojos a disposición de la insensatez más atroz, en un tiempo record.

Y vosotros diréis, y la familia, y los amigos, y el trabajo: ¡a la mierda con todo! Nuestra opción por el estimulante social nos habrá llevado a la más alta cumbre de la insociabilidad. La familia se convertirá en uno de nuestros más horrendos fracasos, los amigos se apartarán como si de un lazareto hubiéramos escapado y en el trabajo, injusto como suele ser siempre, triunfaremos de acuerdo con nuestros inmerecimientos. Hasta que un día, habremos arruinado nuestra vida y la de nuestro entorno. Este día, al tocar fondo, uno va y se lanza al vacío desde de la Torre de Ses Ànimes o pide ayuda al Proyecto Hombre o se convierte en un despojo que se va consumiendo hasta que lo atropellan al intentar cruzar la autopista cuando se dirige a Son Banya.

La droga es la antesala de la muerte y el maná de los tontos. Los placeres defendidos por Epicuro son de otro mundo si los equiparamos a los de la droga. La droga nunca será un placer, siempre una esclavitud, una servidumbre. Algo que mata y por lo que se muere, sin mesura ni templanza, sin presente ni esperanza, sin dignidad ni amor propio; la droga es el más estúpido de los no placeres, de los fracasos humanos, de las ruinas cerebrales. Es la pérdida de todo lo que uno se ha merecido en ilusionantes tiempos pasados. La coca es la homeopatía del patetismo: ¿conocéis el porcentaje de pureza de la droga? es insignificante, aunque junto con los aditivos y el alcohol, y con esos ligeros síntomas anestésicos en la nariz, se convierte en la piedra filosofal de la felicidad. Y en la falacia más atroz e indigna de una vida que, con infinita suerte y empeño, no perderá todas las neuronas en la travesía y mantendrá alguna de muestra para su recuperación, si sabemos o aprendemos a multiplicarlas. Sólo hay una fórmula, el adiós para siempre a C17H21NO4+C2H6O. —Quizás nunca existiera lo primero sin lo segundo—.

Después, sólo quedará recomponer el puzle de despojos para conseguir, algún día, volver a parecerse a un ser humano. Y se puede, claro que se puede: solo o con ayuda, ¡pero queriendo!

Todo lo anterior puede extrapolarse al estatus que se prefiera, el modus operandi es el mismo, cambia la inversión, las dosis y la pureza. Simplemente, sustituid la barra del bar por la terraza donde se sirve el coctel.

 Ah!, e imaginaros los baños limpios.

Colau

lunes, 12 de agosto de 2013

De la honradez a la corrupción

De la honradez a la corrupción

Hace 20 años, desde que en 1993 se estrenara “Una proposición indecente”, (dirigida por Adrian Lyne y protagonizada por Robert Redford, Demi Moore y Woody Harrelson), en casi todas las reuniones sociales cotidianas: en el hogar, en tertulias con los amigos/as, en los bares, en la calle,  en los colegios, en el trabajo, aparecía regularmente la cuestión suscitada en la película. Y queríamos saber y también opinar sobre ella: ¿Tú que habrías hecho?
Casi siempre quedaba en evidencia, después de insostenibles excusas, terapias de autoconvencimiento y renuncia a ciertos escrúpulos, que la mayoría aceptarían la proposición indecente. Las únicas discrepancias estribaban en el precio, que algunos/as encontraban insuficiente, y en el atractivo de la pareja proponente. Detalle sumamente importante.
Después se encontraban los que de ninguna manera aceptarían la proposición, dado al amor profesado a su pareja, a sus sólidos principios o, simplemente, por su sentido de la propiedad. Estos defendían la honestidad de sus actos, para los cuales no existía precio alguno que propiciara el arreglo, aún con los simples límites de la imaginación.

 En la actualidad, el caché ha caído por los suelos. Los principios morales son de cada vez más laxos, y de cada día son menos los que rechazarían la proposición. De cada vez nos resulta una proposición menos indecente, más defendible, más excusable y sustancialmente provechosa. ¿Es un desprecio a la virtud, un desaire a la lealtad o un reto a la honestidad? ¿O es, quizás, una rendición a la practicidad? Yo me inclino por lo último, puesto que de cada vez las relaciones sexuales están más desmitificadas y algunos valores en alarmante decadencia. La practicidad y el declive de valores morales han inoculado, a la sociedad actual, el virus de la corrupción. Alguien argumentará que España ha sido siempre un país de corruptos, con lo que estoy totalmente de acuerdo, pero no podíamos decir, al menos en los últimos años, que fuera un país corrupto. Ahora sí lo es. Y de ello no tienen ninguna culpa ni Robert Redford ni Demi Moore, aunque no entendiéramos su moraleja.

Permitidme dar un paseo por las  habituales situaciones en las que los felices mortales nos pasamos por la entrepierna todos los principios morales que nos inculcaron nuestros preceptores.

Hemos desembocado en una sociedad que se llena la boca de corrupción cuando habla de los políticos, pero de honradez cuando se dirige al resto de los mortales, no fuera cosa alguien nos incluyera a nosotros también.

Un país no es corrupto cuando una parte de su sociedad lo es, sino cuando la catadura moral de sus ciudadanos está en entredicho; cuando la honradez de sus dirigentes es cuestionada; cuando su prudente y justo entramado legal deja de ser justo y prudente para ser interesado y estar al servicio del poder establecido; cuando su organización administrativa es un caos y llena la vida ciudadana de demoras imperdonables; cuando la separación supuestamente independiente de sus poderes no es tal, y están todos ellos al servicio del partido más votado; cuando la policía sobreactúa comandada por seres tan inhumanos que  sólo se pueden comparar con ellos mismos para no ofender a la naturaleza; cuando el desprecio por los servicios sociales humanitarios, el menoscabo de la dignidad individual, el embargo de la enseñanza a los más necesitados, el vilipendio a la sanidad pública, el desdén con los parados, el expolio a los jubilados, el menosprecio a los competentes, la desconsideración con todo el pueblo representado en el Parlamento y el sometimiento a los poderes económicos, internos y externos, son banderas exhibidas por un gobierno adulterado.

Cuando el poder legislativo elabora normas que coartan directamente nuestras libertades individuales, y nos indican paternalmente que es por nuestro bien; cuando se otorga a las empresas patente de corso para despedir libremente; cuando los bancos ven sufragadas sus pérdidas mientras que otras empresas se ven abocadas al cierre y al despido de sus trabajadores; cuando los sindicatos han dejado de ser de clase, para ser siervos del poder establecido, llámese gobierno o entidades financieras; cuando los gobiernos autonómicos son clones o mejor matrioskas del gobierno central; cuando la justicia sólo es justa y ágil con el poderoso e inaccesible para el resto de ciudadanos dado su coste e indefensión ante los costosísimos y larguísimos recursos que pueden sufragarse las empresas ante el ingenuo y desprotegido ciudadano ante la política de hechos consumados.
Cuando la corrupción política campa a sus anchas y los corruptos son ratificados en sus puestos, homenajeados y votados nuevamente por mayoría absoluta; cuando el dinero circula a espuertas por delante de gobernantes que al observar la mínima oportunidad para escamotar su merecida cuota no la dejan escapar; cuando los ciudadanos, ante tales desmanes, no hacemos absolutamente nada más que indignarnos; cuando los ciudadanos, ante tales desmanes, sentimos lástima por la oportunidad desperdiciada por el corrupto por incompetente, error que nosotros no habríamos cometido, por supuesto; cuando los promotores más decididos se enriquecieron a costa de los pelotazos inmobiliarios favorecidos por los políticos responsables de las áreas urbanísticas; cuando los menos favorecidos escrituraban sus inmuebles por debajo del importe de venta, convirtiendo una indecente cantidad de dinero en dinero negro, evitando de esta manera que los compradores pagaran impuestos (iva o transmisiones) a la vez que dejaban de pagarlo ellos (sociedades); cuando la inmensa mayoría de las empresas promotoras quebraron y, en cambio, sus propietarios siguen siendo multimillonarios.

Cuando los medios de comunicación se llenan la boca de independencia, equidad, igualdad, libertad, pero renuncian a todo lo anterior por un buen contrato publicitario para apropiarse indebidamente de los derechos de los miserables, de los empleados de estas empresas que han financiado la hipoteca del silencio del medio de comunicación, convirtiendo esa libertad que les llena la boca en la más corrupta y farisaica de las libertades. Cuando los funcionarios y administrativos de menor nivel cobran de las empresas suministradoras los descuentos que éstas deberían realizar a organismo oficial o cobran ciertas dádivas por proporcionarles cierto nivel de negocio.

Cuando los denostados autónomos facturan buena parte de sus trabajos en negro con la connivencia y el interés del ciudadano que se lo ha pedido o incluso exigido. Cuando algunos desempleados cobran el subsidio de desempleo y al mismo tiempo ejercen su profesión de forma fraudulenta y encima consiguen un grado aceptable de aquiescencia por parte de la sociedad. Cuando llegamos habitualmente tarde al trabajo, cuando no evitamos ir por las mañanas al médico, cuando aprovechamos para realizar gestiones particulares, cuando nos tomamos un día de asueto a cuenta de una presunta gripe contagiada en la juerga de la noche anterior, cuando dedicamos excesivo tiempo al desayuno, a los cafés, a los cigarrillos, a estirar las piernas, a las llamadas telefónicas particulares con el teléfono de la empresa, cuando usamos el correo electrónico para usos particulares, cuando nos llevamos unos folios para nuestros hijos, y unos lápices, cuando utilizamos el fax para darnos de baja de Vodafone. 

Cuando nos bajamos canciones, libros o películas por Internet que antes debíamos pagar, pero que alguien ha puesto a nuestro alcance gratuitamente y cerramos los ojos a cualquier objeción. Cuando alguien es capaz de robar nuestros datos personales introducido de buena fe en la Red y utilizarlos a su conveniente necesidad, y a ningún poder legislativo se le ocurre establecer normas y controles eficaces para que esto no ocurra. Que un buen número de indeseables se dedique a contactar con menores en las Redes Sociales amparándose en su anonimato. Que hombres, con apariencia normal, coleccionen millares de fotos de niños y niñas con poses provocativas, para ellos claro. Cuando revisamos las cuentas de los restaurantes o supermercados y reclamamos si hay un error que nos perjudica y la damos por buena si nos beneficia; cuando escamoteamos un bolígrafo o una funda de móvil en unos grandes almacenes o superficies, o después de pesar los tomates y pegar la cuenta añadimos dos o tres más. Cuando cogemos flores de un jardín público o privado como si de nuestro jardín se tratara; cuando paramos el coche y cogemos unos frutos que provocan a la vista desde un huerto ajeno, pero la felicidad de disfrutar de la fruta en su estado original nos hace olvidar que tienen un dueño al que se la estamos arrebatando. Cuando los hijos sisan monedas del monedero que sus padres guardan en un accesible cajón de la cómoda. Cuando dejamos de pagar las multas recibidas por infracciones cometidas, las cuales creemos tener el derecho de cometer pero en absoluto de pagar por ellas. Cuando a todo lo anterior hay que añadirle la delincuencia estructural del país, así como la coyuntural provocada por la falta de trabajo o prestaciones sustitutivas.

Cuando todo lo anterior sucede quizás sólo esté implicada directamente la mitad del país. Entonces podremos decir, sin temor a equivocarnos, que en este país hay corrupción. Pero, ¿podemos asegurar que se trata de un país corrupto?

Téngase en cuenta que el 50% restante de los ciudadanos, los no corruptos,  observan la situación con un grado de lánguida resignación, o atacando vehementemente acciones delictivas o agravios inaceptables. Es decir, el 50% de gente honrada ¡no hace absolutamente nada!, más que decir ¡qué mal está el país!, se limita a que le humillen de todas las maneras posibles y es incapaz de levantar una voz, un dedo siquiera para terminar de una vez con esta degradación. Al estar implicada la totalidad de la población no podemos más que afirmar que sí, que España es un país corrupto.

La decrepitud social que afecta a todos los ciudadanos de este país, unos por activos y otros por pasivos, tendrá un final violento si no empezamos a trabajar para evitarlo.

Hay gente honrada en los gobiernos, pero son inútiles puesto que se deben a la lealtad de voto. Por tanto no nos sirven. Se precisa urgentemente de una regeneración de los partidos políticos, ya sea generacional o ideológica. Y no me refiero a izquierdas y derechas, sino a la naturaleza del pensamiento, a la evolución de la raza humana mediante la articulación de la sociedad adecuada a la realidad actual, con nuestras necesidades y compromisos. El mapa político debe reflejar la realidad nacional, por lo que se hace indispensable cambiar el sistema de elecciones. Si estamos hablando de una España plural no debe limitarse a la teoría de las nacionalidades, sino a la preponderancia que los partidos nacionalistas deben asumir en el contexto nacional, incluso los independentistas, puesto que ningún partido que abogue por la paz debe ser desposeído de voz.

Hay gente honrada en organizaciones ciudadanas que no tienen hipotecada su opinión ni su capacidad de acción. Hay agentes sociales cuya independencia debe ser un acicate para levantar la voz. Hay personas, dentro de los medios de comunicación, que son conscientes de los desmanes que sufre la sociedad y pueden y deben denunciarlos. Pero ¿existe voluntad del ciudadano de a pie, para salir de la cáscara de su entorno y comprometerse? Soy pesimista en este aspecto. Existe una parte mayoritaria de la sociedad que vive muy acomodada y esta comodidad les impide ver más allá de su propio ombligo, y si perciben su entorno no sienten compromiso alguno para implicarse. Pero existe otra realidad, mucha gente pasa hambre, los albergues de transeúntes, las asociaciones para mitigar las necesidades básicas de los ciudadanos trabajan a destajo. La Iglesia Católica, por medio de Caritas, otorga ayuda a millares de indigentes.

La población vieja  calla, sufre en silencio, se resigna, da la vida por gastada, por malgastada. Esta parte de la población que se hunde entre el lodo de las promesas de garantías sociales que hicieron unos y el caldo putrefacto de un neoliberalismo capaz de abrir un abismo entre las dos Españas: la pobre y la rica. Pero, ¿y los jóvenes? ¡Cuidado!. Cuando la vida deja de tener sentido, cuando se acaba, lleva a la resignación; pero cuando la vida no tiene sentido tan solo empezar a vivirla, lleva a la rebelión, a la revolución. Si se sigue maltratando a los jóvenes impidiéndoles un acceso fácil al mercado laboral; si no se les ofrece un horizonte donde la vida valga la pena ser vivida, no se arrinconarán frente a un televisor esperando la muerte. El gobierno juega con fuego, “Europa” juega con fuego. Setenta años sin guerras es mucho, pero el germen de la pobreza hace estragos cuando se rebela a la soberbia de la riqueza. El derroche desmedido frente a la austeridad irremediable. El futuro especulador frente a la ausencia de futuro. Una España que ostenta frente a otra que sufre. Medio país corrupto y el otro medio autista frente a los acontecimientos.

Atención, pútridos gobernantes. El hecho de haber dejado el país sin referentes morales o espirituales no significa que la expectativa de una vida sin expectativas no pueda ser el detonante que haga ver a la juventud que de ellos depende su futuro, el futuro que no tienen y al que tienen derecho. Y eso, un día, les puede cabrear mucho, y en el otro bando habrá jóvenes que tendrán una vida cómoda, con estudios en universidades privadas, con trabajos en empresas que han despedido a muchos trabajadores y la cuenta de resultados aumentando día a día, y ellos percibiendo incentivos indecentes; pues, cuando unos se cabreen por no tener nada y los otros se acojonen por perderlo todo, sólo puede pasar lo que estamos pensando todos. 

Si a todo ello le unimos un gobierno ausente, desconcertado, incompetente, incapaz, inepto y torpe; como eufemísticamente dirían ellos “de competencia negativa”. Un Mayo del 68 no sería suficiente en España. Cuando vemos que a los estudiantes les endosan el Proceso de Bolonia y se les oye tan solo tímidamente y se les acalla rápidamente puesto que no debiéramos pecar de antieuropeos. “La imaginación al poder” gritaban los manifestantes franceses. En España no se necesita un poder con imaginación, sino un poder con dignidad, con vergüenza torera, con ideales reconocibles y valores que ejerzan de base para un renacer sólido y solidario. “Seamos realistas, pidamos lo imposible” era otro eslogan de los estudiantes franceses. Nosotros no debemos pedir lo imposible, sino ¡hacerlo!, No hay que pedir mucho (en España se suele exigir para no conseguir nada), hay que hacer mucho, hay que pasar a la acción. El movimiento se demuestra andando no pensando, pero yo me pregunto ¿dónde se esconden en España los ideólogos de una revolución de valores? ¿Dónde están los pensadores, los filósofos, los eruditos, los sabios? Si están en uno de los bandos, cualquiera que sea, dejan por mi parte de merecer el calificativo que les he otorgado.

La revolución debe empezar por la Educación, y no me refiero a la formación, sino a la Urbanidad, al respeto, a la elegancia ética y estética, al primer valor moral que aprende un niño, aquello que le aleja del salvaje y le prepara para convivir civilizadamente.
Debe seguir en el establecimiento de unos cánones de libertad enfocados desde la madurez, donde la libertad no sea algo con que llenarse la boca, sino un derecho inalienable que comporta obligaciones, de las cuales mucha gente tiene desconocimiento y no las aplica.

Existe una Constitución como marco supremo del ordenamiento jurídico español que se interpreta a gusto del gobernante de turno a efectos de que prevalezcan sus intereses. Evidentemente debe existir quien determine si la Constitución resulta vulnerada, pero los magistrados no pueden ser nombrados por los gobernantes porque queda deslegitimada su independencia. Hay que movilizarse y pedir la separación absoluta de poderes, el cambio del sistema electoral, el sistema de controles presupuestarios, las normas de transparencia de partidos y políticos no determinadas por ellos mismos, sino por especialistas independientes. De la Constitución deberían emanar todas las esencias de respeto mutuo, incluso los principios morales que un país laico debe cultivar, puesto que no todos los ciudadanos tienen fe en una religión que le abastezca estos menesteres.
El planteamiento de una sociedad plural del siglo XXI no tiene nada que ver con la del siglo pasado. La ideología de un joven criado en la era de las Redes Sociales e Internet no es la misma que la de sus padres en cuya adolescencia empezaba a irrumpir la televisión. Hay que trabajar para una nueva España en la que se utilice la palabra exacta para decir lo que realmente se quiere decir, que respetemos esta hucha común que son los impuestos, que exijamos el control de su aplicación, pero que censuremos al listo que no aporte su parte. Que la nobleza, la bondad, la responsabilidad, la prudencia, la generosidad, la humildad, el perdón, la lealtad, el amor y todas estas palabras que nos avergüenza nombrar de cada vez más, sean las que rijan los designios de una nueva sociedad, comprometida con la modernidad, las nuevas tecnologías, la formación especializada y los idiomas, pero sostenida con la base educativa y de respeto de siempre, de esta que se ha perdido. 

No rompamos la baraja, cambiémosla por una no marcada y, además, cambiemos de juego. El entretenimiento está asegurado. Nadie debe batirse en duelo por hacer trampas, simplemente porque en un universo educado las trampas no existen.
No pensemos si venderíamos el cuerpo de nuestra pareja o el nuestro propio. No pongamos precio a nuestros sentimientos, a nuestras virtudes, a nuestro yo. Si somos capaces de ello, cierto día, nuestra dignidad de ciudadano carecerá de valor alguno y no habrá nadie que invierta un céntimo para su recuperación. Sólo nos quedará tumbarnos en el sofá y esperar a la muerte, viendo a Demi Moore y a Woody Harrelson para recordar cómo se empieza a morir.

Colau