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domingo, 30 de marzo de 2014

Qué es un ser humano



Qué es un ser humano

Que Platón dijera chistosamente que el hombre es “un animal con dos pies sin plumas”, o que Aristóteles hablara de “un animal político” o también de “un animal que habla”, o de un “animal razonable” como nos dijeron los estoicos y después los escolásticos, o “un ser que se ríe”, según Rabelais; “que piensa”, según Descartes; “que juzga”, según Kant, o “que trabaja”, según Marx… No nos satisface en absoluto. Ni todas juntas, estas características nos sirven para definir al hombre.
            Una buena definición nos debe servir para todo lo definido. Imaginemos lo que dijo Descartes, lo de que el hombre (yo lo llamaré ser humano para no llenar el post de andrógenos)  “es un ser que piensa” –cogito, ergo sum–. Una persona en coma después de un accidente no cumpliría esta condición ¿dejaría de ser humano por el hecho de tener la imposibilidad de pensar? Lo mismo ocurre con un delfín, que por el hecho de reírse (o parecerlo), como afirma Rabelais, no es suficiente para pertenecer al  mundo de los humanos.
            Todas estas definiciones son muy amplias en extensión, pero a la vez muy limitadas: un retrasado profundo no habla, ni razona, ni se ríe, ni trabaja… A pesar de todo, ¿quién se atrevería a decir que el retrasado profundo no es un ser humano?
            Si nos encontráramos con un extraterrestre con todas las características que consideramos humanas, ¿sería por ello un ser humano? Rotundamente no.
            Sabemos, por otra parte, que suceda lo que le suceda a un ser humano que le prive de cualquier singularidad, no dejará por ello de ser un humano. La única circunstancia que altera esta realidad es, sin duda, la muerte. Ésta convierte al hombre y todas sus propiedades en pretérito perfecto.
            A partir de ahí, Comte-Sponville se saca de la manga la siguiente definición genérica y biológica: Es un ser humano cualquier ser nacido de dos seres humanos. Se trata de una afirmación que abarcaría a todo humano independientemente de su estado físico y despreciaría cualquier ser con alguna característica humana pero no de procedencia humana. La definición es más que correcta, aunque nos presenta un dilema moral: significa que si no ha nacido, aunque haya sido concebido, ¿no es un ser humano? ¡Nos acabamos de meter en un berenjenal ético! Salimos rápidamente del atolladero con la siguiente definición: Es un ser humano cualquier ser concebido por dos seres humanos.
            Ahí tenemos dos definiciones para las dos tendencias de pensamiento moral más extendidas en la actualidad. Pero, ¿existe una definición que pueda servir universalmente? 
          Llevaba mucho tiempo dándole vueltas al asunto y, como todos sabemos, donde menos te lo esperas salta la liebre (es una frase hecha), una persona muy querida, que se ha convertido en una verdadera maestra en el arte del adiestramiento canino, conociendo mis inquietudes sobre la estandarización humana, me indicó que existen desde hace tiempo, perros entrenados especialmente para detectar seres humanos vivos. Recordemos la importantísima labor que llevan a cabo los perros para localizar víctimas sepultadas debajo de los escombros de un terremoto, derrumbamientos, explosiones, aludes, extravíos montañosos, etc. Pero víctimas vivas, independientemente de la etnia, de la edad, del sexo o del estado de conciencia en que se encuentren. La localización de víctimas fallecidas requiere otro tipo de preparación y entrenamiento.
¡No era posible! Margot me ponía delante de las narices lo que yo andaba buscando desde hacía tanto tiempo.
            Las “ecrinas” y las “apocrinas” son glándulas corporales sudoríficas que segregan el sudor corporal y las feromonas respectivamente. Pero existe un tercer grupo de glándulas que segregan una materia grasa cuya función es lubricar y proteger la piel. Son las llamadas glándulas sebáceas, y su secreción “sebo”. Existen glándulas sebáceas a lo largo de toda la piel con excepción de algunas partes de los pies, las palmas de las manos, la parte interior de los dedos y entre los mismos. Pero el sebo se encuentra en todas las partes de la piel, incluidas aquellas donde no hay glándulas, debido a que el sebo fluye por toda la piel muy rápidamente. Parece razonable que una sustancia grasa contenga alcoholes pesados e hidrocarburos, y tenga un punto de fusión entre la temperatura ambiente y la corporal, es decir con la volatilidad limitada, la persistencia y la solubilidad característica que nosotros atribuimos al olor humano. La rápida reposición del sebo eliminado de la piel explicaría por qué mediante un baño o baños sucesivos no se elimina el olor individual. Después de infinidad de estudios, análisis biológicos y pruebas con perros se demostró que el sebo es la fuente común del olor del individuo vivo (1), incluso en el agua, y aunque vaya mezclado con otra infinidad de olores que la ciencia ha ido discriminando y tiene reconocidos, aunque varían de un individuo a otro. No se ha demostrado todavía que el sebo sea la única secreción de la piel que contenga el olor diferenciador del género humano, pero lo tiene, y con ello entrenan a los perros.
            De acuerdo con lo anterior me atrevo a realizar la siguiente afirmación, no menos biológica que la de Comte-Sponville: Un ser humano es aquel ser que huele a ser humano vivo.
            Esta definición engloba a todos los seres humanos vivos puesto que todos desprenden esta molécula odorífica única de la raza humana. Se sabe que este olor acompaña al ser humano hasta la muerte, ya que su fabricación se detiene en ese vital cambio de estado.
            Pero, ¿sabemos cuándo, el cuerpo humano, empieza a emanar ese olor? ¿En el momento del nacimiento? ¿Antes de nacer? Si fuera antes de nacer, obtendríamos un baremo físico, lógico, racional y, para que no decirlo, ético, para establecer cuando un feto se convierte en ser humano. De ahí se desprende la siguiente proposición: un feto se convierte en ser humano cuando sus glándulas sebáceas entran en funcionamiento.

            ¿Y cuándo entran en funcionamiento? Embriología Médica (2) indica lo siguiente: 
 16ª semana (4º mes): la longitud fetal es de 16cm. y pesa de 100 a 120gramos.La cara tiene rasgos individuales propios. Aparecen los esbozos de las glándulas sebáceas en la pared de los folículos pilosos…

20ª semana (5º mes): el feto pesa entre 280gramos y 350 gramos, aproximadamente el 10% del peso que tendrá al nacer. El vello, llamado lanugo, se distribuye por casi toda la piel. Ésta se cubre de la vernix caseosa, material graso que se forma al mezclarse el sebo (producido por las glándulas sebáceas) con las células descamadas de la superficie cutánea. La función de la vermix es la de prevenir la aparición de escoriaciones cutáneas, ya que se interpone entre la piel del bebé y el líquido amniótico.

Según mi definición y, de acuerdo con los parámetros fetales indicados por Embriología Médica, un feto se convierte en ser humano aproximadamente a las 20 semanas de gestación.

La proposición definitiva sería la siguiente: Es un ser humano cualquier ser vivo que huele a ser humano. Y huele a ser humano entre la 20ª semana de gestación y su muerte.

Estas proposiciones son producto del razonamiento y son susceptibles de ser cuestionadas, e incluso rebatidas, con argumentos más sólidos (razonamientos más razonables). Pero, mientras tanto, me gusta sentirme un ser humano simplemente porque huelo a ser humano, y porque no hay una opción conocida que supere en razón a la expuesta.

Colau

(1)
PROGRAMA DE REVISIÓN HISTÓRICA DE LA CIA. DESCATALOGADO  22 SEPT 93 (SÓLO PARA USO OFICIAL)
Título: Naturaleza, fuente y comportamiento de una característica humana vulnerable a la explotación de la inteligencia.
Subtítulo: Olor humano y su detección
Autor: Spencer Trebrich
Documento Histórico
Publicado con autorización: May 08, 2007
Última Actualización: Jul 01, 2008
Traducción: Ramon Pampin y Ana Escribano

(2)
Embriología Médica” José Hib, páginas 14 a 82. Editorial Interamericana. Hill – Hill. Sexta edición.


martes, 18 de marzo de 2014

De la estupidez al humanismo



De la estupidez al humanismo

            El historiador económico italiano Carlo M. Cipolla estableció ciertas leyes sobre la estupidez humana, que consideró tanto fundamentales como universales. Voy a aprovecharme de algunas de ellas para introducir este post a la realidad que quiero dejar patente.
            En su primera ley fundamental, Cipolla determina que “siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”. Por supuesto, este mundo está lleno de estúpidos, pero, en cualquier caso, son los otros. Aunque nos incluyamos en el lote, lo hacemos por una falsa modestia detestable y una retórica demasiado evidente: el mundo está lleno de estúpidos y yo los tengo que soportar todos los días. Apunto aquí el primer error que solemos cometer, aunque no es de extrañar dado el elevado amor propio que los libros de autoayuda nos conminan a tener. “¡Sé tú mismo!”, o sea, estúpido for ever.
            La segunda ley es, ¿cómo diría yo? Democrática, sin prejuicios: igualitaria. Dice algo como que: “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. Su claridad es de aura divina. Explica, Cipolla, que en un estudio realizado en cierta universidad, se diferenciaron varios grupos, a saber: personal de limpieza, bedeles, personal administrativo, estudiantes y catedráticos. Pues en cada uno de esos grupos el coeficiente de estupidez resultó ser, lo   que se podría decir: idéntico. Podemos concluir, entonces, que la estupidez no es una cuestión de cultura, ni siquiera de conocimientos ni de estatus social  o económico, sino que arraiga en todos los estamentos humanos por igual, lo que significa que me afecta en la misma medida a mí que a vosotros.
            La tercera ley fundamental, y ahí empezamos a discrepar, no por desacuerdo total sino por cierta falta de claridad, dice que: “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. De cada vez son más las personas que causan daño gratuitamente. Puede que, en muchos casos, los que más daño nos causemos seamos nosotros mismos y, obviamente, no obtenemos ningún beneficio de ello, sino más bien todo lo contrario. A las personas que hacen daño a sus semejantes y además se benefician de ello, Cipolla les llama “malvados”, también conocidos aquí como HDP.
            Lo que conviene dejar claro es la característica privativa de estos elementos, y es que ni los estúpidos ni los malvados lo son siempre, es decir, a tiempo completo. Si preguntamos al portero de la finca o a la dependienta de la panadería la opinión sobre una encarnación dañina nos dirá que parece una persona completamente normal, algo así como nosotros. Porque nosotros, desgraciadamente somos normales, no nos salimos, cuando menos en apariencia, de la línea que la sociedad políticamente correcta espera de nosotros, es decir, no causamos molestia alguna al sistema establecido del tener en contra de la inconveniencia del ser.
            En las reflexiones de Cipolla deducimos que uno puede ser un excelente padre o madre de familia, puede ser un físico eminente y un investigador eximio, una persona de firme moral y preocupación mística sobre su vida póstuma, pero que entre semana dirige un campo de concentración nazi, o un banco o una caja de ahorros (p. e. en España a principios del siglo XXI). Los primeros hicieron gala de una estupidez suprema, los segundos de un malvado cinismo. Cipolla argumenta que los estúpidos son mucho más peligrosos que los malvados, puesto que una persona inteligente puede entender la lógica de un malvado ya que este sigue un modelo de racionalidad, mientras que con el estúpido esto es absolutamente imposible, pues no existe modo racional de prever si, cuándo, cómo y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Pero se olvida de una circunstancia fundamental y es que el estúpido actúa solo, por cuenta propia u obedece órdenes, en ambos casos sin saber ni interesarse por el porqué de la acción, ni razonar sus tropelías. Esto lo convierte en menos peligroso que al malvado que también puede actuar solo, pero con toda seguridad a la sombra de un ente u organización que le darán, incluso desde la ignorancia, el soporte necesario para  sus desafueros, lo que refuerza su peligrosidad en la proporción en que es capaz de conseguir el soporte y las adesiones necesarias.
           
            Vamos ahora a profundizar en la parte que nos deja incompleta el profesor Cipolla, y no es otra cosa que el daño que nos causamos nosotros mismos instigados por un sistema social que hemos adoptado como “único” o “el mejor”, y no es más que el producto de un ideal surgido de la Revolución Industrial pero asumido y transformado por la peor calaña inoculadora de quimeras. Nos han vendido un mundo de utilidades: lo que no es útil es inútil, valga la aliteración. El profesor y filósofo Nuccio Ordine, hoy va de italianos, dice que “se consideran inútiles todos los saberes que no producen beneficios”. En contraposición, considera únicamente útil “todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”. Pero, cómo podemos hacernos mejores si, en realidad, ya nos consideramos insignes ciudadanos: No soy el mejor, pero soy ¡muy bueno!

Vamos a separar culpas. Empecemos con las del sistema.

            No estamos en el mejor de los momentos en el camino hacia la tierra prometida. Los profetas del neoliberalismo, lo de neo es por nuevo, pero el liberalismo existe desde que Locke, en el siglo XVII, estableció los fundamentos intelectuales del liberalismo moderno. Dice Ordine: “El fármaco de la dura austeridad (en los países del sur europeo de la segunda década del siglo XXI, o sea, hoy) –la aclaración es mía–, en vez de sanar al enfermo lo está debilitando aún más de manera inexorable. Sin preguntarse por qué razón las empresas y los estados han contraído tales deudas –¡el rigor, extrañamente, no hace mella en la rampante corrupción ni en las fabulosas retribuciones de ex políticos, ejecutivos, banqueros y súper consejeros!– (algunos estúpidos, otros malvados delincuentes y la mayoría ambas cosas), los múltiples responsables de esta deriva recesiva no sienten turbación alguna por el hecho de que quienes paguen sean sobre todo la clase media y los más débiles, millones de inocentes seres humanos desposeídos de su dignidad”. Ahí me da morbo preguntarme: ¿Inocentes seres humanos? Veremos. Sabemos que, durante décadas, muchas empresas se han aprovechado de la privatización de los beneficios y de la socialización de sus pérdidas, que despiden a los trabajadores, “mientras los gobiernos suprimen los empleos, la enseñanza, la asistencia social a los discapacitados y la sanidad pública [...] el derecho a tener derechos queda sometido a la hegemonía del mercado, con el riesgo progresivo de eliminar cualquier forma de respeto por la persona. Transformando a los hombres en mercancías y dinero, este perverso mecanismo económico ha dado vida a un monstruo, sin patria y sin piedad, que acabará negando también a las futuras generaciones todo forma de esperanza”.
            Sentencia finalmente Ordine: “En el universo del utilitarismo un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Por el error de cálculo de los pensadores de la Revolución Industrial que creían que la máquina les proporcionaría el tiempo para disfrutar de una vida más plena, capaz de desarrollar las facultades y capacidades innatas de todo ser humano: el pensamiento creativo, el amor y el arte. Pero se equivocaron. La máquina, en lugar de servir a los fines del hombre se convirtió en su dueña: cosificó al hombre. “Las cosas llevan las riendas y cabalgan sobre la humanidad” dijo el escritor y filósofo estadounidense Ralph W. Emerson presintiendo lo que iba a ocurrir. Desde entonces el ser humano se ha convertido en cosa, pero con distintas naturalezas. El progreso técnico ha eliminado las normas en las que había creído el ser humano durante miles de años: “debemos hacer lo que es verdadero, bello y conducente al desarrollo del espíritu humano” decía el psicólogo y filósofo humanista Erich Fromm que además se preguntaba: “¿Qué ha sido del hombre? Totalmente ocupado en producir, vender y consumir cosas, el hombre mismo se va convirtiendo en cosa. Está convirtiéndose en un consumidor absoluto, dedicado a tragarlo todo pasivamente, sea el tabaco, la bebida el cine y la televisión, e incluso libros y conferencias. Se siente angustiado porque no ve un sentido verdadero a su vida, a parte del de ganarse el sustento. Se aburre, y vence su aburrimiento con consumo […] Tiene su pensamiento divorciado de los sentimientos, la verdad de la pasión, y la cabeza del corazón. Las ideas no lo atraen, porque piensa más de acuerdo con cálculos y probabilidades que conforme a convicciones y adhesiones.”
            Carl Marx es claro en sus manuscritos al afirmar que cuanto más aumentan las necesidades del hombre, tanto más dependiente se hace éste. Pero dependiente ¿de quién? “En primer lugar, de quienes crean esas necesidades, que, por su capacidad de vender las correspondientes satisfacciones, hacen que otros dependan de ellos. Segundo, porque, cuanto más aumentan las necesidades y las satisfacciones, tanto más se empobrece el hombre como hombre y tanto más llega a depender de la satisfacción de apetitos depravados, inhumanos e imaginarios, hasta que finalmente el hombre se convierte en una “mercancía automática”

            El mensaje del Proceso de Bolonia es claro: universidades privadas, planes de estudio específicos para formar científicos y gestores empresariales, unos para que creen productos que las empresas puedan patentar y enriquecerse, y los otros para gestionar estas empresas. Pero, sobre todo, reduciendo, hasta darles un valor residual, las materias humanísticas: ¿Qué beneficio puede sacar una empresa de un filósofo? Es que además, a las empresas no les interesa que haya estudiosos de la utilidad de lo inútil, entre otras cosas porque necesitan a gente preparada en hacer posible lo técnicamente posible, que se gane la vida en las empresas del sistema de consumo, que remunerarán convenientemente para que todo ello se reinvierta inmediatamente en consumo de productos del sistema y, si se desea (es difícil resistirse a ello), acceder a hipotecas, préstamos, financiaciones, tarjetas de clientes preferentes, clientes VIP, pagos en doce meses, y toda treta infame para quedar “fidelizado”, es decir, cogido por las gónadas durante toda la vida en este bonito mundo de necesidades, caprichos y deseos que, parece mentira, hayamos podido estar 30000 años si ellos, y ahora sean vitales para la subsistencia. “Los ídolos de hoy son los objetos de una codicia que se cultiva constantemente: la codicia del dinero, poder, lujuria, fama, comida y bebida. El hombre adora los medios y los fines de esta codicia: la producción, el consumo, el poderío militar, la industria y el estado. Cuanto más fuertes hace sus ídolos, tanto más se empobrece él, tanto más vacío se siente. En vez de gozo, busca agitación; en vez de amar la vida, ama un mundo mecanizado de aparatos; en vez de su propio desarrollo, busca riquezas; en vez de querer ser, su interés está en tener y consumir.” (Erich Fromm. El humanismo como utopía real)
            Dentro del engranaje perfecto de esta sociedad cosificada, no tienen otra cabida más que los estúpidos y los malvados que manejan los resortes del resto de humanos libres: los incautos, librepensadores y humanistas, con sus momentos de estupidez e indistinto nivel de inteligencia.

            ¿Por qué he puesto en duda la inocencia del ser humano en general y, sin ir más lejos, la nuestra en particular? Por la simple razón existencialista de que somos lo que nos hemos hecho. Tenemos y hemos tenido siempre libertad para elegir nuestro camino, nuestra profesión, nuestras aficiones, nuestro autoconocimiento, nuestros valores, nuestra moral y nuestra ética. Si estamos inmersos en una dinámica de sinrazón es porque así lo hemos decidido (quizás persuadidos por los cantos de sirena). Del mismo modo que si queremos dejar de ser, según Marx, “mercancía automática” y convertirnos en plenamente humanos, deberemos reducir a la satisfacción de las necesidades vitales el producto del esfuerzo en nuestro trabajo, tendremos que superar el egoísmo, relacionarnos desinteresadamente con los demás, lograr plena independencia de todo el poder exterior y ser muy ricos por ser mucho, no por tener mucho. Todo está en nuestra mano.
           
Sabemos que formamos parte de la media de estúpidos y malvados, pero también de la media de incautos, librepensadores y humanistas. Si somos capaces de que los deseos de consumo se asemejen a unas necesidades básicas actualizadas, y la profundización humana se convierta en un llamamiento a uno mismo, no solo a pensar de otra manera y a obrar de otra manera, sino también a ser de otra manera, la población estúpida y malvada decrecerá en la misma proporción en que la vida se humanice.

Colau

miércoles, 5 de marzo de 2014

Es nostro idioma



Es nostro idioma

Cuántas veces no habremos oído los tópicos: “el tema del idioma está completamente politizado” o “a mí no me interesa, es un tema político”. Bien, pues yo diría que precisamente por eso, por ser un tema social y cultural, por lo tanto político, nos interesa. Hay que politizar todo lo que nos afecta en tanto que miembros de una polis, y en todo lo posible y cuanto más mejor. Es decir, ha de procurarse que todo lo tocante a nuestra libertad e igualdad públicas, que todo lo que pueda contribuir a depurar la vida colectiva pase por el examen del mayor número de ciudadanos, se debata entre ellos y se decida públicamente acerca de su conveniencia. Somos seres tanto más libres cuanto más politizados. El idioma es un tema político, por eso nos interesa a todos. No podemos descargar nuestras responsabilidades sobre los demás y quedar nosotros al margen. Pero, sobre todo, no podemos quedarnos al margen del tema lingüístico para a continuación criticar lo acordado y dispuesto con la pasividad que nos caracteriza. Tampoco es de recibo opinar de “oído”, sin documentarse, o por cuestiones puramente ideológicas, de simpatía o de encono hacia otros ciudadanos, ideas o provincias. Mucho se ha escrito sobre el català, el mallorquí, el valencià, el menorquí, el eivissenc y el formentarenc, incluso alguien apuntará que el “sargantarenc” de Sa Dragonera es un idioma. Las palabras de Aurelio Arteta aportan la solución:

 “¿Que la tabarra de marras sólo quiere denunciar las miras partidistas o sectarias, en una palabra, las que subordinan el interés general al particular de un grupo o de un líder? Pues entonces debería decirse, para no confundir ni confundirnos, que ese problema está mal politizado y hay que procurar politizarlo bien”.

Sin lugar a dudas, creo que este es el problema idiomático de nuestra comunidad: el uso partidista que se ha hecho de él y su conversión en verdad absoluta (a favor de unos y otros) para el deleite de fundamentalistas de toda índole.
           
Para los y las que seguís mi blog, voy a intentar poner a vuestra disposición el mínimo de información necesaria para que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones: que arrime o no el ascua a su sardina, pero con conocimiento de causa. No soy filólogo, pero soy el que escribe este blog, por lo tanto, dentro de mis limitaciones y aprovechando los trabajos realizados por otros, intentaré ser riguroso en el fondo e imparcial en los matices.

Creo que es importante tomar consciencia de la procedencia de nuestro idioma, puesto que de ello depende dejar aclaradas muchas cosas. Todos los especialistas –y creo que la mayoría de los mortales, a excepción de algún iluminado– coinciden en que se trata de una lengua romance y que procede del latín. Permitidme que os exponga algunas razones.
No hay que descartar, por supuesto, que los idiomas pre y post románicos dejaran, cada uno de ellos, su propia huella: el fenicio, el griego, el íbero, el púnico (o cartaginés), el vándalo, el gótico (o visigodo), el bizantino, el árabe, el mozárabe, el hebreo…, tanto en la costa mediterránea como en les illes. Pero fue el latín, una lengua culta, literaria a la vez que popular, la que irremisiblemente se imponía donde llegaba. ¿Hay que descartar entonces un català anterior al latín? Por supuesto que sí. Lo que no hay que obviar son las aportaciones de vocablos y topónimos arcaicos sobre la nueva lengua llegada de Roma. A Mallorca, Quintus Caecilius Metellus, se trajo cerca de 3000 colonos entre romanos e íberos para poblar  las dos nuevas ciudades fundadas (Palma y Pollentia). Esto sucedía en Mallorca el año 121 a. C. Pero en la península ibérica, más concretamente en Ampurias (comarca gerundense del Alto Ampurdán), habían desembarcado el 218 a. C., es decir, que ya llevaban casi cien años mal hablando un latín eminentemente popular. De la lengua ibérica importada por parte de los colonos llegados con Caecilius Metellus, procedentes de la zona mediterránea de la península ya colonizada, han llegado a nuestros días palabras (de raíz íbera), primero a través del latín hablado y finalmente a través de nuestro idioma, tan comunes como: esquerra, estalviar, paparra, sargantana, pissarra, bassa, marrà, artiga, sarna… Son palabras vivas en nuestro idioma desde hace un par de miles de años.

Parece ser que la zona mediterránea tenía un contacto más fluido con Roma, no en balde la gran Vía Augusta que salía de Roma, cruzaba el sur de la Galia y se adentraba en Hispania a través del pirineo oriental; siempre bordeando la costa mediterránea llegaba hasta la tierra de los deitanos, tribu ibérica que ocupaba la zona de lo que hoy sería la región murciana. Las zonas alejadas de esta gran vía de tránsito eran de más difícil acceso –zonas interiores y occidentales de Hispania–, y siempre tardaban más en incorporar las innovaciones, lo que les hacía mantener, en algunos casos, formas más antiguas de lenguaje.
Constatemos con ejemplos la incidencia que tuvo en el lenguaje estar en las zonas más cercanas o de comunicación más fluida con Roma, o en zonas mucho más apartadas:


También una misma palabra podía tomar diferentes derroteros según se convirtiera en romance castellano o català. Por ejemplo:

·       La e breve latina se convierte en el diptongo ie en castellano, mientras que en català se ha mantenido la e.
·    La o breve latina que se convierte en el diptongo ue en castellano, mientras que en català se ha mantenido la o.
·     Palabras que en latín terminan en vocal átona, en castellano se mantiene la vocal, mientras que en català desaparece.
·         La conversión del grupo latín ct en ch en castellano y en t en català.
·         La conservación de la l inicial latina en castellano y su conversión en ll en català
·         etc.





No me extenderé más en este aspecto. Pero creo que queda claro que tanto el castellano  como nuestro idioma vienen del latín, en ocasiones de uno más antiguo, en otras de otro más evolucionado, y en la mayoría de casos, por derivación de las mismas palabras. Si estamos de acuerdo, sigamos.
En el siglo X el latín ya se había convertido completamente en català, en lo que a la península se refiere. Se había convertido en català en la boca del pueblo, pero todavía no en sus escritos. En Mallorca, mientras tanto, también iba evolucionando el latín llegado con Caecilius Metellus. Trecientos años más tarde Mallorca fue saqueada por los vándalos que mantuvieron la hegemonía de la isla, lengua inclusive –lengua germánica emparentada con el idioma gótico de los visigodos–, durante ciento diez años (palabras como estona, fang, amanir, blau, blat, bugada, ganivet, lleig, pota, esquena, guaitar, gaire, guarnir, coca, llesca, taca, gratar, etc., son palabras germánicas que arraigaron en nuestro idioma). Hasta que el famoso general Flavio Belisario, por orden del todopoderoso rey de Bizancio, Justiniano I, en el año 534, les pusieran de patitas en el mar. Por supuesto los bizantinos no hablaban latín, ni gótico, sino griego que, a partir de este momento, también tuvo su sitio en sa roqueta. Cerca de doscientos años más tarde empezaron los acosos musulmanes, hasta que finalmente, entre 903 y 1229 Mallorca estuvo en manos del Califato Omeya a manos del Emir de Córdoba, posteriormente pasó al emirato de Denia hasta que se convirtió en un emirato independiente primando, durante más de trecientos años, el árabe sobre el latín vulgar (protoromance) y demás lenguas heredadas.
La ocupación árabe de la península dejó claramente su influencia en el català continental, palabras como: albercoc, albergínia, arròs, espinac, safrà, taronja, llimona, safareig, sínia, sèquia, rambla, raval, rafal, rajola, sanefa, golfes, racó, setrill, tassa, gerra, arracades, escabetx, tabac, massapà, xarop, flassada, llebeig, xaloc…, dan muestra de ello.

Rondando el siglo XIII, en la Península Ibérica o “continente” o, más concretamente, en lo que se ha venido en llamar “Catalunya Vella” existían, a grandes rasgos, tres dialectos del català: el septentrional, hablado en la zona del Rosselló; el oriental, que se hablaba en Osona, Girona y Barcelona; y el occidental, centrado entre Urgell, Pallars i Ribagorça. Cada uno de ellos con sus peculiaridades respecto de los otros dos. Si nos centramos en el oriental –por intereses que veremos seguidamente–, notaremos algunas diferencias que seguro que nos suenan. Por ejemplo:

·         Neutralización de las vocales a y e en posición átona, siendo sustituidas por una vocal neutra: para, casa, taulas en lugar de pare, case, taules.
·         Pronunciación como u de oes no acentuadas: purtal en lugar de portal. Se adoptaría, sobre todo, en Sóller, Menorca y Pitiüses.
·         No pronunciación de la i en el grupo ix: Caixa.
·         Desinencias del presente de indicativo en –Ø, -i o –u: cant, canti, canto. En les illes arraigó la primera desinencia, es decir, la que elimina la terminación vocal del presente de indicativo: cant, estim, camin, escolt

La conquista de Baleares obedecía a una serie de intereses económicos y estratégicos muy claros: nido de piratas sarracenos, constituía un serio inconveniente para la navegación comercial de Catalunya, Génova y Pisa; es por ello que, después de una conquista efímera el siglo XII –en la cual ayudaron genoveses y pisanos–, se emprendió la conquista definitiva de les illes y su incorporación a la Corona de Aragón (Mallorca, Jaime I, en 1229; Eivissa, por orden de Jaime I y materializada por Arzobispo de Tarragona, el Conde del Rossellón y conde de Urgell en1235 –repoblada por campesinos del Ampurdà–, Menorca, Alfonso III, 1287 –repoblada por catalanes, aunque quedó una abundante población musulmana–). Las casas y las tierras fueron repartidas entre los catalanes, aragoneses y occitanos que acudieron.
            La población de les illes quedó constituida mayoritariamente por catalanes procedentes de la Catalunya oriental, tanto en la primera colonización inmediata a la conquista, como después con las sucesivas afluencias de colonos, especialmente con ocasión de la despoblación causada por la peste (un ligero brote en 1230 y la gran devastación de 1348, pasando de una población en 1343 de más de 11000 habitantes, en la isla de Mallorca, a los escasos 9000 de 1349). Todo esto tuvo una gran importancia de cara a la formación del català propio de les illes, y de cara a su particularización lingüística en general.
           
Se nota incluso alguna influencia occitana en la desaparición de la s entre vocales, en muchos casos (camisa se convierte en camia, rosegar en roegar…). En cambio, otras características que evolucionaron en el català oriental se mantuvieron inalteradas en les illes, incluso hasta nuestros días. Así, mantenemos la vocal neutra en palabras como francés, que en català oriental es hoy una e abierta; la diferencia entre poll (pollastre) y poi (insecte paràsit), que en el norte de la Catalunya oriental todavía se mantiene en zonas rurales; la plena vigencia en les illes del artículo “salat” (es pa, sa cadira), es hoy solo una reliquia  en algunos lugares de la Costa Brava (recordemos que el artículo “salat” fue el primer artículo català, como lo demuestran documentos del s. XII. Aunque en este mismo siglo ya empezaba a sustituirse por los artículos “literaris”); la distinción entre la b y la v, mantenida en Catalunya solamente en una parte del campo de Tarragona, se mantiene intacta en Baleares… Todas estas diferencias son propias del aislamiento geográfico, propicio en todas las lenguas para la conservación de formas antiguas que no han seguido la evolución general, lo que le da a les illes un català diferenciado y eminentemente rico.

La necesidad del uso escrito de la lengua popular fue penetrando en las costumbres de la época. Necesidad que se manifiesta abiertamente en el siglo XIII y comienzos del XIV, en el que surge con fuerza la literatura en lengua catalana. La aparición de Ramon Llull, mallorquín hijo de barceloneses, marca la entrada del català por la puerta grande de la literatura: no solamente utiliza el català en la prosa literaria, sino en los tratados de filosofía, hecho insólito en su momento incluso en siglos siguientes donde el latín era considerada la lengua más apta para expresar los conceptos filosóficos y teológicos.
            La Cancelleria Reial (organismo administrativo de la Corona de Aragón, creada en el siglo XIII, cuyo primer canceller fue el obispo de Barcelona Berenguer de Palou) tiene una importancia enorme en la historia de la lengua catalana, ya que los funcionarios que en ella trabajaban hicieron, en la práctica, una función semejante a la que hoy ejerce la Acadèmia de la Llengua. Todos ellos dominaban el latín, lo que influyó favorablemente a dar al català una gran riqueza y flexibilidad expresiva: la estructura de la frase latina ayudó a formar la estructura de la frase catalana naciente. Con el mismo català unificado de la Cancelleria, y desde el siglo XIII, se escribe toda la documentación de la Generalitat de Catalunya, de la Generalitat de València, del Gran i General Consell de Mallorca y la de todos los municipios y notarios. El català escrito aparece, durante toda esa época, con poquísimas diferencias en todos los territorios que conforman la unidad de la lengua catalana.

La excepción, dentro de este panorama, la constituye la poesía. Durante todo el siglo XII y XIII, la poesía se escribe en lengua occitana (provenzal). Se trata de una producción culta, que se cultiva en los círculos aristocráticos. Esta poesía va quedando en segundo plano durante el siglo XIV, en la misma medida en que también va quedando la aristocracia. Ausiàs Marc, el gran poeta valenciano del siglo XV, será el que desplazará definitivamente el provenzal y utilizará exclusivamente el català en su producción.
            A medida que va subiendo con fuerza una burguesía mercantil, la literatura deja de ser un exponente de la cultura clerical, que se expresaba en latín, recoge los temas que interesan a los estamentos burgueses y populares y se expresa, cada vez más mayoritariamente,  en la lengua nacional. La poesía en lengua occitana no es más que un reducto sofisticado, que no impide, por otra parte, que en los ambientes cortesanos se utilice el català para las otras manifestaciones: los parlamentos en les Corts, les cròniques, el compendio de leyes como els Usatges, el Consolat de mar, els Furs
            La literatura de creación aparece en todo el universo de habla catalana; así, los mallorquines Ramon Llull y Anselm Turmeda, los catalanes Ramon Muntaner, Francesc Eiximenis y Bernat Metge, los valencianos Arnau Vilanova, Jaume Roig y Joanot Martorell. Se  dirigen al gran público, tocando una diversidad de géneros cada vez más amplia, desde novelas menores hasta la gran novela Tirant lo Blanc de Joanot Martorell, o la obra satírica en verso Espill o Llibre de les dones de Jaume Roig.
            La lengua catalana literaria, nace, se desarrolla y se perfecciona a través de la prosa, al contrario de todas las otras lenguas románicas: occitano, castellano, gallego, francés e italiano, que se forman primero como lenguas poéticas. Y también es, por otra parte, la de más sabor popular.
           
            El català ha sido perseguido desde la Guerra de Sucesión Española, por mucho que algunos lo nieguen en sus escritos y falseen la historia a su antojo.
Al finalizar la Guerra el rey borbón Felipe V, utilizando plenamente los derechos de conquista, abolió los fueros y privilegios de los que gozaban todos los reinos y condados que formaban la Corona de Aragón e impuso las leyes de Castilla, lo cual supone la eliminación de todas las instituciones propias de gobierno.
            La imposición lingüística va al lado de la imposición del centralismo estatal. El castellano suplantó al català –e incluso al latín– como lengua oficial de todo tipo de actos y documentos: tribunales, escuelas e iglesias. Así lo dispuso Felipe V en instrucciones dirigidas a los corregidores de Catalunya y Mallorca: 

“[…] se procure mañosamente ir introduciendo la lengua castellana en aquellos pueblos […] Pondrá el corregidor el mayor cuidado en introducir la lengua castellana, a cuyo fin dará las providencias más templadas y disimuladas, para que se note el efecto, sin que se note el cuidado.”
Asimismo, los consejeros del rey establecieron:
 “Que en las escuelas de primeras letras y de gramática no se permitan libros en lengua catalana, escribir ni hablar en ella dentro de las escuelas y que la Doctrina cristiana sea y la aprendan en castellano.”

            Durante todo el siglo XVIII y la primera mitad del XIX, la lengua catalana sufre un proceso creciente de pérdida de posiciones oficiales, aunque continúe siendo patrimonio vivo de todo un pueblo, de un pueblo que no comprende las erudiciones  de los sabios ilustrados de la época y que crea en català una abundante y rica literatura popular: rondalles, cançons, versos, dites, sainets, romanços, nadales…
            En Catalunya y  en Mallorca, sobre todo, la lengua es utilizada todavía en los tribunales y en la enseñanza en las zonas rurales, y no es hasta 1858, con Isabel II, que el català es abolido totalmente de la enseñanza de las primeras letras.
            La isla de Menorca fue la excepción, puesto que el dominio inglés mantuvo el uso oficial del català, lo que permitió la conservación de la lengua en todos los campos; y fue en Menorca donde encontramos los únicos ejemplos de poesía y teatro culto de la época. Así mismo, el català de la isla recibe la influencia del inglés, del cual incorpora multitud de palabras que hoy en día forman parte del léxico menorquín.

Después del somero repaso a la historia quiero, en palabras de Mosen Antoni M. Alcover, poner nombre a nuestro idioma, el que hablamos a ses Illes, en Catalunya, València, Rosselló y Alger.
En las páginas 35-37 del Bolletí del Diccionari de la Llengua Catalana (febrero de 1902), publicado por Alcover, argumenta éste el bautizo del Diccionari con el nombre de Diccionari català (sabemos que más adelante le cambiará el nombre, pero ya veremos porqué). El recopilador y transcriptor de las Rondalles Mallorquines den Jordi des Racó, paradigma del lenguaje popular de Mallorca, se expresa con estas palabras en referencia al nombre del idioma:

“[…] El diccionario que queremos hacer es de la lengua que se habla en Catalunya, Rosselló, Illes Balears y regne de València. ¿La lengua que se habla en estos territorios, es o no la misma? Si me decís que no, no hablemos más; no es para vosotros que hacemos este Bolletí. No queremos perder el tiempo discutiendo con gente que niega la evidencia. Ahora bien, si reconocéis que es la misma lengua, habréis de convenir que no procede llamarle llemosina ni mallorquina, sino catalana.
[…] Pero, ¿por qué debemos llamarla catalana? Porque comienza a hablarse en Catalunya, de Catalunya se extendió a las Balears y a los reinos de Valènica y Murcia y a las otras regiones dondequiera que se haya hablado; y la Catalunya española y la Catalunya francesa son todavía hoy el territorio más grande que la habla. ¿Dónde estaba el mallorquí y el valencià antes de conquistar el gran Rei En Jaume Mallorca y València? […] Cuando nos saquen documentos auténticos y fehacientes, donde conste que hablábamos la misma lengua en que están escritos los documentos inmediatamente posteriores a la conquista de las dos regiones y que se conservan en los archivos de las mismas; hasta que nos presenten pruebas y argumentos de esa naturaleza, y no puras suposiciones y afirmaciones gratuitas y arbitrarias, como hasta la fecha, seguiremos profesando como cosa evidente que Mallorca y València recibieron su lengua de Catalunya, y por consiguiente, el mallorquí no es más que el català que se habla en Mallorca y el valencià el que se habla en València; en uno y otro lugar, eso sí, con algunas variedades dialectales, que les dan una fisonomía especial, sobre todo en la parte fonética, constituyendo el mallorquí y el valencià, como el rossellonès y el català oriental y el occidental, otras tantas variedades de la única y misma lengua, que por las razones apuntadas denominamos catalana; variedades que no alteran ni deshacen la unidad de dicha lengua, como no alteraban ni deshacían la de la gloriosísima lengua griega los cuatro dialectos que la constituyen.
Con estas breves indicaciones creemos que quedan chafados y hechos polvo los escrúpulos de mallorquines y valencianos sobre el nombre de llengua catalana.”


Manresa, Sureda, Balaguer, Reus, Berga, Bagur, Alcover, Calafell, Terrasa, Vich, Vallespir, Martorell, Blanes, Ripoll, Rubí, Cardona, Valls, Canet, Corbera, Perpinyà, Prats, Berga, Servera (Balutxo, aportación al poema “Forans i ciutadans” de Guillem d’Efak), todos ellos apellidos mallorquines y menorquines sin lugar a dudas. Bien, pues todos estos apellidos tan conocidos, son nombres de pueblos catalanes ya existentes antes de la conquista de Mallorca. Una prueba evidente de la procedencia de algunos colonizadores de  les Illes tras la conquista de Jaime I.

En 1919, Antoni M. Alcover publicó para el II Congreso de Historia de la Corona de Aragón: Los mozárabes baleares. Donde deja establecido que antes de la conquista de Jaime I había desaparecido con la arabización la anterior lengua románica de les illes, de manera que ésta no era el origen del català de les Balears, el cual solamente pudo ser importado.

Dos naciones divididas por un idioma común”, fue como el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw  describió la relación entre Gran Bretaña y EE.UU. Del mismo modo podríamos calificar la existente entre València, Catalunya y les Illes: “tres naciones divididas por un idioma común”, y nunca mejor dicho lo de divididas. Algunos estarían dispuestos a no volver a probar el cava en el caso de que Catalunya se independizara (e incluso sin independizarse). Mientras que otros isleños no dudarían en pedir asilo político en Catalunya o la nacionalidad catalana. El propio idioma inglés tiene tantos dialectos como países lo hablan, además de todos los subdialectos más localistas. El español tiene veintiún dialectos oficiales, tantos como países lo tienen como idioma oficial. Pero imaginaos la cantidad de variedades que tendrá cada uno de esos países y, en todos los casos, le llamamos español (o castellano). Exactamente lo mismo ocurre con el català, que tiene también veintiún dialectos o variedades lingüísticas repartidas por todo su territorio y, a pesar de ello, a todas esas variedades les llamamos català. ¿Significa esto que no podemos decir mallorquí o menorquí o eivissenc? Pues claro que sí. Podemos decir que hablamos mallorquí de la misma manera que un estadounidense puede decir que habla el americano, que el de Austria habla el austriaco y el de Australia el australiano.
Pero qué ocurre cuando existe la necesidad de comunicación entre los habitantes de todos los territorios con sus singularidades, pues que hay que establecer una herramienta que (con ciertas connotaciones aprensivas) llamamos normalización. Que no es más que establecer unas normas para que cuando nos dirijamos a todos los angloparlantes, hispanoparlantes o catalanoparlantes, seamos capaces de darnos a entender sea de la zona o país que sea el interlocutor. Qué la lengua normalizada se parece más a la de una zona que a la de otra, es posible. Los mallorquines nos hemos creído históricamente que somos de los que mejor hablamos el castellano, sea o no cierto, pero lo que sí es evidente es que hablamos el castellano normalizado y cuando un mallorquín habla castellano, se le entiende en todas las zonas de habla hispana, aunque se denote un cierto acento “polaco”. El català que oímos en televisiones y radios, y leemos en periódicos, es un català normalizado para que pueda ser entendido por el mayor número de ciudadanos de habla catalana (que incluye, por supuesto, todas sus variedades).
 Pero, de donde viene esta tripolaridad catalana, valenciana y mallorquina ¿Es cosa de las dos Españas? No en el sentido político de izquierdas y derechas, sí en el político de centralismo y nacionalismo (recordemos: el centralismo también es un nacionalismo). Veamos de qué polvos hemos llegado a estos lodos.

Hay un hecho evidente a lo largo de toda la edad media, y es la denominación català para indicar la lengua y la nación, referida a todos los Països Catalans, tanto a Catalunya, como València, Mallorca y el Rosselló. Esta apreciación era tanto interna como vista desde fuera: “Valga’m Déu! L’Església a mans dels catalans” exclamaron en Roma cuando el valenciano Roderic de Borja fue elegido papa en 1492. (El famoso papa “Borgia”, padre de César y de Lucrecia Borja.)

“La llengua de Catalunya la tenim, encara que per lo veïnat de Castella s’es molt trastornada”, dice el caballero valenciano Cristòfor Despuig, el de los Col·loquis de Tortosa; y a esto cabe añadirle las discrepancias ortográficas producidas por los cambios fonéticos, sobre todo en la Catalunya oriental y en les illes Baleares.
Todo esto aparece claramente en las chovinistas declaraciones del valenciano Marc Antoni Orellana, en su esfuerzo por subrayar las diferencias regionales del català, y para destacar la mejor calidad del “valencià” respecto del “català” y del “mallorquí”, y como a su entender , se trata de un nuevo idioma:

 “Oyendo hablar a los catalanes, mallorquines y valencianos, es muy fácil distinguir  éstos de los otros, porque hablar valenciano tiene la articulación suave y clara…; lo que el habla catalana y mallorquina es violenta, fuerte, áspera y rasgada”. “Los valencianos, por más remotos de la cuna y origen de dicho idioma (català), y por la poca comunicación con les illes de Mallorca…, fueron dexando muchas voces del rigoroso lemosín, y mixturándose su idioma con nuevos términos y nombres, algunos castellanos, y otros italianos… vino a formarse un nuevo idioma llamado Lengua valenciana.”
           
            Las clases dirigentes del País Valencià querían y necesitaban marcar diferencias respecto del resto de países de habla catalana, y más lo hacían cuanto más castellanizados estaban, tal como pasa en la actualidad. Pero lo que en términos sociales, económicos y políticos respondía a ciertos hechos diferenciales, fruto de una evolución particular, en el terreno lingüístico era y es una pura falacia. Incluso en el terreno del lenguaje popular, tan dialectizado, no encontramos ninguna raíz de peso, sino para afirmar la unidad de la lengua catalana. Y todavía diría más: en el lenguaje popular de Catalunya, del País Valencià, de les Illes, encontramos también unas coincidencias tan grandes en los mismos dialectismos, en las expresiones y maneras de hablar el idioma vivo, que no hacen sino confirmar esta unidad.
                       
En les Illes, a principios del siglo XX, se producía, en palabras de Josep Melià, la “presa de consciencia del sentiment anticatalà per part del partits polítics sucursalistes i els polítics de l’oligartquia insular”, la cual se opuso a la proclamación como hijo ilustre de Mallorca, en 1900, del intelectual balear que más firmemente había proclamado la unidad del idioma  e incluso del territorio, y primer editor moderno de Ramon Llull en català: Jeroni Rosselló. Y este rechazo se correspondía con el aumento del uso del castellano sobre todo por parte de jóvenes mujeres de clase media como señal de distinción social, para lo cual el poeta Joan Alcover acuñó en su momento el término “expatriació suïcida”.
No obstante, en el ámbito institucional, en 1901 el Ayuntamiento de Palma proclamó en sesión plenaria el derecho de los concejales a utilizar la “llengua de Mallorca” en sus intervenciones. Mientras, las relaciones socioeconómicas con Catalunya aumentaron sensiblemente. Así, en diciembre de 1903, se celebró una asamblea de sociedades económicas de Catalunya y Mallorca y el català fue la lengua de las sesiones y del discurso del alcalde de Palma.
Entre 1903 y 1917, la parte de la población insular más afectada por la ideología españolista se identificó con el político conservador Antonio Maura y Montaner (Palma, 1853-1925), que ocupó en distintas ocasiones el cargo de presidente del Gobierno español. De esta manera, el maurismo consiguió neutralizar los esfuerzos de los primeros nacionalistas mallorquines. En esa época, Antòni M. Alcover reestableció el uso del català –vetado en 1713– en el sermón de la fiesta de l’Estandart, y por ello fue criticado por unos y aplaudido por otros, tanto en la isla como fuera de ella, donde fue nombrado, como reconocimiento,  mantenidor del Jocs Florals de Barcelona de 1905 (certamen literario que actuaba de promotor y difusor de la lengua catalana).

Una parte importante de los dirigentes del partido liberal dinástico en Baleares parecía que se inclinaba por la autonomía, y los socialistas, republicanos y regionalistas, inspirándose en la Assembea de Parlamentaris reunida en Barcelona el mismo 1917, formaron el Bloc Assembleista, pero este fracasó en las elecciones del mismo año. Apareció entonces la llamada generación de 1917 y empezó la Segona Renaixença mallorquina, siguiendo el ejemplo del movimiento equivalente de Catalunya.
            La generación de 1917 no se basaba en la nacionalidad étnica, sino en la cultura  y la lengua propia como signos de identidad y por eso se creó, como en Catalunya, una infraestructura institucional: La Veu de Mallorca (1917-1919), publicación periódica portavoz del Centro Regionalista, promovida por Lluís Estelrich; Mallorca, revista nacionalista, aunque bilingüe, y liberal, donde participaron Emili Darder, Guillem Roca Waring, Josep Quiñones…; y aquel mismo año se celebró els Jocs Florals de Nostra Parla a Mallorca y en 1919, el centenario del nacimiento de Josep M. Quadrado.

            El año 1919, Antoni M. Alcover cambia el nombre a su Diccionari de la Llengua Catalana y lo convierte en Diccionari Català-Valencià-Balear. El cambio fue mal recibido por la mayoría de catalanes, que interpretaron como una negación de la identidad idiomática de la lengua vernácula de Catalunya, del País Valencià y de les Illes Balears. Por contra, dicho cambio de nombre fue muy bien recibido por los anticatalanistas mallorquines y valencianos y, desde entonces, han puesto gran interés en hacer creer que Mn. Alcover había rectificado su concepto unitario y se había convencido de que català, valencià y balear eran tres idiomas diferentes. Ese mismo año explicó los motivos del cambio de nombre del Diccionari con estas palabras:

            “Mientras haya en Catalunya torra-pipes que mantengan viva la repugnancia que dentro del regne de València y les Balears se experimenta por todas partes a llamarse catalanes […] Conviene que piensen un poco los catalanes sobre todo esto. No conviene que olviden que les falta mucho todavía para tener ganado el corazón y la simpatía de las tierras que hablan su misma lengua […] Que piensen en todo esto, los catalanes de buena voluntad, ¡tantísimos como hay! ¡Se lo pide y se lo ruega aquel que ha demostrado querer a Catalunya! ¡No, no olvidéis nunca, catalanes de buena voluntad, el recelo que contra el nombre de català existe en las tierras que hablan vuestra propia lengua! No hace mucho que un joven seminarista de València, que antaño conquisté para la Obra del Diccionari y que me prometió hacer propaganda entre sus compañeros de seminario, me escribió diciéndome que no había podido persuadir a nadie a buscar palabras para hacer el Diccionari Català, porque decían que ellos no eran catalanes, sino valencianos. Por eso he resuelto que mi Diccionari no se llame solo Català, sino Català-Valencià-Balear. ¿Quizás actualmente haya más sustancia lingüística catalana en Catalunya que en el Regne de València y a las Balears? ¡Qué va a haber! ¡Hay mucha más en el Regne de València  y a les Balears que no en Catalunya! ¡Hay mucha más, solo en Mallorca, que no en toda Catalunya! Por eso,… mi Dicionari debe llamarse Català-Valencià-Balear. Así debe llamarse, porque no quiero que al tenerlo acabado, luego valencians y balears, al oir Diccionari Català, digan: –¿Català? ¡Entonces no es para nosotros! ¡Decídselo a los de Catalunya!”

            En el mismo 1919, el Partit Liberal de Mallorca de Alexandre Rosselló, para contrarrestar la influencia política de Joan March, añadió a su nombre el de “Autonòmic Mallorquí” al mismo tiempo que adoptó teóricamente los principios regionalistas e integró a la mayoría de jóvenes nacionalistas que seguían a Guillem Fortesa.
La planificación de la generación de 1917 tuvo como máximo exponente la fundación, en abril de 1923, de la Associació por la Cultura de Mallorca (ACM), con la intención de ser una plataforma que uniese las diversas tendencias mallorquinistas, base de toda su actividad posterior y la principal en las Balears hasta 1936 que desapareció con la victoria de la insurrección franquista. La Associació se definía con la voluntad de “extender  por todas partes una limpia y verdadera cultura mallorquina" y reunía personas de diferentes partidos políticos.
En 1924, con un artículo de Llorenç Villalonga contra la normalización de la lengua catalana, se inició la campaña que prepararía su prohibición durante cuatro décadas. En 1925 se prohibió la celebración de los Juegos Florales de Mallorca organizados por la ACM, y en 1926 se retiró la subvención oficial al Diccionari de Antoni M. Alcover, y se prohibieron el Orfeó Mallorquí y la Associació d’Exploradors Catòlics Mallorquins, fundada por el bisbe Campins, entre otras medidas españolistas.
A pesar de todo, aquel mismo año 1926 apareció el primer fascículo del Diccionari de la Llengua Catalana, aunque con el nuevo título de Diccionari català-valencià-balear.
Con la Segunda República Española el año 1931 empezó una nueva recuperación, una nueva etapa de la Renaixença, caracterizada por un cierto soporte institucional a la introducción del català en la Administración Local y en la enseñanza, todo ello con la oposición del Gobierno español y una campaña españolista persistente del diario El Día contra las iniciativas de recuperación nacional balear y catalana, en la cual tuvieron un protagonismo importante Llorenç y Miquel Villalonga.
Ese mismo año la Associació per la Cultura de Mallorca (ACM), promovió un régimen de autonomía política para Balears que hiciera oficial la lengua y presentó un anteproyecto de Estatut de les Illes Balears con el beneplácito de les Cambres de Comerç, Industria i Navegació y de la Cambra Agrícola y de representantes de los ayuntamientos.
En cuanto a la enseñanza, la Diputació acordó crear càtedres d’estudis baleàrics en cada isla, y se empezaron a preparar y publicar libros para la enseñanza del català, adaptados a las peculiaridades de les Balears, obra de Andreu Ferrer i Ginard, Jaume Busquets y de Francesc de Borja Moll, todas según las normas del Institut d’Estudis Catalans. La ACM junto con la Diputació Provincial pidieron la aplicación del decreto de bilingüismo de Catalunya en Balears. La Diputación Provincial declaró como oficial la ortografía publicada por la ACM, obra de Jaume Busquets.
Comenzaron a aparecer rótulos en català en los establecimientos comerciales.
Aprobada la Constitución republicana, en el momento de la discusión sobre el Estatut d’Autonomía de Catalunya en el Parlamento español, solamente dos de los siete diputados de Balears votaron a favor del artículo que establecía la cooficialidad lingüística: Alexandre Jaume y Francesc Carreras.
El Ayuntamiento de Palma empezó a vocear los pregones en català y el ministro de la Gobernación ordenó con carácter obligatorio que los funcionarios de los municipios de Balears conociesen perfectamente la lengua de les Illes. En 1933, el Gobierno español todavía no había aprobado que se aplicase el Decreto de bilingüismo en Balears.
En cuanto a la Iglesia, el mismo año, surgieron cambios positivos con el obispo Josep Miralles i Sbert, cuando el sínodo de Mallorca prohibió el uso del catecismo para el aprendizaje del castellano y ordenó su publicación en català.
Para mejorar las relaciones con Catalunya, se fundó Germanor Catalana, una sociedad mutualista y para favorecer el comercio entre Catalunya y les Illes, y los más conocidos patriotas mallorquines y catalanes publicaron el manifiesto “Per l’aproximació catalano-mallorquina. Comitè de relacions entre Catalunya i Mallorca”. Posteriormente, Llorenç Villalonga publicó una antología del anticatalanismo que acabaría provocando la guerra contra la Generalitat y la República.
En 1935 la CEDA, coalición española de partidos de derecha, a través del responsable de su sección mallorquina Lluís Zaforteza i Villalonga, intentó poner fin a la influencia positiva para les Balears del proceso de normalización de Catalunya desde el siglo XIX, presentando a las Cortes españolas un proyecto de ley para segregar les Illes del distrito de la Universitat Autònoma de Catalunya, y Felix Pons i Marquès consiguió de la comisión gestora municipal de Palma la aprobación de una protesta contra la iniciativa de Zaforteza. Pero, finalmente, este consiguió que se acabase con las representaciones de autores catalanes en la radio mallorquina. El mismo año se produjeron acciones violentas contra el català obra de grupúsculos españolistas, que las iniciativas de la CEDA habían espoleado (arrancamiento de rótulos en català).
En 1936, la ACM reclamó formalmente al ministro de Instrucción Pública la extensión del derecho de bilingüismo de Catalunya a les Balears, pero no se aprobó en la sesión del Consejo de Ministros que debía aprobarlo, como también para el País Valencià y Euskadi. Después, para qué seguir.

Tenemos un motivo básico de discrepancia por el cual muchos valencians  y muchos illencs están en contra de que su lengua se denomine català, y es el vocablo català para indicar no solo la lengua, sino también la nación, con reiterada referida a los Països Catalans, que incluyen no solo a Catalunya, sino también a Valècia y a les Illes. Este punto es crítico, puesto que existe un número elevado de valencians e illencs que no se sienten de un mismo “país”. Me explico. El concepto nación viene determinado según la tercera acepción del DRAE como: “El conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. A primera vista parece que esta definición da la razón a los catalanes al referirse al conjunto de territorios de habla catalana como un solo país. Puesto que hablan un mismo idioma, tienen un mismo origen y una tradición común (bueno: tradiciones apenas compartidas).
Pero lo que no han entendido los catalanes, es que lo que hace a una nación no es solamente una lengua en común, ni un pasado en común, sino, y esto es determinante, la decisión colectiva de forjar un futuro en común. ¿Existe unánimemente en la actualidad la decisión de forjar un futuro común en los tres països de habla catalana? Si no es así, aunque haya más cosas que nos unen que de las que nos separan, si València y les Illes no quieren compartir un futuro político, económico y social, deberá cogerse la idea de Països Catalans como algo que pudo haber sido, pero que de momento no es. Y a los centralistas, a los no nacionalistas, o a los simplemente regionalistas proteccionistas y a todos aquellos herederos de la ideología maurista les acerva la posibilidad de converger con Catalunya en un futuro y, por supuesto, reivindican su derecho a que no se les incluya en el mismo paquete sociopolítico. Otra consecuencia a esta animadversión, mucho menos aceptable y realmente deplorable, es querer construir un idioma ad hoc y adaptar la historia a una verdad manipulada primero y convertida en absoluta inmediatamente después, que ha convertido a una serie de personajes y a sus adláteres en verdaderos fundamentalistas. Quizás sus motivos no sean tan sociopolíticos como xenófobos.

A modo de conclusión, cabe tener presente los siguientes aspectos:

·         La realidad del català de Mallorca, de Menorca y de les Pitiüses, como modalidades dialectales de un idioma único que, por bien o por mal, pero bien argumentado por Mn. Alcover, se llama català.
·         La desafección de muchos balears y valencians respecto de Catalunya y sus reticencias e inaceptación de que el idioma que se habla en Balears y València sea el català.
·         La persecución que ha sufrido el català en el trascurso de la historia, desde el siglo XVIII hasta nuestros días, tanto por parte del Gobierno de España, como de una parte españolista de los propios isleños y valencianos.
·         El error del empecinamiento a hablar de Països Catalans cuando no existe un proyecto conjunto de futuro: pueden haberlo sido, pero ahora mismo esta denominación está vacía de contenido. Aunque haya mucha gente que luche para llenarlo.
·         La aparición de extremistas radicales que quieren arreglar con la irracionalidad lo que es un tema apasionante y enriquecedor, tanto como motivo de orgullo, para los que disponemos de un idioma propio.

Quiero terminar este desproporcionado post con palabras de Mn. Alcover, en referencia al amor a la lengua propia:

“Para un pueblo, amar la lengua es un signo de vitalidad y de plenitud de vida intelectual. Son los pueblos decadentes, medio dormidos, amodorrados, sin razón ni principios, destinados a desaparecer los que aceptan y firman su sentencia de muerte; son los pueblos así, que desprecian, rechazan y abandonan su propia lengua. […] solo abandonan su lengua los pueblos vencidos si el vencedor es de una civilización superior; en tal caso, aceptan la lengua de los vencedores. […] De manera que los catalans, valencians y balears que abandonan su lengua por la castellana y los rossellonesos que la abandonan por la francesa, se dan por pueblo vencido y de una civilización inferior; niegan su historia, insultan la memoria de sus mayores y se extienden sobre sí mismos la patente de barbarie y estupidez, y llega su estulticia a tener por honra y gala lo que constituye su ignominia. […] No, ni Catalunya española ni Catalunya francesa ni les Balears ni València son pueblos vencidos; ninguno de ellos es de civilización inferior a la de los otros pueblos con quienes forman un estado. […]
Que se fijen bien los catalanes y los mallorquines que desprecian, que abandonan su lengua por la castellana, los cuales venturosamente son poquísimos (en 2014 esta afirmación no resulta apropiada); […] esos que se enorgullecen de no hablar nunca su lengua nativa; que se desengañen: con esto no van a ninguna parte más que a su ignominia.” (BDLC, I agosto de 1902, páginas 129-130).

Colau
4/03/2014

Bibliografía
Lluís López Castillo: El català a través dels temps Col·lecció Nadal 1988.
Antoni I. Alomar: La llengua catalana a les Balears en el segle XX Documenta Balears 2002.
Antoni M. Alcover: Doctrina sobre la llengua de les Balears i de València Editorial Moll 2001.
Francesc de B. Moll: El parlar de Mallorca Editorial Moll 2010.
August Rafanell: La il·lusió occitana Quaderns crema 2007.
http://laverdadofende.wordpress.com/2012/12/30/breve-historia-de-baleares-cataluna-dice-no-aqui-no-es-ni-vinieron-nunca/: Breve historia de Baleares y el mallorquín. ¿Cataluña dice? No. Aquí no es. ¡Ni vinieron nunca! 2012.
http://www.ccncat.cat/sites/default/files/Catalanperseguido.pdf: El catalán una lengua perseguida durante cuatro siglos Cercle Català de Negocis 2012.