Translate

miércoles, 29 de junio de 2016

EL ÚLTIMO TERCIO DE LA VIDA



Una persona es suficiente para dar sentido a la vida; esa es la clave para seguir siendo jóvenes durante mucho tiempo.
                                                                            Wilhelm Schmid

Llega un momento en esta vida que al mirar a nuestro alrededor, al pasear por el barrio o pueblo de nuestra niñez, este se nos aparece como “un mundo desierto, lleno de caras desconocidas”. Lo contaba  la filósofa Hannah Arendt después de haber superado exiguamente la que conocemos como edad de jubilación. “Ese mundo con rostros conocidos, se ha disuelto de repente”, decía. Esta apreciación, cuando aflora, ya lleva años dando vueltas en nuestra inconsciencia. Es la prueba irrefutable de que la tendencia vital ha cambiado de dirección, recorremos nuestros primeros años de vida pero en sentido inverso: volvemos al punto cero, el del origen, para luego franquearlo y  finalmente regresar al no ser.
Las tribulaciones que provoca ese “regreso” hacia el final solo pueden superarse desde el amor y la amistad, tal como lo define el filósofo Wilhelm Schmid[1]: “para sentirse inmerso en una red”.
¿Quiénes van a ser los nudos de esta red? ¿Quiénes serán el sostén de nuestra serenidad postrera? Pues, sin ir más lejos y siempre que los haya, los hijos, los nietos, los hermanos, la pareja, los amigos… y los enemigos. No acabo de descubrir el heliocentrismo, pero, con la ayuda de Schmid, voy a intentar concretar el papel que cada uno de ellos puede representar cuando ya hemos superado el zenit de nuestra sazón y en nuestra piel, como en la de la fruta madura, empieza a aparecer la irreversible oxidación que, tarde o temprano, nos hará caer del árbol.
Los hijos. Schmid está triste porque su hijo de 17 años acaba de abandonar los estudios, reconoce que se trata de “un momento desgraciado” pero que, a pesar de todo, eso “no amenaza el amor entre padres e hijos: sus raíces más profundas no se hunden en la suerte veleidosa, sino en un sentido duradero, en un bienestar para padres e hijos, y dar ánimos al niño para que deje de serlo y viva su propia vida”. Solemos ver a los hijos, consciente o inconscientemente, como la perpetuación de la vida –de la nuestra– y eso supone un consuelo para el ego, pero también el reto de estar a su lado hasta el final.
Antes, los padres sabían más que los hijos, ahora esto ha cambiado. El ritmo de la evolución de las nuevas tecnologías está siendo muy difícil de seguir para unos padres voluntariosos pero exentos de ese genio tecnológico en su temperamento, que sí poseen los más jóvenes: “La posibilidad de asumir los cambios técnicos y mentales actuales ayudados por los hijos evita a los padres el destino de dejar de comprender el mundo, que se aleja cada vez más de ellos y los sume día a día en una mayor soledad”.
El amor hacia los hijos debe ser el más desinteresado de los sentimientos, y eso supone no criar hijos para tener asegurado un asistente o asistenta en nuestro desvalimiento final. Percibir el amor de los hijos es suficiente premio como para procurar “no convertirse en una carga demasiado pesada para ellos”. Yo abogo para que la carga sea inexistente: exoneremos a los hijos de cualquier resarcimiento y agradezcamos simplemente su felicidad y que su fortuna sea la nuestra.
Los nietos. Así como avanzamos en edad, pueden aparecer los nietos. Los nietos retrotraen a la juventud, los abuelos se sienten padres nuevamente, pero ahora con el bagaje que dieron las equivocaciones cometidas con los hijos. Esta situación quizás ofrezca una perspectiva más sosegada y plácida de vida, de la educación de los menores y el goce que reporta su existencia. Los nietos, por supuesto, vivirán su vida con bastante distancia respecto del centro vital de los abuelos, pero las comunicaciones actuales permiten mantener el contacto estén donde estén. No se debe confundir estar dispuestos siempre para los nietos con que los nietos deban estar siempre disponibles para los abuelos. Lo que más llenará de paz y engrandecerá el espíritu del adulto será estar abiertos a los nietos para realizar juntos las actividades que “ellos” deseen, “escucharlos y explicárselo todo”.
“La relación se vuelve problemática si se lanzan reproches a los nietos y si se rechaza el mundo cambiante en el que los jóvenes han establecido su hogar”, aunque, para su eficaz desarrollo, deben observar en los abuelos un “ideal de benevolencia” que resulte eficiente para su desarrollo.
“La posibilidad de crecer con los niños que están creciendo es una de las épocas más intensas y bellas de la vida”; presenciar como descubren el mundo contribuye a que también nosotros lo descubramos de nuevo.
Los hermanos. Al margen de la convergencia o divergencia de los caminos seguidos por cada hermano, existe la complicidad de haber compartido la niñez y quizás también se comparta ahora la necesidad de armonía y sosiego vital. Existe confianza entre los hermanos –siempre que no haya aparecido el rencor o la envidia motivada por alguna herencia–. La relación entre ellos es para toda la vida; cualquier experiencia, por insignificante que sea, es motivo para una agradable y distendida charla con un hermano. Puede que un hermano no forme parte de los amigos, pero es lo más parecido a un alter ego: no se es él únicamente por asincronismo. Estar al lado de un hermano es sentir la calidez del hogar que fue, es casi como departir rodeados por la misma placenta que nos contuvo. Saber que se tiene un hermano y que ambos están dispuestos a compartir nuevas travesuras e intrigas otorga una paz exquisita.
La pareja. Es esa persona con la que se ha compartido buena parte de la vida y con cuya compañía se espera llegar al final. Esa es la persona que, según Schmid, es suficiente para dar sentido a la vida: “La vida es más hermosa y tiene más sentido cuando existe al menos una persona de cuya existencia me alegro y que por su parte se alegra de que yo sigua aquí, aunque no se a todos los días”. Pero esta situación idílica depende de las decisiones individuales de cada uno; puede que no coincida la opinión de que “esta es la persona con quien quiero estar”. Las personas, al igual que las situaciones, sentimientos y apreciaciones, cambian continuamente, y a este cambio hay que añadirle la pérdida de atractivo. Si alguna vez se pensó en aquello de envejecer juntos y caminar del brazo hasta el final, ahora “llega el momento de demostrar que no eran solo palabras hermosas”.
Los amigos. En este apartado incluyo también a la pareja, si la hay, puesto que no concibo que esta no sea el mejor de los amigos. La amistad basa gran parte de su belleza en el ejercicio de la confianza mutua. Del amigo no se espera nada, solo disfrutar de su compañía, de los largos excursos dialécticos, de su simple presencia, de su timbre y sus cadencias, de la complicidad en la forma de afrontar la existencia y negociar la esperanza. Son las inconmensurables rocas donde asegurar la espalda para poder luchar de frente y de tú a tú con el futuro, con el cada vez más incierto e inaprensible futuro.
Los enemigos. Las enemistades, recientes o de toda la vida, también juegan un importante papel en nuestro equilibrio tardío. Todavía hay tiempo para buscar reconciliaciones balsámicas, aunque a veces el empecinamiento o el desdén humanos hacen más “practicable” no superar las enemistades. Pero hay que reconocer el papel positivo que han representado los enemigos en el transcurso de nuestras vidas. Hemos amado y otros nos han amado a pesar de los enemigos; estos se han convertido en muchas ocasiones en el impulso vital para alcanzar altas cotas que, de no existir aquellos, quizás ni lo habríamos intentado. El reconocimiento de los grandes amores: hijos, pareja, hermanos o amigos, no sería tal sin el contrapunto que ejerce la tristeza de los enemigos. Quizás, analizar las desavenencias y encontrar espacios comunes de acuerdo y aceptación puede ser el último esfuerzo para alcanzar la verdadera serenidad.
Según schmid, una persona es suficiente para dar sentido a la vida,  mas, si en lugar de una hay varias, incluso muchas, la vida no solamente tendrá sentido sino que, además, valdrá la pena haberla vivido.

Colau
29/06/2016

Imagen: "Amistad y amor" de Mónica Ozámiz Fortis


[1] Sosiego. El arte de envejecer (Kairós, 2015).

domingo, 26 de junio de 2016

¿OSTRACISMO? SÍ, GRACIAS.



He oído voces que, de tan políticamente correctas, rayan el fascismo y la estulticia a partes iguales. No hablan de otra cosa que de la posibilidad de repetir el referéndum británico sobre la salida de la Comunidad Europea. ¿¡Es posible un talante tan antidemocrático!? Resulta, como menos, increíble y como más, peligroso, que los “políticamente correctos” en defensa del ultraje que ha supuesto el éxito del brexit, deseen repetir el referéndum hasta que se atienda a sus deseos. Es muy posible, por la sensatez del pueblo británico, que nunca se repita este referéndum. Pero también es muy probable que los gobiernos, vista la experiencia, prefieran decidir por sí mismos en lugar de esconderse tras la voluntad popular, porque puede que la lógica del pueblo difiera sensiblemente de la de los políticos. Seguramente el nuevo karma “neo” sea algo parecido a: “¿Referéndum? No, gracias”.
La democracia ateniense era directa, es decir que los ciudadanos no eran representados por políticos como en la actualidad, sino que conformaban una democracia en la que ellos mismos eran, a la vez que ciudadanos, dirigentes de la polis. Y disfrutaban de una deliciosa costumbre: el ostracismo. Se trataba de un referéndum anual que se llevaba a cabo si la asamblea – formada por ciudadanos– creía necesario convocarlo. En este referéndum no se hacían preguntas ininteligibles, solo se trataba de escribir el nombre de un dirigente al que se considerara descarriado, corrupto o “en baja forma”. Esto se hacía escribiendo su nombre con un punzón en un óstrako, un fragmento de vasija rota –el papel y bolis escaseaban–. Se contaban los óstrakos, y, en el caso de que llegaran a 6000, se proclamaba el nombre del ciudadano más votado. Este, en un plazo no superior a diez días, debía abandonar el territorio ateniense y no regresar durante diez años. El ostracismo no implicaba degradación alguna como ciudadano ni confiscación de propiedades. Era, simplemente, un recurso preventivo, sabio, diría yo, para evitar que los “elementos prominentes de la sociedad” –ahora vulgarmente llamados políticos– cayeran en la tentación de ejercer un poder personal o se aprovecharan personalmente de ese poder o se convirtieran en tiranos.
Entendemos entonces porque la democracia se ha convertido en representativa y ha desaparecido la acción directa de los ciudadanos. La voz de los ciudadanos es efímera. Se utiliza para elegir a unos representantes que el pueblo solamente conoce de oídas o por los medios de comunicación, y son ellos los que luego, durante cuatro años, en este y otros países, hacen lo que les viene en gana. Hasta que se da algún caso en el que no se atreven a tomar una decisión y se quitan las pulgas de encima convocando un referéndum, aunque solo en el caso de que estén seguros de que se votará de acuerdo con sus intereses. Pero los designios del pueblo son inescrutables y pueden darse sorpresas morrocotudas. Cuando esto no sucede, se habla de repetirlo. ¡Qué brutos!
Ya que los ciudadanos, en la actualidad, no tenemos otra opción que confiar en nuestros representantes, no estaría demás que, anualmente, pudiéramos votar a alguno de ellos para que tuviera que exiliarse durante diez años; tiempo suficiente para reflexionar. De esta manera, el voto del ciudadano sería de un valor incalculable, y no hace falta decir lo bien que tratarían los políticos a su pueblo. Como ahora.
Colau
26/06/2016

lunes, 20 de junio de 2016

26J. UNA ORACIÓN PARA QUE EL OLMO DÉ PERAS



Casi todos los seres humanos del bloque occidental, la mayoría de orientales y buena parte del tercer mundo estamos alineados o sometidos por las voluntades liberales. Todos nos creemos, de una u otra manera, que gozamos de libertad. No es cierto. Actuamos tal como desean los poderes económicos y solo un mediocre autoengaño nos convence de nuestro libre albedrío. Si no, veamos.

Las religiones monoteístas desean someter la libertad humana a la observancia divina. Pero, en realidad, a ningún papa, ni obispo, ni clérigo les importa una acelga nuestra vida después de la muerte. Las Iglesias utilizan la religión para someter nuestras voluntades, para mantenernos en el redil bajo amenaza de condena eterna o premio de vida ídem, con un único objetivo: detentar el poder. ¿Cuál? Todo.

Los Estados liberales actúan de una forma muy simple: favorecen el desarrollo de las empresas. El motivo es obvio: crear riqueza. Cómo, pues elaborando unos productos –o servicios– previa inversión de un capital y la utilización de mano de obra.  Los productos, puestos en el mercado, producen unos beneficios que rentabiliza la inversión capitalista. Pero existe una gran perversión tras la ley de la oferta y la demanda. El mercado somos única y exclusivamente nosotros, los trabajadores, y lo único que pretende la economía capitalista es recuperar íntegramente los sueldos abonados, porque la riqueza no se crea de otra manera que esquilmando las pagas enteras de los ciudadanos. La comida, de acuerdo, es necesaria, pero no todo lo ofrecido es indispensable; la vivienda, hay que comprarla porque de lo contrario uno es libre de cambiar y marcharse cuando y a donde quiera, por eso es importante tenernos cogidos por la mismísima bisectriz durante treinta o cuarenta años pagando un préstamo; el coche es básico: otro préstamo cada cinco o seis años; el móvil: yo no puesto estar sin él, pues suma; el atrezo doméstico: que no falte de nada; vida social, la que me merezco, faltaría más con lo que trabajo… Sí, todo regresa a las arcas de las empresas. Mientras tanto, nosotros competimos, emprendemos, nos marcamos objetivos, buscamos ascensos, nos despiden, nos da un infarto, pero todo con absoluta libertad, porque nuestra vida entera la hemos negociado libremente. Y no estoy aplicando este término en su acepción existencialista, sino con el más absoluto cinismo.
Ya tenemos la vida perfecta. La Iglesia cuida de nuestras almas, sin cortarse lo más mínimo a la hora cercenar nuestras libertades, y el Imperio Capitalista de nuestros bolsillos,  haciéndonos creer que la libertad está en nuestras manos y la felicidad en colmar nuestros deseos que ellos cuidan de atizar desde que nacemos hasta después de muertos. 

¿Y por qué digo todo esto si es conocido hasta la saciedad? Pues porque los unos y los otros no se dan por satisfechos: quieren más, desean llegar al “sometimiento perfecto”, y para ello qué mejor que empezar por la formación, o mejor, por la deformación. Se han dado cuenta que la gente que piensa, que razona o que cuestiona no debería existir. Son los culpables de todas las revoluciones, disipan las mentes abnegadas de los trabajadores y les inducen a quejarse: ¡qué desfachatez! Son unos parias-rojos-ateos. Vamos a eliminar la filosofía de las escuelas que a los filósofos les carga el diablo. Por eso el “plan” Proceso de Bolonia desprecia la filosofía, la LOMCE hace que como asignatura desaparezca del bachillerato y la Universidad Complutense de Madrid, por si después alguien se arrepiente, cierra su facultad de filosofía. La Iglesia ha conseguido que con este sistema de enseñanza se impartan más horas lectivas de religión de las que jamás se dieron en etapas tan serias como la franquista o la de Aznar. La lógica es aplastante, que los jóvenes estudien únicamente lo que puede ser útil a las empresas. Que estudien solamente los que gocen de determinada solvencia, porque se precisa una cantidad ingente de ignorantes libres que realicen el trabajo. Que los estudios denominados “humanidades” desaparezcan, primero, por su vana y estéril productividad y, segundo, porque un pensador es más peligroso que un niño con una pistola cargada. Véase el claro ejemplo estadounidense donde está permitida la tenencia las armas –se supone que son para usar– en cambio el acto de pensar, de razonar, no tiene ningún sentido si no se aplica adecuadamente,  elucubrando acciones para crear más riqueza, para los que ya son ricos, of course. Para qué serviría seguir enseñando Ética cuando las religiones monoteístas se arrogan, todas y cada una de ellas, la “única” verdad absoluta. Una pérdida de tiempo.

Con este futuro en ciernes llegamos a las elecciones del 26J. Todos, sin excepción, están en ese barco económico –la política, hoy es solo economía–, aunque quizás todavía Dios nos dé una oportunidad y, en un alarde de infinita bondad, permita a Podemos e Izquierda Unida (y MES, y mareas, y otros deudos) ganar las elecciones, en caso contrario  presiento desalentador el andar de nuestros hijos y nietos por ese mundo que propone el liberalismo posmoderno. 

Oración: Dios omnipotente, manifiéstate, consigue que un ateo como yo se rinda a tus dones. Nos diste la vida, nos la has jodido durante cinco mil años, da cuatro años de esperanza a este pérfido y pecador país que nunca se cansa de adularte. Si no estás seguro de tu decisión no te aflijas, yo tampoco suelo estar seguro de las mías. Amén.

Colau
20/06/2016

P. S. Se puede continuar: "Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero y te doy mi corazón. ¡Tómalo! Tuyo es, y mío no". Es opcional pero conviene, nos llevan ventaja.