Pensamiento ortográficos
El 17 de diciembre de 2010 se publicó la nueva
edición de la Ortografía de la lengua española, once años después de la edición
anterior (1999). Ya ha llovido desde entonces, pero para los que hace tres años
ya habíamos dejado la escuela, creo que puede venir bien un recordatorio de
algunos de los cambios introducidos en esta nueva edición, en aras de limpiar, fijar y dar esplendor (1)
a nuestro, a veces, desatendido lenguaje.
Algunos detalles no tienen más importancia que la
que se le quiera dar, y su corrección o incorrección pasa por una simple
distinción de cultismo o incultura que a muchos les trae al pairo. No debe ser
así para los que, de alguna manera gustamos de transmitir pensamientos a los
demás, por lo que conviene realizar un esfuerzo y adaptarse a las normas que la
evolución de la lengua de Cervantes obliga continuamente: en algunos casos no
sé muy bien porqué.
Solo basta observar como ‘solo’ se ha quedado solo, es decir, sin la tilde, porque los de la
RAE han decidido que no suele prestarse a confusión el adverbio ‘solo’, que puede sustituirse por ‘solamente
o únicamente’, con el ‘solo’
adjetivo, equivalente a ‘sin compañía, en soledad’. Quién se ha quedado en
soledad es el ‘solo-solamente’ ya que
le han birlado su signo diferencial.
Como imagináis, años de razonamiento erudito para
birlar un acento gráfico.
Donde han tenido que esforzarse realmente, hasta
derretirse los tegumentos encefálicos, es para hacer lo propio con la tilde que
diferenciaba los pronombres demostrativos éste, ése, aquél…, de los
‘determinantes’ adjetivos demostrativos este, ese, aquel… Y para que no quede
duda alguna, indican que se prescindirá de ella (la tilde) en el pronombre,
¡incluso en caso de posible ambigüedad!
Ahí no acaba la castración.
Sabemos que las palabras monosílabas no se acentúan, pero ahora se extiende la
norma a las palabras con diptongo o triptongo que formen una sola sílaba. No se
acentúa *guión, *truhán, *ión, *crié, *crió,
*guió, *lié, *lió, *rió, *frió, etc.
No deben confundirse estas palabras, que tienen
como tónica la vocal abierta, con otras configuradas con las mismas letras pero
con la vocal cerrada como tónica; estas necesitan llevar la tilde para marcar
el hiato: guíe, guías, guía, guío, lías, lía, fíe, fío, píe, pío, río, frío,
etc.
Al darse cuenta de que estaban quitando demasiadas
tildes, recordaron que todas las mayúsculas, en todos los casos que sea
reglamentado, se deben acentuar gráficamente. O sea, aquello de que las
mayúsculas no se acentúan en español –yo todavía lo llamo ‘castellano’–, es una
leyenda urbana y además completamente falsa.
Pero creo que estoy empezando, si no por el final,
sí por la mitad o no por el principio. Cualquier gramática que se preste,
comienza con los ‘fonemas’ de la lengua, es decir, el sonido que producen las
letras al ser pronunciadas y, seguidamente, la relación gráfica de estos
sonidos, a lo que se suele llamar ‘abecedario’. Sin ánimo de recargar excesivamente
este pensamiento ortográfico, quiero sentar unas bases sólidas que den
prestancia a lo que estáis leyendo.
El abecedario ahora consta de veintisiete letras.
De él se han quitado las letras compuestas, a las cuales se las conoce como
dígrafos: ch, ll, gu, qu y rr. Las veintisiete letras son las ya
conocidas, excepto una: la ‘i griega’ de toda la vida (y), ahora resulta que se llama ‘ye’. Como es lógico imaginar, los
académicos, que suelen ser gente de media-alta edad, seguramente lo han adoptado
de la famosa canción de su tiempo juvenil, interpretada por el Dúo Dinámico: La chica ye – ye. Dado que no les quedó
otra alternativa (al Dúo Dinámico) que utilizar esta onomatopeya de la i griega, ya que La chica i griega – i griega, sonaba fatal, aunque fuera el nombre
del título original de la canción
Al margen de esta salvedad, las demás, son las
mismas de siempre en lo que se refiere a la grafía, pero no así en lo
correspondiente a la fonética. Me explico.
Primero quiero dejar claro que los fonemas en
español son veinticuatro, cinco vocálicos y diecinueve consonánticos. Los
fonemas se escriben entre barras, como /b/.
¿Y cuáles son los otros? Pues /ch/,
/d/, /f/, /g/, /j/, /k/, /l/, /ll/, /m/, /n/, /ñ/, /p/, /r/, /rr/, /s/, /t/,
/y/, /z/, y /a/, /e/, /i/, /o/, /u/.
Lo primero que me llama la atención es que no veo
por ninguna parte el fonema /v/. No, no está. No existe: todas las bes y uves
se pronuncian como be. Admitiendo que la Academia tiene en cuenta todas las
costumbres de los países y regiones hispanoparlantes, claramente se han
olvidado de los catalanes y baleares que diferenciamos sobremanera los dos
vocablos: beso, vaso, tubo, tuvo. En
español se pronuncian todas ellas con /b/. Con un par.
El fonema /b/, también puede
usarse en la pronunciación de la consonante w
(uve doble) que, en este caso, comparte aceptación con el fonema /u/. O
sea, para llamar a Wenceslao, gritaremos Benceslao o Uenceslao, ambas maneras
son correctas. No será por falta de libertad de elección.
El dígrafo ll (elle) es un fonema de articulación
linguopalatal (suena a cochinada) lateral sonora –elle catalano-balear, de toda la vida–. Pero en la mayoría de
países y regiones de habla hispana se articulan con un sonido palatal central
propio de la consonante (ye) y,
pronunciación que se conoce con el nombre de yeísmo. Es decir, lo que antiguamente era vulgar y barriobajero:
utilizar el fonema /y/ para la elle, ‘el yeísmo’, ha pasado a ser la norma
predominante o cuanto menos, en igualdad de condiciones con el fonema /ll/ que,
como he apuntado anteriormente, solo utilizamos en Cataluña y Baleares. No
siempre ha sido así. Ha sido peor. Todavía recuerdo a los eruditos castellanos
pronunciar el apellido de aquel famoso, y no por ello menos inteligente,
humorista de Cuenca, que era el bajito de la pareja ‘Tip y Coll’, y fue llenado
de oprobio con el minimalismo con el que fue tratado su escaso linaje, puesto
que en todas las referencias a su persona se le amputaba una ele, de manera que
su apellido era pronunciado, simple y llanamente como Col, cual crucífera común.
Si no hubiera fallecido, hoy no se le arrebataría letra alguna, pero sería
sustituida por otra nueva, la ‘ye’, y oiría como su apellido se parecería más a
las siglas del Comité Olímpico Internacional que a su propio patronímico.
Hay que decir, en favor de la
erudición académica, que se advierte en ‘La Gramática’ que los nombres de las
letras son recomendaciones que no implican “interferencia en la libertad que
tiene cada hablante o cada país de seguir aplicando a las letras los términos
que venían usando”. Por tanto, los hablantes pueden optar por nombrar a esta
letra como ye o i griega. En una palabra: yo pongo la norma y usted haga lo que le
dé la gana. Aunque eso sí, unas formas son más cultas que las otras. Hay que
dar margen para que la morralla cumpla la legalidad, aunque no los mínimos de
cultura. Nunca se pillan los dedos los inmortales
(2).
No me extenderé con cada uno de
los fonemas porque no terminaría u os aburriría soberanamente, o sea, como a
reyes.
‘Cambio de tercio’. Esta frase
hecha viene de los toros, cuya tortura del toro está dividida en tres partes:
tercio de varas (se pronuncia baras),
tercio de banderillas (suena como tal) y tercio de muerte cuyos tres tercios
hacen una muerte entera. Quiero decir, que voy a pasar a otro tema, por si el
fregado donde me he metido fuera excesivamente resbaloso.
Las preposiciones, a las de toda
la vida, hay que añadirles durante,
mediante, versus y vía.
DURANTE Y MEDIANTE.
En su origen, eran participios de presente de los verbos durar y mediar, uso que conserva en la
expresión Dios mediante.
VERSUS. Es
una preposición latina que ha entrado en el español a través del inglés (el conflicto del campus versus la ciudad).
Según el contexto, equivale a contra
o a frente a, que se consideran
preferibles a versus.
VÍA. Procede de un sustantivo e
introduce el lugar por el que se pasa (Volaron
a la Argentina vía París). También indica medio: Se transmitirá vía satélite.
También admiten usos preposicionales o
cuasipreposicionales los adverbios relativos DONDE y CUANDO si preceden a ciertos grupos nominales: donde su madre, cuando la guerra.
En esto de las proposiciones no tengo nada que decir,
porque se es o no se es preposición, y si se ejerce de ellas sin serlo, lo
mejor es nominarlas oficialmente como tales. Estos hombres y mujeres de la
Real, cuando llegan sobrios es que arrasan.
Más cosas. Una cortita. La conjunción ‘o’, en condición de palabra monosílaba
átona, se escribe siempre sin tilde, aunque aparezca entre cifras: 30 o 40. Estamos en la misma línea del
ahorro tildar del principio de este
pensamiento.
La Real Academia de la Lengua,
además de por eruditos y eruditas de la lengua, está formado por monárquicos,
monárquicas, republicanos y republicanas. No hace falta ilustrar más para
situarse. Valga el introito para hablar de nombres propios o, mejor dicho, de
sustantivos que se escriben con la inicial en mayúscula.
Los nombres que designan títulos, cargos o empleos
de cualquier rango, por su condición de nombres comunes, se deben escribir
siempre con minúscula inicial, independientemente de que acompañen o no al
nombre propio al que hacen referencia: El
rey Arturo es el personaje central de la obra. El rey se dirigió a todos los
ciudadanos. No obstante, y de ahí lo de la pluralidad de la Real, se ha
aceptado que cuando se haga referencia a una eximia autoridad, el Rey, sin ir
más lejos, o el Papa, todavía más cerca, se puedan escribir con inicial
mayúscula, excepción que no contempla la norma general, pero hay que quedar
bien con la aristocracia, sea laica o religiosa, por lo que se permiten las
excepciones mentadas. Por la gracia de Dios.
Es importante, dada la época que
nos ha tocado vivir, hablar de los o las ‘ex’, pero en estado ortográfico, es
necesario dejar el género aparte, y limitarse a los ‘ex’ en sentido prefijal. El
prefijo ex- debe escribirse, como
cualquier otro prefijo, adherido a la base léxica: exempleado, exministro, exalumno, exjugador, examante, etc. No
obstante, el prefijo se escribe como palabra independiente, o sea, separado, si
su base es pluriverbal. Es decir, si consta de varias palabras, como ocurre con
las locuciones y otro tipo de grupos sintácticos: ex alto cargo, ex capitán general, ex número uno, ex primer ministro.
Todavía no
han terminado las sorpresas, para los más tibios. Por primera vez se
admite la escritura, aunque aún es minoritaria, en una sola palabra, de los
cardinales superiores a treinta en las decenas, al pronunciarse átono el primer
componente: treintaicuatro, cincuentaidós,
setentaicinco, noventaiocho. Esto es muy interesante, pero incomprensible,
puesto que elimina una ‘ye’ (de ‘cincuenta y dos’ ha pasado ha ‘cincuentaidós’),
letra al alza desde su relanzamiento que pierde enteros en este caso: no hay
quién los entienda.
No se ha tenido en cuenta este criterio en los
múltiplos de mil, que se siguen escribiendo en dos palabras: tres mil, ocho mil, etc. En estos casos
solo se hubieran ahorrado un espacio.
Ahora, ‘hay
que atarse los machos’ –célebre frase originada en México, 1914, durante las
celebraciones de la toma de Chihuahua, cuando “El Macho”, lugarteniente de
Villa, cayó en la cuba donde cocían el cáñamo para la fabricación de cordones
para zapatos–, porque lo que viene tiene que pillarnos firmes en el firme
(valga o no la redundancia. Vosotros mismos). Pues resulta que para los
nombres propios compuestos (‘Iolanda Yénifer’, p. e.), se admite, aunque aún es
minoritaria, la escritura de los nombres propios compuestos en una sola palabra
y con la desaparición de la tilde del primer componente, si esta le
correspondía como palabra autónoma. Se trata de seguir así la pauta de unir en
una sola palabra aquellos compuestos cuyo primer componente es átono: Joseluís, Mariángeles, Joseángel,
Angelmaría, Juampablo, Josemilio, etc. ‘Iolandayénifer’.
A todos nos chirría alguna vez al oído un vocablo
malsonante. Y que peor sonante que juntar un adverbio con un posesivo: ‘delante mío’.
Aunque muy extendidas en el uso,
hoy no pertenecen al español culto: *delante
mío, -a, *detrás suyo, -a, *encima nuestro, -a, *cerca vuestro, -a, *lejos mío,
-a, *enfrente suyo, -a…
Hay excepciones: cuando se trata
de locuciones adverbiales o preposicionales formadas con un sustantivo, la
combinación con posesivos es correcta: al
lado mío/a mi lado, a pesar nuestro/a nuestro pesar, de parte tuya/de tu parte,
en contra suya/en su contra, etc. Todos estos sustantivos admiten, además,
en estas locuciones el complemento con preposición: al lado de mí, a pesar de nosotros, de parte de ti, en contra de
él/ella/ellos/ellas
El adverbio alrededor se comporta
como las locuciones anteriores: alrededor
mío/a mi alrededor/alrededor de mí.
Para finalizar, no he podido resistirme a los
superlativos. A aquella nariz, superlativa por antonomasia, que tenía a un
Góngora pegado en su dorso y que nos descubrió ‘sonetadamente’ Quevedo (disculpad por adverbializar adjetivos inexistentes,
pero me he sumado a la indulgencia que tiene el vulgo para expresarme con más
laxitud).
Se consideran correctos algunos superlativos con
–ísimo que tienen base léxica sin diptongo (formas más cultas) tanto como los
que se generan con una base léxica con diptongo: fortísimo/fuertísimo, bonísimo/buenísimo, recentísimo/recientísimo,
novísimo/nuevísimo, grosísimo/gruesísimo, certísimo/ciertísimo,
calentísimo/calientísimo. Todo esto suena ‘bienísimo’, por lo que seguro que nos acostumbraremos. De todas
maneras, la forma culta es sin el diptongo.
Y si alguien quiere saber algo más, siquiera algo,
les sugiero “La Ortografía Básica de la lengua española”, editada por la Real
Academia Española de la Lengua (Imperial) en 2012.
Por otra parte, no crean que no entiendo a los
académicos. Normativizar una lengua tan antigua
y vasta como la española conlleva escuchar, pensar, reflexionar,
compartir, discutir, decidir, acordar y publicar: extremadamente complicado,
incluso para los inmortales (2).
(1) En 1713 el propósito
de la Real Academia era «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en
su mayor propiedad, elegancia y pureza». Se representó tal finalidad con un
emblema formado por un crisol puesto al fuego, con la leyenda Limpia, fija y
da esplendor. Nació, por tanto, la institución como un centro de trabajo
eficaz, según decían los fundadores, «al servicio del honor de la nación».
(2) Los 46 miembros
de la Academia son elegidos de por vida por el resto de los académicos y se les
conoce como Inmortales (quizá por influencia del uso del mismo apelativo
en Francia para los académicos galos).
Colau