1. INTRODUCCIÓN
Este trabajo es una breve historia del devenir
artístico que tuvo lugar en Francia entre 1886, cuando Vincent van Gogh llegó a
París, hasta cinco años después cuando Gauguin partió en su primer viaje a
Tahití.
En esos años el impresionismo gozaba de
vigencia absoluta, algunos de sus máximos exponentes empezaban a ser considerados
por el Salón, mientras que otros aún no habían llegado a cotas mínimas de
aceptación. En esa tesitura, los más jóvenes, conocidos como petit Boulevard,
buscaban otras reglas, otros principios que les llevara a transgredir un arte
del que no se sentían satisfechos.
No se trataba únicamente de una búsqueda
artística, con la que algunos se conformaron, sino de un cambio más profundo de
la sociedad que se resistía a abandonar del todo el romanticismo, y que
subyacía en los intelectuales más jóvenes dispuestos a abandonar las reglas de
una sociedad en plena decadencia.
La introducción de nuevas técnicas pictóricas
se desleía con tratados ideológicos de calado literario. Todo ello, puesto en
las manos de la sociedad intelectual y artística más joven y transgresora del
momento, debía ser la llave que abriera las puertas del siglo xx.
La aplicación de métodos científicos a la
pintura en cuanto a sus teorías del color, la fuerza de la simplicidad, el
regreso a la naturaleza con su primitivismo, el paso de la impresión visual a
la impresión del recuerdo, la vibración luminosa, el sentimiento místico, etc.,
eran iniciativas que se repartían indistintamente por los diversos grupos
artísticos, sin soslayar aportación alguna por atrevida que pareciera.
El objetivo de este trabajo es recorrer esa
pequeña parte de la historia aprovechando la transversalidad de dos de sus
exponentes más representativos: Paul Gauguin y Vincent van Gogh. Dos soledades que
coinciden en ese efímero instante faustiano, uno aun estando siempre entre
amigos, el otro solo en su intrincado yo artístico.
Utilizaré la forma narrativa para recorrer los
hitos fundamentales de este período histórico, que es una sucesión de hechos
íntimamente imbricados; por lo tanto no se puede tratar esta época como un cloisonnement,
sino como un pasaje efímero aunque importante de la historia del arte y del pensamiento
humano.
2. 1886. LLEGADA DE
VAN GOGH A PARÍS
París, en marzo de 1886.
Mi querido Theo:
No me reproches por haber venido de un vuelo; he reflexionado
mucho y creo que de esta manera ganamos tiempo. Estaré en el Louvre a partir de
mediodía, o si quieres, más pronto.
Responde, haz el favor, para saber a qué hora podrás venir
a la Salle Carree. En cuanto a los gastos, te lo repito, es lo mismo. Por otra parte,
tengo dinero, no hay que decir, y antes de hacer ningún gasto deseo hablarte. Arreglaremos
la cosa, ya verás.
Así, ven lo más pronto posible.
Un apretón de manos.
Todo tuyo,
Vincent[1]
Van Gogh ya había estado en París con anterioridad. La
primera vez fue en 1874; regresó en 1875 y permaneció durante todo un año trabajando
en las galerías Goupil, que ocupó también en perfeccionar su formación y conseguir
un estilo propio. Diez años después regresa a la capital francesa para instalarse
en el la cuna del impresionismo junto a su hermano menor Theo, en Montmartre, y
dar el impulso definitivo a su carrera.
Se empleó en el
estudio de Cormon, donde conoció a Lautrec, Anquetin y Bernard, y, por la mediación
de Theo, a Pissarro, Degas, Guillaumin y el père
Tanguy, lo que hizo que empezara a acusar la influencia de los impresionistas, de
los grabados japoneses y de los primeros pasos del neoimpresionismo, lo que produjo
una paleta más luminosa, donde el color jugaría un rol fundamental en el
resto de su obra. No obstante su concienzudo trabajo, no llegó a exponer
ese año con los Independientes.[2]
Mientras tanto,
Gauguin, que había regresado de Dinamarca el año anterior, cayó enfermo en París,
por lo que permaneció internado en Bretaña donde conoció a Degas y discutió con
él. Cuando van Gogh llegó a París, Gauguin trabajaba como fijador de carteles y
tuvo sus más y sus menos con Seurat por la utilización del estudio de Signac. Ese
año participó con 19 cuadros en la muestra impresionista de Pont-Aven. Conoció a
Laval y a Bernard, y el otoño de ese mismo año conoció a van Gogh.[3]
París era en esa
época un auténtico hervidero de nuevos movimientos e ideas, aunque no era el único
lugar de Europa que concentraba a aspirantes jóvenes a labrarse un camino en el
mundo de la pintura. En Alemania, concretamente en Múnich, se acumulaban aprendices
de toda índole en el estudio de Lenbach, uno de los “príncipes de la pintura”,[4]
donde impartía sus clases. También en Düsseldorf se acumulaban los jóvenes artistas
para aprender de los secretos del anecdotismo dulzarrón habitual del arte victoriano.
No obstante las apariencias, París no distaba mucho de lo ofrecido en las ciudades
alemanas. En su ambiente se encontraban los mismos prejuicios contra todo lo nuevo,
la misma estrechez mental, el mismo provincianismo, aunque disfrazado de una aparente
mundanidad. Cualquiera que estuviera dispuesto a explorar nuevos caminos podía encontrar
en París oportunidades para el estudio de las nuevas corrientes de pensamiento en
su misma génesis, para navegar entre el más amplio abanico de conceptos revolucionarios.
Durante ese año
1886, y tras la llegada de van Gogh, se realizaron en París cuatro exposiciones
importantes, cada una de ellas con aspectos diferentes de las nuevas tendencias.
El Salón oficial presentaba lo más académico y complaciente para un público y una
crítica conservadora, que se complacía con agradables desnudos, escenas históricas
y cuadros costumbristas. Al mismo tiempo, el grupo impresionista inauguraba su octava
exposición. Lo que suscitó más expectación y comentarios fue una pequeña sala donde
colgaba la Grande Jatte de Seurat, rodeada
por telas de Signac y Pissarro, elaboradas con una técnica similar. En otra sala
Odilon Redon presentaba una serie de dibujos en blanco y negro, llenos de un misterioso
poder. Degas exhibía algunos pasteles titulados «Serie de desnudos de mujeres bañándose,
lavándose, secándose, masajeándose, peinándose o haciéndose peinar». Gauguin, que
para subsistir se había visto obligado a pegar carteles en la Gare du Nord, exhibió,
a pesar de ello, diecinueve cuadros, en su mayoría paisajes, en los que se podía
comprobar la influencia de su antiguo amigo
Camille Pissarro. Lo cierto es que las pinturas de Gauguin, junto con las de Guillaumin
y Berthe Morisot, eran los únicos representantes del elemento impresionista que
aparecían en la muestra.
Monet y Renoir expusieron
sus obras en la quinta Exposición Internacional que se llevó a cabo en las instalaciones
de Georges Petit. Monet comenzaba a cotizarse a un mejor nivel y sintió la tentación
de acabar con los quince años de relación con Durand-Ruel para exhibir con Petit.
Renoir expuso en la galería de Petit varias telas en las que se evidenciaba su esfuerzo
por romper el impresionismo mediante una mayor insistencia en el dibujo y la adopción
de pinceladas mucho más suaves que las que caracterizaban sus obras anteriores,
tan plenas de colorido.
En verano, el Salón
de los Independientes albergó las obras que habían sido rechazadas por el Salón
oficial. Allí, Seurat volvió a presentar su Grande
Jatte, mientras que se estrenaba el douanier
Rousseau exponiéndose a la mofa general. Allí se pudo comprobar como el «puntillismo»
de Seurat seguía acumulando seguidores, lo que le situaba a la cabeza de un nuevo
grupo que también contaba con Pissarro y Signac. Una nueva generación que se dio
en llamar «disidentes impresionistas». Tras lo cual, el crítico Félix Fénéon escribió
varios artículos sobre Los impresionistas
en 1886, donde trataba de probar que el impresionismo «naturalista» estaba dando
paso a otro de tipo «científico», y explicaba extensamente las teorías de su amigo
Seurat.
Ese mismo año Emile Zola de quien Gauguin decía que «las lavanderas
y los porteros de los libros de Emilio Zola hablan un francés que me llena de cualquier
cosa, salvo de entusiasmo»,[5]
pero que sin embargo, era admirado por van Gogh, publicó L’Oeuvre, una novela inspirada en un desconocido Cézanne, aislado en
su Aix-en-Provence. La obra premonitoria, trataba de un pintor impresionista fracasado
que después de perder la razón acababa por suicidarse.
3.
1887. BUSCANDO LA CONSOLIDACIÓN
París, verano de 1887.
Me siento triste de pensar que aun en caso de éxito, la
pintura no compensará los gastos […] Y algunas veces se lo reprocho a esta sucia
pintura
Richepin dijo alguna vez:
El amor al arte hace perder el amor verdadero.
Me parece terriblemente exacto, pero, en contra de esto,
el amor verdadero hace perder el gusto por el arte. Y me sucede sentirme ya viejo
y fracasado y, sin embargo, lo bastante enamorado todavía para no estar entusiasmado
por la pintura.
Para triunfar se necesita ambición, y la ambición me parece
absurda. Yo no sé qué resultará; quisiera sobre todo ser menos una carga —y esto
no es imposible de ahora en adelante— porque espero hacer progresos de manera que
puedas mostrar osadamente lo que hago sin comprometerte.
Y después me retirare a cualquier parte en el Sur, para
no ver tantos pintores que me asquean como hombres...
Ayer vi a Tanguy, y ha puesto en el escaparate una tela
que yo acababa de hacer; he hecho cuatro desde tu partida y tengo una grande en
marcha.
Yo sé muy bien que estas telas grandes y largas son de
venta difícil; pero más tarde se verá que tienen pleno carácter y buen humor. Ahora,
el conjunto hará una decoración de comedor o de casa de campo.[6]
En 1887, van Gogh trabaja con frecuencia en Asnières con Bernard
o con Signac, y organiza o participa en varias exposiciones menores, en la Revue Indépendante y en especial en Le Café au Tambourin y en otro restaurante
de la avenida de Clichy, donde conoce a Seurat. En esta época parece tener una aventura
amorosa con Agostina Segatori, una habitual de Le Tambourin y empieza a beber, mientras que el clima de parís empieza
a afectar su salud.[7]
Mientras tanto, Gauguin hace cerámica con Chaplet y enseña en la Academia Vitti, en París. En abril,
y antes de partir hacia Panamá para trabajar en la construcción de su canal, recibe
la visita de su esposa. Después de pasar por la Martinica, con Laval, y caer enfermos,
regresan a París para reencontrarse con van Gogh. En casa del pintor Schuffenecker,
van Gogh expresa gran admiración por las piezas que Gauguin realizó en Martinica.[8]
En esa época, a van Gogh le resultaba imposible financiar sus
propios modelos, por lo que trabajó en el estudio de Cormon, donde participaba de
la amistad de dos alumnos, Anquetin y Toulouse-Lautrec. Este último había alquilado
un estudio en Montmartre y estaba vivamente interesado en captar y expresar la comprensión
que parecía sentir por el género humano y su inmanencia psicológica. Una muestra
del carácter que intentaba imprimir en sus lienzos, es el esbozo que llevó a cabo
en un café, en el que se muestra un retrato de van Gogh en actitud bastante pensativa
y con rasgos de evidente tensión que sorprendía, tanto como preocupaba a todos aquellos
que le conocían en París. El temperamento de ambos, uno idealista y apasionado,
y el otro sarcástico e irrespetuoso, eran irreconciliables. Aunque pudieron tenerse
en gran estima pues mantenían una sincera confianza. Parece ser que van Gogh aparecía
regularmente por el estudio de Lautrec, aunque su relación se mantuvo principalmente
por encuentros en el estudio de su amigo común, Anquetin, o en diferentes cafés.
Lautrec admiraba la facilidad y el vigor de la expresión artística de su amigo común,
Anquetin, y llegó a decir que ningún pintor desde Manet había tenido unas cualidades
tan elevadas. Aunque Signac argumentó necesitaría mucho menos talento si tuviera
el privilegio de un creador original.
Anquetin estaba convencido de que las teorías del color de
las que hizo uso Delacroix, en cuanto al uso de contrastes por colores complementarios,
la luminosidad conseguida añadiendo blanco o que las sombras se podían conseguir
yuxtaponiendo colores entre sí, sin utilizar el negro, etc.[9],
eran las que habían aplicado los impresionistas. Por eso, tanto Anquetin como Signac
se dirigieron a Monet para que les iniciara en estas técnicas, pero pronto se dieron
cuenta que Monet sabía muy poco de estas teorías, aunque hubiera eliminado el negro
de su paleta. Anquetin, como muchos otros jóvenes pintores que deseaban un
cambio en la forma de expresar su arte, quedó prendado por el puntillismo de
Seurat, técnica que empezó a practicar. Gracias a esta búsqueda de nuevas
tendencias fue como encontró la base teórica, derivada de Delacroix, y que no
había encontrado en Monet.
Van Gogh ardía ahora en deseos de poner en práctica todas
las cosas nuevas que había aprendido. Las más importantes, sin duda, fueron la
idea de la autonomía cromática y la aplicación del contraste complementario.[10]
Paulatinamente fue abandonando los colores obscuros y terrosos utilizados
anteriormente. En París sus pinturas no solo se hicieron más claras desde el
punto de vista cromático, sino que además su atmósfera se hizo más brillante.
Sus temas favoritos, campesinos y trabajadores, pobres y ancianos y objetos
humildes, dejaron paso a otros carentes de implicaciones sociales: paisajes,
bodegones y retratos que reflejan las diversas influencias a que se vio
sometido en París. Especialmente en sus telas de flores, realizadas a menudo
con pesados empastes, se evidenciaba la influencia de Monticelli, de quien Theo
poseía varios bodegones.
El mayor beneficio que obtuvo van Gogh de los artistas que
conoció personalmente en París lo debió, en apariencia, al primer impresionista
auténtico que le ofreció su amistad: Camille Pissarro. Theo van Gogh había sido marchante de Pissarro durante algún
tiempo, y había intentado colocar sus obras más recientes, elaboradas aplicando
las nuevas técnicas puntillistas. Obras que, por cierto, habían sido rechazados
por Durand-Ruel. Pissarro vio las pinturas que van Gogh trajo de Holanda y quedó conmovido por su fuerza y expresividad.
El cuadro Comedores de patatas era
una viva muestra de ello.
Pissarro había sido uno de los primeros en reconocer la
inmensa valía de Cézanne e interesarse por Gauguin, ofreciéndoles la
inestimable ayuda de sus consejos y pronto apreció la explosión y fuerza de la
obra de van Gogh.
Cuando, en noviembre de 1887, Gauguin volvió enfermo y
arruinado de la Martinica, Theo mostró interés por sus cuadros y cerámicas.
Después de haber pasado momentos duros en Panamá, durante los cuales trabajó
como cavador en el canal para ganarse el pasaje a la Martinica, Gauguin había
quedado decepcionado de su viaje, incluso había tenido que evitar que su amigo
Laval se suicidara durante una enfermedad. Cuando van Gogh vio los progresos
que Gauguin había experimentado en su técnica durante su viaje, empezó a
sentirse confundido por todo lo que París le había aportado hasta entonces, con
opiniones dispares, incluso contradictorias. Se sentía abrumado por la multitud
y los problemas que encontraba para pintar, incluso con prohibiciones
municipales en las mismas calles de París, por lo que empezó a plantearse la
retirada a algún lugar solitario donde poder reflexionar sobre todos los
conocimientos adquiridos, y establecer la forma más idónea para aplicarlos.
Gauguin expuso a van Gogh sus deseos de regresar a Bretaña,
lo que elevó todavía más la necesidad de este para abandonar también París.
Estaba exhausto, había empezado a beber en exceso, las modelos no querían posar
para él, su irritabilidad se agravó hasta el punto de que cualquier relación
con él era insoportable, de la misma manera que a él mismo París le resultaba irritante.
Aunque las relaciones con su hermano fueran mejores que en otras épocas, se
sentía deprimido y desamparado.
4.
1888. ARLÉS Y PONT-AVEN
Arles, 21 de febrero de 1888.
Mi querido Theo:
Durante el viaje he pensado en ti por lo menos tanto
como en la nueva región que veía. Sin embargo creo que con el tiempo te dejarás
caer por aquí. Me parece casi imposible poder trabajar en París, a menos que se
tenga un retiro para rehacerse y para recobrar la calma y el aplomo. Sin esto,
uno acabaría fatalmente.
Ahora te diré que para comenzar hay por todas partes por
lo menos 60 centímetros de nieve caída, y sigue cayendo. Arles no me parece más
grande que Breda o Mons.
Antes de llegar a Tarascón he observado un magnifico
paisaje de inmensas rocas amarillas, extrañamente embrolladas y de las formas
más imponentes.
Pero aquí en Arles la región parece plana. He visto
magníficos terrenos rojos plantados de viñas, con fondos de montañas del más
fino lila. Y los paisajes en la nieve con las cimas blancas contra un cielo tan
luminoso como la nieve, eran exactamente como los paisajes de invierno que
hacen los japoneses […].
Tuyo,
Vincent[11]
En febrero de 1888,
Gauguin partía para Bretaña mientras van Gogh preparaba su propio viaje a la
Provenza. «A todos nos gusta la pintura japonesa», explicaba a su hermano,
«hemos sentido su influencia, todos los impresionistas tenemos eso en común;
entonces ¿por qué no ir a Japón, es decir al equivalente de Japón, al Midi? Por
eso pienso que, después de todo, el futuro del nuevo arte está en el sur».[12]
Van Gogh planeaba ir primero a Arlés con la intención de seguir más tarde hasta
Marsella, donde se sentiría más cerca de Monticelli y de Cézanne.
Pocas horas antes de tomar el tren, alrededor del 20 de
febrero de 1888, van Gogh, acompañado de su hermano, hizo su primera y última
visita al estudio de Seurat[13].
Este hombre singular, orgulloso e incluso arrogante era el más destacado de los
pintores de la nueva generación, de lo cual era especialmente conocedor él
mismo pues lo aceptaba como una consecuencia lógica de su capacidad intelectual
y dedicación. Tras el alboroto que supuso la aparición del estudio que dedicó
Arsène Alexandre al movimiento neoimpresionista, en el que acusaba al estilo
puntillista de haber acabado con la carrera de pintores con gran talento como
Signac pero que, en cambio, trataba a Seurat como al «verdadero apóstol de la
lenteja, que la plantó, que la vio germinar, el hombre de la acuciante búsqueda
y del continuo esfuerzo, que casi se ve privado de la paternidad de su teoría
por críticos mal informados o camaradas sin escrúpulos».[14]
Signac se enfureció y Pissarro trató de calmarle argumentando que los grandes
críticos y galeristas ya habían ensalzado a Seurat como al primero que tuvo la
idea de mostrar la aplicación de la ciencia a la pintura, y que ahora
resultaría absurdo que además quisiera ser su único propietario. Pissarro acabó
serenando a Signac haciéndole ver que su finalidad debía ser la de hacer arte
y, por tanto, aplicar la ciencia que es patrimonio de todos, al mismo tiempo
que se sintiera un artista libre. No obstante, Seurat intentó mitigar las
reacciones de sus amigos, puesto que en el fondo él era la fuerza real de ese
grupo de pintores neoimpresionistas.
Cuando Gauguin regresó a Pont-Aven a principios de 1888
—poco antes de que van Gogh dejara París para irse a Arlés—, se sintió atraído
una vez más por la sencillez y el austero encanto del lugar. A van Gogh le
hubiera gustado convencer a Gauguin para que lo acompañase al sur, pero este
prefirió volver a los paisajes conocidos. «Amo la Bretaña, en ella encuentro lo
rústico, lo primitivo»[15]
escribía a su amigo Schuffenecker. No obstante, las primeras telas de Gauguin
realizadas en Pont-Aven tras su regreso de Martinica no resultan en absoluto
vistosas. Las sutilezas adquiridas en la isla tropical ya habían desaparecido.
Gauguin no lograba plasmar adecuadamente sus impresiones de Bretaña tal como sí
había conseguido en la isla caribeña. Además, en esa isla había contraído la
disentería y seguía todavía enfermo; estaba preocupado por su familia que
residía en Dinamarca y, además, acuciado por las deudas a pesar de los giros
esporádicos de Schuffenecker. Hubo épocas en las que ni siquiera podía trabajar
por carecer de telas y pinturas.
Cuando llegó el verano se recrudecieron sus ataques de
fiebre y tuvo que guardar cama. En junio, cuanto cumplía los cuarenta años,
Gauguin se sentía débil y viejo. Poco después, contando con fuerzas para
trabajar, pintó varios cuadros en un estilo que él mismo denominó «un estilo
totalmente japonés… muy poco elaborado».[16]
Estaba convencido que no existía un arte exagerado, sino todo lo contrario,
aunque en ningún momento había ido tan al extremo opuesto como lo había hecho
Bernard, que defendía mantener la teoría de los colores pero apartándose del
realismo extremo, ya fuera utilizando la impresión del recuerdo o a través de
la vibración luminosa. Todos estos conceptos guardaban relación con los expuestos
por los simbolistas literarios en esos mismos momentos.
A principios de 1888, Anquetin expuso sus obras por
primera vez, junto con los XX de Bruselas y luego con los Independientes en
París, sobre lo que el escritor simbolista Edouard Dujardin daba la bienvenida
en la Revue Indépendante a la llegada
de un arte nuevo al que llamó cloisonnisme,
y cuyos méritos otorgaba exclusivamente a Anquetin. Decía que el trabajo del
pintor es en cierto modo como pintar en compartimentos, de manera análoga al cloisonné medieval, y su técnica consistiría
en una especie de cloisonnisme.[17]
En ese momento, la cabeza visible del petit Boulevard, es decir, los pintores jóvenes, todavía no
reconocidos, era indudablemente Seurat, y quizá el estilo japonés del joven Bernard
estuviera un poco más avanzado que el de Anquetin.
Cuando Emile Bernard llegó a Pont-Aven a principios de
agosto de 1888, fue de inmediato a ver a Gauguin. Tras la buena acogida que le
brindó, le devolvió la gentileza y fue a observar el trabajo de Bernard del
cual quedó impresionado, lo que les llevó a iniciar una firme amistad. Bernard
puso al corriente a Gauguin de sus propios experimentos y de los de Anquetin. Y
fue ahí, precisamente, donde Gauguin descubrió en las obras de Bernard aquellos
elementos de razón, de intencionalidad, de construcción intelectual y
sistemática que había ensalzado Dujardin. Debieron producir un impacto
especialmente fuerte en Gauguin, que en aquel momento estaba pasando por una
fase de dudas e indecisiones y se vio tentado a adoptar algunos de los
principios de Bernard.
Gauguin cambió su estrategia artística y comenzó a vivir
de acuerdo con esos conceptos. Se lo comunicaba poco más tarde a Schuffenecker:
«Este año lo he sacrificado todo, la ejecución, el color, el estilo, tratando
de obligarme a hacer algo distinto de lo que sé hacer. Creo que se trata de una
transformación que no ha dado todavía sus frutos pero que los dará».[18]
De esta forma Gauguin reconocía haber dado un giro a su evolución pictórica a
partir del momento mismo de su encuentro con Bernard.
Van Gogh escribía a su hermano al respecto: «Gauguin y
Bernard hablan ahora de ‘hacer pintura infantil’ […] prefiero mejor esto que la
pintura de los decadentes».[19]
Aunque Gauguin y Bernard estaban muy lejos del auténtico primitivismo que de
manera tan conmovedora se revelaba en las obras de douanier Rousseau.
Van Gogh seguía considerándose impresionista, no obstante
había recorrido un largo camino desde su salida de París donde había asimilado
con tanta ansiedad los descubrimientos de los impresionistas de la vieja
guardia.
Mientras en Pont-Aven Gauguin y Bernard razonaban
fríamente cada una de sus pinceladas, van Gogh, en Arlés, se abandonaba con
mayor libertad a la aventura de descubrir un nuevo mundo. «Sigo teniendo presente
en la memoria», escribiría van Gogh a Gauguin, «la emoción que este invierno me
causó el trayecto de París a Arlés. ¡Cómo miraba fuera para ver ‘si ya era
Japón’! Qué chiquillada, ¿verdad?».[20]
Tras su llegada, y toda vez que desapareció la capa
blanca que envolvía la ciudad y le daba un aspecto tan infrecuente como falto
de matices, las temperaturas se suavizaron y los almendros floridos lo lanzaron
a una actividad frenética. Por fin su deseo de analizar el color como en los
vitrales y de encontrar una técnica de dibujo de líneas firmes parecía
cumplirse. «Pero veo que en esta naturaleza de aquí hay todo lo necesario para
hacer cosas buenas. Seria, pues, culpa mía, si no lo lograra».[21]
Escribió a su hermano añadiendo: «Lo que dice Pissarro es cierto, será
necesario exagerar osadamente los efectos que producen los colores por sus
relaciones o sus desacuerdos. Es como para el dibujo, el color justo, no es tal
vez lo esencial que hay que buscar, porque el reflejo de la realidad en el
espejo, si fuera posible fijarlo con color y todo, no sería de ninguna manera
un cuadro, ni más que una fotografía».[22]
Así, al igual que sus amigos de Pont-Aven, van Gogh
luchaba por conseguir líneas simplificadas y colores más expresivos. «Yo busco
ahora exagerar lo esencial, dejar en lo vago expresamente lo trivial...»,[23]
anunció después de algunas semanas de vivir en Arlés. Enseguida se dio cuenta
de que había cambiado su visión, de que veía las cosas «con una mirada
japonesa».[24]
El empleo cada vez más frecuente de planos lisos,
destacados a menudo mediante contornos marcados y oscuros, estaba acompañado en
la obra de van Gogh por experimentos relacionados con la textura, tendentes a
aliviar la monotonía de las superficies uniformes mediante la vitalidad de
pinceladas claramente diferenciadas. Pintando con pinceles que casi chorreaban
color y aplicando los pigmentos con mucha pasta. En otros casos representaba
cada forma mediante líneas onduladas que destacaban de manera especial el
contorno. En algunos casos no solo empleó el plumeado, los puntos o los trazos
de pincelada intencionadamente prolongada, sino que además aplicó la pintura
directamente de los tubos a la tela. Todo esto contrastaba sobremanera con la
técnica de Gauguin en Pont-Aven, basada en el efecto de los planos lisos por su
misma lisura tersa y sin textura.
En muchos casos van Gogh parecía dibujar con los
pinceles, aplicando cada pincelada de modo que forma una línea —recta o curva—
o un punto, y construyendo el cuadro todo por una acumulación de pinceladas
claramente visibles. En una carta que escribió a su hermano en septiembre le
decía: «Mañana voy a dibujar hasta que llegue el color. Pero he llegado ahora a
tomar la decisión de no dibujar más un cuadro al carbón. No sirve de nada. Es
preciso atacar el dibujo con el color mismo para dibujar bien...».[25]
A van Gogh le interesaba especialmente el retrato y
lamentó siempre no conocer más gente que estuviese dispuesta a posar para él. «Y
en un cuadro, yo quisiera decir algo consolador como una música», le decía a su
hermano. «Quisiera pintar a los hombres o a las mujeres con no sé qué de
eterno, de lo que en otro tiempo el nimbo era el símbolo, y que nosotros
buscamos por el centelleo mismo, por la vibración de nuestros coloridos».[26]
Aunque él mismo reconocía que sus retratos le parecían poco logrados, aunque le
resultaba suficiente no escurrir la dificultad y atacarla de frente, puesto que
eso le podía allanar el camino en su futuro.
Después de que Vincent se hubo alejado de París, Theo
no solo se mantuvo en contacto con Gauguin y Bernard (cuyas obras le incitaba a
comprar constantemente Vincent), sino también con Seurat, al que compró uno de
sus dibujos, y con Signac, Luce, Lautrec y muchos otros. A veces les pedía a
Guillaumin y a Pissarro que acudiesen a ver las últimas telas que le había
enviado su hermano, y a continuación le trasmitía a Vincent sus alentadoras
observaciones. Parece ser que Theo no apreciaba realmente la obra de su hermano
según afirmó en su día su cuñado Andries Bonger, aunque no hay constancia
fehaciente de ello.
La percepción de una pequeña herencia por parte de
Theo propició que el deseo más acariciado por Vincent se convirtiera en
realidad: la firma de un contrato con Gauguin que le garantizaría 150 francos
mensuales a cambio de doce cuados al año, dejándolo en libertad de vender a
otros el resto de su producción. Con esta firma, Gauguin se vincularía
comercialmente con Theo van Gogh y disfrutaría de cierta seguridad económica,
por fin podría cancelar las deudas que tenía en Port-Aven. Pero, aunque la
principal ilusión de van Gogh era reunirse con Gauguin en Arlés para trabajar codo con codo, los
hermanos no estaban dispuestos a forzarlo para que fuese al sur por el simple
hecho de que ahora dependía económicamente de ellos. Deseaban que esta unión
surgiera de la propia voluntad de Gauguin, cuyos deseos no coincidían
precisamente con esa voluntad. Unos meses más tarde, y tras la venta de unas
cerámicas de Gauguin por parte de Theo, además del ofrecimiento de sufragar el
viaje así como su alojamiento y manutención en Arlés, aceptando cuadros y
dibujos a cambio, Gauguin ya no puedo retrasar su partida. Con los envíos de
Theo y algunas ventas adicionales, calculó que seis meses o un año en Arlés
serían suficientes para ahorrar el dinero necesario que le permitiera hacer
otro viaje a la Martinica. En lugar del «estudio del sur» con que soñaba
Vincent, Gauguin empezó a pensar en un «estudio en el trópico». Sin embargo, a
fin de llevar a cabo su proyecto, Gauguin parecía no tener más opción que pasar
primero una temporada en Arlés.
5.
1888-1889. ESTANCIA DE GAUGUIN EN ARLÉS
Arles, 17 de octubre de 1888.
Querido Gauguin:
Gracias por su carta y gracias sobre todo por su
promesa de venir ya el 20. […]
Sigo teniendo presente en la memoria la emoción que
este invierno me causó el trayecto de París a Arlés. ¡Cómo miraba fuera para
ver «si ya era Japón»! Qué chiquillada, ¿verdad?
Mire, le escribía el otro día que tengo la vista
extrañamente cansada. Pues bien, descansé dos días y medio y luego me puse a
trabajar. Pero sin atreverme aún a salir al aire libre, hice, siempre para la
decoración de la casa, un lienzo de 30 de mi dormitorio con los muebles de
madera blanca que usted conoce. Y bien, me divirtió enormemente hacer este
interior sin nada.
De una simplicidad a lo Seurat.
En tonos planos, pero con pinceladas groseras y muy
empastadas, las paredes lila pálido, el suelo de un rojo roto y descolorido,
las sillas y la cama amarillo de cromo, los cojines y la sábana limón verde muy
pálido, la manta rojo sangre, la mesita de aseo anaranjada, la palangana azul,
la ventana verde. Quería expresar un reposo
absoluto con todos esos tonos tan distintos, ¿sabe?, y sin más blanco que
el de esa pequeña nota que da el espejo cuadrado negro (para incorporar también
el cuarto par de complementarios).
[…]
Siempre suyo,
Vincent
El nerviosismo de Vincent van Gogh iba en aumento a
medida que se aproximaba la llegada de Gauguin a Arlés. Necesitaba
angustiosamente la presencia de Gauguin como alivio a su soledad. Pero temía
también que su amigo se sintiera decepcionado, que se arrepintiera de haber
dejado Pont-Aven para irse al sur.
Mientras tanto, van Gogh trabajaba más febrilmente
que nunca a fin de estar listo para la llegada de Gauguin. Atraído por las
escenas nocturnas pintó, pocas semanas antes de la llegada de Gauguin, una
vista del río Ródano por la noche bajo un cielo estrellado. Mientras tanto,
procuraba ir adecuando la casa con algunos muebles indispensables, pero
advirtió a Gauguin que no esperara grandes lujos, y terminó una serie de telas
destinadas a la decoración de la vivienda.
Sin embargo, la excitación que producía en él la
espera se hizo casi insoportable, y en la última carta que escribió a Theo
antes de la llegada de Gauguin, Vincent confesaba: «no estoy enfermo, pero
llegaré a estarlo sin la menor duda, si no tomo una fuerte alimentación y no
dejo de pintar por algunos días […] En fin, aun entonces no creo que mi locura
sea la de la persecución, ya que mis sentimientos en estado de exaltación
desembocan más bien en las preocupaciones de la eternidad y de la vida eterna.
Pero asimismo, es preciso que desconfíe de mis nervios…».[27]
Era la primera vez que van Gogh mencionaba la palabra locura en las cartas escritas desde Arlés.
El 23 de octubre de 1888 Gauguin llegó a Arlés. El
encuentro fue sumamente cordial, aunque Vincent estaba preso por la agitación, si
bien esperanzado ahora que su amigo estaba con él.
Gauguin se sintió mucho menos impresionado por la
Provenza, que era más colorida y romántica aunque menos mística que Bretaña,
pero que estaba lejos de ser tan lujuriosa y tropical como la Martinica. Distó
mucho de enamorarse del sur, incluso en cierta ocasión le espetó a van Gogh que
consideraba Arlés « la ciudad más sucia del Midi».[28]
Desde sus primeros paseos por Arlés con Vincent, que le mostraba orgullosamente
todos los sitios hermosos que tanto amaba, Gauguin no pudo evitar sentirse fuera de lugar y encontró
dificultades para ocultar su decepción, y así se lo transmitió Bernard: «Me
siento como un extraño en Arlés; el paisaje y la gente me parecen tan pequeños,
tan mezquinos».[29]
Mientras que la exposición individual de Gauguin que
Theo inauguró en París a principios de noviembre, tuvo mucho éxito, van Gogh se
sentía muy desdichado pues no encontraba su camino. Estaba metido completamente
en la escuela impresionista, lo que le hacía vacilar bastante. Si bien es
cierto que sentía gratitud hacia Gauguin por todas sus ideas estimulantes,
también es cierto que había pintado la mayor parte de sus floreros de girasoles
antes de la llegada de su amigo. Escuchaba de buena gana los consejos de su
amigo pero solamente los seguía cuando estos coincidían con sus propias
investigaciones. El primer consejo que le dio Gauguin fue que trabajara de
memoria o, como decía Vincent, que hiciera «abstracciones». Haciéndose eco de
la teoría de Gauguin le escribió a su hermano: «Voy a coger la costumbre de
trabajar de memoria y las telas de memoria son siempre menos desmañadas y
tienen un aire más artístico que los estudios del natural […]»[30],
aunque pronto se dio cuenta de que no obtenía resultados maravillosos cuando
trabajaba de memoria sin el estímulo proporcionado por la observación de la
naturaleza.
Sus discrepancias eran casi universales, se podían constatar
en su desencuentro con el lugar, en los conceptos técnicos, en su opinión
respecto de otros pintores, etc., esto, unido a la enorme tensión que le
suponía a van Gogh no encontrar un camino que le satisficiera para expresar su
arte, y al temor constante que sentía hacía la posibilidad de que Gauguin lo
abandonara, hizo que él mismo considerara que su estado padecía un evidente
desequilibrio. Un retrato que le hizo Gauguin a su amigo fue el detonante de
los acontecimientos que iban a tener lugar. Cuando Gauguin le mostro a van Gogh
su retrato terminado, un retrato sin mucho parecido, aunque Vincent entendió
que había captado su rictus de locura. Le escribió a su hermano: «Pero en realidad
era yo, extremadamente cansado y cargado de electricidad como lo estaba
entonces».[31]
Esa misma noche ambos fueron juntos al café, como de costumbre, y ahí comenzó toda
una serie de acontecimientos que llevaron a van Gogh a su habitación y allí
preso de alucinaciones auditivas, se cortó repentinamente la oreja izquierda.[32]
Gauguin aprovechó el suceso para regresar a París y
alojarse en casa de Schuffenecker. En el hospital, el estado de Vincent se
había calificado de grave. Su fiel amigo Roulin, el cartero, que lo visitaba a
diario, dos días después del ingreso de van Gogh en el hospital creyó que había
llegado el fin, pero ese mismo día se produjo una mejoría. Cuando llegó Theo
apenas puedo hacer otra cosa que confortar a su hermano. «Cuanto lamento que te
hayas molestado por tan poca cosa», le dijo a su hermano; «perdónamelo, ya que
al fin soy probablemente la causa principal».[33]
Después de algunos días Theo regresó a París, pues su hermano evidenciaba una
gran mejoría.
6.
1889. LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL
Notas sobre el arte. Exposición Universal.[34]
Evidentemente esta exposición es el triunfo del
hierro, no solamente desde el punto de vista de las máquinas, sino también
desde el punto de vista de la arquitectura […] ¿A qué se debe la presencia, al
lado de este hierro rudo y serio, de materias blandas, como la tierra medio
cocida? […]
Nos empeñamos en nuestra búsqueda del arte y, al
entrar en la sección de Bellas Artes, tan generosamente pagada por el Estado,
es decir, por todos nosotros, nos quedamos asqueados en vez de asombrados. Digo
bien, asombrados, ya que desde hace tiempo sabemos a qué atenernos sobre la mala
calidad que no se compensa con un bajo precio. Toda esa gente vanidosa muestra
sus bodrios a placer, con un desparpajo que no tiene nombre.
[…] ¡Felices los pintores antiguos que no tenían
academia! Desde hace cincuenta años las cosas han cambiado, el Estado protege
cada vez más la mediocridad y ha habido que inventar profesores a medida para
todo el mundo. Sin embargo, al lado de todos estos pedantes, también ha habido
luchadores valientes y se han atrevido a mostrar pintura sin receta.
[…] Hay también, en 1889, sin duda toda una pléyade de
artistas independientes que los pintores oficiales siguen con ojos inquietos
desde hace quince años y que toda persona sensible, sedienta de arte puro, de
verdadero arte, contempla con interés […]
Le Moderniste illustré, 4 y 11 de julio de 1889[35]
La Académie Julian no era en absoluto una «academia»,
sino solo una escuela de arte que proporcionaba modelos y que no supervisaba
demasiado el trabajo de sus alumnos. Teóricamente en Francia todo tipo de
educación artística era gratuito; sin embargo, el Ministerio de Bellas Artes
obligaba a los extranjeros a hacer un examen excesivamente difícil, realmente
malintencionado, de lengua francesa, con lo que casi todos los que llegaban de
fuera con el deseo de recibir clases de los maestros oficiales franceses, eran
rechazados. Eso impulsó en 1873 a Rodolphe Julian, un pintor mediocre, a abrir
una academia propia, para la cual contrató astutamente como profesores
visitantes a cuatro de los maestros más famosos de la Ecole des Beaux-Arts.
Este negocio resultó tan fructífero que pronto se vio en la necesidad de abrir
varias filiales en París, entre ellas una especial para mujeres. La Académie Julian
era el punto de partida de muchos caminos diferentes que conducían a los
estudiantes a un destino del cual ellos mismos eran artífices. Allí no se
conocían reglas ni disciplina. Ni siquiera se respetaba demasiado a los
profesores cuando realizaban sus rondas poco frecuentes. En cada estudio había
un massier, elegido entre los alumnos
por ellos mismos.[36]
Paul Sérusier era el massier del que
se había dado en llamar «pequeño estudio» de la Académie en el faubourg
Saint-Denis, donde daban sus clases Lefebvre y Boulanger. Sérusier había
recibido una excelente educación superior y, dada su afición por la pintura,
había logrado ingresar en la Académie Julian, donde realizaba rápidos
progresos. Uno de sus cuadros, hecho según todos los principios convencionales
de sus maestros, había merecido incluso
una «mención de honor» en el Salón de 1888. Pero ese mismo año su breve
encuentro con Gauguin en Pont-Aven le había abierto insospechadamente nuevos
horizontes. A su regreso a París mostró a sus amigos de la escuela un pequeño
cuadro elaborado con los consejos de Gauguin. Todos ellos tenían aspiraciones
que nada tenían que ver con el adocenamiento general; entre ellos se
encontraban Pierre Bonnard, Edouard Vuillard, Maurce Denis, Félix Vallotton y
Paul Ranson. Aunque, en un primer momento, el cuadro de Sérusier les pareciera
casi carente de formas debido a la sintetización extrema de todos los
elementos, fue debido a que el propio Sérusier había ido más lejos que el
propio Gauguin en su abstracción. Pero cumplió con su objetivo de transmitir a
sus amigos el «mensaje» de Gauguin, quien había dicho que en lugar de copiar la
naturaleza tal como uno la percibe, lo que hay que hacer es representarla, convertirla en un juego
de colores vívidos.
La interpretación hecha por Sérusier de los objetivos
de Gauguin era fascinante, pero sus amigos se resistieron a dejarse llevar por
el entusiasmo: hubiera sido demasiado fácil congregarse en torno a Gauguin y
aceptar sus teorías. Por lo que, durante las vacaciones de Pascua, regresó a
Pont-Aven acompañado por algunos otros alumnos de la Académie Julian. Gauguin
escribió a Bernard: «Sérusier acaba de llegar y no habla de otra cosa que no
sea su evolución. Tiene intenciones de resistirse a las influencias de Lefebvre
y trata de convencer a cuantos tiene a su alrededor […]».[37]
Sérusier experimentó en un primer momento cierta
desilusión en Pont-Aven, y escribió a su amigo Maurice Denis: «En cuanto llegué
me di cuenta de que Gauguin, que está conmigo, no es el artista de mis sueños
[…] Por lo tanto he preferido no mostrarle lo que estoy haciendo».[38]
No cabe duda de que el consejo que le dio Gauguin a Sérusier estaba en la línea
de los que había dado a van Gogh, pero no parece que a su regreso a París,
Sérusier estuviera totalmente convencido de haber descubierto la verdad.
Mientras tanto, París hervía de actividad y
entusiasmo por la inminente gran Exposición Universal, cuya inauguración estaba
prevista para la primavera de 1889 y cuyo símbolo era la recientemente acabada
Torre Eiffel.
La sección de arte de la Exposición Universal de 1889
iba a contener una Exposición del Centenario, en la cual el crítico Roger Max
había tenido la valentía de incluir algunas obras de muchos pintores todavía
controvertidos como Manet, Monet, Pissarro, Renoir, Degas; incluso Max se las
ingenió para admitir uno de los cuadros de Cézanne. No faltó el inevitable
contingente de maestros reconocidos, pero no se pensó en incluir a artistas más
jóvenes como Gauguin.
Gauguin había abandonado toda esperanza de estar
representado en la Exposición cuando Schuffenecker descubrió un sitio donde él
y sus amigos podían exponer sus obras. Era un amplio vestíbulo de un café
llamado «Grand Café des Beaux-Arts», que estaba situado justo al lado de la sección
oficial de arte. Al parecer no resultó difícil para Schuffenecker convencer a
Volpini, tal era el nombre de su propietario. Gauguin, desde que recibió la
noticia, comenzó a sugerir a Schuffenecker tanto la conveniencia de reunir tan
solo a un grupo reducido de amigos, como de vetar la presencia de otros como
Pissarro y Seurat. Gauguin no estaba dispuesto a aceptar otros pintores que no
fueran de su grupo. Finalmente los que participaron de esta exposición fueron:
Gauguin, Bernard, Anquetin, Roy, Fauche, Laval, de Montfreid y Ludovic Nemo (seudónimo
de Bernard).[39] Theo
van Gogh mostró una cerrada oposición a tal iniciativa, y cuando Schuffenecker
lo visitó para explicarle los pormenores e invitar a su hermano Vincent a que
expusiera con ellos, Theo se negó argumentando que aquello era una manera de
entrar en la Exposición Universal por la puerta de atrás, y declinó la
invitación, con lo que estuvo de acuerdo más tarde Vincent al ser informado por
su hermano.
Gauguin estaba decidido a seguir adelante y a reunir
a sus amigos y seguidores a su alrededor, a fin de mostrar que era posible
presentarse ante el público como un grupo más o menos homogéneo, y así lo hizo.
Bautizó a su grupo como «impresionista y sintetista», en contraste al nombre
que había asignado Seurat a su grupo: «neoimpresionistas».
Se publicaron varias reseñas en publicaciones
simbolistas. Félix Fénéon escribía acerca de la muestra en La Cravache, pero Gauguin se disgustó por la ascendencia que este
otorgaba al estilo de Anquetin sobre el suyo. Este, que no conocía a Anquetin,
nunca perdonó a Fénéon por estas opiniones, aunque el crítico tenía razón por
cuanto el estilo cloisonniste de
Anquetin lo conocía Gauguin a través del también cloisonniste Bernard.[40]
En Art Critique,
Jules Antoine pretendía dividir a los expositores en impresionistas y
sintetistas. Sus mayores elogios eran para Schuffenecker. Solo consideraba
sintetistas a Anquetin y Bernard, y veía en Gauguin a un impresionista. Además
acusaba a Laval y Bernard de copiar a Gauguin. El propio Bernard dijo más tarde
que la exposición había tenido un carácter bastante heterogéneo y que solo él,
Gauguin y Laval habían representado al sintetismo, mientras que, a su entender
los demás eran impresionistas.[41]
La reseña más audaz fue sin duda la que escribió
Albert Aurier, que, junto con Fénéon, era el único entre los poetas y
escritores simbolistas que se dedicaba con seriedad al estudio del arte
contemporáneo. En sus escritos posteriores, Aurier exploró largamente la
relación entre el impresionismo y el sintetismo de Pont-Aven. Insistía en que
la primera denominación se reservase exclusivamente «a los pintores para
quieres el arte no es más que una traducción de las sensaciones e impresiones
del artista», mientras que en los cuadros de Gauguin veía una orientación
paralela a la del movimiento simbolista en literatura y a la que realmente
prefería llamar «simbolismo» en lugar de «sintetismo».[42]
La decepción de Gauguin fue muy notable respecto a la
acogida que tuvo su muestra. En el café de Volpini no se vendió un solo cuadro.
Si algo pudo servirle de consuelo fue el enorme interés que despertaron sus
telas entre muchos artistas de la nueva generación, que descubrían restos de
ejecución impresionista combinados con una simplificación de las formas, una
extraña mezcla de ingenuidad y rebuscamiento, de brutalidad y sutileza, de
dogmatismo y primitivismo. Aunque solo uno de ellos, Sérusier, quedó
completamente convencido y convertido, al reconocer que era uno de los suyos.
En realidad, esta exposición inauguró un nuevo
capítulo en la vida de Gauguin, ya que le valió la adquisición de algunos
nuevos amigos entre los autores y pintores jóvenes y contribuyó a su afirmación
como cabeza de un nuevo movimiento artístico. Pero, de regreso a Pont-Aven,
Gauguin se sentía muy deprimido por su falta de éxito en la exposición de
Volpini, lo que unido a la proliferación de demasiados artistas de corte
académico y que sus telas, cuando las colgaba en la pensión Gloanec junto con
la de esos pintores, eran objeto de burla, motivó que Gauguin prefiriera volver
a Le Pouldu, lo que hizo a finales de junio acompañado de Meyer de Haan y
Sérusier; Bernard no acudió dada la oposición de su padre.
Le Pouldu era un lugar apasionante por su extraño
dramatismo, era una región de dunas gigantescas donde Gauguin encontró un
primitivismo que nunca habría soñado hallar en Francia. Permaneció allí hasta
febrero de 1890, cuando volvió a París, pero regresó a Le Pouldu a finales de
junio y la abandonó definitivamente a principios de noviembre cuando regresó a
París.[43]
Entre los miembros del grupo de Gauguin fueron
Sérusier y de Haan los pensadores más eruditos, los teorizadores más
entusiastas. Si Bernard había puesto antes al servicio de Gauguin los
resultados de sus variadas lecturas, Sérusier puso ahora, al servicio de todos,
su amplio conocimiento de la filosofía. En cuanto a de Haan, también estaba
dotado de una buena formación en lo que a filosofía religiosa y metafísica se
refiere. Todo ello hacía que, a través de interminables discusiones y de
experimentos diarios, se fueran perfilando de cada vez más las ideas de todos
ellos. Parece ser que uno de los temas favoritos de discusión era el
puntillismo de Seurat, con respecto al cual Gauguin era especialmente
sarcástico. Aunque tampoco el tema del sintetismo se tratara siempre de una
manera seria. Gauguin llegó incluso a pintar un irónico autorretrato en el que
aparecía como un «santo» sintetista con halo. En esa época incluso adoptó una
firma sintética, y en casi todos sus cuadros firmaba simplemente P. Go.
A Gauguin no le gustaba dar consejos, pues respetaba
muchísimo las personalidades de sus amigos. Pero aunque él mismo no
pontificara, Sérusier, llevado por su inclinación filosófica, transformaba la
menor de sus afirmaciones en doctrina científica. Sérusier mantenía un contacto
regular con sus amigos de la Académie Julian de París, sobre todo con Denis,
Bonnard y Vuillard, y para todos ellos Gauguin era «el Maestro indiscutido».
Durante el verano de 1890, Denis formuló en un artículo los principios del arte
de Gauguin según le habían sido transmitidos por Sérusier.[44]
Gauguin no tenía la menor intención de volver a aunar
esfuerzos con van Gogh, aunque en la exposición de los Independientes realizada
durante la primavera de 1890 considerase que las obras de van Gogh eran las más
notables.
Al parecer, solo en contadas ocasiones mencionó Gauguin
el nombre de Vincent van Gogh a su auditorio de Bretaña, y cuando lo hizo
siempre habló de él como el culpable de sus desdichas en Arlés, y cuando en una
carta van Gogh sugirió la posibilidad de unirse al grupo en Le Pouldu, Gauguin
se opuso completamente.
7.
1889. SUFRIMIENTO DE VAN GOGH
2 de enero de 1889
Mi querido Theo:
A fin de tranquilizarte completamente a mi respecto,
te escribo estas breves frases en el gabinete del interno señor Rey, a quien ya
conoces. Me quedare todavía algunos días aquí, en el hospital; después, espero
volver muy tranquilamente a mi casa.
Ahora te ruego una sola cosa, que no te inquietes;
porque entonces me provocarías una inquietud más […].[45]
Van Gogh estaba tan repuesto que incluso fue capaz de
pintar su propio retrato con la venda puesta, pero tan pronto como hubo
reanudado su trabajo se vio en nuevas dificultades. Su propio temor de que, a
raíz de su primer ataque, la gente pudiese llegar a sentir miedo de su
presencia se vio reflejado en una petición elevada al alcalde por unos treinta
vecinos, que le suplicaban que dadas las repetidas ocasiones en que van Gogh
había dado muestras de no estar en pleno uso de sus facultades mentales, su
adicción contumaz a la bebida y la inestabilidad emocional que ello le
provocaba, resultaba un peligro para los residentes. Por lo cual solicitaban su
ingreso en un centro para enfermos mentales a fin de evitar riesgos a terceros.[46]
Como resultado de esta petición, y tras una menos que
somera investigación, se envió a un policía a cerrar la casa de Vincent y a
llevarlo nuevamente al hospital.
En los horrorosos días que siguieron, y viéndose
totalmente abandonado a sí mismo, tuvo tiempo más que suficiente para pensar
sobre su destino y sobre un futuro que, en realidad, se presentaba cada vez más
sombrío. Pero la tensión era demasiado fuerte y sobrevino un nuevo ataque que,
sin embargo, no duró mucho tiempo. Vincent estaba tan abatido que ni siquiera
se atrevía a escribir a Theo.
Cuando al fin se decidió, tras un largo silencio de
casi un mes, instó a Theo a no intervenir ante las autoridades locales, pues
confiaba en recuperar la libertad conservando la calma y siendo razonable.
Theo, en vísperas de su matrimonio, quedó profundamente perturbado por las
noticias. Cuando se enteró de que Signac pensaba viajar al sur, le rogó que
pasara por Arlés y visitara a van Gogh. Cuando Signac llego al hospital le
permitieron llevarlo a dar un paseo, y ambos se dirigieron a la casa de van
Gogh, que seguía cerrada por la policía. Sobre esta visita dijo Signac más
tarde que su amigo había intentado beberse una botella de aguarrás que estaba
sobre la mesilla del dormitorio, lo que le hizo ver que era hora de regresar al
hospital.
A finales de marzo ya se le permitió dar paseos a
solas. El trabajo favorecía su recuperación, aunque no le impedía meditar sobre
su futuro y, además, se daba cuenta de que le faltaba el coraje para vivir y
trabajar solo. Tuvo uno larga conversación con su amigo el pastor Salles, que
sugirió que el pintor se trasladara al manicomio vecino de Saint-Rémy, lo que
Vincent aprobó plenamente.
Tras estas meditaciones, no se le ocurrió otra cosa
que informar a su hermano de que lo mejor sería alistarse durante cinco años en
la Legión Extranjera francesa, ya que físicamente se sentía fuerte. Theo no
quiso oír hablar de esa solución, sospechando que lo que Vincent pretendía era
sacrificarse para no suscitar más complicaciones ni gastos.
En general, van Gogh estaba muy ablandado por su
enfermedad, hasta el punto de admitir que su temperamento, muchas veces
incontrolado, le había creado muchos enemigos. Mientras tanto, el pastor Selles
había ido a Saint-Rémy y había vuelto con la desalentadora noticia de que la
pensión era más alta de lo que creían y que no se le permitiría trabajar fuera
del establecimiento. Aunque esto causó una gran pesadumbre al pintor, Theo se
mostró dispuesto a aceptar la nueva carga económica. «Para fin de mes desearía
ir otra vez al hospicio de Saint-Rémy o a otra institución de este género, de
la cual el Sr. Salles me habló»,[47]
le escribió Vincent a su hermano.
El 8 de mayo de 1889, Vincent van Gogh, acompañado
por su fiel amigo el pastor Salles emprendió el breve viaje de unos veintisiete
kilómetros que lo llevaría a Saint-Rémy. Allí, el Dr. Théophile Peyron,
director del centro, después de una serie de observaciones poco profundas, y
posiblemente por informes recibidos del hospital de Arlés, diagnosticó que
padecía ataques epilépticos no demasiado frecuentes y que era aconsejable
tenerlo en prolongada observación en ese establecimiento.[48]
En la actualidad se han formulado diversas teorías
sobre la enfermedad que padeció van Gogh, que van desde la esquizofrenia a la
sífilis, pero la mayoría de expertos coinciden en que sin duda sufría de alguna
perturbación epiléptica. A este respecto, van Gogh informó al Dr. Peyron que
había habido epilepsia en la familia de su madre.[49]
En el caso de van Gogh estos ataques solían durar entre dos semanas y un mes;
comenzaban de una manera más o menos repentina y se reiteraban a intervalos
bastante largos. Durante sus ataques cometía diversos actos violentos, en
repetidas ocasiones trató de comerse sus pinturas venenosas, y sufría
alucinaciones. En los intervalos entre uno y otro ataque estaba en perfecta
posesión de sus facultades y capacitado para trabajar, escribir y razonar con
total lucidez. Esta lucidez le permitía hablar de su propia afección con
admirable objetividad y con plena aceptación de lo inevitable.
Al mes de su llegada a Saint-Rémy se le permitió no
solo trabajar en el jardín del sanatorio, sino también en las inmediaciones de
la institución con la compañía de un guardián. Van Gogh se sentía satisfecho
con su trabajo y tenía incluso la sensación de que sus cuadros podían ser
mejores que antes. Con todo, ponía buen cuidado en no hacer demasiados
esfuerzos. Su vida ordenada y exenta de emociones, así como la pintura,
contribuían mucho a devolver la confianza. «Con todas las precauciones que
estoy tomando», escribió a Theo a mediados de junio, «difícilmente puedo
recaer, y espero que los ataques no se repitan».[50]
Cuando Vincent envió a Theo la primera remesa de
cuadros realizados en Saint-Rémy, en el mes de junio, aunque no iban sus dos
últimos, Paisaje con olivos y Noche
estrellada, probablemente porque no estaban secos todavía, Theo quedó
encantado con el primer envío, tanto más cuanto que veía con aprensión el arte
cada vez más «simbolista-sintetista» de Gauguin y Bernard. Al parecer encontraba
demasiado artificial, demasiado intelectual, lo que se estaba haciendo en
Pont-Aven y Le Pouldu, y le agradó comprobar que Vincent se había mantenido más
cerca de la naturaleza y que buscaba menos las singularidades estilísticas.
A Theo le encantó mostrar a todos sus amigos las
obras más recientes de su hermano. Pero la alegría no iba a tener continuidad,
tras recibir Vincent una carta donde la esposa de Theo le anunciaba que
esperaba un bebé para febrero, le sobrevino un nuevo ataque mientras pintaba fuera
del sanatorio.
Este primer ataque de van Gogh en Saint-Rémy fue tan
doloroso como los anteriores que había sufrido en Arlés. Vino acompañado de
intentos suicidas y de horrorosas alucinaciones cuya intensidad fue
disminuyendo muy lentamente; le siguió una profunda depresión, ya que la
recurrencia no hacía más que poner de manifiesto el carácter crónico de la
dolencia del pintor.
Lo extraño es que este último ataque de van Gogh, en
cierto modo inesperado, fortaleció su fuerza de voluntad en lugar de debilitarla,
por lo que se puso a pintar tan pronto como estuvo recuperado. El primer cuadro
que pintó fue un autorretrato en el que aparece delgado y pálido, aunque la
mirada de sus ojos azules indica más determinación que desánimo.
La noticia recibida de París poco antes de su último
ataque había sido extraordinaria, pero pasó más de un mes antes de que su mente
recuperara la claridad suficiente como para responder. Contestó entonces con
expresiones de profunda alegría y emoción a la noticia del embarazo de Johanna.
Theo le contestó con inmejorables noticias, le dijo que había alquilado una
habitación en el edificio donde vivía Tanguy para almacenar los cuadros de
Vincent y para permitir al mismo tiempo que Tanguy mostrara todos los que
pudiera. Pero lo más importante fue el anuncio de que un secretario de la
asociación de los XX de Bruselas se había presentado a Theo para preguntarle si
Vincent accedería a exponer con el grupo belga en 1890. Parece evidente que van
Gogh no se sentía todavía capaz de enfrentarse al público. Pero cuando
finalmente le llegó la invitación oficial de los XX, la aceptó sin saber
siquiera a quién habían invitado junto con él. Como de costumbre, habría un
contingente de puntillistas (Signac, Lucien Pissarro, Dubois-Pillet y Hayet)
además de Redon, Renoir y Toulouse-Lautrec. También había otros dos recién
llegados además de van Gogh: uno era Sisley y el otro Paul Cézanne. Emile
Bernard que iba a ser invitado finalmente no apareció entre los expositores de
ese año.
Cuando Cézanne recibió una invitación para exponer
con los XX en enero de 1890, llevaba ya desde 1877 sin exponer, habiendo tomado
parte ese año por última vez en una muestra colectiva de sus compañeros
impresionistas. Sin embargo, uno de sus cuadros acababa de ser colgado en la
Exposición Universal. Al parecer, en un primer momento rechazó la invitación,
pero cuando Octave Maus lo acusó de aislarse desdeñosamente y le dijo quiénes
eran los demás invitados, Cézanne aceptó sin condiciones.
A partir de ese momento, una sola cosa preocupaba a
van Gogh: el trabajo. Pensaba que un ataque más violento podría destruir para
siempre su capacidad de pintar y estaba decidido a aprovechar al máximo el
tiempo que le quedaba. También era cada día mayor su convicción de que unos
alrededores menos mórbidos aumentarían su resistencia y su productividad. Pero
la falta de compañía estimulante, sumada a todos los demás inconvenientes, lo
llevó a pensar una vez más en volver al norte.
En el aspecto pictórico, Theo observó la similitud
entre las nuevas tendencias de su hermano y las de Gauguin. Cuando en octubre
recibió algunas telas recientes de Vincent y al mismo tiempo algunas de Gauguin
desde Bretaña, no puedo más que observar la coincidencia de preocupaciones en
ambas obras.
Según parece van Gogh había logrado establecer tan
bien la rutina de su trabajo que en noviembre estuvo en condiciones de pasar
dos días en Arlés. Ante su sorpresa, esta excursión no provocó ningún ataque.
Sin embargo, sí se produjo un nuevo ataque cerca de la Navidad, aunque esta vez
solo duró una semana. Pocas semanas después tuvo un segundo ataque que le
sobrevino después de otro día en Arlés, pero también este fue muy corto.
En Enero de 1890 tendría lugar un acontecimiento de
enorme importancia para la carrera de van Gogh. Se trata de la publicación Les Isolés: Vincent van Gogh, en el Mercure de France, cuya
autoría correspondía a Albert Aurier, un escritor, crítico de arte, y pintor
además de coleccionista de arte, que caló profundamente en la promoción de
jóvenes pintores. El ensayo de Aurier fue uno más entre los elementos que
hicieron que las semanas de enero y febrero de 1890 estuvieran llenas de
emociones para van Gogh. Por esas fechas tuvo lugar también la inauguración de
la muestra de los XX; se produjo el nacimiento de su sobrino; se aproximaba la
nueva exposición de los Independientes, programada para marzo, en la que tenía
intención de participar; por último le llegó la noticia de que por vez primera
una de sus telas, el Viñedo rojo,
había sido vendida en Bruselas. La compradora del cuadro de van Gogh fue una
pintora, Anna Boch.
Todos estos acontecimientos habían sido demasiado
para él. El 24 de febrero, el Dr. Peyron informó a Theo de que Vincent había
sufrido otro ataque tras pasar dos días en Arlés, a donde, al parecer, se le
había permitido ir sin compañía. El ataque se prolongó más que los anteriores y
que eso era una prueba definitiva de que esas excursiones a Arlés perjudicaban
al paciente.
Según parece, van Gogh trató de ingerir algunas de
sus pinturas venenosas en el curso de su trabajo, no se sabe bien si en un
intento consciente de suicidio o en un arranque irracional; aunque es probable
que se tratase tan solo de un impulso incontrolado, como su intento de beber
aguarrás durante la visita de Signac a Arlés.
Tras su recuperación, que se produjo a mediados de
abril, el Dr. Peyron le entregó a van Gogh algunas cartas que habían llegado
durante su enfermedad, cartas de su madre, de su hermana, de Gauguin, de Aurier
y, por supuesto, de Theo. En general, las noticias que recibió de París eran
buenas y alentadoras. El hijo de Theo se criaba sin dificultades y la madre
también se encontraba bien. Theo le enviaba abundante información sobre la
nueva exposición de los Independientes, que debía inaugurarse el 19 de marzo en
los Campos Elíseos, y donde Vincent estaría representado por diez cuadros de
Arlés y Saint-Rémy. Aquellos en quienes el artículo de Aurier había despertado
interés podrían ver por fin una muestra representativa de la obra de van Gogh.
En mayo se le permitió trabajar nuevamente en el
jardín del sanatorio, aunque no dejó de lamentarse sobre su vida en el
hospital. «He caído enfermo en la época en que hacia las flores de almendro» le
contaba sumido en la impotencia a su hermano y le añadía que «Hay que tratar de
salir de aquí, pero, ¿dónde ir? No creo que se pueda estar más encerrado y
prisionero en las casas donde no existen unas normas de libertad».[51]
Theo estuvo de acuerdo respecto de la partida de Vincent.
Había conocido al Dr. Gachet en el ínterin y le escribió acerca de Vincent. Lo
dispusieron todo, y el 16 de mayo Vincent van Gogh dejaba el sanatorio de Saint-Rémy,
casi un año después de su ingreso. En el registro de los internados, el Dr.
Peyron anotó la fecha de salida, acompañada de varias observaciones, la última
rezaba: Curado.
8.
1890. MUERTE DE VAN GOGH
Carta que Vincent tenía sobre sí, el 29 de julio de
1890.
Mi querido hermano:
Gracias por tu buena carta y el billete de 50 francos
que contenía. Ya que esto va bien, que es lo principal, ¿por qué insistiré
sobre cosas de menor importancia? ¡A fe
mía!... antes de que haya oportunidad de hablar de asuntos con la cabeza más
reposada, pasará probablemente mucho tiempo […].
Pues bien, la verdad es que solo podemos hacer que
sean nuestros cuadros los que hablen. Pero sin embargo, mi querido hermano,
añado; que siempre te he dicho […] que por mediación mía tienes tu parte en la
producción misma de ciertas telas que aun en el desastre guardan su calma.
Porque nosotros estamos aquí y esto es todo o por lo
menos lo principal que puedo tener que decirte en un momento de crisis
relativa. En un momento en que las cosas están muy tirantes entre marchands de
cuadros de artistas muertos y de artistas vivos.
Pues bien, mi trabajo; arriesgo mi vida y mi razón
destruida a medias —bueno— pero tú no estás entre los marchands de hombres, que
yo sepa; y puedes tomar partido, me parece, procediendo realmente con
humanidad, pero, ¿qué quieres?[52]
Vincent van Gogh llegó a París en la mañana del
sábado 17 de mayo de 1890. Su hermano acudió a la estación a recibirlo y
después lo condujo a su nuevo apartamento en la Cité Pigalle, en Montmartre.
Allí Vincent conoció a su cuñada y vio por primera vez a su sobrino. El cuñado
de Theo, su viejo amigo Andries Bonger, fue a verlo, lo mismo que Lautrec,
Camille Pissarro y su hijo Lucien; también le visitó Guillaumin y Gausson…
Ciertamente fue cálidamente agasajado.
Gauguin había vuelto a Bretaña tras haber contemplado
las telas de van Gogh expuestas en los Independientes, pero sin duda alguna
Theo puso a su hermano al corriente de los proyectos de su amigo: partir hacia
los trópicos con el dinero que le había prometido un inventor a quien conociera
en la Exposición Universal de 1889.
Prometiéndose un porvenir así de feliz, Gauguin
llevaba una existencia bastante apagada en Le Pouldu, pero Theo debió de decirle
a Vincent que se alegraba mucho de que Gauguin hubiera abandonado París. A
pesar del enorme deseo que tenía de ver las telas recientes de Gauguin, Vincent
no encontró tiempo para acercarse hasta la galería de Theo. Pero sí visitó el
Salón y se admiró ante una enorme tela de Puvis de Chavannes, que también había
impresionado a Gauguin. También es posible que asistiera a una exposición de
arte japonés en la Ecole des Beaux-Arts.
Cuatro días en París fueron más que suficientes para
van Gogh. La agitación de la ciudad, los animados intercambios de ideas con los
amigos, la tensión emocional de estar otra vez con Theo y las numerosas visitas
le resultaban demasiado fatigosas. El miércoles 21 de mayo se sintió feliz de
poder salir hacia Auvers. Llevaba consigo una carta de recomendación de Theo
para el Dr. Gachet.
La casa de Gachet estaba llena de cuadros de sus
muchos amigos impresionistas, comprados u obtenidos a cambio de sus servicios
como médico. «Somos ya muy amigos», informó muy pronto Vincent a Theo «y el,
por casualidad, llego a conocer a Brias de Montpellier y tiene las mismas ideas
sobre él que yo, que es alguien de importancia en la historia del arte
moderno», lo cual presagiaba buenas noticias. Además, parecía muy sereno y no
se advertían en él señales de su enfermedad. Había explicado su caso a Gachet,
que lo tranquilizó, instándolo a trabajar con calma, sin prisas y sin pensar
demasiado en su enfermedad.
Vincent seguía teniendo un solo medio de aliviar su
enfermedad: el trabajo. Se encontraba en excelente disposición de ánimo para
enfrentarse a los nuevos problemas pictóricos que lo esperaban en Auvers. Se
puso rápidamente a trabajar en su proyecto de retratar al Dr. Gachet, sobre
todo porque esperaba obtener gracias a él otros modelos y tal vez algunos
encargos. Incluso, no tardó demasiado en pintar una segunda versión de este
retrato.
A finales de junio Theo pasó por momentos difíciles;
su hijo enfermó gravemente, su esposa estaba agotada por las numerosas noches
en vela y él se peleó con sus jefes, que no mostraban confianza alguna en su
juicio artístico, situación que podía acabar obligándolo a vivir de unos
ingresos radicalmente reducidos, aunque trató de no alarmar a su hermano. Aun
así, los problemas de Theo dejaron huella sobre Vincent, que se alarmó y decayó
en su ánimo. Theo intentó apaciguarlo, pero Vincent estaba demasiado abatido
como para dejarse animar fácilmente, aunque aseguraba estar más tranquilo que
durante su visita a París. Le preocupaba mucho la salud del niño y se
inquietaba por las mensualidades que le enviaba Theo, además tuvo una discusión
con el Dr. Gachet provocada simplemente por un cuadro no enmarcado.
A pesar de todo, el trabajo de Vincent seguía siendo
agotador. Pintaba casi un cuadro por día, cuando no dos, realizando a veces
varias telas simultáneamente. Pero las preocupaciones de Theo pesaban cada vez
más sobre los hombros de Vincent. Había perdido todas las esperanzas, incluso
con respecto a esa comunidad de artistas por la que había trabajado y con la
que soñaba hacía años y, mientras tanto, Theo estudiaba la posibilidad de
despedirse de Boussod & Valadon para convertirse en el vendedor de la nueva
escuela de arte.
El domingo 27 de julio, Vincent se sentó a escribir a
su hermano: «Porque nosotros estamos aquí y esto es todo o por lo menos lo
principal que puedo tener que decirte en un momento de crisis relativa. En un
momento en que las cosas están muy tirantes entre marchands de cuadros de
artistas muertos y de artistas vivos».[53]
Vincent no terminó esta carta. El día tocaba a su fin; tomó el camino de los
campos, llevando consigo un revolver. Nadie sabe dónde lo consiguió, pero lo
dirigió contra sí mismo. La bala le entró por debajo del corazón. Vincent se
desplomó, pero pudo ponerse en pie y dirigirse otra vez hacia la pensión. En el
camino de vuelta cayó tres veces al suelo. Después de haberse abotonado el
abrigo con el fin de tapar la camisa empapada de sangre, subió a su pequeña
habitación sin hablar con nadie. Al ver que no bajaba a cenar, el dueño de la
pensión subió a buscarlo. Lo encontró tendido en la cama, con la cara vuelta
hacia la pared. Al insistir para que se levantara, Vincent se dio la vuelta
bruscamente y, mostrándole su pecho
sangrante, dijo: «Vea, quise matarme y erré el tiro…».[54]
Theo, que había recibido un mensaje del Dr. Gachet,
acudió inmediatamente a Auvers. Ya en la habitación, Vincent lo recibió con las
mismas palabras: «¡Erré otra vez!». Cuando Theo empezó a sollozar, le dijo: «No
llores, lo hice por el bien de todos». Su hermano insistía en su recuperación,
pero esta vez Vincent estaba decidido a no recuperarse. Cuando Theo le dijo que
tratarían de salvarlo, contestó que todos los cuidados de Gachet eran inútiles:
«La tristeza durará para siempre». Poco después
tuvo un ahogo y al instante siguiente sus ojos se cerraron. Quedó muy
tranquilo y no volvió a recuperar la conciencia. A la una de la mañana del
martes 29 de julio, Vincent van Gogh expiraba en brazos de su hermano. Tenía
treinta y ocho años.[55]
9.
1890-1891. CONSOLIDACIÓN Y PRIMER VIAJE A TAHITÍ
Carta de Gauguin a Emile Bernard de agosto de 1890.
[…] He recibido la noticia de la muerte de van Gogh y
me alegro de que usted estuviera en su entierro.
Por muy triste que sea esta muerte, no me produce
mucho desconsuelo porque ya la había previsto, puesto que conocía los
sufrimientos de este pobre muchacho luchando contra su locura. Morir en este
momento es una gran felicidad para él, es el fin de sus sufrimientos, y si
regresa en otra vida, llevará el fruto de su bello comportamiento en este mundo
(según la ley de Buda). Se ha llevado el consuelo de no haber sido abandonado
por su hermano y de haber sido comprendido por algunos artistas.
Le Pouldu, agosto de 1890
Durante el invierno de 1889-1890, que pasó en
Bretaña, Gauguin había atravesado por uno de los períodos más depresivos de su
vida. El «desastre» de la exposición de Volpini lo había desalentado
profundamente, tanto más cuanto que había albergado esperanzas bastante
descabelladas sobre un éxito que consideraba seguro.
Bernard, que estaba en Saint-Briac por haberle
prohibido su padre formalmente que se reuniera con Gauguin en Le Pouldu,
también pasaba por una profunda depresión, al surgirle dudas sobre su vocación.
Esta disyuntiva robusteció sus vínculos con la iglesia católica y empezó una
campaña de proselitismo, tratando de
«volver a Dios» a aquel viejo revolucionario y ateo que era el père Tanguy, quien obviamente se
resistió.
Mientras que el creciente misticismo de Bernard suponía
un lento debilitamiento de su osadía y su agudeza originales, Gauguin se
esforzaba por aumentar su productividad y no dejarse llevar por su estado de
melancolía.
Con la ayuda de Schuffenecker, en enero de 1890 se
trasladó a París, donde pudo sumergirse una vez más en su estimulante
atmósfera. Nada más llegar, se puso en contacto con Redon, cuya esposa volvía
de la isla francesa de La Reunión, en el Océano Índico, no lejos de Madagascar.
Mme. Redon le dijo que con 5.000 francos podía vivir treinta años en Madagascar.
Esta información era más que suficiente para realimentar sus esperanzas,
infundirle nuevas fuerzas, espolear su imaginación, renovar la debilitada
confianza en sí mismo y dar rienda suelta a sus sueños.
Como Bernard estaba pasando por un momento de
terrible decaimiento, Gauguin le confió sus planes y le propuso que le
acompañara. Tras pasar varios meses en París, Gauguin volvió a Bretaña y fijó la fecha de partida para el trópico a
mediados de agosto. Mientras tanto, Bernard sugirió que Tahití podría ser un
sitio mejor que Madagascar, a lo que Gauguin respondió que, efectivamente, ese
era un paraíso como el que soñaba, un lugar privilegiado donde se podría vivir
casi sin dinero. Bernard se comprometió a recabar información sobre la
Polinesia, y cuando la hubo conseguido y enviado a Gauguin, este volvió a
desatar su imaginación sobre la vida en Tahití.
Aunque anteriormente Gauguin había hablado de
marcharse solo por unos cuantos años, ahora afirmaba que abandonaba Europa para
siempre: «Dentro de algún tiempo iré a Tahití, una pequeña isla de Oceanía
donde la vida material puede transcurrir sin dinero. Quiero olvidar allí todo
el mal del pasado y morir allí ignorado de aquí, libre de pintar sin gloria
alguna para los demás»[56]
le escribía a finales del año 1890 a su amigo Willumsen.
En noviembre de ese año, Gauguin regresó a París, y
paró en casa de Schuffenecker. Entre los primeros conocidos que vio estaba
Albert Aurier, cuyo artículo todavía estaba esperando, y también Sérusier y
Maurice Denis. Los dos jóvenes pintores no habían permanecido inactivos desde
su asociación con el nuevo movimiento creado en Pont-Aven. Habían reunido a un
pequeño grupo de amigos, entre ellos Bonnard, Vuillard, Roussel y Vallotton,
los cuales habían abandonado la Académie Julian en 1890. Ahora se llamaban a sí
mismos los Nabis y estaban en mayor o
menor grado influidos por el trabajo simbolista-sintetista de Gauguin. Sus
esfuerzos habían mantenido vivo el tema de la nueva pintura mientras Gauguin
estaba en Bretaña y habían establecido conexiones con los poetas simbolistas, a
cuyas reuniones asistían y en cuyas discusiones participaban.
Por intermedio de Aurier, Gauguin conoció también a
los amigos de este, Julien Leclercq y Jean Dolent, que habían colaborado ambos
con Aurier en La Pléiade y en Le Moderniste antes de tomar parte
activa en la fundación del Mercure de
France. Muy pronto Gauguin se encontró absorbido en el grupo de escritores
simbolistas reunidos en torno a los redactores del Mercure de France; asistía asiduamente a sus reuniones en sus
diversos cafés y restaurantes favoritos. En uno de ellos, La Côte d’Or, vio al pintor por vez primera el poeta Charles
Morice, considerado como uno de los mejores dentro del movimiento simbolista,
que se convirtió muy pronto en uno de sus grandes admiradores.
No cabe duda de que Gauguin se sumergió con deleite
en este ambiente de escritores y poetas, con sus discusiones interminables
sobre problemas estéticos, pues representaba un cambio radical tras los largos
meses que había pasado en Bretaña casi en absoluto aislamiento. No cabe duda,
de que en estas discusiones ayudó a comprender mejor a Redon y Chavannes y
hacerles reemplazar un enfoque puramente literario por otro más consciente de
cualidades artísticas y plásticas. De esta manera, Gauguin desempeñó un valioso
papel en la apreciación artística de los simbolistas.
Con el pensamiento puesto siempre en el futuro,
Gauguin contaba impacientemente el tiempo que permanecía en París. No estaba
mal eso de ser aclamado como maestro por sus nuevos amigos, pero no llevaba a
ninguna parte. Sérusier lo llamaba incluso el «decano de los Nabis». No es que
Gauguin tuviera relaciones muy amistosas con los Nabis, aunque entre estos
Denis era, como él, un admirador de Cézanne y de Redon. En realidad, no había
ido a París a teorizar con los simbolistas, a trabajar en un estudio prestado
ni a establecer relaciones amistosas con otros artistas; había ido para
encontrar los medios que le posibilitaran su partida de Europa.
Charles Morice, que había presentado a Gauguin al
poeta Mallarmé —al cual Gauguin puso al día sobre sus inquietudes y deseos—,
pensó en el apoyo del periodista y crítico de arte Octave Mirbeau, este cedió
de buen grado. Más tarde, tras recibir la visita de Gauguin y Morice, informó a
Monet: «He recibido una carta de Mallarmé, desconsolado por el pobre Gauguin.
Está en la más absoluta indigencia. Le gustaría escapar de París e irse a
Tahití… y empezar a trabajar allí desde cero. Para ayudarlo en sus proyectos
quieren que escriba un artículo en Le
Figaro coincidiendo con una subasta de treinta de sus telas […]».[57]
En vísperas de la subasta, a Gauguin le hubiera
gustado ver también publicado el artículo de Aurier a tiempo para atraer mayor
atención sobre su subasta, pero aunque Aurier ya lo tenía terminado, una semana
antes de que apareciera el de Mirbeau, no podría publicarse hasta el número de
marzo del Mercure de France. Mientras
tanto, Gauguin hizo reimprimir el primer artículo de Mirbeau como introducción
al catálogo de la venta.
La subasta tuvo lugar el 23 de febrero de 1891. Entre
los treinta cuadros presentados había obras de la Martinica, Arlés y Bretaña.
En conjunto, la subasta le dejó a Gauguin 9.350 francos. Al día siguiente
escribió a su esposa: «Ayer tuvo lugar la subasta y fue un éxito. No un éxito
arrollador, pero el éxito moral es inmenso y creo que no tardará en dar sus
frutos».[58]
En el número de marzo de 1891 de Mercure de France, vio la luz el artículo de Albert Aurier sobre
Gauguin. Fue la obra más importante de
Aurier desde la aparición de su estudio sobre van Gogh, casi exactamente un año
antes. Aurier en ese artículo calificaba la obra de Gauguin de ideísta, simbolista, sintética, subjetiva y decorativa.
Mientras tanto Gauguin estaba en Dinamarca a donde
había ido para realizar una breve visita de despedida a su mujer y a sus hijos.
A su regreso, los literatos amigos de Gauguin decidieron dar un banquete en su
honor, donde Mallarmé, Morice, Mirbeau, Dolent, Marx, Aurier, los pintores que
lo apreciaban y por los que lo consideraban su maestro, dirigieron unas
palabras o levantaron su copa para brindar por la suerte de Gauguin. Incluso en
ese banquete se decidió la producción de una obra teatral a beneficio de
Gauguin.
La partida de Gauguin para Marsella, donde debía
embarcarse, tuvo lugar al anochecer del 4 de abril de 1891 (a los pocos días
del entierro de Seurat). Unos cuantos amigos lo acompañaron a la Gare de Lyon,
entre ellos Sérusier, Morice, Aurier, Verkade y su amigo Ballin. Según parece,
la amante de Gauguin, Juliette Huet, que estaba embarazada, se abstuvo
discretamente de acompañar al padre de su futuro hijo.[59]
«El adiós fue breve y emotivo», escribiría más tarde
Verkade. «Después de abrazarnos, Gauguin desapareció en el interior del tren.
Estaba visiblemente conmovido».
En cuanto a Cézanne, que trabajaba en un aislamiento
aún mayor en su nativa Aix-en-Provence, se dice que acusó a Gauguin de «haber
robado mi petite sensation para
pasearla por el Pacífico».[60]
BIBLIOGRAFÍA
Artaud, A. Van Gogh el suicidado por la sociedad. Revista
Literaria Katharsis. http:// www.revistakatharsis.org/
Gauguin, P. 2000. Diario íntimo. Elaleph.com. Buenos Aires.
Gauguin, P. 2015. Escritos de un salvaje. Akal. Madrid.
Malingue, M. 1946. Lettres de Gauguin à sa femme et à se samis.
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Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De van Gogh a Gauguin.
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Cartas a Theo.
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Van Gogh, V., Gauguin, P. 2015.
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Walther, I. 2013. Van Gogh. Taschen.
Madrid.
Walther, I. 2013. Gauguin. Taschen. Madrid.
https://www.bohindrapublicaciones.com/inicio/cartas-gauguin/
https://es.wikipedia.org/wiki/Cloisonismo
http://vangoghletters.org/vg/letters/let801/letter.html
[1]
Van Gogh, V. 2003. Cartas a Theo.
Barcelona. (Pág. 183, carta 459).
[2]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De
van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Págs. 428-430).
[3]
Ibíd.
[4]
«Príncipes de la pintura» de Múnich: Franz Seraph von Lenbach, Franz von Stuck y
Friedrich August von Kaulbach.
[5]
Gauguin, P. 2000. Diario íntimo. Elaleph.com. Buenos Aires. (Pág. 8).
[6] Van Gogh, V. 2003. Cartas a Theo. Barcelona. (Pág. 184, carta 462).
[9]
El Impresionismo. http://fcalzado.es/impresionismo/xhtml/02impr/02b.html
[12]
Ibíd. (nº 500, pág. 218)
[13]
Van Gogh, V., Gauguin, P. 2015. Cartas. 1888-1890.
La Micro. Madrid. (Pág. 39)
[14]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De
van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág. 87)
[15]
Gauguin, P. 2015. Escritos de un salvaje.
Akal. Madrid. (Pág. 51)
[16]
Ibíd. (Pág. 54)
[17]
https://es.wikipedia.org/wiki/Cloisonismo
[20]
Van Gogh, V., Gauguin, P. 2015. Cartas. 1888-1890. La Micro. Madrid.
(Pág. 46).
[21]
Van Gogh, V. 2003. Cartas a Theo.
Idea Books. Barcelona. (Nº 485, pág. 205)
[22]
Ibíd. (Nº 500, pág. 218)
[23]
Ibíd. (Nº 490, pág. 209)
[24]
Van Gogh, V., Gauguin, P. 2015. Cartas. 1888-1890. La Micro. Madrid.
(Pág. 46).
[26]
Ibíd. (Nº 531, pág. 257)
[28]
Ibíd. (Nº 577, pág. 320).
[29]
Gauguin, P. 2015. Escritos de un salvaje.
Akal. Madrid. (Pág. 60).
[31]
http://vangoghletters.org/vg/letters/let801/letter.html. De la traducción al
inglés: «My face has lit up after
all a lot since, but it was indeed me, extremely tired and charged with
electricity as I was then».
[32]
Los pormenores sobre las circunstancias y el desenlace de este hecho son muy
extensos, pero al no ser trascendentes para este trabajo, no profundizaré en
ellos.
[33]
Van Gogh, V. 2003. Cartas a Theo.
Idea Books. Barcelona. (Nº 568, pág. 302).
[34]
Es el primer artículo publicado por Gauguin.
[36]
Las funciones del massier eran evitar
desórdenes, cuidar de la estufa, contratar a las modelos y encargarse de los
deberes administrativos.
[37] Malingue, M. 1946. Lettres de Gauguin à sa femme et à se samis. París. (Pág. 197).
[38] Rewald, J. 2008. El
postimpresionismo. De van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág. 216).
[39]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De
van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág. 245).
[40]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De
van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág. 220).
[41]
Ibíd. (Pág. 221).
[42]
Ibíd.
[43]
Gauguin, P. 2015. Escritos de un salvaje.
Akal. Madrid. (Pág. 29).
[44]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De
van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág. 236).
[46]
Vincent hablara más tarde con amargura a Theo de los «caníbales» que se habían
confabulado contra él, refiriéndose a sus vecinos.
[47]
Van Gogh, V. 2003. Cartas a Theo.
Idea Books. Barcelona. (Nº 585, pág. 329).
[48]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De
van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág. 261).
[49]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De
van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág. 262).
[54]
Rewald, J. 2008. El postimpresionismo. De van Gogh a Gauguin. Alianza. Madrid. (Pág.
317).
[55]
Ibíd.
[56]
Gauguin, P. 2015. Escritos de un salvaje. Akal. Madrid. (Pág. 78)
[59]
Ibíd. (Pág. 383).
[60]
Ibíd.