¿Sé tú mismo?
Cuantas veces no
habremos dado o recibido el consejo “sé tú mismo” ante la duda de tomar una
decisión delicada o importante, y paliar la indecisión, zozobra, incluso
parálisis ante el temor a sus consecuencias. Lo más inaudito del caso es la
ligereza con la que se ofrece este óbolo emocional, y la seguridad de que esta
afirmación, que nadie sabe muy bien lo que significa, obrará el milagro que no
se recuerda desde antes de que el Oráculo de Delfos entrase en concurso de
acreedores.
No quiero, antes de
seguir, dejar pasar la ocasión para referenciarme a la expresión “conócete a ti
mismo”, inscripta en el pronaos del templo de Apolo en Delfos. Aforismo que
sustanciaría el consejo anterior, puesto que al ser conocedores de nosotros mismos,
no tendríamos dificultad en decidir la conveniencia de tomar la decisión por
nuestra cuenta o subrogarla a la sabiduría de alguien más versado en
indecisiones. Pero pocos nos conocemos, y menos aún, nos aceptamos.
¡No te preocupes, “sé
tú mismo”!. Y nos quedamos tan anchos. En este punto me entra cierta aprensión
al rozar ligeramente mi parietal derecho la frase “yo soy así, y digo lo que
pienso”. Hablaré de ella en otra ocasión, pero ahí entramos en pleno terrorismo
emocional por haber llegado al convencimiento de que nos hemos liberado de
cualquier encorsetamiento social y disponemos de la bendición del avispado de
turno que vendió o no su Ferrari,
pero cuyo padre o madre, ideológico o ideológica, han recomprado a buen precio.
No se exige ni una licencia especial, ni siquiera un examen para utilizar estos
términos, en cambio debes presentar una credencial para la inocua labor de
pescar dos mújoles (llisses) detrás
de la escollera.
Bien, voy a
centrarme en el tema que nos ocupa. “No
iba a permitir que siguiera errando, con divagaciones; que pasara de una cosa
principal a otra secundaria y de ésta a un paréntesis y del paréntesis a un
inciso, y no volviera de sus inacabables bifurcaciones” (Javier Marías. Tu rostro mañana.) Sí, Sr. Marías, voy a
ceñirme al tema principal.
Si le prestamos un poco de atención, esta
afirmación (“sé tú mismo”, recordemos) vendría a decir algo así como: sé lo
listo, inteligente, espabilado y autosuficiente que tú y yo creemos que eres para
tomar el camino acertado, y podría ser que no lo fueras. Porque, ¿eres
perfecto?, ¿eres inmejorable?, ¿eres eximio?, ¿eres insigne, egregio, preclaro?, ¿eres sabio?, ¿crees que afrontarás adecuadamente
tu problema si actúas sólo con tus conocimientos, tus deducciones, tus
impulsos, tus sensaciones?, que serán tuyas, pero ¿serán las mejores? ¿Por qué
razón debes estar en posesión de la verdad por el mero hecho de ser tú mismo?
Quizá el consejo más adecuado sería: “sé quién te crees que eres” o bien, “sé quién te gustaría llegar a ser”.
Tomar una decisión no
es cuestión de ser uno mismo, es sopesar pros y contras, es analizar el
problema bajo el prisma de la prudencia. Es apartar cualquier tentación egoísta,
ya sea de codicia, soberbia, avaricia o instilación de orgullo sobrevenido;
sopesar las repercusiones que tendrá para los demás nuestra decisión y
valorarlas desde un punto de vista de generosidad o, cuando menos, de
educación; apartar del escenario decisor las opiniones que puede suscitar a los
demás nuestra determinación. Aplicar la dosis justa de humildad y valentía y,
en todos los casos, exigir que la justicia equilibre los razonamientos.
Finalmente, someter todas las conclusiones al juicio de la Razón y decidir sin
miedo, dispuestos a plantar cara a los resultados derivados de la decisión.
Después de todo, habré
sido “yo mismo” y no otro el que habrá asumido el riesgo, pero ¿quién es este
yo que ha tomado la decisión? Está demostrado neurológicamente (Antonio
Damasio, Francisco J. Rubia, Gerhard Roth, etc.) que cuando se nos presenta una
encrucijada, nuestro consciente, engañado por su hermano mayor el
subconsciente, cree que ha tomado libremente una dirección después de muchos
análisis que, en realidad, ya había sido tomada por este último desde los
primeros instantes de suscitarse el dilema. La conciencia no tiene capacidad
universal de decisión. El subconsciente, subrepticiamente, priva de libertad a
la consciencia, y decide con más criterio puesto que el volumen de datos que
éste maneja para analizar la situación es cerca de mil veces mayor que los
manejados por la consciencia.
Con la actuación
encubierta pero documentada del subconsciente, transmitida bajo la piel de
corazonada, y con un esquema analítico muy preciso, valorando y aplicando las
variables detalladas en el párrafo en el que comienzo hablando de prudencia que
eso sí está en nuestras manos. No nos asegura elegir la mejor de las opciones,
pero quizás sí la menos mala o la menos dolorosa.
Como conclusión
diría que si una persona ha triunfado admirablemente en todas las facetas de su
vida, ha tomado siempre decisiones acertadas y provechosas y no conoce ni el
error ni la rectificación en su vida, entonces hay que ser rotundos: ¡Sé tú
mismo.! Como este no suele ser el caso: inspirarse en la corazonada, refrendarla
con la razón y los consejos de los sabios, todo ello amparado en los principios
éticos fundamentales, suele ser la fórmula con menor riesgo de error.
Si aun así, por
alguna razón incomprensible nos equivocamos es que seguimos siendo nosotros mismos,
los de siempre.
Colau
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