Perico, blus,
pájaro, raya, nieve, polvo, blanca, azúcar..., ¡muerte! al fin y al cabo.
Pero sabe engatusar la puñetera.
La coca, sola, no es
nadie. Por muy C17H21NO4 que sea, (una clave cualquiera de acceso a WIFI, por
ejemplo), necesita otra fórmula, igual de enigmática, pero más políticamente
correcta, para formar el coctel perfecto: C2H6O, el etanol o alcohol etílico.
Juntos, C17H21NO4+C2H6O, forman el engaño más seductor. No existe la una sin la
otra, y si alguna vez se produce la monogamia –droga sin alcohol– es por vicio
contumaz.
La
llaman “la droga social”, simplemente porque se toma con los primeros
desaprensivos, iguales que tú, que has encontrado en la barra y que iban colgados
de tu mismo gancho. Agachados, con la nariz pegada a la tapadera del váter, con
el suelo lleno de orina y papel higiénico en pésimas condiciones; sin cerradura
en la puerta, aguantando con un pie o, simplemente, obviando la intimidad en afán
de una sociabilidad decrépita y miserable. El rulo, con un billete de cinco
euros –no existe un billete de cinco euros en el mercado que no contenga restos
de coca–. Sí, “droga social”: droga de mierda, por su recinto de consumición
habitual.
¿Tienes algo? Cuando
te hacen esta pregunta y tú tienes, el poder que te otorga el momento es
fastuoso. La coca no te pone, la coca te da, te da poder sobre el que no la
tiene, sobre la pedigüeña que la mendiga, sobre el guaperas que necesita un
extra para triunfar, sobre el colgado miserable que nadie reclamaría su desaparición,
sobre la calienta braguetas que te insinúa un místico más allá si la invitas,
claro que estas promesas nunca se cumplen.
Ahí quiero hacer un
inciso. Las mujeres compran menos y sueles agregarse al más primo que
encuentran que, con ínfulas ilusorias de réditos carnales, las mantenga
atendidas hasta lamer el plástico. En ese momento, abandonan el barco y buscan
navíos con bodegas más surtidas. Las que invierten por ellas mismas son muy
discretas. No ostentan de ello. Como un cosmético más se guarda celosamente
hasta que sea imperativo “empolvarse la nariz”.
Si nadie te pide
estatus, eres tú el que lo va ofreciendo a diestro y siniestro. La papelina no
se lleva en el bolsillo para que se humedezca, ni para insuflártela tu solo,
hay que sacarle un provecho social. No se trata de que consigas mojama para un
tentempié y brindar por un triunfo de química faldera. Se trata, más bien, de
llenar tu ego mediante necesidades ajenas, por el simple hecho de que tú has
dispuesto de sesenta euros para malgastar, mientras los demás no saben sumar
hasta esta cifra. Qué barato es sentirse poderoso por sesenta euros; capaz, por
esta cantidad, de ser perseguido por todo un escuadrón de acémilas que saben que en la cartera guardas un puñado de zanahorias.
Pero no todos son
tan ufanos y desprendidos. En esto también hay miserables. El que se ha
agenciado medio gramo y lo lleva guardado como una estampita de la virgen de
Fátima, allí, muy adentro de sus infamias, y se apunta a todos las reuniones
multitudinarias en los urinarios para esnifar su dosis esquilmada a las
alforjas de los demás. Y así una vez, y otra, y otra, y su eterna cantinela del
“yo no llevo nada, lo siento, la próxima vez invitaré yo”. Nunca invitarás
roñoso indecente. Eres un chupamierda de gorra, pero tranquilo, las
consecuencias te llegarán a ti con tanta limpidez como al resto de capullos que
te han mantenido.
Y cómo funciona la
noche en esas guisas, pues de espectáculo circense, trágico, cómico y
miserable. Nunca follarás porque jamás una mujer digna atenderá tus lances, y
si aún así fuera, no se te pondrá dura aún con pastillas milagrosas. La mujer calmará su bisectriz con tan solo proponérselo,
¡ventajas que tienen unas! Así como te vaya bajando el subidón y no tengas con
qué mantenerlo, lo que era euforia social, amor por el entorno, hombres,
mujeres, viejos y viejas, se volverá un vacío cósmico bajo los pies que más
fuerte habían pisado horas antes. Los amigos para siempre irán sublimándose
misteriosamente por las rendijas de las ratas, en las madrugadas del
desarraigo.
La depresión
sobrevenida a causa de dos depresores como el alcohol y la droga, multiplicará
su efecto, y el primer deseo al contactar con la realidad de un nuevo día o de
una aún tardía noche, será el deseo de desaparecer. Eso, matarse para no
apechugar con las imbecilidades derrochadas pocas horas antes.
Lo suerte, o
desgracia, del ser humano es que el cerebro olvida más rápido de lo que
debiera, y vuelve a dejar nuestros despojos a disposición de la insensatez más
atroz, en un tiempo record.
Y vosotros diréis, y
la familia, y los amigos, y el trabajo: ¡a la mierda con todo! Nuestra opción
por el estimulante social nos habrá llevado a la más alta cumbre de la
insociabilidad. La familia se convertirá en uno de nuestros más horrendos
fracasos, los amigos se apartarán como si de un lazareto hubiéramos escapado y
en el trabajo, injusto como suele ser siempre, triunfaremos de acuerdo con nuestros
inmerecimientos. Hasta que un día, habremos arruinado nuestra vida y la de
nuestro entorno. Este día, al tocar fondo, uno va y se lanza al vacío desde de
la Torre de Ses Ànimes o pide ayuda al Proyecto Hombre o se convierte en un
despojo que se va consumiendo hasta que lo atropellan al intentar cruzar la
autopista cuando se dirige a Son Banya.
La droga es la
antesala de la muerte y el maná de los tontos. Los placeres defendidos por
Epicuro son de otro mundo si los equiparamos a los de la droga. La droga nunca
será un placer, siempre una esclavitud, una servidumbre. Algo que mata y por lo
que se muere, sin mesura ni templanza, sin presente ni esperanza, sin dignidad
ni amor propio; la droga es el más estúpido de los no placeres, de los fracasos
humanos, de las ruinas cerebrales. Es la pérdida de todo lo que uno se ha
merecido en ilusionantes tiempos pasados. La coca es la homeopatía del
patetismo: ¿conocéis el porcentaje de pureza de la droga? es insignificante, aunque junto con los aditivos y el alcohol, y con esos ligeros síntomas anestésicos en la nariz, se
convierte en la piedra filosofal de la felicidad. Y en la falacia más atroz e
indigna de una vida que, con infinita suerte y empeño, no perderá todas las
neuronas en la travesía y mantendrá alguna de muestra para su recuperación, si
sabemos o aprendemos a multiplicarlas. Sólo hay una fórmula, el adiós para
siempre a C17H21NO4+C2H6O. —Quizás nunca existiera lo primero sin lo segundo—.
Después, sólo
quedará recomponer el puzle de despojos para conseguir, algún día, volver a
parecerse a un ser humano. Y se puede, claro que se puede: solo o con ayuda,
¡pero queriendo!
Todo lo anterior
puede extrapolarse al estatus que se prefiera, el modus operandi es el mismo,
cambia la inversión, las dosis y la pureza. Simplemente, sustituid la barra del
bar por la terraza donde se sirve el coctel.
Ah!, e imaginaros los baños limpios.
Colau
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