El champán. Entre la elegancia
y la vulgaridad.
El champán, le champagne, es masculino. Un hombre era el fraile Dom
Perignon, que le dio el toque femenino, creativo, delicado y perceptivo aportando,
año tras año, su pacto divino para realizar las más perfectas cuvées[1] y
controlar a las pertinaces burbujas cuales niñas de una escuela. Y una mujer,
Barbe Nicole Ponsardin, viuda de François Clicquot desde los 27 años, solo
después de seis de casados, fue quien aportó la virilidad y la capacidad de
trabajo sobre el terruño, la habilidad comercial y 62 años de trabajo sin el
soporte marital —solo una mujer lo sabe soportar—, que la llevó a la sublimación de la cuvée con la creación del milésimé o champán de añada y la
aplicación del rémuaje o removido de
las botellas inclinadas para que los posos se precipitaran hacia el cuello, y
obtener, de esa forma, el néctar más transparente jamás doblemente fermentado.
La Champagne es femenino. La región francesa a
150 kilómetros de París es un trozo de piel privilegiada de Gea. Con pagos capaces
de parir los más excelentes Chardonnay,
Pinot Noir y Pinot Meunier; áreas clasificadas como Grands Crus o Premiers Crus,
los dos tipos más importantes por la calidad de las uvas que de allí son
vendimiadas.
Son
femeninas las uvas, las burbujas, las copas, las cenas, las fiestas: “el
champán es un vino totalmente femenino, un vino que parece tener un pacto con
ellas. Siempre que salta el corcho de una botella de champán, salta también la
risa de una mujer”, decía Armand Lanoux[2] en su
obra 1900, la bourgeoisie absolue
(1961). “El champán es el único vino que le permite a la mujer conservarse
hermosa después de haberlo bebido” dicen que afirmaba Jeanne-Antoinette Poisson, una bebedora empedernida, quizás más
conocida por el título que le otorgó su amante, Luis XV de Francia: Marquise de Pompadour. Era la cortesana
más famosa y envidiada de todo París, no solo por su belleza, sino por sus
célebres soupers (cenas) a las que
todos y todas soñaban en asistir. En estos aristocráticos banquetes se servían
ingentes cantidades de champán y ostras.
Existe un mito compartido entre Madame de Pompadour y María Antonieta de Austria, reina
consorte de Francia, esposa de Luis XVI en el que se asegura, según quien lo
cuenta, que sus pechos sirvieron a los artesanos de Palacio como molde para la
fabricación de las famosas copas de champán, de boca muy ancha y más bien
bajas, que todavía hoy se utilizan. No sabremos nunca si la forma de la copa
pertenece a un seno de la realeza o al de una cortesana porque ambas dan nombre
indistintamente a ese tipo de copas[3].
¿Por qué tan regios y nobles caballeros
ordenaron la fabricación de copas con semejante forma? Seguramente conocían
sobradamente la mitología griega, y sabían la historia de Helena de Troya, hija
de Zeus y Leda, esposa del rey Tindáreo de Esparta, que fue seducida por Zeus
metamorfoseado en un cisne. La casaron con Menelao, hermano de Agamenón, rey de
Micenas. Pero Afrodita provocó que se enamorara de Paris, el príncipe de Troya.
Paris la raptó y huyeron hasta Troya. Allí, Paris, lleno de deseo, mandó
construir una copa con el molde de un pecho de su amada. En esta ocasión el
molde se hizo situando a Helena bocabajo, de manera que los pechos colgantes se
introdujeran en el médium requerido. Así, Paris, cada vez que bebía, acariciaba
simbólicamente el pecho de Helena. Cuentan que en la antigüedad esta copa podía
contemplarse expuesta en un templo de Rodas. Seguramente, ambos reyes
franceses, en un alarde de ternura y sensualidad, quisieron hacer lo propio que
el joven enamorado. Aunque la dureza de un cristal nunca podrá compararse con
la tersura de un pecho, y la frialdad de la inerte copa jamás podrá sustituir
el tacto cálido y aterciopelado del
pecho de una dama; pero no deja de ser un acto tremendamente sensual, incluso
erótico. Quizás los Luises conocieran también la historia de su antepasado
Enrique II, rey de Francia en el siglo XVI, perdidamente enamorado, ordenó que
sus copas de vino tuvieran la forma de los pechos “como manzanas” de Diana de
Poitiers. Las copas actuales, utilizadas mayoritariamente, ya no son femeninas.
Su forma alargada y con la boca más cerrada para perder más lentamente el
dióxido de carbono, precioso nombre para un gas —nadie debería llamarle CO2—,
se ha masculinizado. La igualdad obliga. ¿Qué noble falo utilizaron para
elaborar el molde de estas andróginas copas? Sabemos que no permiten que el
champán se derrame con tanta facilidad, que retrasan la debilitación del vino,
incluso puede que sean más esbeltas y estilizadas. Pero, con todo, mucho menos
seductoras para los hombres a quienes nos han quitado un pecho de la mano, y
quizás más atrevidas para las mujeres que pueden sentir su forma y su dureza, siendo
para ellas ahora la sugestión del engaño.
La
Revolución Francesa, toda vez separada la cabeza de los nobles pechos que
sirvieron como modelo para las típicas copas de champán, disolvió la
aristocracia, que había sido el alma de las fiestas con el champán como
protagonista. Poco después, Napoleón Bonaparte, aportó su célebre frase,
referida al champán: “Merecido en la victoria, necesario en la derrota”. La
revolución industrial puso en auge otro tipo de sociedad, la burguesía. El
lujo, puede que sea la unión de deseo, distinción, concupiscencia y estupidez, pero
de él hicieron su modus vivendi las nuevas y
escandalosas fortunas. París se convirtió en el centro universal del
placer y la diversión, del ocio y la opulencia, de la excentricidad y el
derroche. El sueño de las mujeres humildes, pero atractivas, que emigraban a
París en busca de fortuna, y que solían acabar en demi-mondaine[4],
era: “Saciarse de champán envuelta en un abrigo de petit gris[5]”.
Durante la Belle Époque[6],
París fue el paraíso de las demi-mondaine,
condenadas a la prisión corporal que les suponía el uso del corsé, del
que difícilmente se podían liberar en
soledad. De ahí que Cocteau[7] dijera
en su día que desnudar a una mujer era una empresa comparable a la toma de una
fortaleza.
Eran momentos de máximo esplendor para el champán. Toda
la alta sociedad parisina, junto con los músicos, cantantes, bailarinas,
pintores y, sobre todo, las demi-mondaine,
eran sus máximos valedores. El punto neurálgico de aquel mágico París era el
restaurante Maxim’s. En Maxim’s la excentricidad era tolerada sin parpadear. La
clientela, masculina, estaba formada por una tropa de millonarios de la nueva
burguesía y por la nobleza más acaudalada de toda Europa. Allí celebraban las
más afamadas y excéntricas fiestas. Se sabía de la presencia regular de
personalidades tan significativas como el zar Nicolas II, los reyes Óscar II de Suecia, Alfonso XIII
de España, Leopoldo II de Bélgica, etc. Podían
bravuconear hasta satisfacer sus corazones…, o sus instintos. En una de ellas
arrasó la Bella Otero[8] con el
collar tobillero que la joyería Tiffany’s había diseñado para ella. Entre las demi-mondaine habituales, además de a la
Bella Otero, se podía encontrar a Liane de Pougy —que llegó a ser
princesa rumana— escoltada por dos siervos árabes; o a Gaby Deslys, la
amante del Rey Manuel de Portugal. En cierta ocasión, fue una carroza
dorada tirada por mulas blancas la llevó a Sarah Bernhardt[9]
hasta sus salones. En otra, el americano Mr. Mcfadden[10] pidió
se sirviese a sus invitados una chica desnuda cubierta de salsa rosa, sobre una
fuente de plata; ni una ceja se levantó para protestar. El plato fue debidamente
servido y Mr. McFadden pagó la cuenta encantado.
“En la primera planta había habitaciones para el íntimo
entretenimiento. Nunca faltaba el champán. El corcho de la botella saltaba por
los aires, al tiempo que se resquebrajaba el entramado de herrajes y ganchos,
liberando unos pechos esplendorosos, erguidos y turgentes, que miraban
levemente hacia su garganta.”[11]
“El vino color pajizo del padre Perignon” (palabras de
Luis XIV) ha estado presente en toda la historia de la seducción, del lujo, del
desenfreno, de la lujuria, del falso amor; lo decía Carlos Gardel en su canción
Noches de Montmartre: ““Mormartre” [sic], donde se cambia el oro
por mentiras y se compra al contado el falso amor”. El champán también es
cómplice de amores fugaces, dice Aldous Huxley[12]: “Es
una pasión con champán. En realidad, no hay nada. No hay ninguna pasión. Solo
hay champán.”[13]
Pero Gardel era delicado y sus canciones evocaban sensualidad. Termina el
estribillo del tango refiriéndose al vino color pajizo: “del champán la última
copa, /la beberás en la boca/ perfumada /de la mujer de París.” No se les
ocurrió a los conversores de senos en copas, que no las había mejores que las
perfumadas bocas de sus amadas.
Las mujeres son históricamente las protagonistas del
mundo del champán. Y es que el champagne, insisto, es el vino femenino por
excelencia. Beberlo, al decir de algunos, hace brillar más los bellos ojos de
la mujer y vuelve su rostro más luminoso. A ellas se les atribuyen muchas
referencias, frases y sentencias archiconocidas sobre el “delicioso diablo
rubio” (marquesa de Pompadour). "Lo
bebo cuando estoy feliz y cuando estoy triste. A veces lo bebo cuando estoy
sola. Cuando estoy acompañada lo considero obligatorio. Como con él si no tengo
hambre y lo bebo cuando sí la tengo. En cualquier otro caso no lo bebo, a menos
que tenga sed." Frase de Madame Lilly
Bollinger Bonmont[14] “Señora
del champán” la llamaban en Francia. Coco
Chanel solo bebía champán en dos ocasiones, a saber, cuando estaba
enamorada y cuando no lo estaba. Josephine
Baker[15],
para quien el champán era como el sexo, creía que siempre hay un momento
en la vida de una mujer en el que el
único auxilio es una copa de champán. Marylin
Monroe, que solo bebía champán, respiraba con la nariz en el vaso como si
fuera oxígeno. La cantante de ópera Tarquini
escribía: ¡Champán! Antes de cantar me das el corazón, mientras canto mantienes
mi inspiración, después de haber cantado brindo por ti”. Marlène Dietrich: “Nos da la impresión de que es domingo, y que se
aproximan días venturosos si conseguimos un Dom
Perignon bien frío, en bella copa, en la terraza de un restaurante parisino
con vistas a los árboles. Para Jancis
Robinson[16]
“el champán es el lujo de los amantes del vino.”
Pero no solo a ellas les ha cautivado el champán, también
a los hombres. A algunos precisamente porque era una debilidad a explotar de
las mujeres, y a otros por convencimiento propio. Casanova narra en sus Memorias
la cena que celebró con una de sus amantes, en este caso una monja que había
conseguido permiso para salir del convento: “Un simple vestido de muselina de
Indias la transformó en una ninfa encantadora… solo bebimos borgoña y champán”.
Decía Voltaire que el champagne era
el único vino que hacía más bella a la mujer que lo bebía. Charles Maurice de Talleyrand[17] lo
definió como “el gran civilizador”, en cambio Charles Dickens como uno de los extras elegantes de la vida. Elmer Rice[18] era un
pozo sin fondo: “Puedes tener mucho champagne; pero nunca tendrás suficiente.” Mucho
más trascendente se puso Paul Claudel[19] al
sentenciar: “Señores, en el breve instante que nos queda entre la crisis y la
catástrofe, ¡bien podemos beber una copa de Champagne!”. Mientras que Benjamin Cummings Truman[20] lo
elevaba a la categoría de “monarca de todos los vinos”. Se dice que Alejandro Dumas no podía escribir sin la
compañía de una buena botella junto a su mesa de trabajo, y que Marcel Proust redactó los siete tomos de
En busca del tiempo perdido
acompañado de las burbujas que le ayudaban a elevar su preciada prosa a límites
hasta entonces insospechados. Se comentó en los periódicos de la época que el
compositor Richard Wagner se
consoló con champán, en los reservados de su palco en la desaparecida Opera de
Dresde, cuando su excesiva ópera Tannhaüsser
fracasó en su estreno; y se sabe que el romántico y sentido Frédéric Chopin amaba mejor a su deseada
George Sand con una cubitera repleta
de hielo y dos botellas del mejor champán cerca. El pintor Toulouse Lautrec siempre agradeció que alguna de las bailarinas del
Moulin Rouge de París le llevara una
copa de champán, mientras garabateaba sus esbozos, sobre todo
cuando sentía que su boca ya estaba demasiado reseca por culpa de la
absenta. Pero la gran sorpresa nos la da Bond,
James Bond, comandante y agente 007 al servicio de Su Majestad, del que
estábamos seguros de que su bebida predilecta era el “vodka Martini, agitado,
no revuelto”. Pues parece ser que alguien concienzudo ha hecho las cuentas y lo
desmiente: en el total de la serie de películas de James Bond, este ha tomado
una copa en 431 ocasiones, de las cuales 65 son de champán, 57 de bourbon y 42
de whisky escocés. El vodka Martini no alcanza sino la cuarta posición
habiéndolo tomado en 41 ocasiones. Es decir, James Bond es uno más de la lista
de devotos del champán.
Si hasta ahora no podemos catalogar la relación con el
champán más que de cordial, incluso fiel; pícara, extravagante, sensual, y en
ocasiones objeto de personificación amistosa, parece ser que la moneda tiene,
también en esta ocasión, dos caras. Desde mucho antes de la Belle Époque y hasta los años ochenta
del siglo pasado, en todo el mundo se bebía champán. Pero como la economía manda,
y como la economía es un ente abstracto se cosifica en las empresas y estas no
se humanizan en sus dirigentes, y estos, con ideas proteccionistas pusieron un
cinturón al sentimiento liberal de la bebida, y prohibieron llamar champán a
cualquier espumoso que no fuera elaborado en la región de La Champagne. De ahí al caos, a la dispersión de su identidad, hubo
solo un paso. En Francia, todo el vino realizado con el método champanoise, pero elaborado fuera de la
región de La Champagne, pasaron a llamarse Cremants.
En España, concretamente en Cataluña, apareció el Cava, palabra cuyo uso, como el champán, también se encargaron las
empresas de encorsetar. La sede del Consejo Regulador está en Vilafranca del
Penedès. El resto del territorio nacional debe apellidarlo espumoso. Spumante lo denominan en Italia, aunque son muy
conocidos sus Proseccos, que también
tienen Denominación de Origen Certificada, pero tiene otras como Franciacorta, Trento DOC,
Oltrepò Pavese Metodo Classico
y Asti.
En Portugal, Espumante,
que los hay de gran calidad en zonas de Dao y Douro. En
Alemania se le denomina Sekt, y
en Chile vinos espumosos; En los países anglosajones
Sparkling wines, que significa, por supuesto, vinos espumosos. En Sudáfrica se le denomina Cap Classique,
etc. Todo esto, no significa otra cosa que todos los países utilizan el mismo
sistema de la doble fermentación en botella, que todos fabrican el mismo
producto con diferentes uvas, lo que da diferentes sabores y calidades, pero
ninguno de los otros está rodeado de la atmósfera de lujo y sensualidad de la
que goza el champán por su sólida y encantadora historia.
Después de esta parte comercial y nacionalista que ha
atomizado el vocablo champán, podemos hablar de la exquisitez de su forma de
consumo o, en un mismo sentido, de la ordinariez más común. Un corcho de
una botella de champagne puede alcanzar una velocidad superior a los 60
kilómetros por hora cuando sale de la botella. El vuelo más largo
registrado de un corcho de champán es de más de 54 metros —con toda seguridad
lo han registrado los estadounidenses, que tienen el record mundial de medir memeces—.
El descorche-cañonazo es pornográfico, es una atrocidad barriobajera, que
arranca el alma del néctar: deja de ser esencia para ser objeto desalmado. Se
recomienda girar el corcho con cuidado, con un paño cubriendo la
botella para que no se escape el vino, no lesionar a un transeúnte ni hacer
honor a los brutos modales que nos caracterizan. “¡El suspiro de la botella! Al
abrir una botella de champán, solo debe escucharse el suspiro que exhala la
botella, cuando se le quita el corcho. Es como un susurro de satisfacción del
vino, dichoso por salir de la botella. Algunos hablan del suspiro erótico del
champán. Es la única manera de conservar la totalidad de sus propiedades
organolépticas.”[21]
En la forma de beberlo, o de tragarlo, puede alguien
convertir un momento glorioso en la más prosaica simpleza. Jamás hay que beber con rapidez, con
ansiedad, sino con calma y deleite, en caso contrario las burbujas harán que el
alcohol entre en el torrente sanguíneo demasiado rápido causando a menudo dolor
de cabeza y una incívica borrachera. El champán debe saborearse en pequeños
sorbos, para paladearlo, sentirlo y evocarlo, y también para disipar las
burbujas antes de ingerirlo y evitar que el gas que portan termine en el
estómago, con la desagradable consecuencia que puede esto conllevar.
Al margen de que cada pueblo haga su espumoso, el champán
sigue siendo el rey de las celebraciones. Solamente en Francia se beben
diariamente el contenido de más de 500.000 botellas. En el Reino Unido rondan
las 100.000, y 45.000 en EE.UU. En Alemania no le van a la zaga con más de 35.000
botellas diarias. En España no llegamos al contenido de 9000 botellas diarias, pero
que unido a las 220.000 de cava hace que expongamos a la destilación del hígado
172.000 litros diarios de espumosos.
Como es lógico, no a todo el mundo le gusta el champán o,
simplemente la fiesta es aburrida. Si es así nos queda la solución de pasar el
rato contando las burbujas que emergen en la copa. Para no desaprovechar la noche,
mejor pedir un gintónic y olvidarse
de la oferta de Baco y del número de burbujas. En cualquier caso, diré que algunos
lo intentaron, y fruto de su ardua tarea
se desprendió que la cifra oscilaba entre las 7.000 y las 45.000 burbujas —el
enorme margen se debe a la cantidad de burbujas tragadas y no contadas en cada
muestra—. De todas maneras, se les debieron escapar algunas porque la firma
francesa productora del Bollinger manifestó que la botella del millésime 1979 encerraba 56 millones de
burbujas, y la publicación inglesa Wine Magazine sorprendió con la cifra de 250
millones de burbujas por botella. Hay que dar tiempo al champán para poderlas
apreciar una por una.
Finalmente, en cuanto a esta cara menos refinada del
champán, quiero incluir un acto que, por distintas razones, se convirtió en el novamás de la galantería excéntricamente
entendida. Se trata del brindis con el champán en un zapato, siempre de mujer —estas
estupideces solo pueden cometerla los hombres—, que, según cuentan, tiene su
origen en la Inglaterra del S. XVIII, según la revista Connoisseur en su nº 6 de junio de 1754: “Ciertos miembros de la
dorada juventud, estando en compañía de una famosa mujer, a uno de ellos se le
ocurrió quitarle el zapato a la señora y en un exceso de galantería lo llenó de
champán y bebió a su salud. Los demás también brindaron del mismo modo. Luego,
para extremar su galantería ordenó que el zapato se preparara y se sirviera en
la cena. El cocinero cortó en filetes finos la parte superior y los incorporó
al ragú; después de haber loncheado la suela y troceado el tacón de madera en
finas láminas, las rehogó con mantequilla y las sirvió como guarnición”[22]. En
cambio, algunos creen que esta práctica empezó a popularizarse en el Club
Everleigh de Chicago, mientras que otros piensan que su cuna fue el Ballet
Bolshoi de Moscú.
El burdel
de lujo o Club Everleigh de Chicago,
contaba con 50 dormitorios de lujo y en él se celebraban fastuosas cenas y
fiestas. Un asiduo, el príncipe Enrique de Prusia, hermano del emperador
Guillermo II, gozaba de una cena en su honor, cuando una de las bailarinas,
presa de un rítmico frenesí, se quitó un zapato, lo arrojó y fue a caer en la
mesa del príncipe, volcando la copa de champán. El príncipe tomó el zapato,
brindó y bebió en él el champán derramado.
En el
Ballet Bolshoi de Rusia era habitual beber el champán en las zapatillas — de
punta y media punta— de las bailarinas, como muestra de amor y admiración. Esta
práctica se adoptó en el Folies Bergère de París entre los años 1899 y 1930.
Allí acudían nobles ingleses y rusos, que celebraban su entusiasmo por las
bailarinas bebiendo champán en sus zapatos. Era un signo de clase, suntuosidad,
riqueza y galantería extrema[23]. Lo de
riqueza, lo entiendo; lo de clase, lo niego; lo de galantería extrema, lo dudo.
Podría
hablar de los baños en champán, pero ya empezaría a resultar, nunca mejor
dicho, empalagoso. Una cosa es regar con champán los hombros desnudos de una
dama y secárselo con los labios, como era habitual en las cenas íntimas de
finales del siglo XVIII y principios del XIX, conocidas como petits soupers, como inicio del galanteo.
Y otra cosa es meterse en una bañera, como hizo la actriz Marilyn Monroe, donde
habían vertido 350 botellas de champán. ¿Esta horterada solo puede darse en
Hollywood? No. Hay más historias como esta, pero empieza a ser aburrido hablar
de lo que hicieron los demás. Si tienes una botella, aún que sea de cava, en la
nevera, deja de leer, ábrela, y disfrútala con quien tengas más cerca, si
existe atracción mutua, mucho mejor.
À votre santé!
Colau
P. S. El champán no es un vino
concupiscente, puesto que nada hay de desordenado ni deshonesto en su deseo. Es
impúdico, pues con él se deslía el recato y se desvanece el pudor. (Colau)
[1]
Es la mezcla de vinos diferentes, procedentes de
años y distritos de tierras distintos.
[2] Armand Lanoux fue un escritor francés, nacido en 24 de octubre de
1913, en París, y fallecido el 23 de marzo de 1983, en Champs-sur-Marne, Francia. Ganó el premio Goncourt en 1963 con la novela Quand
la mer se retire.
[3] Teclee en internet “copas Pompadour” o “copas María Antonieta”, y en ambos casos
aparecerán imágenes de las mismas o parecidas copas anchas y más bien planas.
[4] Mujeres de mundo caídas en la prostitución de lujo, que
al final terminarían como grandes burguesas. El término procede de la obra
teatral de Alejandro Dumas hijo Demi-monde
de 1855, donde describe la prostitución de lujo encarnada en Margarita Gautier,
cortesana galante que nunca falta a fiestas y óperas, acompañada de sus
gemelos, una bolsa de bombones y un ramo de camelias. (Serafín Quero. El
champán. Ediciones Editorial, Málaga, 2014).
[5]
Ardilla de Siberia.
[6] Belle Époque (del francés:
«Época Bella», con un matiz, además de estético, de pujanza económica y
satisfacción social) es una expresión nacida antes de la Primera Guerra Mundial para designar el
periodo de la historia de Europa comprendido entre las últimas dos décadas del siglo XIX
y el estallido de la Gran Guerra de 1914.
[7]
Jean Cocteau (1889-1963). Fue un poeta,
novelista, dramaturgo, pintor, ocultista, diseñador, crítico y cineasta
francés.
[8] Agustina Otero Iglesias (1868-1965), más conocida como
Carolina Otero o La Bella Otero, fue una bailarina, cantante,
actriz
y cortesana
de origen español
afincada en Francia
y uno de los personajes más destacados de la Belle Époque
francesa
en los círculos artísticos y la vida galante de París.
[9]
Sarah Bernhardt (1844-1923). Fue una actriz de
teatro y cine francesa.
[10] Mister Mcfadden.
No he encontrado referencias históricas sobre su vida. Puede que sea una
historia producto de la exageración o, simplemente, de un rico cualquiera.
[11] Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral,
Málaga, 2014.
[12] Aldous Leonard Huxley (1894-1963).
Fue un escritor
británico
que emigró a los Estados Unidos. Miembro de una reconocida
familia de intelectuales. Es conocido por sus novelas y ensayos, pero publicó
también relatos cortos, poesías, libros de viaje y guiones.
[13] Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral,
Málaga, 2014.
[14] Lilly Bonmont,
Bollinger por estar casada con Jacques Bollinger, propietario de las famosas
bodegas y champán del mismo nombre. Lilly dirigió y amplió el negocio desde la
muerte de su marido en 1941 hasta 1971, cuando sus sobrinos Claude
d'Hautefeuille y Christian Bizot le sucedieron.
[15] Joséphine Baker (1906-1975) fue una bailarina, cantante
y actriz estadounidense, nacionalizada francesa. Con fluidez tanto en el inglés
como en el francés, Baker se convirtió en un icono musical y político
internacional.
[16] Jancis Mary Robinson (1950) es una crítica inglesa de
vino, Master of Wine. Periodista y editora de diversos libros relacionados con
el mundo del vino.
[17] Charles-Maurice de
Talleyrand-Périgord (1754-1838), más
conocido como Talleyrand fue un sacerdote,
político,
diplomático
y estadista
francés,
de extrema relevancia e influencia en los acontecimientos de finales del siglo XVIII
e inicios del XIX,
logrando desempeñarse en altos cargos políticos y dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica, durante el reinado de Luis XVI, posteriormente en la Revolución Francesa, luego en la era del Imperio Napoleónico y finalmente la etapa de la
restauración monárquica, con el advenimiento de la Monarquía de Julio y el reinado de Luis Felipe I.
[18] Elmer Rice
(1892-1967) fue un dramaturgo estadounidense. Ganó un Premio Pulitzer por su
obra de 1929, Street Scene.
[19] Paul Louis Charles Claudel (1868-1955) fue un diplomático
y poeta francés. Hermano de la escultora Camille Claudel.
[20] Benjamin Cummings Truman (1835-1916), fue periodista Americano
y escritor; en particular, fue un distinguido corresponsal de guerra durante la
Guerra Civil Americana, y una autoridad en duelos.
[21]
Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral,
Málaga, 2014.
[22]
Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral,
Málaga, 2014.
[23]
Las dos historias del brindis con los zapatos
aparecen en Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas.
Ediciones Litoral, Málaga, 2014.
Buenísimo, un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias. Eres muy amable.
ResponderEliminarun abrazo,
Colau
Aquí una más en la lista de devotos del champagne, que no del cava.
ResponderEliminarY casualmente, Coco Chanel también lo bebía en las mismas ocasiones que Margot.
Sublime post y más aún tu P.S.
MargotCan!
Gràcies per les teves paraules. Animarien a un mort. El fet de que na Coco ho bavés als mateixos moments que tu, diu molt a favor teu.
ResponderEliminarSalut, mestressa MargotCan!
Bo es el champagne i bo es el cava català.
ResponderEliminarParticularment, el faig servir per qualque celebració, com a copa em ve mes de gust un bon rioja, pero ja es sap, per gustos els colors.
Afortunadament cadasqu pot triar i es, en teoria, prou civilitzat per respectar els gustos dels altres.
Genial reflexió, com sempre.
Realmente curioso Colau molt be , me ha gustado mucho, de vinos todo el mundo habla pero he de reconocer que de burbujas.....no, particularmente las únicas que siempre me han llamado la atención son las del anuncio Freixenet.....jajajjajajaj
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