PRESENTACIÓN
Solo tres meses
separan mi llegada a la Universidad de París de aquellos fastos que nuestro
rey, Jaume II, ofrecía a su pueblo por la celebración del nacimiento de su
cuarto hijo, en este caso una hija, a la que se bautizó con el nombre de
Isabel: Isabel de Mallorca. Soy natural de la isla que da nombre al reino. Mi abuelo, Barcelonés, llegó a la isla con las
huestes de Jaime I y decidió, finalizados los quehaceres castrenses, afincarse
definitivamente en las tierras cedidas por el rey Don Jaume. Su hijo —mi padre—,
que atiende a partes iguales sus obligaciones con el rey que sus devociones con
Dios, consiguió, gracias al buen hacer de su majestad, obtener una plaza en esa
universidad para su hijo menor, que ahora se esmera en conocer los secretos del
mundo[1] y acceder, tutelado por la
razón, al conocimiento verdadero que
subyace del amor a Dios nuestro señor.
LA UNIVERSIDAD
Hasta los albores del
siglo pasado no se produjo la génesis de las universidades, que emergieron por
un proceso evolutivo de lo que hasta entonces habían sido las escuelas
catedralicias, monásticas y palatinas. El término “universidad”, en sus
inicios, no se entendía como un centro
de estudios, sino como una asociación corporativa tutelada por
determinadas categorías personales. Mientras que en universidades como la de
Bolonia prevaleció la universitas
scholarum, es decir la corporación estudiantil, a la que Federico I
Barbarroja concedió privilegios especiales en 1158, en París —se remonta a
principios de este siglo el primer decreto real que la reconoció implícitamente
como studium generale)— prevaleció la
universitas magistrorum et scholarum,
una especie de corporación unitaria de maestros y alumnos. En cambio, en París
supuso una ampliación de la escuela
catedralicia de Notre-Dame, que había
adquirido a lo largo del siglo xii
un lugar de preeminencia, atrayendo a estudiantes de todos los lugares de Europa.[2]
Mientras que las
escuelas catedralicias, monásticas y palatinas eran instituciones eclesiásticas
de carácter local —quien quería escaparse de su rígido sistema tenía tres
salidas: la vida eremítica, la retórica o la carrera clerical—[3], muy pronto la universidad
de París se transformó en objeto de atención de la curia romana, que favoreció su desarrollo y sobre todo sus
tendencias autonomistas, sustrayéndola a la tutela directa del rey, del obispo
y de su canciller. Las aspiraciones de libertad de enseñanza de la época
hallaron en la protección papal su primer apoyo significativo. Aunque la
intervención papal se manifestó a través de sus representantes que redactaron
sus estatutos, estos prohibieron la lectura de determinados libros y se
interpusieron para apaciguar conflictos y controversias.[4]
Entre los aspectos
más relevantes de esa época en cuanto a la organización académica, cabe
destacar el nacimiento de una clase de
maestros —sacerdotes y laicos— a los que la Iglesia confiaba la tarea de
enseñar la doctrina revelada. Mientras que a los poderes tradicionales —el sacerdotium y el regnum—
se añadía un tercer poder, el studium o
la clase de los intelectuales. Por otra parte es importante, sobre todo en lo
que a mi humilde persona respecta, la apertura de la universidad parisiense a
maestros y alumnos procedentes de todas las clases sociales.[5] Es una universidad «popular», en el sentido de que acoge
también a estudiantes pobres, hijos de campesinos y de artesanos, quienes
—gracias a algunos privilegios, como la exención de las tasas académicas, las
bolsas de estudio y el alojamiento gratuito— pueden llevar a cabo los severos
cursos de estudios. Una vez llegado a la universidad, desaparecen las
diferencias sociales entre los estudiantes: los goliardos y los clérigos
constituyen un mundo autónomo, en el que la “nobleza” ya no está representada
por la clase de origen sino por la cultura
adquirida. Se trata de un nuevo concepto de nobleza o, como decimos ahora
con propiedad, de “gentileza”.[6]
Concretamente, la
universidad en que me encuentro, surgió
en 1150 como asociación de profesores y estudiantes (Universitas magistrorum
et scholarium Parisiensis) complementaria a la Escuela de Teología de Notre
Dame. En una carta del 15 de enero de 1200 del rey Felipe II otorga a los
integrantes de la Universidad el privilegio de ser juzgados por un tribunal
eclesiástico en lugar de civil. La Universidad fue reconocida por el papa
Inocencio III por una bula de 1215, confirmada posteriormente por Gregorio IX en
1231. Las enseñanzas se organizan en cuatro facultades: las especializadas en
Derecho, Medicina y Teología y la generalista de Artes Liberales,[7] en la que yo me encuentro
adscrito, y que incluye enseñanzas en gramática, retórica, dialéctica,
aritmética, geometría, música y astronomía. En la actualidad ya son muchas las
universidades con un acervo cultural que las distingue entre las más
prestigiosas de Europa, destacan las de Bolonia, Osford, Cambridge, Salamanca,
Montpellier y Toulouse entre otras.[8]
Con el binomio de «razón»
y «fe» se indica el «programa de investigación» fundamental de la Escolástica,
que abarca desde el uso acrítico de la razón —y la consiguiente aceptación
“autoritativa” de la doctrina cristiana— hasta los primeros intentos de penetración
racional en la revelación. Hemos
de tener en cuenta que la cultura actual[9] revela, junto con las
instituciones eclesiásticas, una impronta profundamente cristiana, pues se
halla orientada hacia la comprensión de la doctrina revelada. Pero no basta creer,
es preciso comprender (intelligere)
la fe. Y esto no solo se obtiene interpretando el texto sagrado o mostrando sus
posibles implicaciones para la vida individual y colectiva de los hombres, sino
también demostrando, mediante la pura razón, las verdades que se aceptan por
fe, o por lo menos, mostrando su carácter lógico y no contradictorio con los
principios fundamentales de la razón. Se han utilizado principios racionales
—primero platónicos y después los aristotélicos— para demostrar que las verdades
de la fe cristiana no son algo disconforme con las exigencias de la razón
humana o algo contrario a esta. Por el contrario, la plena realización de la
razón humana se halla precisamente en estas verdades.[10]
Hay que interpretar
en este contexto el influjo del platonismo y del neoplatonismo a través de
Agustín, y el influjo del aristotelismo, primero a través de Avicena y de
Averroes, y luego a través del conocimiento directo de las obras del
Estagirita. Esto demuestra que «el pensamiento filosófico puede ser un valioso
colaborador para una mejor comprensión de la doctrina cristiana».[11]
Para
entender mejor el diálogo de las tensiones entre razón y fe, conviene
recordar que la universidad en la que me encuentro se divide en: Facultad de artes liberales (trivio y
cuadrivio), cuyos estudios duran seis años —yo me encuentro aún en el primero
de ellos—, y la Facultad de teología,
cuyos estudios se prolongan al menos durante ocho años. La facultad de artes liberales constituye un paso previo a la segunda,
porque se considera que las artes liberales son la base de todo aprendizaje.
El
magister artium, es un profesor que
se inspira exclusivamente en la razón, sin una preocupación teológica directa;
podríamos decir que es un profesor de filosofía. En las escuelas monásticas,
catedralicias o palatinas se estudiaba casi únicamente lógica (o dialéctica)
como introducción a la teología. En cambio, en la facultad de artes se toma en consideración la nueva bibliografía
científico-filosófica, que procede en su mayor parte del mundo árabe.[12]
Debido a ello, esta Facultad se ha convertido en abanderada de las nuevas ideas
de tipo básicamente aristotélico que se han ido descubriendo, discutiendo y
aplicando. La facultad de teología,
por el contario, tiene como objetivo el estudio cuidadoso de la Biblia a través
de la exégesis y la sistemática exposición de la doctrina cristiana, cuya
manifestación más acabada está constituida por la reciente Summae.[13]
Los
métodos de enseñanza —la lección (lectio)
y el seminario (disputatio)— permiten
un constante cambio de ideas entre alumnos y maestros, mientras que la disputatio consiste en una discusión con
los discípulos sobre un tema propuesto en forma de pregunta (quaestio), en el cual intervenimos
primero los estudiantes y luego el maestro.[14]
RESUMEN DE LA EVOLUCIÓN EPISTEMOLÓGICA
Antes
de empezar el trabajo que me ha sido encomendado, que más adelante entraré a
exponer, quiero resumir algunas cosas que se han consolidado en mi memoria y
que, sin duda, pueden ser de interés para valorar justamente el pensamiento que
afloró durante los primeros siglos posteriores a la caída del último emperador
romano de Occidente. En mis notas sobre las primeras lecciones, figuran
enfatizados tres nombres que, sin duda, configuran el punto de partida de esa
evolución epistemológica que había quedado estancada en una mera labor de
compilación de textos sin aportaciones significativas. Se trata de Agustín de
Hipona, Boecio y la obra de un eclesiástico, el obispo Isidoro de Sevilla. Los
tres vivieron entre finales del siglo iv y
principios del siglo vii, y, cada
uno de ellos, ofreció una visión distinta de la filosofía cristiana.
Con
el traslado de la capital del imperio a la nueva ciudad fundada en el año 324
por Constantino, el Mediterráneo había entrado en un proceso de división política
y cultural. A finales del siglo iv
esta división se hizo más profunda, si cabe. De cada vez había menos estudiosos
en Occidente capaces de traducir libros griegos —ni siguiera leerlos—. Agustín
fue uno de ellos. Como es lógico, este hecho desvinculó a Occidente de la
ciencia y de la filosofía de la Grecia clásica. Solo Boecio reemprendió ese
vínculo.
En
esa tesitura, el poder absoluto del emperador, hasta entonces retóricamente
enaltecido, perdió paulatinamente su efectividad. La gente de clase humilde iba
perdiendo el vínculo con ese Estado carcelario debido a sus estructuras
estrictamente rígidas. Si alguien quería escapar del oprobio estructural, no
tenía otras salidas que la vida eremítica, la retórica o la carrera clerical.
La filosofía podía servir de ayuda para expresar la resignación individual y
alejarse de la vida social: solo se podía sobrevivir en la consciencia clerical
o dentro del aparato retórico. Mientras que las pocas dosis de razonamiento
restantes fueron tomando una forma dogmática, en lo que se refiere a las dos
partes del imperio, sin excepción.
Las
derrotas militares afectaron negativamente en la vida social, política y
económica de Occidente. La batalla del año 378[15]
tuvo consecuencias desastrosas para el pueblo que vio como aumentaba la presión
fiscal, la rentabilidad de la tierra disminuía y el trabajo manual encareció
enormemente a causa de la escasez de mano de obra esclava. Poco más de veinte
años después —Agustín escribía sobre la gracia y el libre albedrío— el
pensamiento no podía ofrecer otra cosa que una escapatoria individual a la
miseria general, situando la vida auténtica en el más allá y prepararse para
alcanzarla.[16]
Agustín,
que había nacido en el año 354 y, aunque su conversión se produjo en un momento
no determinado, no se hizo efectiva con el bautismo hasta que hubo cumplido los
treintaitrés años. Agustín criticó, al final de su vida, sus primeras obras; en
especial su primer tratado sobre «la gracia». Incluso antes de su muerte en el
año 430 publicó un escrito que intituló Retractationes.
La crítica más importante que hacía a sus primeras obras versaba sobre la falta
de una correcta teoría sobre «la gracia», es decir, el acto incomprensible por
el cual Dios escogía arbitrariamente a quien debía salvarse o condenarse, sin
tener en cuenta las cualidades morales de los elegidos. En concreto, Agustín
reconoció haber sobrevalorado la filosofía; haber expuesto el reino del
evangelio utilizando expresiones platónicas sobre el mundo sensible y el mundo
espiritual; haber enaltecido la vida de Jesús por su pacifismo y haber olvidado
que también había utilizado su fuerza corporal y, finalmente, por haber
enseñado que la vida bienaventurada consistía en vivir «según el espíritu», en
lugar de enseñar que consistía en vivir «según Dios». Estas críticas iban en
contra de la forma en que él, después de su conversión, había intentado
armonizar la filosofía y el cristianismo.
Todas
las obras de Agustín, cuyas copias se conservan en la biblioteca de esta
universidad, fueron creadas cristianamente, aunque la doctrina de la gracia del
año 397 supuso una ruptura de la concepción del cristianismo. Hasta esa fecha
la doctrina cristiana era verdadera porque remitía a la verdad neoplatónica, es
decir, al mundo inteligible.
La
primera concepción del cristianismo que elaboró Agustín estaba condicionada por
la ideas del pensamiento de la antigüedad tardía: [17]
el concepto ciceroniano de sabiduría, como conocimiento de la diferencia entre
lo que es humano y de lo que es divino. Agustín afirmaba que la «sabiduría
divina» era aquello a lo que se referían los neoplatónicos cuando hablaban de
la «palabra» como la esencia pensante del mundo de las ideas, es decir, como la
auténtica vida, la verdadera realidad de la cual el mundo sensible es tan solo
una burda copia. Pensar no es otra cosa que el movimiento que quiere realizar
la eterna e inmutable totalidad de las estructuras de las cosas, eso es, de las
«ideas». Según el neoplatonismo, la «palabra» emana del Uno divino, o del «bien
en sí», y fluye generosamente con tal de ser participada, primero en el logos, y luego, mediante el «alma del
mundo» que todo lo vivifica, tanto en la naturaleza como, muy especialmente, en
el hombre que, gracias a su comprensión y una vida juiciosa, puede regresar al
origen de todo.
Antes
de Agustín, el esquema neoplatónico permitía interpretar la doctrina cristiana
sobre el origen divino del mundo y el retorno ético e intelectual de todos los
seres al Bien originario. En el año 386, el estudio de los libros neoplatónicos
tenía para Agustín un objetivo personal: le permitía sustraerse al influjo del
escepticismo que en los últimos años le había inquietado sobremanera. Con el
neoplatonismo podía ver claramente. Por una parte, en el mundo sensible,
existía el engaño de los sentidos, el error y la disparidad de meras opiniones
(doxa); por otra parte, en las
relaciones entre las ideas era donde se encontraba la verdad. También los
libros neoplatónicos de Plotino y Porfirio, permitieron a Agustín deshacerse
del maniqueísmo del cual había participado durante nueve años. El neoplatonismo
protegía la libertad de la voluntad humana; superaba la división interna en el
ser humano y ofrecía la posibilidad de sostener que el hogar del ser humano no
es el mundo visible, sin que por ello Agustín tuviera que mantener
reminiscencia alguna de la doctrina maniquea[18].
Junto con el neoplatonismo combinó el estoicismo, sin ponderar su
compatibilidad. Juntó ideas sobre el mundo de calado materialista estoico con
ideas de un marcado sentido espiritualista defendido por los neoplatónicos.
Mientras que del platonismo genuino no quedaba, en el pensamiento de Agustín,
más que la idea de que el origen del mundo está en la inteligencia divina, que
piensa las ideas como modelo de las cosas; que nuestra inteligencia, al
liberarse de los sentidos, puede captar estas ideas; las ideas son
persistentes, verdaderas, en cambio, las cosas sensibles son huidizas, por
tanto no son verdaderas ni reales y, finalmente, el hombre que se aparta de las
cosas corporales encuentra la felicidad en la contemplación del mundo verdadero
y eterno.
El
año 397, Agustín escribió Ad Simplicianum.
Donde, por primera vez expone su doctrina sobre «la gracia». Según esta nueva
doctrina, resulta imposible que el hombre, mediante el esfuerzo reflexivo y la
voluntad moral, pueda hacerse digno de recibir la gracia: Dios da y rechaza dar
la gracia a quien él quiere. Dios es justo, pero su justicia no podemos
entenderla con nuestro concepto de justicia. Esto último suponía la destrucción
del conocimiento filosófico de Dios y del alma que emanaban de sus primeros
escritos. Hasta sus últimos días, sostuvo que el pensamiento filosófico podía
llegar hasta Dios; pero a la reflexión humana sobre Dios se le imponían ahora
unas condiciones muy restrictivas, aquellas que provienen de la autoridad de
las Escrituras.
Antes
de que Agustín desarrollase una teología de la historia que identificaba la
ciudad de Dios con la Iglesia, extrajo dos consecuencias; en primer lugar, la
concepción de una cultura y una ciencia estrictamente cristianas, expuestas en
su escrito De doctrina chistiana y,
en segundo lugar, la comprensión del sentido de su vida, expuesta en las Confessions. No se trata de un compendio
de su vida o de su obra, pero dio un vuelco a la idealización de la sabiduría,
en la medida en que proyectó la doctrina de la gracia sobre su propia vida, y
la interpretó como si él hubiese sido tocado por la gracia divina. Agustín
contemplaba la historia a la manera de la retórica de la tardía antigüedad:
como una recopilación de hechos ejemplares. Posiblemente no fuera un filósofo
de la historia, sino un simple teólogo con inquietudes y limitaciones.[19]
Me
interesa también dejar constancia de la concepción que Agustín albergaba respecto
de la educación. Lo que más novedoso resulta en su planteamiento docente es el
rigor con que presentaba las siete artes liberales, como si fu fin no fuera
otro que el de servir de medio para la interpretación de la Biblia. Ya en sus
primeros escritos había considerado el sistema educativo como un instrumento y
como un medio para conocer a Dios. A raíz de la nueva doctrina de la gracia, la
educación quedó limitada por las Escrituras y por la tradición eclesiástica. El
conocimiento se desvinculó del mundo, la búsqueda de la naturaleza menguó
considerablemente; de esta manera, Agustín configuró una concepción cristiana
de la educación que ha prevalecido hasta finales del siglo pasado.[20]
Boecio
vivió un siglo y medio después de Agustín y, sin embargo, su pensamiento se
encuentra más próximo al del antiguo orden del mundo. Descendía de una de las
familias más ricas y poderosas de Roma. Se dedicó a la política y nunca se
convirtió en clérigo. Fue nombrado cónsul en el año 510 y, doce años más tarde,
Teodorico le concedió el cargo de canciller (magister officiorum);[21]
aunque, a causa de tramas y conspiraciones de la época, termino prisionero y
condenado a muerte. Posiblemente, Boecio fue el último hombre en el Occidente
latino capaz de dominar todos los saberes del mundo antiguo. Realizó estudios
de ciencias naturales, filología, matemáticas y lógica, entre otros; sabía
griego perfectamente —al contrario que Agustín— y, en general, su formación era
más elevada que la de éste. Conocía bien la obra de Platón y Aristóteles.
Admiraba a Agustín, pero en ningún momento adoptó su doctrina de la gracia.
Cuando
lo nombraron cónsul estaba ocupado redactando un comentario sobre un escrito
lógico de Aristóteles. Este hecho le permitió explicar cómo creía que debía
compaginarse la redacción de escritos filosóficos y la actividad política:
Aún
que las obligaciones del consulado me impidan dedicar todos mis esfuerzos al
estudio, instruir ciudadanos con el conocimiento científico forma parte de la responsabilidad
de un político. Mis ciudadanos me agradecerán que, después de que el dominio y
el poder que los antiguos ejercían sobre otras ciudades, haya sido traspasado a
nuestra república, yo traspase aquello que todavía no lo ha sido, de manera que
enriquezca las costumbres de nuestra ciudad con las artes de la sabiduría
griega. De hecho, esto no es nada que quede fuera del oficio de cónsul, ya que
siempre ha sido costumbre romana honrar, imitando más y más, aquello que de
bello y loable posee cualquier pueblo.[22]
No era su
ambición competir con la ciencia griega; solo deseaba «honrar imititando» (imitatione honestare). La dimensión
política del saber no configuraba ningún proyecto filosófico de reforma social
como había sucedido en Platón. No era necesaria revolución política alguna, tan
solo enriquecer Occidente con la ciencia que se podía encontrar en Grecia.
Boecio distinguía entre filosofía teórica y práctica; pero, como político
profesional, separaba el ejercicio teórico de la actividad práctica.
Sorprende que
Boecio no dudara en ningún momento de la continuidad de Roma. Su caída le
resultaba inimaginable. Hablaba como si el problema solo se centrara en la
necesidad de mejorar y estabilizar cultural y políticamente la ciencia romana.
Con este objetivo diseñó un ambicioso programa de conciliación: por una parte,
expuso las cuatro artes del cuadrivio —cuya palabra, quadrivium, es de su invención—, que estaba compuesto por la
aritmética, la música, la geometría y la astronomía. Puesto que la filosofía
tiene que ver con lo que es real; y lo que es real está hecho de números y de
relaciones numéricas, el creador del mundo mira a la aritmética; fue su modelo
cuando creó las cosas. [23]
Boecio explicaba así el proceso de la creación del mundo en una metafísica, fundamentada
en el número, de sentido neopitagórico. Por otra parte, quería traducir y
comentar a Platón y todo el Aristóteles conocido para demostrar que ambos
coincidían. Solo pudo hacerlo sobre los escritos de lógica, de lo cual nos han
llegado pocos comentarios, según indica mi maestro.
Boecio
consiguió que Aristóteles fuera conocido en Occidente. Esto formaba parte de su
programa conciliador: la interpretación debía subrayar el acuerdo que había
entre Platón y Aristóteles en las cuestiones fundamentales i, en ningún caso,
poner de manifiesto sus innegables diferencias.
Boecio precisó
la formación lógica de su tiempo y de los que hemos venido después. Las
disputas actuales, entre los lógicos, por el tema de los universales fueron
desencadenadas por él. Esta discusión viene originada por un texto,
concretamente un pasaje de la introducción (Isagogé)
de Porfirio[24] a
los escritos lógicos de Aristóteles que Boecio había traducido. En él, Porfirio
declaraba que una introducción no era el sitio para decidir si los géneros (genera), como «animal», y las especies (apecies) como «hombre», eran reales o
solamente pensados. Mencionaba, no obstante, las alternativas posibles: si los
conceptos universales son reales, pueden ser corporales o incorporales; si son
incorporales, pueden existir separados de las cosas sensibles, o unidos a
ellas, del mimo modo que el punto y la línea existen en cosas extensas.
Estas
alternativas, que Boecio no analiza en profundidad, constituyen el marco dentro
del cual se estaba desarrollando el debate sobre los universales:
«mutable-inmutable» es la contraposición que delimitaba la recepción de Platón;
«separado-inmanente» son los conceptos que enmarcan el planteamiento
aristotélico y su crítica a la teoría de las ideas. Partiendo del texto de
Porfirio, Boecio busca su solución. Primero discutió las aporías que resultaban
de las diversas posiciones y concluyó que los universales no pueden ser
sustancia alguna.
Algunas de las
premisas establecidas por Boecio, que siguen siendo de especial influencia,
son: en primer lugar, la presuposición de una doctrina que acepta la existencia
de dos mundos y una antropología dualista. «Los sentidos nos presentan las
cosas (res) incorporales», i eso nos
permite el acceso a contenidos inteligibles, como unos objetos que no son de
tipo sensible. En segundo lugar, el hecho de que poseemos dos clases de
conocimientos: podemos ver las realidades incorporales, las «ideas», en sí
mismas, o las podemos ver tal como son en las cosas corporales. Y, en tercer
lugar, el esfuerzo que realiza Boecio para explicar que nuestro espíritu no se
equivoca cuando capta las cosas materiales presuponiéndoles formas
incorporales. Separar aquello que está unido en la realidad no es ningún error,
con la condición de que no se afirme que aquello que separamos intelectualmente
«existe» realmente. Sería un error pensar en la unión de aquello está separado.
El concepto
básico de esta doctrina es el de parecido (similitudo).
Cuando este está en las cosas individuales, es sensible (sensibilis); cuando está en las características generales (in universalibus), deviene
intelectualmente cognoscible (intelligibilis).
Boecio,
finalmente, resume con precisión su posición sobre el problema de los
universales: los universales existen, pero en las cosas sensibles; sin embargo
los captan espiritualmente fuera de los cuerpos. Son incorporales, pero
vinculados a las cosas sensibles. A pesar de no querer dirimir el conflicto
entre Platón y Aristóteles, Boecio se inclinó a favor de Platón. Reprodujo la
tesis del platonismo en la medida en que sostenía que los géneros y las
especies pueden ser captados tanto por sí mismos como en las cosas, ya que, si bien son incorporales, permanecen
vinculados a las cosas sensibles.
Boecio
rechazaba tanto la existencia corporal como la total inexistencia de los
universales, por ese motivo presentó su posición como una paráfrasis del inicio
del diálogo platónico Parménides.
Combinó la doctrina platónica de las ideas con una teoría de la abstracción. En
su obra maestra, la Consolación de la
filosofía, lo dice explícitamente.[25]
Este libro es uno de los más leídos en la actualidad.[26]
Enseguida fue traducido a las lenguas vulgares y, por eso, enormemente
divulgado. Boecio escribió ese libro cuando ya estaba en prisión, pocos meses
antes de morir, después de saber que había sido condeno a muerte. La filosofía
es utilizada por Boecio como una cataplasma para el alma.[27]
El libro fue cuidadosamente escrito. Contiene partes poéticas con métrica
estricta que alternan con partes de diálogo en prosa. Considero que este libro
es la mejor introducción a la filosofía en estos momentos.
Boecio busca
la consolación, no en las Escrituras ni en los sacramentos ni en la fe, sino en
la filosofía. Por supuesto que esta filosofía discute temas que ahora podemos
considerar como teológicos: la existencia de Dios, la providencia, el origen
del mundo en el pensamiento divino, la participación que los hombres pueden
tener en la divinidad… Sin embargo, la filosofía discute estas cuestiones con
argumentos racionales, sin basarse en autoridad alguna. Boecio explica por qué,
a pesar de ser inocente ha sido condenado a muerte. Ha intentado vivir
filosóficamente, lo cual, según Platón, quiere decir que ha querido hacer
política desde la filosofía. Se pregunta por qué eso ha sido posible si, como
afirmaba Platón, en los estados solo habrá felicidad cuando los filósofos se
conviertan en reyes y los reyes en filósofos. Parece que su desgraciada suerte
desmiente las aseveraciones de Platón.
Podemos
admitir que el mal es poderoso, podemos aceptarlo como señal de nuestra
debilidad; pero que se imponga al inocente bajo la atenta mirada de Dios, eso
es una monstruosidad.[28]
Esto hace que el hombre se pregunte qué sentido tiene la vida, qué sentido
tienen las decisiones morales, en un mundo dominado por el mal. Pero «el
sentido de la vida» para Boecio, que piensa todavía como un romano, como un
platónico, tiene una dimensión política.
La filosofía, antes
de iniciar su argumentación, hace un diagnóstico de la situación del
prisionero: «No has sido expulsado de la patria, te has alejado de ella»[29] Boecio parte del hecho de
que el mundo es naturalmente ordenado. Este punto de partida no corresponde a
la fe cristiana; Boecio deja claro que es consciente de ello: «Estoy
persuadido de que es Dios quien dirige la obra que ha creado».[30] La filosofía quiere
recomponer desde la raíz la maltrecha fe humana en el ordenamiento racional de
los acontecimientos, pero no lo quiere hacer simplemente como una reflexión
sobre el mundo, sino como una invitación al conocimiento de sí mismo. «Ahora
veo que existe otra causa para tu mal —dijo la Filosofía—, y ésa es, sin duda,
la más influyente: es que tú no sabes quién eres».[31] Por supuesto Boecio sabe
que la definición de hombre es «animal racional y mortal», como también sabe
que él es un ser incluido en esta definición, pero la filosofía le quiere hacer
ver que, incluso sabiéndolo, ha perdido el verdadero conocimiento de sí mismo.
La filosofía muestra
como la verdad aparece visible cuando nos deshacemos de los afectos: alegría y
esperanza, miedo y sufrimiento. La comparación platónica de la verdad con el sol
recibe en Boecio un acento romano y estoico: «Expulsa los gozos, expulsa el
miedo».[32] Incluso cuando la
felicidad no es propicia, no nos llena del todo; alguna cosa nos falta. «¿Quién
es tan absolutamente feliz que no pueda oponer la menor objeción sobre las
condiciones de su vida?».[33] «¿Por
qué, pues, ¡oh mortales!, buscáis fuera la felicidad que está dentro de
vosotros?».[34] Cabe tomar la dirección
adecuada: adentro. Los bienes que habrían de hacernos felices nos engañan
porque nos quedan exteriores.
El libro segundo
concluye con un himno al amor que
todo lo rige, pero especialmente, al cielo: «¡Qué feliz sería el género humano,
si el amor que gobierna los cielos gobernara también los corazones!».[35]
El
libro tercero empieza con la reflexión siguiente: en todas las cosas los
hombres no buscan sino el Bien: «Enseña la Filosofía que todos los
hombres quieren naturalmente la bienaventuranza, pero su fuente no puede estar
en los bienes particulares, sino en el bien universal y supremo, que es Dios».[36]
Pero, ¿cómo es posible que Boecio, tan pesimista frente al mundo visible,
acepte un sumo Bien?
Boecio
explica el significado de la palabra Dios
a partir del sumo Bien, no al revés. Desde este punto de vista, identificar la
suprema bienaventuranza con Dios es insuficiente. Boecio quería determinar, que
significado hemos de dar a la palabra corriente Dios: es aquello por encima de
lo cual no hay nada mejor. El Bien
perfecto es también la verdadera felicidad. Por tanto, la verdadera felicidad
está en el Dios superior, no accidentalmente como si fuera algo extraño, sino
como su verdadera esencia. Este Bien es a la vez el Uno. Boecio lo explica
demostrando que todo aquello que existe, en la medida que es, quiere mantener
su unidad. Una cosa es en la medida que es una. Cuando pierde su unidad, se
pierde a sí misma. El Uno es, entonces, el Bien. El Bien es aquello que todo el
mundo desea.[37]
Al
final del libro tercero, Boecio elimina la experiencia del mal con ayuda del
conocimiento que ha alcanzado del Bien supremo. Dios, que fundamenta todo bien,
es también todopoderoso. Es todopoderoso el que no se encuentra delante nada
que no pueda hacer. Dios no puede hacer el mal. Por consiguiente, si Dios no
puede hacer el mal y Dios puede hacerlo todo, el mal no es nada (malum igitur nihil est).[38]
El libro tercero es una demostración de la existencia de Dios, lo afirma el
propio Boecio, el Dios que, según se desprende de estos argumentos, es la
perfección, es la realidad primera, anterior a todo lo que es imperfecto. El
libro tercero ejerció, y ejerce, una gran influencia en la concepción actual de
la naturaleza. El punto culminante del libro es el himno O qui perpetua, el cual en el espíritu de Timeo y de Aristóteles enaltece al creador del mundo como «el que
mueve sin moverse», como el bien desinteresado.[39]
El libro cuarto
presenta duras exigencias a quien requiere consuelo. La filosofía defiende dos
tesis que reconoce que son paradójicas, por una parte, afirma que los buenos
siempre son fuertes y los malos siempre son débiles. Por otra parte, asegura
que para el malo, es mejor ser castigado a partir de la desdicha, que no tener
la posibilidad de evitar el castigo, porque evitándolo participa menos de la
justicia y, en consecuencia, del Bien. Los motivos son platónicos, tomados sobre
todo del Gorgias.[40]
Es especialmente relevante el pensamiento sobre la inmanencia del castigo: «Pero
si vuelves tu corazón hacia el mal, no busques fuera de ti verdugo que te
atormente: te habrás rebajado al nivel de los más despreciables».[41]
Boecio se esforzó
para conciliar la libertad humana con la providencia divina y lo hizo de la
siguiente manera. La necesidad, exigida por las determinaciones divinas, no es
nada que caracterice la actividad humana, porque, si lo hiciera, impediría la
libertad a toda acción humana. La necesidad es propia del saber divino, situado
en la eternidad. Boecio analiza como la manera de ser del cognoscente determina
todos los tipos de conocimiento. También rechaza la concepción que aboga que
por sí mismo el espíritu humano es como una tabula
rasa. Sabía que la exposición de su punto de vista sobre la función
decisiva del cognoscente en todo conocimiento iba a ser polémica. Pero la
polémica no era con Platón, ni tampoco con Aristóteles, sino con el realismo
estoico. En contra de los estoicos, Boecio remarcó la actividad del
conocimiento humano.
La Consolación de Boecio evita toda alusión
al cristianismo y no hace citación bíblica alguna. Podemos suponer que Boecio,
en los últimos meses de su vida, había perdido todo interés por el cristianismo
convencional y rígido del siglo v.
Pero mantuvo vivos antiguos motivos filosóficos: que los bienaventurados se
convierten en Dios; que la providencia rige todos los acontecimientos; que
temas y nombres mitológicos seguían vigentes, por ejemplo la rueda de la
fortuna. Boecio utilizó conceptos como «destino» o «alma del mundo» sin recibir
por ello la censura cristiana; enseñó la preexistencia del alma y la
perpetuidad de la materia en el mundo. La Consolación
revela también un temple moral de aristócrata romano frente a la muerte:
serenidad, firmeza e inalienabilidad de la exigencia moral.[42]
Cuando
en Hispania ostentaba el trono el rey visigodo Leovigildo, en Sevilla nació
Isidoro El Hispalense o, de acuerdo con el título que le otorgó Alcuino de
York, Isidoro Doctor Hispaniae.[43] Parece
ser, según cuenta mi maestro, que su padre, Severiano, se trasladó a la
Híspalis romana con su mujer y sus tres primeros hijos, Leandro, Fulgencio y
Florentina, abandonando voluntaria o forzosamente Cartagena después de que esta
pasara a poder bizantino. No será hasta estar definitivamente allí afincado
cuando se producirá el nacimiento de Isidoro, el cuarto hijo de la familia.
Isidoro,
ocupa el pedestal del conocimiento recopilado y la elocuencia personal. Fue
maestro e intérprete de la cultura conocida en su época. Todo lo que se conocía
está en la escritura del Hispalense
en su gran obra intelectual: las Etimologías.
En realidad, más que elaborar un corpus
doctrinal, su esfuerzo se encaminó a recopilar, interpretar y dar forma a los
materiales conocidos de los autores cásicos precedentes. En el año 599-600,
durante el reinado de Recaredo I, sucedió a su hermano en la cátedra episcopal
de Sevilla. Años más tarde, durante el reinado de Sisenando, presidió el iv Concilio de Toledo. Corría el año
633. En este concilio influyó decisivamente en la trayectoria política de la
Hispania visigoda, merced a la limitación del poder real y el deber de
obediencia, basado en la fidelidad y la lealtad. A partir de esta
interpretación isidoriana, los príncipes se instituyen para imponer el bien
sobre el mal. Su misión es, por tanto, obrar correctamente: «Es lo que Isidoro
expresa con la conocida frase Rex eris si
recte facia, si non facias non eris. De este modo el ejercicio de la
potestad regia pasaba a ser un deber y no un derecho.[44]
Isidoro
fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. En su vida
personal, experimentó también un conflicto interior permanente, muy parecido al
que ya había vivido Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse
únicamente a la meditación de la palabra de Dios, y las exigencias de la
caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía responsable como obispo.
Por ejemplo, a propósito de los responsables de la Iglesia escribe: «El
responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus), por una parte, debe
dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne; y, por otra, debe
aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de
Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo». Un
párrafo después, añade: «Los hombres de Dios (sancti viri) no desean
dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino,
se les encargan ciertas responsabilidades. [...] Hacen todo lo posible para
evitarlas, pero aceptan lo que no quisieran y hacen lo que habrían querido
evitar. Entran en lo más secreto del corazón y allí tratan de comprender lo que
les pide la misteriosa voluntad de Dios. Y cuando se dan cuenta de que tienen
que someterse a los designios de Dios, inclinan el cuello del corazón bajo el
yugo de la decisión divina».[45]
En
la figura de Isidoro concurren dos trayectorias que definen su labor vocacional:
en primer lugar, la del eclesiástico creador de escuela y, en segundo lugar, la
del pensador, erudito y sabio, recopilador de conocimiento. Dos trayectorias
que convergen en una única personalidad intelectual. Hizo grandes esfuerzos
para salvar el patrimonio de la cultura clásica, por medio de una Biblioteca y
de una Escuela, que serán más tarde enraizadas
en la obra imperial de Carlomagno. Llegaron noticias de aquella
Biblioteca, utilizada en sus inicios como armario para guardar Biblias, en la
que llegaron a figurar las más destacadas copias tanto de autores romanos como
de los padres de la Iglesia. La Escuela, siguiendo el modelo de Boecio, dividía
todo el saber humano en Siete Artes
Liberales, que son las que figuran en el temario recibido como guía de materias
al llegar a esta universidad.
Isidoro
no fue un creador, sino un transmisor y compilador. Si bien, no debemos olvidar
que quizá fuera esta la tarea más necesaria en la época que le tocó vivir.
Aunque sí tuvo su propio pensamiento filosófico, consecuencia del pensamiento
antiguo. Su filosofía está, sobre todo, desarrollada en la Etimologías, en las Sentencias
y en los libros de las Diferencias. Es
cierto que su filosofía no contiene puntos de vista excesivamente originales,
aunque sea el compendio más completo que en aquellos días se pudiera hacer de
la filosofía cristiana.[46]
Pero otros opinan que no podemos pensar en Isidoro únicamente como un gran
compilador y lleno de erudición, sino que dispone de una visión genuina que
desarrolla como una filosofía cristiana de carácter neoplatónico; una teología
de profunda base bíblica y en los grandes padres de la razón cristiana como es
el caso de Agustín. Lógicamente, y dados sus polifacéticos conocimientos,
desarrolla una cosmovisión ecléctica en la que se funden en un todo doctrinas
platónicas, aristotélicas, epicúreas y estoicas; todo ello amparado en una
tenaz recopilación jurídica que supone un antecedente del Fuero Juzgo.[47]
En el libro de las Sentencias
desarrolla su filosofía sincrética y condensa el pensamiento cristiano de su
época.
Isidoro
reconoce en su filosofía la cumbre
del saber humano racional, subordinado a la fe, pero con su propia
significación autónoma. Para él el filósofo es el que posee la ciencia de las
cosas divinas y humanas, a lo que agrega la bondad moral; mientras que su
filosofía natural trata del cosmos físico, la moral de la conducta y la
racionalidad del orden lógico. También evoca temas, de forma somera, de la historia
de la filosofía, dado su conocimiento sobre Tales, Anaximandro, Anaxágoras,
Platón, Aristóteles, los estoicos, lo epicúreos y los escépticos. Es necesario
constatar el grado de conocimiento que le ha llegado, a través de Boecio, del
pensamiento aristotélico. En sus Etimologías
solo aparecen referencias y extractos del Organon
de Aristóteles, sin embargo, según se cuenta conocía toda la filosofía antigua
y era profundo conocedor de la obra de Aristóteles conocida en su época.[48]
No obstante, filosóficamente estuvo influenciado por Casiodoro, pues recoge su
versión cristiana de Dios, del hombre y del mundo; y subraya la tesis de la
patrología de que «el hombre es un microcosmos creado por Dios, imagen divina y
compendio de la naturaleza visible e invisible y que el hombre está formado de
un cuerpo material y un alma incorpórea e inmortal». [49]
Los
puntos más relevantes de su doctrina filosófica abarcan desde la idea de que la
filosofía es el conocimiento de las cosas humanas y divinas, unido al propósito
y cuidado de vivir rectamente; distingue entre ciencia y opinión —la diferencia
presocrática entre doxa y episteme—; diferencia la sabiduría, que
entiende como la contemplación de las cosas eternas —de influencia platónica—,
y el arte, que trata las cosas contingentes. Por lo tanto, la ciencia trata las
cosas necesarias lo que dirige al conocimiento. Inspirado en los estoicos,
divide la filosofía en tres partes: la Naturalis
(physica), que se ocupa del mundo
natural; la Moralis (ethica), que se ocupa de las ostumbres y
moralidad de los actos; y la Rationalis (logica), que indaga las causas
verdaderas de los fenómenos producidos en cualquiera de las partes anteriores.
Según Isidoro, existe una jerarquía de seis grados de perfección entre los
seres: no vivientes, vivientes, irracionales, racionales, mortales e
inmortales. Y, por encima de todos ellos, Dios, que identifica con el sumo
Bien; en quien “coexisten la belleza, la omnipotencia y la eternidad. Es
inmutable e infinito, gobernador y rector del mundo natural. En Dios no hay
presente, pasado, ni futuro”.[50]
Todas las cosas fueron creadas por Dios, aunque distingue entre «creación» en
referencia a la creación de los ángeles, la materia informe, el caos, etc.), y
la «formación» en referencia a lo que hizo durante los seis días de los que
habla el Génesis, que fue formar, con la materia informe, las especies y todas
las cosas. En cuanto al origen del mal, emerge de la malicia de la voluntad,
puesto que todas las cosas son creadas buenas, es simplemente el uso malévolo
de las mismas por la voluntad humana el que las convierte en malas. Diferencia
entre el mal que se hace —pecado—, y el que se padece —pena o sufrimiento—.
Isidoro divide el mundo en cielo y tierra e introduce en sus ideas físicas la
teoría hilemórfica con los cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua. Cree
que todos los elementos están presentes en todas las cosas, pero fue el Supremo
Creador el que “llenó el cielo de ángeles, el aire de aves, el mar de peces y
la tierra de seres humanos. El mundo es visible, compuesto de cielo, tierra,
mares y estrellas, y se llama mundo porque está siempre en movimiento y porque
sus elementos están sujetos a perpetuas mutaciones”.[51]
Por supuesto, el hombre ocupa un lugar preeminente entre las criaturas; es el
ser que más se asemeja al Creador. El hombre es el principal motivo de su preocupación
filosófica, al que dedica el libro xi
de las Etimologías. El hombre está en
el centro del mundo natural, compuesto de cuerpo y alma, dotado de razón, de
libre albedrío y capaz de vicios y virtudes. Como corpóreo es material y
mortal, formado por los cuatro elementos. El alma, que también es creada de la
nada por Dios, lo hace incorpóreo e inmortal. El alma es una, y se distingue
otras funciones superiores, como los sentidos, la mente, la razón, la memoria y
el pensamiento; aunque, en su opinión, el ser humano no es más que un
microcosmos creado por Dios a imagen del gran mundo.[52]
Sus
aportaciones no se detuvieron en el interés del siglo vii, sino que tuvo influencias en Beda el Venerable y sobre
las generaciones de discípulos que cubrieron el Renacimiento Carolingio, que
atendieron a sus postulados sobre la organización de la Monarquía y la
transmisión del saber.[53]
Isidoro
busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta
orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa
cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad,
pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la
noche dedicado a la oración». A la luz de este ejemplo del divino Maestro, Isidoro
concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a
Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No
sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a
Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por
tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco
es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra».[54]
Lo
dicho hasta ahora no es más que un recordatorio del pensamiento del padre de la
Alta Patrística, y de los no menos importantes sucesores de la Patrística
tardía, como son Boecio e Isidoro de Sevilla. Quizás, todos ellos pusieron su
mayor empeño en el conocimiento, pero un conocimiento dirigido a magnificar el
cristianismo. En sus obras, expusieron sobre todo la doctrina cristiana; uno de
sus objetivos primordiales no era otro que el de desplazar a las otras
religiones y doctrinas, para consagrar una única doctrina religiosa cuyo
fundamento estaba en su creencia en Dios.
En
cambio, no me he referido a la Escolástica, algo más tardía, y que todavía no
hemos tratado en esta escuela. Con escaso conocimiento de su obra o
pensamiento, he oído hablar de Escoto Erígena, de Anselmo de Canterbury, de
Pedro Abelardo, y, más recientemente, suenan nombres tales como Tomás de Aquino
o Duns Escoto. Solo sé que todos ellos,
al respeto por la autoridad de Dios, unen el ejercicio de la razón. Su objetivo
no es otro que integrar el saber que los griegos habían obtenido a través de la
experiencia y la razón, con el saber recibido de forma sobrenatural por los
cristianos a través de la revelación de la fe.
Mi
abuelo, que cuando se unió a las huestes de Jaime I acababa de regresar de
tierra santa, hasta dónde había acompañado a Federico II, aunque tuvo que
regresar antes de la conquista de la tierra santa para unirse a la aventura de conquistar nuevas
tierras para su corona, me habló de una cultura y una forma de plantear los grandes
secretos de la existencia completamente diferente a la que conocemos. Quizá por
su cultura oriental, o quizá por nuevos conocimientos provenientes de códices
que todavía desconocemos o están bajo el estudio de los sesudos doctores. Mi
abuelo mencionó nombres tan extraños como Al-Kindi, Al-Farabí,
Avicena, Averroes o Shahab al-Din Suhrawardi,
que me
atrevo a escribir dudoso de su corrección ortográfica.
SOBRE
LAS SIETE ARTES LIBERALES Y LA RETÓRICA
Me voy acercando al ámbito que
intelectualmente me rodea y que debo finalizar en un estudio sobre una de esas
siete artes liberales que aquí se enseñan, en concreto sobre la retórica. Pero
aprovechando estos días de huelga, no lectivos, puedo permitirme escribir, a
modo de recuerdo, las lecciones que el magister artium nos ha impartido. Estos
días de asueto, se deben a los acontecimientos que tuvieron lugar cierta
noche del año en curso. Hugo de Parma, un prestigioso profesor de medicina tuvo
un altercado con la guardia de París, por un incidente fortuito provocado por
el lanzamiento por la ventana de un bote con albahaca que fue a caer sobre la
guardia. El profesor fue maltratado y
humillado. La protesta del vecindario fue unánime, pero los guardias no
respetaron los privilegios de los maestros universitarios, aunque estos esten
exclusivamente bajo la jurisdicción eclesiástica. La universidad parece que
realizó una protesta formal exigiendo una reparación; como esta no fue
atendida, todos los universitarios y profesores nos hemos declarado en huelga.[55] No sé los días que puede
perdurar esta holganza, pero prefiero seguir atendiendo mis estudios que
proferir exabruptos contra Felipe III, por mucha gala que haga a sus
atrevimientos por los cuales es apodado.
Al llegar a esta universidad
hicieron entrega del temario que abarca el estudio de las Siete artes liberales, cuya puesta en valor, como he mencionado en
su momento, se atribuye a Boecio. Pero hay algunos datos de los que quiero
dejar constancia para evitar su olvido.
Las siete artes liberales, fueron
distintamente valoradas por Agustín y Boecio, pero orientadas a entrar en
contacto con el mundo. Fueron forzadas por la evolución cultural de los siglos
posteriores a convertirse en simples ejemplares, manuales de retórica y
prontuarios literarios.[56] Aunque estemos hablando
de artes, no debemos olvidad que todo conocimiento, aunque sea técnico, está
lleno de connotaciones cristianas. Y especial atención se debe prestar a la
retórica, en cuanto que es el arte que dota a los hombres de la capacidad
persuasiva que requiere la justicia, la política y también la Iglesia. A partir
de Cicerón y de la tradición retórica de la antigüedad se citaba la antigua
tabla de las virtudes: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, pero se
hacía concordar con más o menos fortuna con las exigencias de la vida cristiana
o de las reglas monásticas, aunque siempre con fórmulas rígidas. En la obra de
Boecio había incentivos para cambiar esta apreciación. En primer lugar, Boecio
modificó la posición y la función de la dialéctica —entendida siempre en el
sentido de «lógica»—. Para Agustín la dialéctica se situaba entre la gramática
y la retórica; se incluía en una concepción de la cultura básicamente literaria
i retórica.[57]
Mientras que Boecio la sitúa en el último lugar del trivio, detrás de la
gramática y la retórica. Así, la retórica se convirtió en una materia que hacía
de puente entre las disciplinas literarias, las del trivio, y las naturales,
las del cuadrivio. Con sus traducciones y con sus comentarios y sus tratados
más personales, Boecio consolidó la nueva posición de la dialéctica.
Pero en esta evolución tenemos
que tener en cuenta a los pueblos invasores, puesto que no solamente asimilaron
la religión y la lengua de la antigüedad tardía de Occidente, sino también su
sistema de enseñanza. Hasta comienzos del presente siglo actual, el modelo
educativo de la antigüedad perdura y sigue condicionando el pensamiento actual.
Toda la enseñanza giraba en torno a la retórica y de la lectura de los
clásicos. Este sistema educativo era dividido en dos grandes bloques que,
juntos, constituían las siete artes liberales.
Gramática, retórica y dialéctica, que constituían el trivio, y la
aritmética, la geometría, la música y la astronomía, que constituían el
cuadrivio. [58]
En sus ancestros, el programa educativo actual ya no se fundamentaba en los
textos de Cicerón y de Quintiliano, sino que, a partir del año 400, se basaba
en el libro del rétor africano Marciano Capella Las bodas de Mercurio y de la Filología. En estas bodas de Mercurio
aparecen siete doncellas de honor, cada una de las cuales aporta un regalo —las
siete artes liberales—. Cabe recalcar que aquí arte (ars) significa «materia de enseñanza» o «disciplina». El aspecto
artesanal o técnico de las ars está
ausente.[59]
En lo que se refiera a esta
universidad, la historia es más reciente. No fue hasta el año 1231, cuando el
maestro de París Alejandro de Hales entró en la orden, que un franciscano se
sentó en una cátedra. Los dominicos habían dado este paso hacía unos veinte
años. La competencia entre las dos órdenes ha favorecido el estudio científico.
Cada orden quería mandar a París a sus maestros más dotados.[60] Los benedictinos y los
clérigos seculares —entre estos últimos cabe citar a Guillermo de Auxerre o
Enrique de Gante— no contribuyeron tanto.
En el último cincuentenio, la
emulación que existía entre clérigos regulares, dominicanos y franciscanos para
obtener las mejores cátedras, ha sido una de las causas que han ayudado a
acelerar la evolución intelectual en que participaron autores como Alberto
Magno, Buenaventura y Tomás de Aquino; cabe añadir también a Siger de Brabant y
a Boecio de Dácia, ambos maestros de la facultad de artes.
En este clima de rivalidad, se
discutía si las órdenes mendicantes tenían derecho a poseer cátedras universitarias.
Puesto que estas órdenes defendían poderosos intereses, puesto que actuaban en
favor del centralismo papal, y como tenían, además, las inteligencias más
brillantes entre sus maestros, el conflicto ha acabado, no solamente con la
autorización dada a dominicos y franciscanos de poder enseñar en la
universidad, sino con el predominio absoluto de ambas órdenes en la evolución
de la filosofía y la teología actuales.[61]
Este siglo está suponiendo una
época de esplendor de las universidades, mejor dicho, de su
institucionalización. Han promulgado sus estatutos, sus planes de estudios y
sus ordenamientos sobre las lecciones magistrales y las disputaciones. Esto significa una cierta autonomía, aún que no deba
entenderse como una libertad absoluta. Los miembros de la Facultad de Artes
aceptan bajo juramento que no tratarán de temas teológicos. Estas intromisiones
son aceptadas por todos porque se corresponden con la idea que todos tenemos de
la universidad.[62]
Como principio de los «derechos» o libertades tácitas que nos han
llevado a adoptar medidas como la que me tienen ahora sin clases lectivas, está
el hecho de que la universidad posee su propia administración de justicia y sus
privilegios, los que recibió del papa y del rey de Francia, que a menudo van en
contra del obispo del lugar y del gobierno de la ciudad —de ahí los altercados.
En la actualidad la Universidad de París se divide en facultades, de las cuales
hay dos de decisivas; la Facultad de Artes —donde entre otras disciplinas se
enseña la dialéctica y la retórica— y la Facultad de Teología.[63] La filosofía tiene
reconocimiento institucional en la Facultad de Artes (facultas artium), hecho importante porque estudiar artes es un
condición necesaria para emprender cualquier otro estudio. El concepto de ciencia
desarrollado en la Facultad de Artes es aplicado también al estudio del
derecho, de la medicina y de la teología. Si la religión quiere presentarse
como una ciencia, tiene que hacerlo de acuerdo con la manera de pensar
actuales.[64]
A mediados de este siglo una
nueva división de las ciencias se fue imponiendo, si bien con grandes
diferencias entre los diversos autores. El trivio se convirtió en “filosofía
racional”, y la lógica, que ya había adquirido una gran importancia, eclipsaba
las otras dos artes sermocinales, la
gramática y la retórica, hasta hacerlas desaparecer. El cuadrivio tradicional
no podía dar cuenta de las nuevas disciplinas, que tampoco podían ser
interpretadas como unas matemáticas aplicadas. Tomás de Aquino clasifica la
filosofía en natural y racional. En la «natural» incluye las
materias teóricas como la física, la matemática y la metafísica; y las materias
prácticas como la ética, la economía y la política. Mientras que reserva la
lógica para llenar el espacio racional de su distribución. También en este
siglo, Hugo de Saint-Victor y Domingo Gundisalvo propusieron otras
distribuciones, dejando de lado el ideal pedagógico agustiniano basado también en
las siete artes. El primero integra la retórica dentro de la lógica
argumentativa probable, y la sitúa al mismo nivel de la dialéctica; mientras
que Gundisalvo otorga un rango importante a la «elocuencia», donde agrupa a la
gramática, la poética y la retórica. Como vemos, la lógica empieza a tener un
lugar destacado, por encima de la gramática, la poética y la retórica. Las
ciencias naturales ya no se subordinan a la matemática. La teología es
entendida como una metafísica. La economía, conjuntamente con la mecánica,
obtiene el rango de ciencia. Muchos cambios los que estoy destinado a ver, si
Dios nuestro señor me lo permite, durante los próximos años, que no serán otra
cosa que un continuo aprender, por muy acabados que tenga estos estudios y por
muy lejos que me encuentre de esta universidad.
EL TEMARIO DE LA UNIVERSIDAD DE PARÍS
Quizá lo
primero que me sorprendió justo al empezar a leer el temario recibido como guía
de mi aprendizaje, fue ver como la filosofía es presentada como una disciplina
y no como un arte. El temario lo justifica con tres razones, a saber, en primer
lugar, porque es necesaria una disciplina que estructure el entendimiento
humano y lo haga capaz de aglutinar ordenadamente todo el conocimiento que se
pretende adquirir. En segundo lugar, para permitirnos llegar al conocimiento
del ser del universo, es decir, entender la racionalidad del Creador y como, en
su justa medida, la función de las fuerzas y acciones ocultas que, cuando nos
sean conocidas, enaltezcan por su comprensión la reverencia hacia el Creador.[65] Y, en tercer lugar,
aquella que nos advierte de que la filosofía es necesaria para alcanzar los «deseos
de la felicidad futura, la ilustración de la mente»[66] y para disponer del «más
alto grado el don más importante de la generosidad divina», debemos asistirnos
de la gracia de Dios.
Continúa con
un tema que, a mi modesto modo de entender, resulta importante, y es aquel en
el que Arnau de Vilanova, que en su Divisio
scientiarum recuerda que: «El conocimiento definicional de la filosofía se
desarrolla en función de los cuatro géneros de causa»,[67] lo que nos remite
directamente a la Metafísica aristotélica. Gundisalvo, en De divisione philosophiae, expone su opinión sobre cuál es la causa
eficiente de la filosofía que se concreta en «el conocimiento íntegro del ser humano en sí mismo».[68] La causa material la define Isidoro: «La filosofía es el conocimiento de los
asuntos divinos y los humanos, con la razón añadida del vivir bien».[69] La causa formal la define
Gundisalvo como que «La filosofía es la
asimilación de las obras del Creador con arreglo a la humanidad».[70] Mientras que la causa
final de la filosofía sería: «el
conocimiento del ser del universo).[71] De las cuatro causas creo
que se puede extraer una primera definición que espero, no se aleje demasiado
de lo que quisieron decir los sabios antiguos. Sería la siguiente: «La
filosofía es el conocimiento de las obras del Creador que, a partir de las
propias limitaciones del ser humano, permiten iniciar el camino hacia el
conocimiento del universo». No sé si mi maestro aceptará esta definición pero
quizá, con el devenir de los años, me vaya acercando cada vez más a la verdad.
Explica mi
temario, seguidamente, la forma de clasificar la filosofía. La he intentado
parafrasear durante un buen rato y no hago más que cambiar la sintaxis para
decir lo mismo. He pensado que, teniendo la posibilidad de consultar el temario
siempre que lo desee, quizá lo que me resultaría más claro es hacer un esquema
de dicha clasificación, de esta manera me resultará fácil recordarla y, más aún,
entenderla, dado el esfuerzo de síntesis realizado. El resultado, lejos de la
excelencia, se acerca moralmente a la utilidad:
DE LA RETÓRICA SEGÚN EL TEMARIO DE LA FACULTAD
En los resúmenes anteriores, elaborados con
el único propósito de poner a prueba mi comprensión, no me he referido al
trabajo que tengo encomendado, y que pasa por un análisis de las aportaciones
que me ofrece el temario en cuanto a una de las artes del trivio, concretamente
la retórica. En las siguientes páginas intentaré desmenuzar los aspectos más
significativos de manera que puedan servirme de guía para su comprensión actual
y su consulta futura, aunque con el tiempo deba disipar muchas dudas que
todavía me desasosiegan.
Creo que me puede
tener importancia académica, establecer una relación de las fuentes actuales
conocidas con las líneas que la facultad y mi maestro han estipulado, las
cuales me han sido entregadas en forma de temario.
La causa eficiente de la retórica, de la misma forma que la causa
eficiente del Diálogo de Platón intitulado Timeo,
es el propio Platón, en el caso de la retórica debe recaer en el rétor —esta
apreciación se confirma en la línea 954:
«La causa eficiente es Tulio, quien, a petición de Cayo Herenio, fue empujado a
ponerla por escrito». El rétor es desvinculado inmediatamente del orador al que
se compara implícitamente con un sofista y se le desprecia por usar el arte
para enriquecerse, mientras que Victorino, en su Explicaciones sobre la retórica, no deja lugar para la duda: «El
orados es el hombre que habla con destreza, el que hace uso de la plena y
perfecta elocuencia en los negocios públicos y privados»[72]
La causa material, lo
que es en sí la retórica, el temario la define claramente. Veamos por qué. Si
recurrimos a la Retórica a Herenio
encontraremos la siguiente observación: «La
materia del orador es la retórica», por lo tanto, puedo creer que la función
del orador es «poder hablar de todo aquello que las costumbres y las leyes han
fijado para el uso de los ciudadanos y obtener en la medida de lo posible la
aprobación de los oyentes».[73] Cicerón es más concreto
aún y afirma que «una parte importante de la ciencia política la constituye la elocuencia según las reglas del
arte, a la que llamamos retórica. […] La función de la retórica es hablar de manera
adecuada para persuadir y que su finalidad
es persuadir mediante la palabra».[74] Todo ello coincide
exactamente con la afirmación de Gundisalvo en el temario, cuando sentencia que
la retórica es la «fértil y trabajada elocuencia».[75] Luego, es obvio que
existe consenso entre las obras y autores referidos, y lo afirmado en el
temario. A continuación[76] aparece el primer intento
de evidenciar la sutil diferencia entre retórica y dialéctica que, después de
una especie de circunloquio llega a la conclusión de que el rétor y el orador
son el mismo en esencia, aunque puede existir una ligera diferencia en su
aplicación por cuanto no es lo mismo «el que sabe» que «el que ejerce», aunque
a mí no me cabe duda de que ambos son capaces de lo mismo, dependiendo
únicamente de la necesidad. De ahí la conclusión de que dialéctica y retórica
no son materias de distinta sustancia. Abunda el temario en la concordancia de
materia por acepción, «Así como decimos que la materia de la medicina son las
enfermedades y las heridas porque de ellas se ocupa toda la medicina, de la
misma manera consideramos como materia de la retórica todo aquello de lo que se
ocupa el arte y la capacidad oratoria»[77] escribe Cicerón que
empareja el «arte» y la «capacidad», lo que hace que ambas deban referenciarse
siempre a un mismo sujeto, luego «solo se distinguen por acepción».[78] En consecuencia, la causa
material del arte de la retórica es la propia retórica, es «el sujeto de la
propia retórica», es decir, «la elocuencia trabajada».[79] Pero nos ha llegado que
Gundisalvo afirma que la materia es «la hipótesis del arte de la retórica, que
se dice es la causa de los latinos […]»[80] mientras que la hipótesis
de la verdad, es decir, el sujeto, «está contenida en la tesis». Finalmente,
afirma que «la cuestión que se encuentra implícita en las circunstancias —esto
es, la determinación cierta de las causas, las personas, los hechos, los
lugares, los tiempos, los modos, las facultades. Siete circunstancias que están
comprendidas en este verso: ¿Quién, qué,
con qué ayuda, por qué, cómo, cuándo?».[81] (Deberé advertir al
maestro que las siete circunstancias de las que habla el temario, han menguado
y se relacionan solo seis, no obstante, pensaré que Gundisalvo habría tenido en
cuenta un dónde).[82]
La determinación cierta no es más que aquella que define la esencia de esas
causas, de esas personas, de esos hechos, de esos lugares y tiempos, modos y
facultades, es aquello sin lo cual todas
esas cosas no serían lo que son, y por eso necesitamos categorizarlas, en este
caso en forma de circunstancias inquisitivas, para adecuarlas bajo un amplio concepto que unifica el sujeto de todas
ellas.
«La causa final es la persuasión mediante el habla».[83] A esta afirmación quizá
acepte una puntualización. La persuasión mediante el habla la busca tanto el
rétor como del orador, es decir, tanto al que posee los preceptos del arte como
al que hace uso de ellos, para bien o para mal, por lo que podemos inferir que,
si bien el fin será siempre el mismo, este puede verse viciado por la
intención.
La Retórica a Herenio nos
presenta a «los tres géneros de causa que
el orador debe hacer suyos».[84] Curiosamente, mi maestro,
en el temario entregado, revierte su orden. El autor de Retórica a Herenio antepone el demostrativo al deliberativo y
termina con el judicial. Quizá piense que la solemnidad y consecuencias del
género judicial están por encima de las otras dos, y puede que tenga razón,
pero quizá, también se podría entender el género judicial como un simple uso de
los otros dos. Veamos.
La Retórica a Herenio define
el demostrativo como «aquel que se
realiza como elogio o censura de una persona determinada»[85], mientras que mi maestro la
define de similar manera, pero añade que versa sobre «lo honesto en los
contenciosos que atañen al pueblo».[86] En primer lugar, mi
maestro, en línea con el auctor[87],
hace extensiva esta causa a todo el pueblo, es decir, a todos los ciudadanos
por igual, pero la convierte en una causa ética al hablar de honestidad;
mientras que la Retórica a Herenio,
no determina si el elogio o la censura deben ser adecuados, lo que convierte la
afirmación en una mera herramienta, cuyo sentido ético se derivará del fin del
orador y no del aspecto moral respecto de los contenciosos que, en general,
pueden afectar a un ciudadano. Esta querencia actual hacia la ética, podría
entenderse por la cristianización producida paulatinamente en la sociedad
occidental desde la redacción de la obra fuente.
El género deliberativo que, en
ambos casos es enunciado en segundo lugar, para el auctor «se centra en la discusión política y comprende la
persuasión y la disuasión».[88] Mi maestro aprovecha este
aspecto para afirmar «la utilidad en relación con los procuradores de asuntos
públicos o privados»,[89] lo que crea un cierto
vínculo con el género judicial que, por otra parte, no dejan de ser asuntos que
suelen afectar a ambos estamentos: el público y el privado. Podemos entender la
pretensión como una «petición» sobre un derecho que alguien juzga tener sobre
algo, y la disuasión como la «inducción» o método tendente a convencer a
alguien para que cambie de opinión o desista de un propósito; ambos fines son
perfectamente útiles y aplicables en las disensiones tanto del ámbito público como
del privado.
El género judicial «se basa
en una controversia e incluye la acusación, penal o civil, y la defensa»[90] Mi maestro lo considera
el primer género de la causa dándole más importancia que a los otros dos,[91] y entiende que «versa
sobre el justo que es animado al juicio»[92]. Según el auctor, se basa en un conflicto que debe
dilucidarse atendiendo a los procedimientos procesales. Pero en el año 1215, en
el Concilio de Letrán, se prohibió oficialmente el juicio de ordalía, que suponía a Dios como único
legítimo dispensador de justicia y que intervendría para contravenir las leyes
naturales para evidenciar la culpabilidad o inocencia del acusado. Actualmente
la ordalía se ha sustituido por fórmulas del derecho romano que permiten
mantener el fin epistemológico de poder asegurar que cualquier determinación de
culpabilidad o inocencia es cierto e infalible. [93] Puede que sea esta
certeza, que permanece intacta con el sistema actual de juicios, lo que haga
que mi maestro anime al justo a recurrir a la justicia convencido de la
infalibilidad de esta.
El temario elaborado por mi maestro continúa con la presentación y
definición de las cinco partes del arte de la retórica. Según él son la invención, la disposición, la elocución,
la memoria y la pronunciación. Si la retórica es su propia causa material y el
rétor es su causa eficiente, el auctor
une las dos causas para referirse a las partes de la retórica también como
cualidades del orador «officia oratoris».
Representan el sistema establecido por la retórica helenística.[94] Mi maestro ha decidido
cambiar el léxico para enunciar la tercera y la quinta; ha optado por llamar
«elocución» a lo el auctor y los
helenos denominan «estilo», y llamar «pronunciación» a lo que el auctor y los helenos denominan
«representación», si bien no suponen cambio alguno en la asunción del concepto
que definen, como se desprende de las definiciones que uno[95] y otro[96] le otorga y que le dan
exactamente el mismo significado, mi maestro no indica cómo se pueden conseguir
todas estas cualidades. Pienso que puede hacerse por tres medios: «la teoría, la imitación y el ejercicio.[97] La teoría es el conjunto de reglas que permite un acercamiento
sistemático y racional a la oratoria. La imitación
nos estimula mediante el estudio atento a alcanzar la efectividad de otros
oradores. El ejercicio es la práctica
asidua y la experiencia constante en el hablar».[98]
A continuación, y toda vez mostradas las causas que debe saber tratar
el orador y las cualidades que debe tener, mi maestro explica en el temario
cómo pueden aplicarse al discurso las cualidades del orador. Indica que «el
instrumento del arte de la retórica es la oración retórica, en cuyas partes se
distingue la invención —que son cinco»,[99] pero a continuación especifica
seis. Cabe advertir que definitivamente son seis, a saber, exordio, narración, división, demostración, refutación y conclusión. Llama la atención la
definición que hace mi maestro del exordio,
es cuando dice «[…] de quienes forman el jurado o quienes…». En realidad el auctor no habla de «jurado» sino de
«juez».[100]
Hemos de tener en cuenta que el jurado como tal es, en estos momentos, una
parte del sistema jurídico anglosajón, mientras que en la Europa continental,
basada en el derecho romano, la función de dictar sentencia es exclusiva del
juez y no se contempla la figura del jurado. Resulta, cuanto menos curioso, que
mi maestro no utilice el mote referido por el auctor, y se desvíe de la realidad actual francesa y de todo el
continente, introduciendo un estamento que hoy solo se utiliza en Inglaterra.
Parece ser que a lo largo del devenir conocido sobre la retórica, las partes en
que se divide el discurso han variado. La división presentada en la Retórica a Herenio y en la Invención
retórica[101]
representa una novedad respecto de los escritores helenos: Hermágoras y Platón[102], que distinguió cinco
partes de acuerdo con la enseñanza sofística de su tiempo. En la «narración» mi
maestro habla de las gestas que han tenido lugar o están por venir, utilizando
un tiempo futuro que difícilmente sería aceptado en un discurso dado su
carácter únicamente premonitorio y especulativo. Este aspecto es evitado en su
totalidad en la definición que hace el auctor
en su obra: «[…] los hechos tal como se produjeron o pudieron producirse»,[103] no describe una acción
futura sino una certeza absoluta o una certeza cuando menos moral de cómo se
produjeron los hechos. Y se muestra benévolo el temario de mi maestro, cuando
afirma que «la refutación es la disolución de los puntos contrarios»,[104] dado que el auctor utiliza un término mucho más duro
para con sus adversarios: «La refutación
sirve para destruir los argumentos de nuestros adversarios».[105] Aunque semánticamente
signifiquen lo mismo, quizá es maestra haya querido eliminar una palabra que
encajaría adecuadamente con la caridad que predica la Iglesia.
«El estado de causa consiste
en la primera alegación del defensor junto con la imputación formulada por el
acusador».[106]
Como puede apreciarse entramos de lleno en la parte de la retórica que evoca su
génesis: el tema judicial. Poca es la información que sobre las especies de la
constitución —estados de causa— me
ofrece el maestro en su temario. Especifica cuáles son: la conjetural, la legítima,
y la judicial y ofrece una definición
muy acertada que sustituye con mucho conocimiento el ejemplo utilizado por el auctor para explicar lo mismo. Dice mi
maestro con certeras palabras: «La constitución conjetural se da cuando hay una
controversia de facto, porque el reo niega que él haya hecho algo y el acusador
debe probar que lo hizo»,[107] mientras que, para decir
lo mismo, el auctor se ve obligado a utilizar el ejemplo de Áyax,
Ulises y Teucro.[108] El término «conjetura»
es utilizado en este estado de causa como el juicio que se forma de algo
mediante indicios u observaciones, de ahí su denominación de «conjetural». La
constitución es legal o legítima
cuando la controversia surge sobre el texto escrito o parte de él, pero añade
mi maestro «como si se indicase algo ambiguo [985] en un testamento».[109] Ahora bien, lo escrito
por mi maestro en el temario parece acotar la segunda especie de la
constitución al derecho de sucesiones y las controversias que están generan,
mientras que el auctor menciona
causas muy distintas, siempre provenientes de un texto escrito legal; incluso
divide en seis tipos las procedencias potenciales del conflicto: el texto y su intención, leyes en conflicto, ambigüedad, definición, cuestión de competencias y analogía,[110]
y las explica ampliamente y con todo tipo de detalles.[111] «Un estado de causa es jurídico cuando hay acuerdo sobre el
hecho pero se cuestiona si es conforme al derecho o no. Este estado de causa
tiene dos tipos, uno llamado absoluto, otro
llamado asuntivo».[112] Es decir, existe acuerdo
entre las partes —«convienen de facto»—
pero discrepan en cuanto a si este se ajusta a derecho o no. Cicerón presenta
un sistema similar en La Invención
retórica (I 11, 15 y II 23, 69).
Ya me he referido anteriormente a la causa material, a la causa
eficiente y a la causa final de la retórica, pero no he mencionado nada sobre
la causa formal que saca a escena mi maestro en la línea 987 del temario, y la
define como «el modo de operar o la cualidad de las operaciones, una cualidad
de las operaciones que encontramos en las intenciones de los libros». Ya en la
línea 870, ha afirmado exactamente lo mismo al referirse al Timeo de Platón. Quiero entender por
«modo de operar» y por «cualidad» aquel elemento o carácter distintivo de la
naturaleza de algo, su condición. En el caso de la retórica y más concretamente
en el tratado en el que mi maestro se inspira, sería todo aquello que resultara
de las intenciones del propio tratado, «que se transmite a la humanidad en la
forma de actuar de la obra, o la calidad de la causa formal de los cuatro
libros».[113]
La intención de la Retórica a Herenio
se encuentra, indica mi maestro, en cuatro libros parciales[114] «cuya distinción y
diversidad tenemos a partir de los tres géneros de causas:
1.
Demostrativa
2.
Deliberativa
3.
Judicial
A partir de las cinco partes del arte de la
retórica:
4.
Intervención
5.
Disposición
6.
Estilo
7.
Memoria
8. Representación
Y de las seis partes del discurso retórico
9.
Exordio
10. Narración
11. Partición
12. Confirmación
13. Refutación
14. Conclusión
Que, efectivamente, suman catorce. Pero me causa temor la frase que le
sigue en la línea 992 del temario, y que reza: «Catorce con las que se olvida
por completo el negocio retórico en cuatro libros parciales». La frase me ha
parecido enigmática desde la primera vez que la leí, hasta que finalmente he
optado por transcribir la palabra «olvida» por su acepción en cuanto a «no
tener en cuenta algo», de esta manera entendería, y, además estaría
completamente de acuerdo, que esos catorce epígrafes no son más que los
tratados en el libro I, por lo tanto el maestro querría decir que, solamente
con esos catorce prolegómenos no se tiene en cuenta, o no se contempla, todo el
conocimiento que atesoran los cuatro libros de la Retórica a Herenio. Acaba el temario con un resumen casi
esquemático del contenido de los cuatro libros que componen la obra.
Del libro I manifiesta que en él se aborda el género de la causa
judicial, aunque, si bien es el tema que ocupa su mayor atención, no es, ni
mucho menos la única, como se desprende de los ejemplos que enriquecen la
lectura. Empieza con la definición de la oratoria y las tareas del orador, ambas
de suma importancia para delimitar el ámbito de este arte. En «las partes del
discurso» hace referencia efectivamente a la causa judicial, cuyo acento se
evidencia mucho más en la parte del discurso conocida como «confirmación y
refutación», en la que se entra en el estado legal y en el estado jurídico, y
en los «elementos constitutivos de la causa».[115] En cuanto a la
afirmación que describen las líneas 996 y 997: «La decisión sobre la cuestión del género se conforma a partir de la
relación de lo firmado y de los argumentos» puede derivarse de uno de los
elementos constitutivos de la causa, en concreto del «fundamento», por cuanto
en ese punto el auctor afirma: «De la
justificación de la defensa y del fundamento de la acusación debe surgir la
cuestión que se juzga: nosotros la llamamos punto
a juzgar y los griegos krinómenon.
Se establecerá por la confrontación entre el fundamento de la acusación y la
justificación de la defensa».[116]
Efectivamente, en el libro II, se aborda de nuevo el género judicial de
la causa, concretamente en «El estado de causa legal y sus partes», «El estado
de causa jurídico» y las tres partes del discurso teórico: confirmación,
refutación y conclusión, así como de la más perfecta argumentación de la cual,
el maestro, indica cinco partes: proposición,
razón, razones de confirmación, exoneración y complexión. [117]
Que el auctor establece en otro orden
y denominación: proposición,
demostración, confirmación de la demostración, ornato y resumen.[118] «En la proposición indicamos sumarialmente lo
que queremos probar […] es la que establece […] la verdad de la causa que
sostenemos. La confirmación de la
demostración corrobora con nuevos argumentos la prueba presentada. Usamos
el ornato para adornar y embellecer
la causa. El resumen es un breve
resumen que recoge las diferentes partes de la argumentación».[119] Sabiamente, mi maestro
añade «enseñando a evitar el vicio en cada una de ellas», evidentemente la mala
calidad, las deficiencias en cualquier parte de la argumentación puede arruinar
el conjunto de toda ella. «Las conclusiones,
que los griegos llaman epílogoi,
comprenden tres partes, pues están formadas por la recapitulación, la
amplificación y la apelación a la misericordia».[120] La conclusión tiene
cuatro funciones: inclinar al auditorio a nuestro favor y en contra del
adversario; amplificar y minimizar; excitar las pasiones en el oyente y hacerle
recordar.[121]
El libro III trata, según el maestro, «sobre los dos géneros de causas,
a saber, la deliberación y la demostración, y sobre las tres partes del arte de
la retórica, a saber, disposición, pronunciación y memoria»[122], y el auctor lo presenta diciendo: «He
reservado este libro para las reglas de la invención relativas a las causas
deliberativas y demostrativas, para cumplir así contigo y exponerte lo antes
posible todos los preceptos de la invención».[123] Efectivamente, los dos
primeros capítulos atienden al género
deliberativo y al género demostrativo,
pero no debemos olvidar, como no hace mi maestro, la disposición, la representación y la memoria. Se trata de la parte práctica del ejercicio del rétor: la
voz, el talante, el tono, las discusiones, la memoria y los preceptos retóricos,
son todos ellos partícipes de la artesanía que resulta imprescindible para la
creación del arte.
El libro IV trata de los estilos y de las cualidades del estilo, como
la elegancia, la composición y la distinción.
También de las figuras de dicción, que el maestro estima en catorce, cuando el auctor describe hasta cuarenta y cinco.
Menos diferencia hay entre maestro y auctor
en cuanto a las figuras del discurso, puesto que uno habla de dieciocho y el
otro de diecinueve,[124] que no entraré a
analizar.
El temario correspondiente a la retórica
acaba con unas palabras del maestro en las que resume lo que quizá para él sea
lo más importante: ser capaz de discernir entre las costumbres mundanas y las
leyes que han redactado los juristas que, y esto es lo más significativo,
puesto que son los que deben escuchar al rétor.
DE LA RETÓRICA. CONCLUSIÓN
El temario elaborado por mi maestro acaba hablando de la diferencia
entre la Nueva y la Antigua retórica, cosa que, parece
insinuar mi maestro, consiguió el auctor
de la Retórica a Herenio. Voy, pues,
en las líneas siguientes, a intentar demostrarme a mí mismo lo que he
comprendido gracias a mi estudio y al breve periodo de aprendizaje disfrutado
hasta el día de hoy.
El área de estudio de la moderna retórica, la de las postrimerías del siglo xiii,
es la retórica originaria griega que, desde su génesis, fue concebida
como el arte de la persuasión mediante la argumentación, mediante el correcto
uso de los fonemas aderezados con la
adecuada puesta en escena, todo ello bajo el estricto control de unas reglas
eminentemente empíricas, resultado de la larga experiencia de los «explotadores
del λόγος», de la palabra
razonada, de la argumentación y el discurso, y del hermoso vocablo «verbo».
La retórica es una
disciplina teórico-práctica, es decir, un arte que se nombra, dado su
paralelismo, indistintamente con el nombre de «dialéctica». El corpus formal de
la retórica, su modo de operar se basa en la obtención de medios de persuasión
para fabricar con ellos argumentos capaces de seducir y convencer, con la
correcta expresión y un discurso ordenado y coherente,[125] hacia el oyente sea rival
o amigo, infiel o juez; la ordenada disposición de los materiales y
conocimientos obtenidos, así como el adecuado estilo o expresión, dado que no
basta con saber lo que hay que decir, sino que también es necesario decirlo
como se debe, y esto contribuye mucho a que se manifieste la clase a la que
corresponde el discurso;[126] ambas cosas constituyen los
factores esenciales para la ejecución del discurso oral. No podemos olvidar la
adecuada entonación y gestos pertinentes. La retórica es especulativa y a la
vez exhortativa, la especulación se acepta en París de buen grado no así las
orientaciones o consejos que de ella se deriven.
Los maestros rétores de
la antigüedad desarrollaron de forma tan exhaustiva, esmerada y escrupulosa el
objeto de su disciplina, que tuvieron el más absoluto cuidado por la parte
argumentativa, quizá la que más se aproxime a la filosofía, en cuanto a la
lógica se refiere. En la parte estilística, en cambio, se desarrollan
cuestiones lingüísticas y literarias —puede que esta inclinación por las
cuestiones lingüísticas comenzara con los sofistas que trataban tanto cuestiones
políticas como gramaticales o hermenéuticas—. No debemos olvidar que en
aquellos tiempos, incluso antes de los escépticos, se desconfiaba de la verdad
absoluta y se prefería creíble a lo indiscutiblemente cierto.[127] El objetivo del ser
humano es llegar al conocimiento y huir de la mera opinión, aspecto en el que
la mayor parte de Occidente coincide, si bien en algunos puntos de la geografía
europea, sobre todo en las separadas por el mar, se conforman con una media
verdad, la llaman «verdad moral» y la sitúan entre la episteme y la doxa
socráticas, sin llegar nunca a la absoluta verdad que nosotros sí alcanzamos.
Ellos se conforman con una verdad que vaya «más allá de toda duda razonable».
La época antigua,
siempre guiada por los designios de la razón y la experiencia, fue proclive a
la redacción de inestimables tratados, como la Retórica a Alejandro, atribuida a Anaxímenes de Lámpsaco sin una
solidez definitiva en las bases de esta atribución; la Invención de la retórica de Cicerón, la anónima Retórica a Herenio,[128] Institutio oratória de
Quintiliano, sin olvidar la obra de Corax y Tisias de Siracusa, de Ateneo de
Naucratis; de los rodios, entre los que destaca Molón de Rodas; Hermógenes de
Tarso, Lisias, Protágoras, los sabios patrísticos y escolásticos que han
trabajo afanosamente sobre las siete artes liberales, y tantos otros que han convertido ese arte en
la antesala de una ciencia.
Parecerá, si no me
permito la aclaración, que la retórica es un arte del habla. Si nos
conformásemos con esta definición solo abarcaríamos la mitad de la retórica,
puesto que desde sus inicios, y aumentando el grado en que pasan los siglos, la
retórica es con igual fortuna un arte de la palabra escrita tanto como de la
hablada. Por supuesto que la trascendencia que tiene y ha tenido sobre la
persuasión de los ciudadanos mediante el uso de la palabra es inmensa: la
oratoria judicial, para los tribunales de justicia; la oratoria deliberativa,
para las asambleas de carácter político; la oratoria del dogma, para la
divulgación de la doctrina cristiana y sus preceptos; incluso la oratoria
epidíctica utilizada, sobre todo, en las ceremonias conmemorativas. Resulta
evidente, incluso para el ojo poco experto como el mío, que la retórica,
facilitándonos la teoría y las reglas de la elocuencia, lejos de ser un artificio
decorativo, es indispensable para evitar precisamente aquello por lo que sus
detractores la acusan: el engaño, la simulación, la astucia, las tretas, la
malicia, el fraude y la traición.
Es cierto que, para el
lego, una «figura retórica» no es otra cosa que una disposición artificiosa de
las palabras que con ello buscan mayor expresividad y énfasis para obtener un
mayor efecto sobre el significado; o la «pregunta retórica», que no espera
respuesta o esta es evidente, pero interpone un énfasis, quizá decisorio, en la
dinámica del discurso. Estas herramientas, propias de esta disciplina práctica,
pueden hacernos caer en la errónea concepción de estamos ante un arte ficticio,
taimado y engañoso, alejado de la naturalidad del lenguaje cotidiano, para
atender únicamente a sus fines. No es así. La retórica lleva implícita una
dicción o escritura elegante, ordenada, sagaz, inteligente y sutil, y siempre dirigido
a un fin noble: el de la persuasión en pos de la verdad. Lo verdadero y lo
noble es siempre por naturaleza «más apto para los silogismos y para las
pruebas por persuasión»,[129] ya que «la verdad y la
justicia son más fuertes que sus contrarios».[130] Solo la retórica mal
empleada puede producir resultados no deseados, pero la culpa no será del arte
retórico, sino de quien hace mal uso de ella. La retórica, manejada por un avezado y lúcido orador, produce discursos sinceros y
verdaderos, ya que es un arte que atiende fundamentalmente a pronunciar
discursos hermosos y hábilmente destinados a su auditorio mediante la previa
elaboración de argumentos verosímiles que constituyen su sustancia, y nada es tan
verosímil ni tan digno de confianza.[131]
La retórica nos enseña luchar con la razón discursiva, con el λόγος, con esa razón que, además de
ser susceptible de plasmarse en un discurso, descubre en la verdad el argumento
más persuasivo y fácil de probar, y nos proporciona de este modo una defensa
más específicamente humana que la que se ejerce mediante la fuerza corporal.[132]
Así, pues, es evidente
que la retórica es un arte que no pertenece a ningún género definitivo,[133] sino de general
aplicación en cualquier situación y circunstancia. Solo requiere de una
elocución clara, fundamentada y bien formada. Demos, pues, por establecidas
teóricamente estas cuestiones y propongamos por definición que una virtud de la
expresión es la claridad, pues un signo de esto es que si un discurso no hace
patente algo, no cumplirá su función.[134] Es un arte activa, «práctica,
pues ella perfecciona la obra en que se emplea».[135] Pero además de arte o
disciplina eminentemente práctica, la retórica puede ser teórica, «así habrá
retórica en el orador aunque no hable una palabra».[136] El orador reflexiona y
contempla los objetos de su estudio apartado de la profesión y disfruta del
puro placer de la literatura, «es aquel deleite que el hombre percibe allá a
sus solas en la contemplación de la verdad».[137] Aun en esos momentos de
sosiego y contemplación cabe la retórica y se hace realmente retórica.
Voy a permitirme la
osadía de relacionar la retórica con la obra Poética del filósofo griego llamado Aristóteles, cuya obra, según
tengo entendido —por comentarios de mi abuelo a su regreso de la Cruzada—,
existe en abundancia en Oriente, incluso traducida por estudiosos de los ya
escribí su nombre anteriormente, pero que debería buscar porque soy incapaz de
recordarlos. Lo cierto es que observo ciertas similitudes entre el estilo de la
prosa retórica y el estilo poético del Codex
Parisinus, que quizá pueda verse como una vertiente teórica de la retórica.[138] Quizá mi maestro tenga
una idea formada al respecto, sobre la cual intentaré inquirirle
respetuosamente. Y sobre muchas más
cosas le inquiriría yo si tuviera noción de que existen conceptos como
«entimema» o «lugares comunes»[139], que, si bien este
último es utilizado allá de donde vengo, con otra acepción, entiendo que mi
mente empieza a estar poseída por desvaríos por donde campan esas fantasmales
palabras. Seguramente, las horas de estudio y el aire viciado de esta austera
habitación empiezan a hacer mella en mi espíritu. Lo mejor será dejar de escribir ahora que
todavía discierno entre lo real y lo imaginario y, sobre todo, entre lo teórico
y lo práctico en cuyo campo se desenvuelve la retórica, de forma tan natural
como voy a hacerlo yo mismo en unos minutos: «une promenade à travers les
bois entourant la faculté des arts».
Colau Ballester
Paris, diciembre de 1281
[1] «El mundo» debe entenderse
como lo que sup4one evidencia a los sentidos y que abarca toda la naturaleza
con las leyes y reglas que la rigen.
[2] Giovanni Reale y Dario Antiseri. 2010. Historia de la filosofía, I. De la
antigüedad a la edad media 2. Patrística y Escolástica. Herder. Barcelona (p.
125).
[3] Kurt Flasch. 2006. El pensament filosòfic a l’edat mitjana. D’Agustí
a Maquiavel. Edèndum. Santa Coloma de Queralt. (p. 32).
[4] Giovanni Reale y Dario Antiseri. 2010. Historia de la filosofía, I. De la
antigüedad a la edad media 2. Patrística y Escolástica. Herder. Barcelona (p.
126).
[5] Ibíd. (p. 126).
[6] Ibíd. (p. 127).
[7] Ibíd. (p. 127).
[8] Se entiende por
“escolástica” el cuerpo doctrinal elaborado en estos centros de estudio.
[9] Medieval, aunque el
narrador no domine este término.
[10] Giovanni Reale y Dario
Antiseri. 2010. Historia de la filosofía,
I. De la antigüedad a la edad media 2. Patrística y Escolástica. Herder.
Barcelona (p. 128).
[11] Ibíd. (p. 128).
[12] Ibíd. (p. 128).
[13] Summa doctrinae Christianae. «Suma Teológica», conocido simplemente
por Summa. Es un tratado de teología
escrito entre 1265 y 1274, por Tomas de Aquino.
[14] Giovanni Reale y Dario
Antiseri. 2010. Historia de la filosofía,
I. De la antigüedad a la edad media 2. Patrística y Escolástica. Herder.
Barcelona (p. 129).
[15] La Batalla de Adrianópolis fue un
enfrentamiento armado que se desarrolló en agosto del año 378, en las llanuras
al noroeste de la ciudad romana de Adrianópolis (actual Edirne, en la Turquía
europea); en ella se enfrentaron las fuerzas de Fritigerno, jefe de los visigodos,
y el ejército del Imperio Romano de Oriente comandado por el propio emperador Valente,
que murió en la batalla, y cuyo ejército fue destruido.
[16] Kurt Flasch. 2006. El
pensament filosòfic a l’edat mitjana. D’Agustí a Maquiavel. Edèndum. Santa Coloma de Queralt. (p.
32-34).
[17] Período considerado de
transición entre Edad Antigua y la Edad Media.
[18]
Maniqueísmo es el nombre que recibe la religión universalista
fundada por el sabio persa Mani (o Manes) (215-276). El maniqueísmo se concibe
desde sus orígenes como la fe definitiva, por cuanto pretende completar e
invalidar a todas las demás. La definición teológica del maniqueísmo ha
dividido a la crítica. Mientras que, para algunos eruditos, el fenómeno
maniqueo no es reductible a una concepción dualista de la divinidad y el
cosmos, ni es definible como gnosticismo, para otros muchos estudiosos es
esencialmente gnóstico y dualista.
[19] Kurt Flasch. 2006. El
pensament filosòfic a l’edat mitjana. D’Agustí a Maquiavel. Edèndum. Santa Coloma de Queralt. (p.
34-44).
[20] Finales del siglo xii.
[21] Era la denominación que tenía un alto
funcionario del Imperio romano en su época final. Ostentaba amplios poderes, en
especial de todos aquellos próximos al emperador romano.
[22] Boecio. In Categorias Aristotelis, 2 (pl 164, 201b).
[23] Boecio. De aritmética, 10.14
[24] Porfirio (233-305). Fue
un filósofo neoplatónico griego discípulo de Plotino.
[25]
Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 5, Metro 4).
[26]
Edad Media.
[27]
Psicóloga terapeuta.
[28]
Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 1, Prosa 4.29).
[29] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 1, Metro 5.31).
[30] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 1, Prosa 6.4).
[31] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 1, Prosa 6.17).
[32] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 1, Prosa 7.25-26).
[33] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 2, Prosa 4.12).
[34] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 2, Prosa 4.22).
[35] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 2, Metro 8).
[36] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 3, Ex.).
[37] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 3, Prosa 11.38).
[38] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 3, Prosa 12.29).
[39] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 3, Metro 9).
[40] Platón, Gorgias. LIBROdot.com (476a-478e).
[41] Boecio, De Consolatione Philosophiae,
LIBROdot.com. (Libro 4, Prosa 4.29).
[42] Kurt Flasch. 2006. El
pensament filosòfic a l’edat mitjana. D’Agustí a Maquiavel. Edèndum. Santa Coloma de Queralt. (p.
47-73).
[43] San Isidoro. Doctor
Hispaniae. 2002. Cabildo Colegial de San Isidoro, Caja Duero y Fundaciones de
Caja Murcia y el Monte. Sevilla.
[44] Suarez L. Lo que el mundo le debe a España. Ariel.
Barcelona. (p. 18).
[45]
Benedicto XVI. Audiencia General. 18 de Junio de 2008.
[46] González Z. 1886.
Historia de la Filosofía. Filosofía medieval. San Isidoro de Sevilla volumen
II. Edición digital de Torre de Babel Ediciones. http://www.e-torredebabel.com.
[47] El Fuero Juzgo es la traducción romance
del Liber Iudiciorum o Lex gothica, código legal visigodo
promulgado primero por Recesvinto en el año 654 y posteriormente, en una
versión completada, por Ervigio en 681.
[48] Elías de Tejada F. 1960. Ideas políticas y jurídicas de San Isidoro
de Sevilla. Revista general de legislación y jurisprudencia. Instituto
Editorial Reus. Madrid. (p. 5).
[49] Merino J. A. 2001. Historia de la filosofía medieval.
Biblioteca de autores cristianos. Madrid. (p. 95).
[50] González Z. 1886. Historia de la Filosofía.
Filosofía medieval. San Isidoro de Sevilla volumen II. Edición digital de Torre
de Babel Ediciones. http://www.e-torredebabel.com.
[51] Ibíd.
[52] Ibíd.
[53] España Ilustrada. Isidoro de Sevilla y la recuperación de la
cultura clásica. http://spainillustrated. blogspot.com.es. (p. continua).
[54] Benedicto XVI. Audiencia General. 18 de Junio de 2008.
[55] Kurt Flasch. 2006. El pensament filosòfic a l’edat mitjana. D’Agustí a Maquiavel. Edèndum. Santa
Coloma de Queralt. (p. 275).
[56] Kurt Flasch. 2006. El pensament filosòfic a l’edat mitjana. D’Agustí
a Maquiavel. Edèndum. Santa Coloma de Queralt. (p. 80).
[57] Ibíd. (p. 110).
[58] Ibíd. (pp. 129-130).
[59] Ibíd. (p. 130).
[60] En este sentido, las dos
órdenes impulsaron decisivamente la recepción de Aristóteles.
[61] Kurt Flasch. 2006. El
pensament filosòfic a l’edat mitjana. D’Agustí a Maquiavel. Edèndum. Santa Coloma de Queralt. (p. 274).
[62] Ibíd. (p. 275).
[63] Ibíd. (p. 276).
[64] Eso comportaba comentar a
Aristóteles. Pero invadía las competencias de la Facultad de Artes, que había
asumido la labor de interpretar los textos de Aristóteles.
[65] Nicolas Damascène, De planis, p. 3.
[66] Platón, Timeo,
47b.
[67] Arnau de Vilanova (Arnoul
de Provence), Divisio scientiarum, (pp.
100-113).
[68] Gundisalvo., De divisione philosophiae. (p. 7, 17).
[69] Isidoro, Etymologia, II, 24 §1. Si bien, esta
definición también es compartida por Gundisalvo y por Arnau de Vilanova.
[70] Gundisalvo., De divisione philosophiae. (p. 6, 1-2).
[71] Isaac. De definicionibus. (p. 303 4-5).
[72] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [913-915].
[73] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 2, 2 p. 70).
[74] Cicerón. 1997. La Invención Retórica. Editorial Gredos.
Madrid. (I 5, 6 p. 56).
[75] Gundisalvo, De diu., (De divisione philosophiae), p.
65, 6-8. Según guía de citas de Anónimi
magistri artiun parisiensis. Entregado por el profesor Antoni Bordoy.
Domingo
Gundisalvo (115-1190) vivió en Segovia, en la frontera entre el mundo árabe y
el mundo cristiano, y fue uno de los que más contribuyeron al intercambio entre
las dos culturas cuando justo se iniciaba la recepción de Aristóteles y del
pensamiento árabe. [916-919] del temario.
[76] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [920-924].
[77] Cicerón. 1997. La Invención Retórica. Editorial Gredos.
Madrid. (I 7 p. 56).
[78] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII, Artitum
Liberalium. Entregado
por el profesor Antoni Bordoy. [932].
[79] Ibíd. [934].
[80] Gundisalvo D. De divisione philosophiae. 65. Documento
PDF en latín y traducido por mí ayudado
por el traductor de Google. (Bé, millor a l'inrevés, i tampoc s'entén massa bé).
http://grupsderecerca.uab.cat/islamolatina/sites/grupsderecerca.uab.cat.islamolatina/files/de_partibus_philosophiae.pdf
[81] Ibíd. 66
[82] Ibíd. 66 «¿Quién, qué,
dónde, con qué, por qué, cómo y cuándo?”
[83] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [953].
[84] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 2, 2 p. 70).
[85] Ibíd.
[86] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [962].
[87] Autor desconocido que
escribió Retórica a Herenio.
Utilizaré el sustantivo latino del que comúnmente se hace uso para evitar la
repetición del título de la obra.
[88] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 2, 2 p. 70-71)
[89] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [960].
[90] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos. Madrid.
(I 2, 2 p. 71).
[91] El énfasis puesto en la
retórica judicial es de origen helenístico, probablemente procedente de
Hermágoras.
[92] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [962].
[93] Laudan L. 2001. El desarrollo y la resolución de las crisis
epistemológicas: estudio de caso en
la ciencia y el derecho durante el siglo xvii.
Signos filosóficos. (5, pp. 83-119).
[94] Cicerón. 1997. La Invención Retórica. Editorial Gredos.
Madrid. (I 7, 9 p. 97).
[95] Anónimi magistri artiun parisiensis. Accessus philosophorum. VII, Artitum
Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [963-969].
[96] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 2, 3 pp. 71-72).
[97] Son tres conceptos
habituales desde Protágoras (Platón. Fedro.
269a).
[98] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 2, 3 p. 72).
[99] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [970-979].
[100] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 3, 4 p. 73).
[101] Cicerón. 1997. La Invención Retórica. Editorial Gredos.
Madrid. (I 15, 20 p. 111).
[102] Platón. Fedro. (266d-267d).
[103] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 3, 4 p. 73).
[104] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [977-978].
[105] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 3, 4 p. 73).
[106] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 11, 19 p. 88).
[107] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [982-983].
[108] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 11, 19 p. 88).
[109] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [984-985].
[110] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 11, 19 p. 89).
[111] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 11,13 19-23 pp. 89-94).
[112] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 14, 24 pp. 94-95).
[113] Questiones mathematice (ms. París, B. N. lat. 16390, f. 206va).
Según guía de citas de Anónimi magistri
artiun parisiensis. Entregado por el profesor Antoni Bordoy.
[114] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 1, 1 – 16, 26; II 1, 1 – 30, 48; III 1, 1 – 22, 37; IV 1, 1 – 55,
68).
[115] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 18, 25 pp. 86-100).
[116] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos. Madrid.
(I 16, 26 p. 99).
[117] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [1004].
[118] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (I 18, 28 p. 139).
[119] Ibíd. (I 18, 28 p. 140).
[120] Ibíd. (II 30, 47 p. 158).
[121]Anaxímenes de Lámpsaco. 2005. Retórica a Alejandro. Gredos. Madrid.
(36-51 p. 208) «Así
pues, con estos recursos, en las conclusiones dispondremos a los jueces
favorablemente hacia nosotros y desfavorablemente hacia los adversarios.
Dispondremos técnicamente los discursos de acusación y defensa con todos los
recursos antes dichos».
[122] Anónimi magistri artiun
parisiensis. Accessus philosophorum. VII,
Artitum Liberalium. Entregado por el profesor Antoni Bordoy. [1010-1012].
[123] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (III 1, 1 p. 171).
[124] Autor desconocido.1997. Retórica a Herenio. Editorial Gredos.
Madrid. (p. 212).
[125] Aristóteles. 1994. Retórica. Editorial Gredos. Madrid.
(III, 1403 b8, p.477).
[126] Ibíd. (III, 1403 b15,
p.479).
[127] Platón. 2008. Fedro. Editorial Gredos. Madrid. (267a,
p. 387).
[128] Atribuida por algunos
autores contemporáneos a Cornificio.
[129] Aristóteles. 1994. Retórica. Editorial Gredos. Madrid. (I, 1355 a38, p.171).
[130] Ibíd. (I 1355 a21, p. 169).
[131] Ibíd. (I 1355 a37, p. 171).
[132] Ibíd. (I 1355 b1, p. 171).
[133] Ibíd. (I 1355 b9, p. 172).
[134] Ibíd. (III, 1404 b1, p.
485).
[135] Quintiliano M. F. 2004. Instituciones oratorias. Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes Saavedra. Alicante. (II, 19, 6, p. 103).
[136] Ibíd. (II, 19, 8, p.
103).
[137] Ibíd. (II, 19, 11, p.
103).
[138] Aristóteles. 1994. Retórica.
Editorial Gredos. Madrid. (III, 1404 a35, p.485). Aristóteles remite, incluso,
al lector a su obra Poética para la consulta de cuestiones referentes al
estilo de la poesía. Incluso, en (III, 1404 b10, p. 487), nos recomienda que a
nuestra lengua, al hablar en público, le demos un aire extranjero que la aparte
de lo que constituye el uso común y ordinario —vertiente práctica de la
retórica—, para que, de este modo, se convierta en objeto de admiración
—vertiente teórica de la retórica—: «Y por ello conviene hacer algo extraño el
lenguaje corriente, dado que se admira lo que viene de lejos, y todo lo que
causa admiración, causa asimismo placer».
[139] Ibíd. (I, 1358 a5-14, pp. 190-191).
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