Experimento ético.
Cuando
empezaba a escribir este post se me ha ocurrido que, en lugar de contaros algo
más o menos curioso, interesante o tedioso, tal como viene siendo habitual,
podría plantearos un dilema para que reflexionaseis vosotros mismos, tanto si
tenéis costumbre como si no. Los temas que voy a proponeros son obra una muy
famosa filósofa británica, ya fallecida, cuya obra puede que conozcáis, se trata de Philippa
Foot (1920-2010). Como buena filósofa, planteó varios experimentos mentales, entre
los cuales hoy me gustaría plantearos uno y considerarlo desde tres situaciones
diferentes. Tened en cuenta que Philippa era especialista en ética —pionera en los estudios sobre la ética de la virtud—,
lo que os puede hacer suponer que dicho experimento plantea, sin duda, un tema
ético. Disculpadme si salgo ligeramente del enunciado exacto del experimento de
Philippa, pero creo que es una buena idea adaptarlo someramente al momento
actual y que sirva de entretenimiento para todos. Muchos habréis oído hablar de
estas teóricas situaciones, pero esto no supone ningún inconveniente puesto que
siempre es motivador recordarlo, cuando menos para comparar los razonamientos
que se hicieron en su momento con los actuales y apercibirse de la evolución de
nuestras “firmezas” morales. Puede ser un buen argumento para pensar y cambiar
puntos de vista con nuestra pareja, con nuestros hijos o con los amigos, y de
paso compartir una actividad que no suele ser muy habitual: reflexionar,
argumentar, contrargumentar, en esencia, razonar. No se acepta: “—Yo opino
esto… Y ya está”. No. Es necesario fundamentar la opinión en una base lógica y
racional, o sea, la vuestra, la que os hace únicos. Esta es la función del
experimento.
Philippa plantea la siguiente situación: mientras damos
un paseo, vemos un tren descontrolado que se dirige a toda velocidad hacia
cinco senderistas que circulan sobre la vía que creen en desuso. El conductor
está inconsciente, posiblemente debido a un ataque al corazón o cualquier otro
motivo que le haya provocado un desvanecimiento severo. El tema es que el tren
los va a atropellar sin esperanza alguna de salvación para ninguno de ellos.
Pero hete aquí que unos metros antes de los senderistas hay una bifurcación de
la vía y que podemos activar desde una palanca que precisamente tenemos a
nuestro lado para que el tren haga un cambio de vía. El problema es que en la
otra vía a la que podríamos desviar el tren, pasea tranquilamente otro
senderista solitario, ajeno a cualquier peligro. Bueno, en realidad todos son
ajenos al peligro a excepción de nosotros que somos los únicos que observamos
la situación y que tenemos la palanca a mano para decir si el tren debe seguir
y matar a los cinco caminantes o bien accionar la palanca para que solo mate a
uno. ¿Qué haría cada uno de vosotros en este caso? ¿Accionaría la palanca para
que solo falleciera una persona o se abstendría de tocar nada y fallecerían
cinco?
Bien, esta es la primera de las tres cuestiones que voy a
proponer. Pensad que todas las posibilidades pueden ser válidas según el punto
de vista de cada uno. Se trata de encontrar y argumentar la mejor.
Vamos a suponer ahora que ese tren descontrolado se
dirige hacia los cinco senderistas, pero no existe la posibilidad de
bifurcación. Solo hay una solución y la tenemos cerca, por lo que también
depende de nosotros. En este caso permanecemos sobre un puente, situado entre
el tren y los excursionistas y sobre la vertical de la vía. Tenemos a un
hombre gordo a nuestro lado disfrutando del horizonte, que está de pie sobre
una trampilla que se abre con una palanca a la que tenemos acceso —igual que la
del caso anterior—, que de abrirse hará que el hombre gordo caiga justo encima
de la vía, y, al quedar atrapado bajo las ruedas del tren este se irá deteniendo
dando la posibilidad a que los cinco senderistas se salven. No cabe decir cómo
quedará el hombre gordo.
Estamos en el mismo caso anterior, tenemos en nuestras
manos la decisión de que mueran cinco personas o que solo muera una, pero las
circunstancias parecen algo diferentes. ¿Qué creéis que sería lo más adecuado
en esta situación? ¿Accionar la palanca y sacrificar al hombre gordo o no hacer
nada y sacrificar a los cinco paseantes?
Bueno,
ahora vamos a manipular la tramoya para cambiar de escenario y olvidar los
trenes para acomodarnos en la sala de urgencias de un hospital donde hay un
hombre que requiere un trasplante de corazón urgentemente, puesto que en su
defecto fallecerá en cuestión de horas. Por otra parte, una mujer necesita que
le sea trasplantado el hígado inmediatamente, ya le ha dejado de funcionar y su
muerte es casi inminente. A su lado, un niño ha perdido la funcionalidad del
único riñón que le queda y si no llega uno para serle trasplantado enseguida,
morirá irremisiblemente (siempre se muere irremisiblemente). En un rincón, una mujer, todavía joven, necesita unos
pulmones nuevos puesto que los suyos han sido consumidos por un cáncer inmisericorde.
Finalmente un hombre está esperando la llegada de un páncreas puesto que el
suyo ha dimitido y su tiempo se acaba. Recapitulando, estamos en una sala de
urgencias con cinco moribundos cuya única oportunidad de subsistir es que
lleguen los órganos que necesitan, pero no llegarán. En un momento determinado,
entra en la sala de urgencias un hombre o una mujer con una salud envidiable, de
una edad que todavía no ha llegado a la madurez pero que se despide de la
juventud, etc. En este caso vamos a ponernos en lugar del director del
hospital, y nos planteamos el dilema siguiente: van a morir cinco personas si
no hacemos algo rápido. Existe la posibilidad de coger a la persona sana que
acaba de entrar, extirparle todos los órganos, trasplantarlos a los enfermos y,
de esta manera, salvar a cinco personas en detrimento, de una sola. En realidad
se trata del mismo caso que los anteriores ¿o no? ¿Sacrificar a uno en
beneficio de cinco? A vuestra razón encomiendo el dilema por si creéis oportuno
dedicarle unos minutos.
Como veis los tres casos son muy parecidos, pero también algo
hay que los hace diferentes, o no. Quizás sirva la misma respuesta para los
tres, quizás no. Quizás haya que matizar mucho, pero no os andéis por las
ramas, no adhiráis otros factores que los concisamente expuestos. Es decir, trabajad
única y exclusivamente con los datos aportados. ¿Cuáles serían vuestras
conclusiones?
Si alguien quiere compartirlas con todos nosotros, serán
extraordinariamente bien recibidas como comentarios al post y, a buen seguro,
muy ilustrativas.
He de deciros que existen experiencias históricas, reales
(por eso son históricas) en los que se dio una u otra alternativa, en ambos
casos fueron consideradas las más convenientes en ese momento. Si alguien está interesado en conocerlas, no tiene más que decírmelo. (No las expongo para no
influir en vuestra reflexión).
¡Ah! Se me olvidaba. Antes de pasaros la patata caliente
a vosotros yo ya lo he meditado largamente y os voy a dar mi opinión, y espero
que no os influya, entre otras cosas porque no es más que una opinión como
cualquier otra, con mis fundamentos, pero tan válidos como lo serán los
vuestros. Es esta: “yo, en ninguno de los tres casos jugaría a ser Dios”.
Colau
Alea iacta est o Allea jacta est. Res a fer. BdC.
ResponderEliminarAra bé, com a mare que som, sa meva decisió seria una altra ben diferent si sa meva filla estigués enmig.
ResponderEliminarM'agrada
ResponderEliminarJo els deixaria seguir el seu desti. Si jugam a esser deus, qui sap si en lloc de morir per sorpresa i fent el que els hi agrada no patirian posteriorment una llarga i penosa malaltia que els hi causaria una mort lenta i cruel, o veurien patir sense poder fer res a algun dels seus estimats.
ResponderEliminarDeixem que el desti segueixi el seu curs que el que hagi s'esser sera.
Hi ha un exemple històric molt important que m’agradaria comentar-te: A la Segona Gerra Mundial, a les hores que els alemanys bombardejaven Londres, pareix que hi pegaven be de ple al centre de la City lo qual feia que les baixes civils fossin milers, però tenien l’oportunitat, mitjançant un doble agent alemany de fer-los arribar la dada de que les bombes pegaven massa al nord; això els hagués fet rectificar la puntaria cap al sud, on la densitat de població era molt menor. Idò, el govern britànic va decidir no prendre cap decisió i deixà que les bombes seguissin pegant al centre de Londres, salvant a la gent que vivia més al sud que hagués mort de optar per enganar als alemanys, encara que hagués estat molt, però que molt manco.
ResponderEliminarUna abraçada, Pep.