Una reflexión sobre el aborto.
Permitidme que hoy vuelva a convertir en protagonista del
post a una filósofa, norteamericana por más señas, además todavía viva, lo cual
dice mucho en su favor, no por estar viva, sino porque suele ser más habitual
prestar atención a los muertos que a los vivos. Se trata, como ya os habréis
imaginado, de Judith Jarvis Thomson (4 de octubre 1929). Con casi ochenta y cinco años
todavía es profesora emérita del MIT (Instituto Tecnológico de
Massachusetts) donde desarrolló toda su carrera profesional. Es, sobre todo,
especialista en ética y metafísica, y aficionada a los experimentos mentales
como Philippa Foot (1920-2010), de la que ya hablamos en el último post
“Experimento ético”. Pero hoy no os voy a plantear ningún experimento mental,
sino una reflexión real a un problema real, y sobre el cual Judith realizó el
informe titulado “Una defensa del aborto” (1971), por el que se hizo
mundialmente conocida, sobre todo en los círculos pro y anti abortistas. Judith
se limitó, con toda la humildad de que fue capaz, a dar por buenos en principio
todos los argumentos defendidos por los antiabortistas que se basaban en la
premisa de que “el feto es un ser humano, una persona, desde el momento de su
concepción”. —Quiero recordar mi opinión al respecto, según expuse en el post
“Qué es un ser humano” y que concluía que el feto, según mis argumentos, se
puede considerar “ser humano” entre las dieciséis y las veinte semanas de
gestación y no antes—.
Pero antes de entrar en materia, me gustaría aclarar la
confusión que provoca la palabra “persona”, tanto entre antiabortistas como
entre proabortistas, cuando sí existe una clara y ostensible distinción entre “persona” y “ser humano”. Voy a procurar ser
conciso. Aceptemos que “un ser humano es aquel que ha sido concebido por dos
seres humanos” (admite matices, pero aceptable). Pero una persona es otra cosa.
El concepto de ser humano es un concepto biológico: somos humanos por una
simple razón genética, pero falta mucho para convertirnos en personas. Por el
camino, el individuo tendrá que adquirir las habilidades y comportamientos
propios de la persona, que fundamentalmente son: la conciencia de sí mismo, la
racionalidad y el sentido del bien y del mal. La persona es, pues, un individuo
humano, pero considerado como sujeto autoconsciente, racional y moral, a la vez
que único (diferente de todos los demás) y uno (a través de toda sus
modificaciones). El niño cuando nace no es una persona es, simplemente un
animal con potencial racional. Por tanto, hablaremos solo de seres humanos y no
de personas. Cuando uno duerme deja de ser persona para seguir siendo humano,
como cuando está en coma o cuando tiene una enfermedad cerebral incapacitante.
La lista de casos en que no existe la dualidad humano-persona es extensa.
Argumenta Judith que “trazar una línea, elegir un punto en
el desarrollo del embarazo y decir “antes de esta línea el feto no es ser
humano,[1] después
de la línea sí lo es” es tomar una decisión arbitraria, es hacer una elección a
favor de la cual no puede darse ninguna buena razón[2]. Se
llega a la conclusión de que el feto es un ser humano, o, al menos, de que
deberíamos decir que lo es, desde el momento de la concepción. Pero esta
conclusión no se desprende de lo anterior. Podríamos decir algo similar sobré
el desarrollo de una bellota que se convierte en una encina, pero a partir de
ello no concluimos que las bellotas sean encinas. […] Pero no voy a discutir
nada de esto, porque lo que me parece de gran interés es preguntar qué sucede
si, por mor del argumento, aceptamos la premisa. ¿De qué modo se supone que
llegamos desde ahí a la conclusión de que el aborto no es moralmente
permisible? Propongo, pues, que concedamos que el feto es un ser humano desde
el momento de la concepción. ¿Cómo prosigue el argumento a partir de ahí? Creo
que más o menos de la siguiente manera: “Todo ser humano tiene derecho a la
vida”. De modo que el feto tiene derecho a la vida. No hay duda de que la madre
tiene derecho a decidir lo que suceda a su cuerpo y en su cuerpo; cualquiera
admitiría eso. Pero con seguridad el derecho de un ser humano a la vida es más
fuerte y más exigente que el de la madre a decidir lo que suceda a su cuerpo y
en su cuerpo. Por lo tanto, vale más. De modo que no se puede matar al feto; no
se pueden practicar abortos. Suena verosímil. Pero ahora vamos a atender a la
capacidad de Judith de proponer juegos mentales, y nos pide que imaginemos lo
siguiente:
“Usted se despierta una mañana y se encuentra en la
cama espalda contra espalda con un violinista inconsciente. Un famoso
violinista inconsciente. Se descubrió que tiene una enfermedad renal mortal, y
la Sociedad de Amantes de la Música ha consultado todos los registros médicos
disponibles y ha descubierto que sólo usted tiene el grupo sanguíneo adecuado
para ayudarlo. Por consiguiente usted ha sido secuestrado, y la noche anterior
han conectado el sistema circulatorio del violinista al suyo, de modo que los
riñones de usted puedan ser usados para purificar la sangre del violinista
además de la suya propia. Y el director del hospital le dice ahora a usted:
“Mire, sentimos mucho que la Sociedad de Amantes de la Música le haya hecho
esto, nosotros nunca lo hubiéramos permitido de haberlo sabido. Pero, en fin,
lo han hecho, y el violinista está ahora conectado a usted. Desconectarlo de
usted sería matarlo a él. Pero no se preocupe, solo es por nueve meses. Para
entonces se habrá recuperado de su enfermedad, y podrá ser desconectado de
usted sin ningún peligro”.
- · ¿Estamos moralmente obligados a acceder a esta situación? No hay duda de que sería muy amable por nuestra parte si lo hiciéramos, demostraríamos una gran generosidad.
- · Pero ¿tenemos que acceder?
- · ¿Qué pasaría si no fueran nueve meses, sino nueve años?
- · O aún más, ¿qué sucedería si el director del hospital dijera: “Mala suerte, de acuerdo, pero ahora tiene usted que quedarse en cama, conectado al violinista por el resto de su vida. Porque recuerde esto: toda persona tiene derecho a la vida, y los violinistas son personas. Por supuesto, usted tiene derecho a decidir lo que suceda a su cuerpo y en su cuerpo, pero el derecho de una persona a la vida prevalece sobre el derecho de usted a decidir sobre su cuerpo. Así que nunca podrá ser desconectado de él.”?
- · Creo que consideraríamos que eso es monstruoso, lo cual es indicio de que hay algo realmente equivocado en el argumento que acabo de mencionar y que suena tan verosímil.
Por
supuesto, en este caso, argumenta Judith: “Usted fue secuestrado, usted no se
brindó para la operación que conectaba al violinista a sus riñones. ¿Pueden
aquellos que se oponen al aborto sobre la base que antes mencioné hacer una
excepción cuando se trata de un embarazo debido a una violación?” Desde
luego, la cuestión de si se tiene derecho a la vida o no, o de cuánto derecho
se tiene, no debería depender del hecho de si se es producto de una violación o
no. “Y en realidad, la gente que se opone al aborto basándose en lo que antes
mencioné, no hacen esa distinción y, por ende, no hacen una excepción en el caso
de la violación. Algunos ni siquiera harían una excepción en el caso de que la
continuación del embarazo pudiera acortar la vida de la madre; consideran el
aborto no permisible incluso cuando se trata de salvar la vida de la madre.
Casos así son muy raros hoy día, y muchos entre quienes se oponen al aborto no
aceptan esta postura extrema. De todos modos, es un buen punto de partida: se
puede señalar una serie de cuestiones interesantes al respecto.”
“Supongamos
que una mujer ha quedado embarazada y se entera de que el estado de su corazón
es tal que si lleva el embarazo a término, morirá. ¿Qué se puede hacer por
ella? El feto, como ser humano, tiene derecho a vivir, pero como la madre
también es un ser humano, también tiene derecho a vivir. Presumiblemente ambos
tienen el mismo derecho a vivir. ¿Cómo se supone que llegamos a la conclusión
de que no puede llevarse a cabo un aborto? Si la madre y el niño tienen igual
derecho a la vida, ¿no deberíamos echar una moneda al aire? ¿O deberíamos
añadir al derecho a la vida de la madre su derecho a decidir sobre su cuerpo
–que todo el mundo parece dispuesto a aceptar–, con lo que la acumulación de
sus derechos prevalecería sobre el derecho a la vida del feto?”
Pero ante
estos hechos la tesis antiabortista es tajante y defiende que la realización
del aborto supondría una privación directa de la vida del niño, mientras que no
hacer nada no supondría matar a la madre, sino sólo dejarla morir. Además, al
matar al niño, mataríamos a una persona inocente, porque el niño no ha cometido
crimen alguno, y no pretende dar muerte a su madre. Por lo tanto:
·
La privación directa de la vida de una
persona inocente es un asesinato, y el asesinato nunca es permisible en ninguna
circunstancia. No puede realizarse un aborto.[3]
·
Si las únicas opciones que se tienen son
matar directamente a una persona inocente, o dejar que una persona muera, uno
tiene que preferir esto último; por lo tanto, el aborto no puede realizarse.
·
Algunos aparentemente han pensado que no
hay que añadir estas premisas para llegar a la conclusión, pues se deriva del
mero hecho de que una persona inocente tiene derecho a la vida.[4]
“Pero no
puede considerarse seriamente que sea un asesinato si la madre hace que se le
practique un aborto para salvar su vida. No se puede decir en serio que tiene
que abstenerse, que tiene que sentarse pasivamente y esperar la muerte.
Examinemos
una vez más al caso de usted y el violinista. Usted se encuentra en la cama,
con el violinista, y el director del hospital le dice: “Todo esto es muy
lamentable y lo compadezco de verdad, porque esto está suponiendo un esfuerzo
adicional para sus riñones, y morirá usted en un mes. Pero usted tiene que quedarse
aquí de todos modos. Porque si lo desconectáramos, eso supondría matar
directamente a un violinista inocente, y eso es un asesinato, y no es
permisible.””
Aunque, en
efecto, apunta Judith, tenemos que admitir que los inocentes tienen derecho a
la vida, pero las tesis anteriores son
todas falsas.
“Si hay
algo en el mundo que sea cierto es que si usted extiende la mano y se
desconecta del violinista para salvar su vida, usted no comete un asesinato, no
hace nada prohibido.
Los
escritos sobre el aborto se han centrado principalmente en lo que un tercero
puede o no puede hacer ante la petición de una mujer de que se le practique un
aborto. Pero me parece que tratar así este asunto equivale a rehusar concederle
a la madre la condición de ser humano[5],
misma que se insiste vivamente en atribuirle al feto, pues no podemos
simplemente deducir lo que un ser humano puede hacer de lo que un tercero pueda
hacer. Entendería perfectamente si un tercero dijera: “No podemos hacer nada
por usted. No podemos elegir entre su vida y la de él, no podemos ser nosotros
quienes decidan quién ha de vivir. No podemos intervenir.”
Pero no se
puede llegar a la conclusión de que tampoco usted puede hacer nada, de que no
puede atacarlo para salvar su vida.
Puede ser
que a una mujer embarazada se la perciba vagamente como si fuera una casa a la
que no se le concede el derecho de autodefensa. Pero si la mujer alberga al
niño deberíamos recordar que es una persona quien lo alberga.”
En
consecuencia, “una mujer puede ciertamente defender su vida de la amenaza que
para ella representa el hijo no nacido, aun si esto implica la muerte de este
último.”
En algún
caso, la tesis antiabortista ha llegado a aceptar una hipotética posibilidad de
aborto para salvar la vida de la madre, siempre y cuando no sea practicado por un
tercero, sino exclusivamente por la propia madre.
“La madre y
el niño no nacido no son como dos inquilinos que ocupan una casa pequeña que,
por un lamentable error, ha sido alquilada a ambos: la madre es la dueña de la casa.
El hecho de
que sea así hace que sea aún más ofensivo deducir que la madre no puede hacer
nada a partir del supuesto de que tampoco pueden hacer nada terceras personas.
Un tercero
que diga “no puedo decidir entre ustedes dos” se engaña a sí mismo si cree que
eso es ser imparcial. Si Juan se ha encontrado y se ha puesto un determinado
abrigo que necesita para no helarse, pero que también Pedro necesita para no
helarse, no sería imparcial decir “no puedo decidir entre ustedes dos”' si
Pedro es el dueño del abrigo.
Las mujeres
han dicho una y otra vez “¡Este cuerpo es mío!”, y tienen razón en sentirse furiosas, en sentir que ha
sido como hablar a las paredes. No creo que Pedro nos bendiga si le decimos:
“Claro que es tu abrigo, cualquiera lo admitiría. Pero nadie puede escoger
entre tú y Juan a quién de los dos se le deba dar”.
Existe la
creencia de que uno tiene el derecho a negarse a ponerle la mano encima a otro,
incluso en caso de ser justo hacerlo, incluso cuando la justicia pareciera
requerir que alguien lo hiciera. De este modo, la justicia podría exigir que
alguien le quitara a Juan el abrigo de Pedro, y sin embargo tú tendrías el
derecho a negarte a ponerle la mano encima a Juan y el derecho a negarte a
obligarlo físicamente. Pero lo que debería decirse entonces no es “nadie puede
elegir”, sino sólo “yo
no puedo elegir”, y ni siquiera esto, sino “yo no actuaré”, dejando
abierta la posibilidad de que alguien pueda o deba hacerlo, y en particular, de
que alguien en una posición de autoridad, con la tarea de defender los derechos
de la gente, pueda y deba hacerlo. Así que no hay ninguna complicación.
No he
alegado que cualquier tercero tenga que acceder a la petición de la madre de
que se le practique un aborto para salvar su vida, sino sólo que puede hacerlo.”
“Mi postura
es que si un ser humano tiene algún derecho a reclamar algo con justicia y
prioritariamente, es el derecho a reclamar su propio cuerpo. Y quizás esto no
necesita ser defendido aquí, ya que, como dije, los razonamientos contra el
aborto que estamos estudiando admiten que la mujer tiene derecho a decidir lo
que suceda en y a su cuerpo. Pero aunque lo admiten, no se toman en serio lo
que significa admitirlo.”
Pero cuando
la vida de la madre no está en peligro,
la tesis antiabortista hace prevalecer
que: “Todo ser humano tiene
derecho a la vida, así que la persona no nacida tiene derecho a la vida”. Y la
madre, al no correr peligro su vida, no tiene derecho a matar a un ser humano.
Ante este
razonamiento, Judith se pregunta: “¿Qué es, al fin y al cabo, tener derecho a
la vida? Para algunos, tener derecho a la vida supone tener derecho a recibir,
al menos, lo mínimo que se necesita para seguir viviendo. Pero supongamos que,
en efecto, lo mínimo que un hombre necesita para seguir viviendo es algo que no
tiene derecho a recibir. Si yo estoy enferma de muerte, y lo único que puede
salvar mi vida es que la mano fresca de Henry Fonda toque mi frente febril,
aunque lo necesite, no tengo derecho a que la mano fresca de Henry Fonda toque
mi frente. Sería un gesto maravilloso de su parte que decidiese volar desde la
Costa Oeste para hacerlo. Sería menos maravilloso, a pesar de las buenas
intenciones, que mis amigos volaran a la Costa Oeste para traer a mi lado a
Henry Fonda. Pero yo no tendría derecho a exigirle a nadie hacer esto por mí.”
Por otra
parte, “el hecho de que el violinista necesite para seguir viviendo el uso
continuo de los riñones de usted no implica que tenga derecho a disponer
continuamente de sus riñones. Desde luego, no tiene derecho a exigir que usted
le brinde el uso continuo de sus riñones. Porque nadie tiene derecho
a usar sus riñones a menos que usted le otorgue tal derecho; y nadie puede
exigirle que le otorgue ese derecho. Si usted le permite que continúe usando
sus riñones, esto es de una gran amabilidad por su parte, y no algo que él
pueda reclamarle como si fuera su derecho. Ni tampoco tiene derecho a exigir a
otra persona más que ella
le proporcione el uso continuo de los riñones de usted. Y, por supuesto,
no tenía derecho a exigir a la Sociedad de Amantes de la Música que lo
conectaran a usted. Y si ahora usted comienza a desconectarse al haberse
enterado de que, si no lo hace, tendrá que pasar nueve años de su vida en la
cama con él, no hay nadie en el mundo que deba tratar de impedírselo para
asegurarse de que el violinista reciba lo que tiene derecho a recibir.”
“Si todos
deben abstenerse de matar a ese violinista, entonces todos deben abstenerse de
cortarle el cuello, de pegarle un tiro lógicamente, pero además todo el mundo
debe abstenerse de desconectarlo de usted. Aunque debemos preguntarnos ¿tiene
él derecho a exigir que todo el mundo se abstenga de desconectarlo de usted?
Abstenerse de hacerlo es permitirle que continúe usando sus riñones. Puede
argumentarse que él tiene derecho a exigir que nosotros permitamos el uso de
los riñones de usted. Es decir, que aunque no tenga derecho a exigirnos que
nosotros arreglemos para él el uso de sus riñones, podría argumentarse que de
todos modos tiene derecho a exigirnos que no intervengamos para impedirle su
uso. Desde luego, el violinista no tiene derecho a exigirle a usted que usted
le permita continuar usando sus riñones. Como he dicho, si usted le permite
usarlos, es una amabilidad de su parte, y no algo que usted le deba a él.”
“No estoy
alegando que la gente no tenga derecho a la vida; todo lo contrario. Sólo
afirmo que tener derecho a la vida no garantiza que uno tenga derecho a usar el
cuerpo de otra persona o a que se le permita continuar usándolo, aunque uno lo
necesite para la vida misma. De modo que el derecho a la vida no sirve a los
que se oponen al aborto tan sencilla y claramente como ellos han pensado que
les sirve.”
Aunque en
este caso no atenderíamos al derecho del feto: “Privar a alguien de aquello a
lo que tiene derecho es tratarlo injustamente.”
“Supongamos
que a un niño y a su hermano pequeño se les regala una caja de bombones para
los dos. Si el hermano mayor coge la caja y se niega a dar a su hermano un solo
bombón, está siendo injusto con él, porque el hermano tiene derecho a la mitad.
Pero
suponga que usted se desconecta del violinista al enterarse de que de no
hacerlo tendría que pasar nueve años de su vida a su lado en la cama. Usted,
desde luego, no es injusto con él, porque no le dio derecho alguno a utilizar
sus riñones, y ninguna otra persona puede haberle otorgado ese derecho. Pero
hemos de señalar que al desconectarse usted, lo está matando; y los
violinistas, como todo el mundo, tienen derecho a la vida, y por lo tanto,
según el punto de vista que estábamos considerando, tiene derecho a no verse
privado de la vida. Así que en ese caso usted hace lo que se supone que él
tiene derecho a que usted no haga, pero usted no actúa injustamente con él al
hacerlo.”
La
conclusión de Judith, en este aspecto, es muy clara: “El derecho a la vida
consiste, no en el derecho a que no nos maten, sino en el derecho a que no nos
maten injustamente.”
En caso de
que el embarazo sea debido a una violación parece claro, puesto que la madre no
ha concedido a la persona no nacida el derecho a usar su cuerpo para
alimentarse y alojarse. A decir verdad, ¿en qué embarazo puede suponerse que la
madre ha otorgado a la persona no nacida tal derecho? No es como si hubiera
personas no nacidas flotando a la deriva por el mundo, a quienes la mujer que
desea un hijo dijera: “Te invito a pasar”.
Ante esto,
la tesis antiabortista se pregunta: “¿Acaso
la mujer no es responsable de la presencia, en realidad de la existencia misma,
de la persona no nacida que hay en su interior? Abortar supondría privarlo de
aquello a lo que tiene derecho, y por lo tanto sería cometer una injusticia. Y,
entonces, también puede plantearse la cuestión de si ella puede o no matar al
feto para salvar su propia vida: si ella voluntariamente lo trajo a la
existencia, ¿cómo puede ahora matarlo aunque sea en defensa propia?”
Para
Judith, los que se oponen al aborto “se han preocupado tanto en subrayar que el
feto es un ser independiente para afirmar que tiene derecho a la vida, al igual
que la madre, que han tendido a pasar por alto el posible apoyo que podrían
obtener subrayando que el feto es dependiente
de la madre, para poder afirmar que ella tiene un tipo especial de
responsabilidad hacia él, responsabilidad que le otorga al feto derechos que
ninguna persona independiente podría poseer, como por ejemplo, un violinista
enfermo que es un extraño para ella.”
Este
argumento concedería a la persona no nacida derecho al cuerpo de su madre sólo
si su embarazo fuera resultado de un acto voluntario, llevado a cabo con pleno
conocimiento del riesgo que conllevaba de embarazo.
“También
deberíamos señalar que no está para nada claro que este argumento vaya tan
lejos como se pretende. Si la habitación está mal ventilada y abro una ventana
para airearla, y un ladrón entra por ella, sería absurdo decir: “Ah, ahora
puede quedarse, porque se le ha dado derecho a usar la casa; el dueño es en
parte responsable de su presencia al haber hecho voluntariamente lo que le
permitió entrar, con pleno conocimiento de que hay ladrones y de que los
ladrones entran a robar”. Sería aún más absurdo decir esto si yo hubiese hecho
instalar rejas afuera de mis ventanas, precisamente para evitar la entrada de
ladrones, y que hubiese entrado uno debido a algún defecto en las rejas. Sería
igualmente absurdo si imaginamos que no es un ladrón quien entra, sino una
persona inocente que entra por error o cae dentro. Más aún, supongamos que éste
fuera el caso: semillas de seres humanos flotan en el aire, como el polen, y si
usted abre las ventanas puede que entre una de ellas y arraigue en las
alfombras o las tapicerías. Usted no desea tener hijos, así que coloca en las
ventanas unas finas mallas, las mejores que puede encontrar. Como puede
suceder, sin embargo, y de hecho sucede en algunas ocasiones, una de las mallas
está defectuosa, y una de las semillas entra y arraiga. ¿Tiene la
planta-persona que ahora se desarrolla derecho a usar su casa? Desde luego que
no, a pesar de que usted haya abierto las ventanas voluntariamente, haya sido
consciente de que tenía alfombras y muebles tapizados y supiese que a veces las
mallas son defectuosas. Puede alguien argumentar que usted es responsable de
que haya arraigado y que tiene derecho a usar su casa, porque, después de todo,
pudo usted haber vivido sin alfombras y con muebles sin tapizar, o con puertas
y ventanas selladas. Pero esto no es convincente, porque argumentando del mismo
modo se podría decir que un embarazo debido a violación puede evitarse con una
histerectomía, o no saliendo nunca de casa sin un ejército (leal).”
El argumento
que estamos analizando puede probar como mucho que hay algunos
casos en los que la persona no nacida tiene derecho a usar el cuerpo
de su madre, y por consiguiente, algunos
casos en los que el aborto es dar muerte injustamente. Hay lugar
para la discusión y la argumentación de cuáles son esos casos, si es que los
hay. Pero de todos modos “el argumento no prueba que todos los abortos sean
casos en los que se da muerte injustamente.”
¡Hay casos
en los que el aborto es moralmente inaceptable! Afirman categóricamente los
“defensores de la vida”…
“Supongamos
que usted se entera de que el violinista no necesita nueve años de su vida,
sino sólo una hora: todo lo que usted ha de hacer para salvarle la vida es
permanecer una hora en la cama conectado a él. Suponga también que el hecho de
que usted lo deje usar sus riñones durante una hora no afectaría su salud en
absoluto. Ciertamente usted fue secuestrado. Ciertamente no dio a nadie permiso
para que lo conectaran a usted. No obstante, a mí me parece evidente que usted debería
permitirle usar sus riñones durante esa hora, sería horrible
negarse.
Ahora
supongamos que el embarazo durara sólo una hora y que no constituyera ninguna
amenaza para la vida ni para la salud. Y supongamos también que una mujer queda
embarazada a consecuencia de una violación. Ciertamente ella no hizo nada
voluntariamente para traer al niño a la existencia. Ciertamente no hizo nada en
absoluto que le otorgase al no nacido el derecho a usar su cuerpo. De todas
formas podría decirse, como en la historia modificada del violinista, que debería
permitirle al niño permanecer durante esa hora, que sería horrible
negarse.
Algunos se
inclinan a usar el término “derecho” de tal manera que, del hecho de que usted
debiera permitir a una persona el uso de su cuerpo durante la hora que
necesita, se desprende que esa persona tiene derecho a usarlo durante esa hora,
aunque ninguna persona o acto le haya otorgado ese derecho. Puede que digan que
también se deduce que si usted se niega, actúa “injustamente”.
Supongamos
que la caja de bombones que mencioné antes no era un regalo para ambos niños,
sino que se le dio sólo al hermano mayor. Y éste se sienta tranquilamente a
comer todos los bombones mientras su hermano pequeño lo mira con envidia. Es
posible que digamos “No deberías ser tan malvado. Deberías dar a tu hermano
algunos bombones.” En mi opinión, de esto, que es verdad, no se deduce que el
hermano pequeño tenga derecho a ningún bombón. Si el niño se niega a darle uno
a su hermano, será un glotón, un tacaño, cruel, pero no injusto. Supongo que la
gente que tengo en mente dirá que sí se deduce que el hermano tiene derecho a
algún bombón, y que por lo tanto el niño actúa injustamente si se niega a darle
uno a su hermano. Pero decir esto tiene como efecto oscurecer algo que
deberíamos mantener bien claro, a saber, la diferencia entre la negativa del
niño en este caso y la negativa del niño en el caso anterior, en el que los
chicos habían recibido la caja conjuntamente, y en el que el hermano pequeño
tenía, desde cualquier punto de vista, derecho a la mitad.
Una
objeción más, al uso del término “derecho” según el cual del hecho de que A deba hacer algo
se desprende que B tiene derecho a exigir de A que lo haga, es
que hace que la cuestión de si alguien tiene o no derecho a una cosa dependa de
qué tan fácil sea conseguírsela; y esto no sólo me parece lamentable, sino
también moralmente inaceptable. Considérese de nuevo el caso de Henry Fonda.
Antes dije que yo no tenía derecho a que su mano fresca tocara mi frente,
aunque lo necesitara para salvar mi vida. Ya dije que sería sumamente amable de
su parte si viniese desde la Costa Oeste para hacerlo, pero que yo no tenía
derecho a exigirle que lo hiciera. Supongamos ahora que no se encuentra en la
Costa Oeste. Supongamos que sólo tiene que cruzar la habitación, posar la mano
sobre mi frente y, ¡oh, maravilla!, mi vida está salvada. Entonces debería
hacerlo, por supuesto; sería horrible que se negara. ¿Acaso hay que decir “Ah,
en ese caso tiene derecho a que le toque la frente con la mano, y sería una
injusticia que se negase”? ¿De modo que tengo derecho a ello cuando es fácil
que él me lo proporcione, y no lo tengo cuando es difícil? Es bastante
escandalosa la idea de que los derechos de una persona hayan de debilitarse y
de desaparecer a medida que se hace más difícil concedérselos.”
Concluye
Judith reflexionando sobre la supuesta inmoralidad: “Aun cuando debería
permitirse que el violinista use los riñones durante la hora que necesita, no
deberíamos sacar la conclusión de que tiene derecho a hacerlo; deberíamos decir
que si usted se niega, será, al igual que el niño que posee todos los bombones
y se niega a dar uno a su hermano, egocéntrico y cruel, despreciable en
realidad, pero no injusto. Y, de manera similar, que aun si suponemos un caso
en el que una mujer embarazada debido a una violación debiera permitir que el
no nacido usara su cuerpo durante la hora que necesita, no deberíamos sacar la
conclusión de que el no nacido tiene derecho a usarlo; deberíamos sacar la
conclusión de que, si se niega, será egocéntrica, cruel, despreciable, pero no
injusta. Su conducta dejaría que desear, pero por otras razones. No hay
necesidad de insistir sobre esto. Si alguien desea deducir “él tiene derecho”
de “tú deberías”, de cualquier modo tiene que admitir que hay casos en los que
no se le exige moralmente a usted permitir al violinista el uso de sus riñones,
y en los que él no tiene derecho a usarlos, y en los que usted no comete una
injusticia si se niega. Y así ocurre también con la madre y el hijo no nacido.
Excepto en los casos en que el no nacido tiene derecho a exigirlo –y antes
dejamos abierta la posibilidad de que haya casos así–, a nadie se le puede exigir que sacrifique su salud,
sus otros intereses y asuntos personales y todos sus deberes y compromisos
durante nueve años, ni siquiera durante nueve meses, para mantener viva a otra
persona.”
Recapitulación:
“Siguiendo la iniciativa de los que se oponen al aborto, a lo largo de este
ensayo he venido hablando del feto simplemente como un ser humano, y lo que he
estado preguntando es si el argumento con el que comenzamos, que sólo se apoya
en la idea de que el feto es un ser humano, puede o no demostrar su conclusión
—recordemos la bellota y la encina—. Yo he sostenido que no. Pero desde luego
hay argumentos y argumentos, y es posible que se diga que yo me he apegado a uno
erróneo. Es posible que se diga que lo importante no es sólo el hecho de que el
feto sea un ser humano, sino que sea un ser humano con el que la mujer tiene un
tipo especial de responsabilidad que se deriva del hecho de que es su madre. Y
se podría alegar que todas mis analogías son por lo tanto irrelevantes, ya que
usted no tiene ese tipo especial de responsabilidad para con el violinista, y Henry
Fonda no tiene este tipo especial de responsabilidad para conmigo. Y puede que
se nos haga notar el hecho de que tanto los hombres como las mujeres están
obligados por la ley a mantener a sus hijos.
Desde luego
nosotros no tenemos ningún tipo de “responsabilidad especial” con ninguna
persona a no ser que la hayamos asumido, explícita o implícitamente. Si unos
padres no tratan de evitar el embarazo, no llevan a cabo un aborto y, cuando el
niño nace, no lo dan en adopción, sino que se lo llevan a su casa, entonces
asumen la responsabilidad, le conceden derechos, y no pueden ahora retirarle la
atención poniendo en riesgo su vida simplemente porque les resulte difícil
cuidarlo. En cambio, si ellos han tomado todas las precauciones razonables para
evitar un hijo, no tienen ninguna responsabilidad especial para con el hijo que
han concebido sólo en virtud de la relación biológica que los une a él. Puede
que quieran asumir esa responsabilidad, pero puede que no quieran. Lo que
intento decir es que si asumir la responsabilidad les exige grandes
sacrificios, pueden rehusarse.
Un Buen Samaritano[6] no la
rechazaría, o más bien un Espléndido Samaritano, aunque los sacrificios que
hubiera que hacer fueran enormes. Pero en ese caso, un Buen Samaritano también
asumiría la responsabilidad para con el violinista; y si Henry Fonda fuese un
Buen Samaritano, también vendría desde la Costa Oeste para asumir esa responsabilidad
para conmigo.
Muchos de
los que consideran el aborto moralmente permisible encontrarán mi razonamiento
insatisfactorio en dos aspectos. En primer lugar, yo sostengo que el aborto es
permisible, pero no sostengo que lo sea siempre. Puede haber casos en los que
llevar el embarazo a término requiera sólo que la madre sea una Samaritana
Mínimamente Decente, y no deberíamos estar por debajo de ese estándar. Creo que
mi exposición tiene precisamente el mérito de que no responde con un sí ni con un no
general. Permite y apoya nuestra intuición, por ejemplo, de que una colegiala
de catorce años embarazada como consecuencia de una violación, y terriblemente
asustada, desde luego puede optar por el aborto, y que cualquier ley que
prohíba esto es una ley insensata. Y también permite y apoya nuestra intuición
de que en otros casos recurrir al aborto es incluso abiertamente despreciable.
Sería despreciable que una mujer solicitase un aborto –y que un médico lo
practicara– en el séptimo mes de embarazo, sólo porque quiere evitar la
molestia de posponer un viaje al extranjero. El hecho mismo de que los
argumentos hacia los que he querido llamar la atención traten de la misma
manera desde una perspectiva moral todos los casos de aborto, incluso aquellos
en los que la vida de la madre no está en peligro, debiera haberlos hecho
parecer sospechosos desde el principio.
En segundo
lugar, al defender la permisibilidad del aborto en algunos casos, no defiendo
el derecho a asegurar la muerte del niño no nacido. Es fácil confundir estas
dos cosas, porque antes de cierto tiempo, el feto no puede sobrevivir fuera del
cuerpo de la madre, y por lo tanto, sacarlo de allí garantiza su muerte. Pero
son muy diferentes. Ya he sostenido que la moral no le exige a usted pasar nueve
meses en la cama conectado al violinista; pero esto en absoluto implica que sí,
cuando usted se desconecta, se realiza un milagro y él sigue viviendo, tenga
usted derecho a volverse y cortarle el cuello. Usted puede separarse de él aun
a costa de la vida de él, pero usted no tiene derecho a garantizar su muerte
por algún otro medio. Hay quienes se sentirán desilusionados por este aspecto
de mi argumentación. Para una mujer el mero pensamiento de que su hijo, parte
de sí misma, sea adoptado y no pueda volver a verlo ni oírlo puede ser
profundamente desolador. Puede que entonces no sólo quiera que el niño sea
separado de ella, sino, algo más, que el niño muera. Algunos de los que se
oponen al aborto consideran esto por abajo de lo despreciable, demostrando así
ser insensibles a lo que sin duda es una poderosa fuente de desesperación. De
todos modos, convengo en que, si resultase posible separarlo sin que muriese,
el deseo de que muera el niño no es algo por lo que nadie debería ser
felicitado.
Una vez
llegados hasta aquí, sin embargo, debe recordarse que a lo largo de este ensayo
hemos estado sólo suponiendo que el feto es un ser humano desde el momento de
la concepción. El aborto realizado al comienzo del embarazo ciertamente no
equivale a matar a una persona, y por lo tanto nada de lo que he dicho aquí
sería aplicable a ese caso”.
El ensayo
de Judith J. Thomson tiene una extensión de trece páginas, yo lo he resumido ¿?
en doce. Los argumentos de Judith son tan ilustrativos, al margen de
convincentes o no, que me he dejado llevar por la tentación de exponerlos casi
literalmente. Mi sentimiento de culpabilidad solo se mitiga levemente atendiendo
a mi voluntad y firme propósito de que el próximo post sea breve. Lo intentaré.
Colau
[1] En todo el ensayo, Judith J. Thomson utiliza el vocablo
“persona” en lugar de “ser humano”. Yo me tomo la libertad de sustituirlo por
“ser humano” toda vez indicadas las claras diferencias que existen entre uno y
otro, que en 1971 Judith no tuvo en cuenta.
[2] La razón expuesta en el post “Qué es un ser humano”.
Aunque a priori parezca superficial y frívola, al margen de creencias
religiosas, es probadamente científica.
[3] Encíclica del
Papa Pío XI sobre el matrimonio cristiano: “Por mucho que compadezcamos a la
madre, cuya salud e incluso vida peligren gravemente al llevar a cabo el deber
que le ha conferido la Naturaleza, ¿qué razón suficiente habría para
justificar, del modo que fuese, el asesinato directo del inocente? Esto es
precisamente de lo que aquí nos ocupamos.” Noonan [en The Moralíty of Abortion]
se expresa de la siguiente manera: “¿Qué razón puede justificar nunca, del modo
qué sea, matar directamente a un inocente? Porque de eso se trata.”
[4] Fragmento de la Carta a la Sociedad Católica Italiana
de Comadronas, de Pío XII: “El niño que se halla en el claustro materno recibe
el derecho a la vida directamente de Dios. Por consiguiente, no hay ningún
hombre, ni autoridad humana, ni ciencia, ni 'indicación' médica, eugénica,
social, económica o moral que pueda otorgar una base jurídica válida para la
disposición deliberada y directa de la vida de un inocente, disposición que
persigue su destrucción, sea como fin o corno medio para otro fin que quizás en
sí mismo no sea ilícito. El bebé no nacido es hombre en el mismo grado y por la
misma razón que la madre” (citado en The Morality of Abortion, de Noonam).
[5] Se pasa por alto en este punto la autoridad que le
concede a la madre la facultad de ya ser persona y no solamente ser humano, y
de poseer los atributos que esto lleva implícitos, mientras que el feto
solamente es, supuestamente, un ser humano con perspectivas futuras ( o sea,
imaginarias) de convertirse en persona. (Nota de quién suscribe).
[6] Historia del
Buen Samaritano: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores,
los cuales lo despojaron, lo hirieron y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por
casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino y, habiéndolo visto, dio un
rodeo y pasó de largo. De la misma manera, también un levita que pasaba por
aquel lugar lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de
viaje llegó cerca de él, y así que lo vio se compadeció de él. Y acercándose,
le vendó las heridas después de echar en ellas aceite y vino, y colocándolo encima
de su propio jumento, lo llevó a una posada y lo cuidó. Y al día siguiente, sacando
dos denarios, los dio al posadero, y le dijo: “Cuídalo, y lo que gastes de más
a mi vuelta te lo abonaré.” (Lucas 10, 3035)
MOLT BONA REFLEXIÓ PER QUI NO ESTÀ A FAVOR DE S'ABORT.
ResponderEliminarA MEM SI ÉS VER I COMPLEIXES ES TEU PROPÒSIT.
BDC
Molt bona reflexio, pero jo la complicaria mes. L'embaras ha estat un fet voluntari o un fet accidental?
ResponderEliminarSi ha estat accidental perque ha fallat el metode anticonceptiu, te qualqu dret a exigir a la embarasada que no passi per el taller a reparar els mals causats? Una vegada algu del Opus em mantenia que els animals no tenem anima. No sap un ca quan ha actuat malament? No es mereix tant respecte el ca que donaria la vida per nosaltres cm la criatura no nascuda?
No només estic d’acord amb tu, sinó que possiblement el pròxim post parli dels animals i de lo fariseus que som amb aquest aspecte. Gràcies, Pep.
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