Una
de felaciones
Hace unos
días, cuando se descorchó el “escándalo” de las felaciones en Magaluf, me di
cuenta, por si todavía no lo sabía, de la cantidad de fariseos, hipócritas,
bocazas compulsivos y demás políticos y exponentes de los agentes sociales y
socializadores, medios de comunicación incluidos, que existe en esta isla
encerrada en el mar —como no podía ser de otra manera—.
Lo primero
que me llamó la atención fue la confusión y síntomas de inseguridad que supuso
la noticia. Todos los opinadores profesionales hablaban con la boca pequeña, y
el que no lo hacía se le empequeñecía con sus palabras. Nadie acababa de
atreverse a dar claramente su opinión, por el qué dirán si no opino como el
rebaño. Hasta que la oficialidad habló, y por fin mostraron el camino a lo que
se podía decir y escribir con la corrección política adecuada. A partir de ahí,
usaron y abusaron de todos los adjetivos imaginables e inimaginables. Porque
los que se hicieron oír, tienen estudios suficientes para formar frases con
muchos calificativos, eufemismos e hipérboles, aunque algunos carezcan de
soltura para las subordinadas.
En primer
lugar, los responsables políticos y los turísticos tuvieron un ataque similar
al que les solía dar a las beatas, cuando yo era pequeño, al enseñarles el
trasero a la salida de misa —la ordinariez ha existido siempre—. Cuando los representantes
del pueblo y los empresarios turísticos se hubieron santiguado mirando al cielo
un número suficiente de veces, empezaron a darse cuenta de que la posibilidad
de perder a tan divertido turista no aconsejaba imponerles demasiada
penitencia, sino más bien otorgarles el misericordioso y cristiano perdón por
haber permitido que el exceso de néctar y ambrosía, alimento habitual de los
dioses, les enajenara los instintos más primarios.
Como os
podéis imaginar, el asunto terminará, si no ha terminado ya, como “sa processó
de sa moixeta”: unas frases, algunos consejos desde el púlpito, ciertos
propósitos de enmienda, algunos policías de visita, juramento al imperio
británico que esto fue una excepción —como si a ellos les importara, más allá
de las apariencias—, y seguir viviendo de este turismo etiquetado como "de baja calidad". Al
final, no sé si por acuerdo tácito u orden de partido, han acabado
calificándolo de “comportamiento incívico”, o sea, el mismo calificativo que
recibe el acto del beodo cuando se desahoga entre dos coches.
Quizás no se hayan enterado de que hay dos tipos de
jóvenes, los que acuden con banderitas a recibir al Papa cuando aparece por la
Villa y Corte o se reúnen en una Mariápolis, toman una agua sin gas o un poleo
menta en una cafetería de campaña, y colocan la estampa del Papa sobre la
mesita de noche de la residencia antes de proferir sus jaculatorias y pedir
parabienes para todos los suyos y la humanidad entera —contra el vicio de
pedir, la virtud de no dar. Dios es sobre todo virtuoso—. Y los que se
despendolan, en todos los sentidos, desinhibidos por el alcohol y las drogas, y
que pretenden resarcirse de un curso universitario durísimo o de un año de
andamios a temperaturas bajo cero. Bien, los primeros prefieren viajar a Roma,
o a Ciudad Santa y comprar un rosario para mamá; los otros parece que prefieren
una felación o un cunnilingus —que para todos y todas tiene que haber— en
Mallorca, y consumir la vida eterna en un bar pasados de rosca en lugar de en
un templo fotografiando imágenes del Santo Cristo de la Sangre. Que hay gente
para todos los gustos, y gustos para todo tipo de gente. Resulta difícil
hacerles rellenar un cuestionario de conducta o un compromiso de buenas
costumbres antes de expenderle el billete de un avión con cuyo intrépido y
temerario uso ya se habrán ganado el Cielo al llegar a Palma, con creces.
De lo
anterior quizás se desprenda que yo defiendo estos comportamientos: me dan
completamente igual, y os voy a decir porqué. En primer lugar me parece que
estas prácticas tienen de erótico lo mismo que pueda tener el momento de dar de
comer a los cerdos o leerse las Saturnales de Macrobio —excelentes por cierto,
pero de nula salacidad—. Por lo tanto, no es por este lado por donde se pierde
el alma de los concupiscentes. Al enterarme de la existencia del “video de las
felaciones”, me vinieron a la memoria las masturbaciones del cínico Diógenes de
Sinope en la plaza pública, el Ágora de Atenas, alrededor del año 400 a C.,
como una necesidad más del cuerpo y sin esconderse de una sociedad hipócrita
pero muy creyente, tanto que la oferta divina —doce, y algunos apuntan hasta
trece dioses— y su devoción teológica, los convertía en ciudadanos
aparentemente muy respetuosos. También recordé el hábito de los franceses de
defecar y orinar en la base de las columnas del peristilo de Versalles —o en
cualquier lugar de Versalles, pero lo del peristilo me gusta—, sin velar lo más
mínimo su fisiológico acto. Con esto solo quiero decir que las conductas
humanas han ido cambiando con cada época, y quizás ahora nos toque vivir la
época de las felaciones en público. Si al hecho le quitamos cualquier
connotación religiosa, es decir impúdica, nos queda, según mi opinión, solo un
acto de gusto dudoso —entiéndaseme sin ironía—. Pero no de peor gusto que
pasear por Palma enseñando las pantorrillas, como miles de hombres, turistas —y
muchos nativos—, hacen. Con unos pantalones inauditos a juego con una especie
de sandalias de caucho, enormes, cuya infamia pasa desapercibida por toda la
cohorte de vociferantes antifelacionistas. Este exquisito mal gusto, este
ataque al mismísimo corazón de la sensibilidad estética, pasa inadvertido por
los políticos y responsables del turismo; cuando jamás deberían haberlos dejado
bajar del avión de esa guisa. Y los policías, ¡no multan a nadie por esta
pornográfica exhibición de huesos, cerdas, bulbos sebáceos, y manchas seniles
cargadas de toda indecencia!
Desgraciadamente,
la sociedad del rendimiento nos ha anestesiado los sentidos, mientras que la de
la transparencia nos ha dado vía libre para mostrarnos tal como somos: unos
abyectos ignominiosos embotados en unos “pesqueros” y con un “velomar” en cada
pie. Quien acepta esta imagen plantígrada, ya no en la playa, lo cual sería
comprensible, sino en pleno centro, ¿cómo puede escandalizarse por unas
felaciones a puerta cerrada? La ordinariez y la pornografía no son sólo una
cuestión sexual, hay muchas otras formas que pasan desapercibidas, por el
simple hecho de que forman parte de la procaz naturalidad de la época, y que la
venda de nuestra ínfima educación ciega nuestros ojos y nos impide ver
cualesquiera otros ataques a la estética, a excepción de los que tienen
connotaciones religiosas. ¡Claro, estos últimos se ven hasta con los ojos
tapados, puesto que no se puede vendar el alma! —¡La creencia divina tiene esas
posibilidades poéticas…!—
Pero,
señores del sector turístico de Calvià y de Mallorca entera, ustedes no viven
del maná de Yahveh, sino de los ingresos turísticos. Y no me vengan con
remilgos de turismos de calidad. ¿Qué calidad, qué clase —léase elegancia y
distinción— puede ofrecer una sociedad incapaz de ver, sin avergonzarse,
millares de pornográficas pantorrillas víctimas de la degeneración de unos
empresarios del sector que, en busca de rendimiento, vende bermudas como
sinónimo de libertad y comodidad varonil? Al turista de calidad que deseamos,
no podemos ofrecerle en nuestras boutiques pantalones pesqueros, y pares de
“velomares” en las zapaterías. Huirían sobre sus pasos escandalizados.
El turista
de calidad, no solamente espera campos de golf superverdes, superspás de la
muerte, establecimientos turísticos donde le hagan mucho la pelota —que
también—, sino que esperan encontrar una sociedad humanamente elegante
—humanitariamente elegante, diría yo— más generosa que solidaria y más considerada
que igualitaria. Una sociedad con valores morales sólidos, con sentido estético
universal, con la justicia como primer sucedáneo del amor al prójimo, y la
educación y la urbanidad como garante del respeto y la hospitalidad que puede
ofrecer un buen anfitrión.
¡Yo
empezaría por prohibir los pesqueros o cualquier prenda que no esconda los
tobillos del hombre! De las mujeres hablaré otro día.
Colau
Je, je, je! los des pesqueros me sona, ja sé per qui van es tirs.
ResponderEliminarPer la resta, completament d'acord.
Quanta falta d'educació hi ha pel món! I ben aprop nostro.
BdC
Colau, hi estic d'acord en tot. S'escandalitzen per aquestes coses "políticament incorrectes" però no els tremola gens ni mica la mà per destruir natura i moltíssimes coses més. Quanta hipocresia!!!
ResponderEliminarAltres coses rls haurien d'avergonyir, no un cos nuu el que escandalitza, es la perversio del voyeur el que ens ha s'escansalitzar.
ResponderEliminarDestruir la nostra natura, la nostra llengua, robar el patrimoni de tots.
Aixo es el que no te pardo.