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domingo, 13 de julio de 2014

Una de felaciones



Una de felaciones

Hace unos días, cuando se descorchó el “escándalo” de las felaciones en Magaluf, me di cuenta, por si todavía no lo sabía, de la cantidad de fariseos, hipócritas, bocazas compulsivos y demás políticos y exponentes de los agentes sociales y socializadores, medios de comunicación incluidos, que existe en esta isla encerrada en el mar —como no podía ser de otra manera—.
Lo primero que me llamó la atención fue la confusión y síntomas de inseguridad que supuso la noticia. Todos los opinadores profesionales hablaban con la boca pequeña, y el que no lo hacía se le empequeñecía con sus palabras. Nadie acababa de atreverse a dar claramente su opinión, por el qué dirán si no opino como el rebaño. Hasta que la oficialidad habló, y por fin mostraron el camino a lo que se podía decir y escribir con la corrección política adecuada. A partir de ahí, usaron y abusaron de todos los adjetivos imaginables e inimaginables. Porque los que se hicieron oír, tienen estudios suficientes para formar frases con muchos calificativos, eufemismos e hipérboles, aunque algunos carezcan de soltura para las subordinadas.
En primer lugar, los responsables políticos y los turísticos tuvieron un ataque similar al que les solía dar a las beatas, cuando yo era pequeño, al enseñarles el trasero a la salida de misa —la ordinariez ha existido siempre—. Cuando los representantes del pueblo y los empresarios turísticos se hubieron santiguado mirando al cielo un número suficiente de veces, empezaron a darse cuenta de que la posibilidad de perder a tan divertido turista no aconsejaba imponerles demasiada penitencia, sino más bien otorgarles el misericordioso y cristiano perdón por haber permitido que el exceso de néctar y ambrosía, alimento habitual de los dioses, les enajenara los instintos más primarios.
Como os podéis imaginar, el asunto terminará, si no ha terminado ya, como “sa processó de sa moixeta”: unas frases, algunos consejos desde el púlpito, ciertos propósitos de enmienda, algunos policías de visita, juramento al imperio británico que esto fue una excepción —como si a ellos les importara, más allá de las apariencias—, y seguir viviendo de este turismo etiquetado como "de baja calidad". Al final, no sé si por acuerdo tácito u orden de partido, han acabado calificándolo de “comportamiento incívico”, o sea, el mismo calificativo que recibe el acto del beodo cuando se desahoga entre dos coches.
            Quizás no se hayan enterado de que hay dos tipos de jóvenes, los que acuden con banderitas a recibir al Papa cuando aparece por la Villa y Corte o se reúnen en una Mariápolis, toman una agua sin gas o un poleo menta en una cafetería de campaña, y colocan la estampa del Papa sobre la mesita de noche de la residencia antes de proferir sus jaculatorias y pedir parabienes para todos los suyos y la humanidad entera —contra el vicio de pedir, la virtud de no dar. Dios es sobre todo virtuoso—. Y los que se despendolan, en todos los sentidos, desinhibidos por el alcohol y las drogas, y que pretenden resarcirse de un curso universitario durísimo o de un año de andamios a temperaturas bajo cero. Bien, los primeros prefieren viajar a Roma, o a Ciudad Santa y comprar un rosario para mamá; los otros parece que prefieren una felación o un cunnilingus —que para todos y todas tiene que haber— en Mallorca, y consumir la vida eterna en un bar pasados de rosca en lugar de en un templo fotografiando imágenes del Santo Cristo de la Sangre. Que hay gente para todos los gustos, y gustos para todo tipo de gente. Resulta difícil hacerles rellenar un cuestionario de conducta o un compromiso de buenas costumbres antes de expenderle el billete de un avión con cuyo intrépido y temerario uso  ya se habrán ganado el Cielo al llegar a Palma, con creces.
De lo anterior quizás se desprenda que yo defiendo estos comportamientos: me dan completamente igual, y os voy a decir porqué. En primer lugar me parece que estas prácticas tienen de erótico lo mismo que pueda tener el momento de dar de comer a los cerdos o leerse las Saturnales de Macrobio —excelentes por cierto, pero de nula salacidad—. Por lo tanto, no es por este lado por donde se pierde el alma de los concupiscentes. Al enterarme de la existencia del “video de las felaciones”, me vinieron a la memoria las masturbaciones del cínico Diógenes de Sinope en la plaza pública, el Ágora de Atenas, alrededor del año 400 a C., como una necesidad más del cuerpo y sin esconderse de una sociedad hipócrita pero muy creyente, tanto que la oferta divina —doce, y algunos apuntan hasta trece dioses— y su devoción teológica, los convertía en ciudadanos aparentemente muy respetuosos. También recordé el hábito de los franceses de defecar y orinar en la base de las columnas del peristilo de Versalles —o en cualquier lugar de Versalles, pero lo del peristilo me gusta—, sin velar lo más mínimo su fisiológico acto. Con esto solo quiero decir que las conductas humanas han ido cambiando con cada época, y quizás ahora nos toque vivir la época de las felaciones en público.  Si al hecho le quitamos cualquier connotación religiosa, es decir impúdica, nos queda, según mi opinión, solo un acto de gusto dudoso —entiéndaseme sin ironía—. Pero no de peor gusto que pasear por Palma enseñando las pantorrillas, como miles de hombres, turistas —y muchos nativos—,  hacen. Con unos pantalones inauditos a juego con una especie de sandalias de caucho, enormes, cuya infamia pasa desapercibida por toda la cohorte de vociferantes antifelacionistas. Este exquisito mal gusto, este ataque al mismísimo corazón de la sensibilidad estética, pasa inadvertido por los políticos y responsables del turismo; cuando jamás deberían haberlos dejado bajar del avión de esa guisa. Y los policías, ¡no multan a nadie por esta pornográfica exhibición de huesos, cerdas, bulbos sebáceos, y manchas seniles cargadas de toda indecencia!
Desgraciadamente, la sociedad del rendimiento nos ha anestesiado los sentidos, mientras que la de la transparencia nos ha dado vía libre para mostrarnos tal como somos: unos abyectos ignominiosos embotados en unos “pesqueros” y con un “velomar” en cada pie. Quien acepta esta imagen plantígrada, ya no en la playa, lo cual sería comprensible, sino en pleno centro, ¿cómo puede escandalizarse por unas felaciones a puerta cerrada? La ordinariez y la pornografía no son sólo una cuestión sexual, hay muchas otras formas que pasan desapercibidas, por el simple hecho de que forman parte de la procaz naturalidad de la época, y que la venda de nuestra ínfima educación ciega nuestros ojos y nos impide ver cualesquiera otros ataques a la estética, a excepción de los que tienen connotaciones religiosas. ¡Claro, estos últimos se ven hasta con los ojos tapados, puesto que no se puede vendar el alma! —¡La creencia divina tiene esas posibilidades poéticas…!—
Pero, señores del sector turístico de Calvià y de Mallorca entera, ustedes no viven del maná de Yahveh, sino de los ingresos turísticos. Y no me vengan con remilgos de turismos de calidad. ¿Qué calidad, qué clase —léase elegancia y distinción— puede ofrecer una sociedad incapaz de ver, sin avergonzarse, millares de pornográficas pantorrillas víctimas de la degeneración de unos empresarios del sector que, en busca de rendimiento, vende bermudas como sinónimo de libertad y comodidad varonil? Al turista de calidad que deseamos, no podemos ofrecerle en nuestras boutiques pantalones pesqueros, y pares de “velomares” en las zapaterías. Huirían sobre sus pasos escandalizados.
El turista de calidad, no solamente espera campos de golf superverdes, superspás de la muerte, establecimientos turísticos donde le hagan mucho la pelota —que también—, sino que esperan encontrar una sociedad humanamente elegante —humanitariamente elegante, diría yo— más generosa que solidaria y más considerada que igualitaria. Una sociedad con valores morales sólidos, con sentido estético universal, con la justicia como primer sucedáneo del amor al prójimo, y la educación y la urbanidad como garante del respeto y la hospitalidad que puede ofrecer un buen anfitrión.
¡Yo empezaría por prohibir los pesqueros o cualquier prenda que no esconda los tobillos del hombre! De las mujeres hablaré otro día.

Colau

3 comentarios:

  1. Je, je, je! los des pesqueros me sona, ja sé per qui van es tirs.
    Per la resta, completament d'acord.
    Quanta falta d'educació hi ha pel món! I ben aprop nostro.
    BdC

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  2. Colau, hi estic d'acord en tot. S'escandalitzen per aquestes coses "políticament incorrectes" però no els tremola gens ni mica la mà per destruir natura i moltíssimes coses més. Quanta hipocresia!!!

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  3. Altres coses rls haurien d'avergonyir, no un cos nuu el que escandalitza, es la perversio del voyeur el que ens ha s'escansalitzar.
    Destruir la nostra natura, la nostra llengua, robar el patrimoni de tots.
    Aixo es el que no te pardo.

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