Preadolescentes y adolescentes:
un nuevo ser humano.
Estamos en
época de vacaciones escolares. Eso significa que después de los
correspondientes campamentos, campus, cursillos, etc., nuestros hijos e hijas preadolescentes
y adolescentes —para abreviar, simplemente adolescentes—, vuelven a casa y aquí
“no hay quien los aguante”. Suele echarse la culpa a los abuelos que los
“malcrían”; a ellos que no saben divertirse solos y cuando están en casa “se
aburren”; o porque se convierten en “unos ojos a un ordenador pegados”[1], ya sea
un PC, un MAC,
una Tablet, una Play o un Smartphone. Se ensimisman profundamente con estos
artefactos, juguetes, maquinitas, gadgets: no sé muy bien como calificarlos. Lo
que provoca que la mayoría de adolescentes se tomen con cierta dosis de laxitud
cualquier requerimiento personal o social que para los padres fue, ha sido, y
es de extrema importancia. Me refiero al orden, al aseo, al repaso de ciertas
asignaturas, a la colaboración doméstica, a la distribución racional del tiempo,
a la interacción con los padres, familiares, amigos o amigas, etc. Las
deficiencias que se producen en cualquiera de estos temas, o cualquier otra
acción del menor que no se corresponda con la que consideramos óptima, son
motivo de discusión y desavenencia. Las consecuencias que se suelen sacar,
durante y después del verano, es que nos estamos equivocando en la educación; que
debemos ser más exigentes; que no tenemos que complacer sus peticiones de
manera que les resulte tan fácil colmar sus deseos; que debemos exigir
contraprestaciones, y un largo etcétera de equivocaciones, de interpretaciones
erróneas. Hacemos gala de un evidente desconocimiento de que el ser humano, en
estas últimas generaciones, está sufriendo unos cambios tan grandes que sería
más ajustado llamarles mutaciones: es el nacimiento del nuevo sujeto, el que
escribe más rápido con dos pulgares sin ir a una academia de aprendizaje que
nosotros con diez dedos después de meses de asdf
jklñ.
El objetivo
e ilusión de cualquier progenitor es que sus hijos sean como ellos, pero
mejorados. Más inteligentes, más listos, más estudiosos, más responsables, más
educados…, más felices. Es decir, nosotros pero sin nuestros defectos. Pensando
en su bien, para que afronten con garantías de éxito la terrible competencia
laboral que se encontrarán. Si eres mejor que otros tendrás más facilidad de
entrar en el mercado laboral y disponer de unos ingresos que se irán tontamente
con unos deseos inoculados por los que manejan los requerimientos sociales. En
consecuencia, criamos a adolescentes para que conviertan en mierda celestial lo
que nosotros hemos convertido en simple mierda. Y no echéis a correr que me
explico.
Echad un
vistazo a vuestro alrededor. Nosotros, con nuestra magnífica educación, de la cual
discrepábamos con nuestros padres, como siempre ha sucedido, hemos llegado a
crear una sociedad de unos pocos multimillonarios y muchos miles de millones de
pobres. Hemos creado una pirámide cuya base, nosotros, se ve aplastada por
nuestros representantes —el Ayuntamiento, la Comunidad autónoma, el Gobierno
Central, el Gobierno Europeo, la ONU— que, además de llenar las cuentas de
Suiza a su nombre, están cogidos por los menudillos por los grandes bancos, sicavs
y fondos de inversión, todos por encima de los primeros. Y unos y otros están bajo
el yugo de las agencias de calificación que mueven los hilos a su antojo. Somos
capaces de arruinar países por inducción externa y codicia interna. Somos
capaces de mantener una Constitución que defiende el derecho a la vivienda
mientras no derogamos otras leyes que permiten desahuciar a los deudores de la
base piramidal: a los grandes empresarios se les han cancelado sus deudas
comprándoles, los propios bancos, a precios siderales, los inmuebles que
esperaban recalificar y que ahora no valen lo que el metro cuadrado de
sumidero.
Nuestras
generaciones del pasado reciente, vivieron una revolución industrial que cambiaron
por completo la vida y a los ciudadanos. La tecnología desarrollada en el siglo
XIX, simbolizada por Prometeo, Titán de
la mitología griega, que robó el fuego a Zeus para dárselo a los humanos, es el
símbolo de este crecimiento y del nacimiento de un nuevo ser humano, que no
dudó en luchar para conseguir las mejoras laborales y sociales que creía que en
justicia le correspondían, y que nosotros nos hemos encargado de dilapidar.
Nuestros antepasados directos, no se quedaron con las ganas y nos abocaron a
dos guerras mundiales —y a una civil, en el ámbito doméstico—. Temas de poder, económicos,
raciales y religiosos siempre suelen estar de por medio. La liquidación sistemática de seres humanos
durante el tiempo que nos ha tocado vivir, no ha de ser un acontecimiento ajeno
a nosotros, como no debería haberlo sido para nuestros padres y abuelos. Ahora
nos llenamos la boca diciendo que llevamos casi setenta años de paz, algo
impensable en la historia de occidente. Mentira. Primero se olvidan, no sé si
con premeditación, de las guerras de la antigua Yugoslavia entre 1991 y 2001
—ayer—. Ahora, como si fuera un partido de futbol, unos nos hemos apuntado al
carro de los israelís y otros al de los
palestinos, en una guerra que interesa a la opinión pública porque a alguien,
de nuestra generación, le interesa que interese, pero a nosotros, tan asépticos
que para orinar nos ponemos guantes de látex, nos olvidamos de hablar de BIRMANIA (en guerra desde 1948), de COLOMBIA (en guerra desde 1964), de la INDIA (en guerra desde 1967), de las Islas FILIPINAS (en guerra desde 1969), de SRI LANKA (en guerra desde 1983), de TURQUÍA (en guerra desde 1984), de UGANDA (en guerra desde 1986), de SOMALIA (en guerra desde 1988), de ARGELIA (en guerra desde 1992), de REPÚBLICA DEL CONGO (en guerra desde 1998), de RUSIA (en guerra desde 1999), de AFGANISTÁN (en guerra desde 2001), de NIGERIA (en guerra desde 2001), de PAKISTÁN (en guerra desde 2001), de IRAK (en guerra desde 2003), de SUDÁN (en guerra desde 2003), de TAILANDIA (en guerra desde 2004), de YEMEN (en guerra desde 2004), del CHAD (en guerra desde 2006) de la REPÚB. CENTROAFRICANA (en guerra desde 2006) o
de ETIOPÍA (en guerra desde 2007). Claro
que todos estos países son la alfombra de la base de la pirámide donde estamos cómodamente
asfixiados por encima de ellos.
Nuestra
generación, queramos o no, está educada bajo costumbres de postguerra. El
profesor era un dios, pues lo sabía todo. Tenía el poder supremo en la clase,
poder que le otorgaba saberlo todo y la disciplina que se le permitía aplicar
con la aquiescencia de nuestros padres. Era el reino del silencio: solo se nos
permitía hablar cuando se nos preguntaba. Era el reino del alineamiento total:
pupitres colocados cual escuadrón militar en pleno desfile. El profesor en una
tarima, púlpito de quien debía aleccionarnos. Se permitía el castigo, incluso
el azote, muy aplaudido en su momento por nuestros abuelos o nuestros padres
(los que ya tenemos una edad). Pues toda esa disciplina nos ha llevado al mundo
maravilloso de hoy. Tú, que tienes un trabajo que te gusta, aunque en toda tu
adolescencia soñases que narices querías ser de mayor —algunos sí, por
supuesto—, pero la vida vino así, y tú la aprovechaste. Y te endeudaste hasta
las cejas para comprarte una vivienda que has terminado de pagar hace poco, al
inicio de tu vejez, o que todavía pagas. Has amortizado una tropelía de
préstamos para coches, motos, neveras, viajes, barquitas, mejoras en la casa,
en los coches y en las barquitas, muebles para la casa, estudios de los hijos…
Y esto te ha llevado a la necesidad de mejorar tu estatus, es decir, entrar en
la dinámica que interesa al capitalismo. Al verte ahogado, tu salida ha sido
mejorar en el trabajo. Has luchado, estudiado, traicionado o no, y te has
situado donde te crees que querías. Has pensado que eras una persona libre
durante toda tu vida, pero no estabas haciendo más que lo que no te quedaba
otro remedio que hacer: lo que el sistema tenía establecido para ti. Porque,
satisfacer los deseos subrepticiamente inoculados, no ha sido un acto de
libertad, sino un acto de vasallaje.
En nuestro
mundo, matamos a las mujeres por celos, robamos por codicia a todos los
contribuyentes y nos endeudamos de por vida por placer. ¿Con qué fuerza moral
podemos educar a nuestros hijos e hijas?
Hemos
destrozado paisajes, hemos eliminado millones de hectáreas de vida vegetal,
hemos contaminado la tierra hasta el punto de romper su equilibrio. Hemos
convertido a los animales en mercancía o en objetos de exposición. Las
carnicerías y pescaderías no significan más que un puesto de mercado para
nosotros, cuando en realidad es la más absoluta exposición pornográfica de
carne proveniente de la tortura y del especismo. Se han acabado las granjas con
gallinas que alternan el picoteo de piedrecillas y gusanos con la puesta de
huevos; los cerdos guarreando en las zonas húmedas de la granja; el gallo
despertando al vecindario y este agradecido de que lo haga. Disfrutamos de ver
unas veinte mil muertes al año en películas a las que ya hemos quitado los
rombos de antaño. Convivimos con chorizos de traje y corbata a los que hemos
votado y aun así seguimos sonriendo por si nos hacen partícipes. Vendemos una
gran educación a nuestros vástagos, pero esta no nos permite saludar al
ciudadano que nos encontramos en el ascensor. No podemos excedernos al practicar el código
de conducta con una persona del sexo opuesto bajo peligro de ser acusados de
acoso. No permite levantarnos del asiento de un autobús para que se siente una
persona con más necesidad de acomodo. Esta misma educación que intentamos
inculcar a nuestra descendencia no nos permite circular con el coche sin
insultar, procurar que no nos adelanten, acribillar a bocinazos porque nos
repatea que accedan a la rotonda cuando yo entraba en ella a sesenta km/h. Si
nuestros hijos suspenden, los profesores tienen mucho que ver, si aprueban, no
tienen que ver nada en absoluto, etc.
Este mundo
que tenemos y en el cual vivimos, y del que nos quejamos continuamente, lo
hemos creado nosotros con nuestra educación, nuestros conocimientos y nuestra
estructura mental tardomoderna[2]. La
misma con la que intentamos educar, y por eso saltan chispas, a nuestros
adolescentes. Es decir, pretendemos mejorar un rotundo fracaso. Para conseguir
un fracaso perfecto, lo que equivale a una perfecta ruina.
Nuestros
adolescentes han empezado a conformar una nueva especie, un nuevo ser humano.
Fracasaremos en el intento de que sean un nosotros mejorados. Son otros,
diferentes, les queda poco de nuestros valores abstractos: nación, patriotismo,
honor, iglesia, mercado, clase, proletariado, etc. Pero, cuidado, no han
olvidado ni los principios, ni los valores, ni la diferencia entre el bien y el
mal. Son otros seres humanos que han empezado a caminar paralelos a nosotros y
no como una continuación de nuestros pasos.
Para
empezar, se han dado cuenta que cuanto más crecemos —principio básico de la
economía— más cerca están sus dinosaurios progenitores y la tierra que debe ser
su herencia de autoextinguirse. El peso de las alforjas neoliberales está a
punto de doblar las patas de los burros que las sostenemos, y ellos no quieren
llevar esa carga, su paso se caracteriza por la liviandad, fluidez y agilidad.
El profesor
—que por lo general ya pertenece a esta nueva generación —, exponente de la
sapiencia en otro tiempo, es ahora uno más de la clase donde es incapaz, porque
no es el representante del poder, de explicar un tema con el silencio y
atención de todos los alumnos. Ahora, el profesor tiene muchos menos
conocimientos de los que cualquier alumno puede descargar de la red en unos
segundos, lo que le quita poder. Los libros de texto son tan excelentes que
llevan remarcados en colores o cuadros especiales lo que debe aprender el
alumno para aprobar, lo que evita tener que leer, subrayar, esquematizar,
sintetizar y estudiar. Basta escuchar, o no, y leer las síntesis de los libros.
Cualquier aclaración o ampliación es solo cuestión de un motor de búsqueda.
Esto da a los alumnos y a los profesores una sensación de tratar entre iguales,
unos intentando aprender y otros intentando enseñar, cada uno con su rol, ni
más ni menos elevado uno que otro, por eso la relación profesor-alumno es
cercana, amistosa, con el tuteo como norma.
Los
pupitres no están alineados con tiralíneas, a veces en grupos, a veces por
pares, a veces en círculo, a veces en cuadrilátero… Cualquier disposición es
buena: no hay que tener los brazos cruzados ni levantarse cuando entra el
profesor —bueno eso no es necesario porque suelen estar todos de pie y
alborozados—.
Las
relaciones con sus amigos no tienen nada que ver con las que tenemos nosotros.
Como he dicho al principio, escriben mejor con dos pulgares que nosotros con
diez dedos. Su interacción no se limita a la clase o al recreo, sino que
continúa durante el resto de la jornada a través de las redes sociales o el
WhatsApp. Por otra parte, no sabemos si resulta más prudente acercarse a
alguien que no conocemos de forma virtual pues puede resultar menos peligroso.
Los antediluvianos
progenitores, pensamos que esta forma de comunicación impersonal y solitaria,
lleva al adolescente a la frustración más absoluta y a las psicopatías más
peligrosas, pero no es cierto. No es nuestro cerebro el que interactúa con
estos métodos, es el suyo. Cuando los mayores se entrometen nada bueno sale de
ello: falsos alias para engatusar a adolescentes, engaños para estafar,
acaparamiento de fotos lascivas, solo para una mente tardomoderna enferma… Pero
los adolescentes no tienen nuestros esquemas. Les gusta mostrarse en sus fotos
y no ven ningún mal en ello, simplemente porque no lo hay. Solo lo hay si se
entromete un ser en vías de extinción.
Con este
sistema de comunicación también está naciendo un nuevo idioma, que quizás
llegue a ser más universal que cualquier otro. El vocabulario media, unido a los anglicismos llovidos
de la informática, de los asesores americanos del buen rollito, y de los
anuncios televisivos —hay pocos anuncios cuyos productos publicitados no sean superpower & pure, megapplefresh, plussensation o un body mik para un new look maternity—, junto con las abreviaturas onomatopéyicas y
su tendencia a economizar esfuerzos en los chats, crearán un nuevo idioma
único. Y no se escandalicen los puristas. Los idiomas han ido evolucionando con
los siglos hasta diferenciarse claramente unos de otros, incluso manteniendo la
misma raíz, y siguen evolucionando y cambiando día a día. Los libros no se
introdujeron hasta la invención de la imprenta en 1440, a principios del Renacimiento;
hasta entonces todo se había copiado manualmente o aprendido de memoria. Ahora
las páginas son electrónicas y el conocimiento está al alcance de un botón. Muy
pronto las traducciones automáticas estarán tan perfeccionadas que el idioma no
será un problema y se traducirá lo escrito en tiempo real. El problema
idiomático que ocasiona el trato directo, en persona, se dará de cada vez menos.
En la relación a través de las redes sociales y los chats, no se dará en
absoluto. Esto que estoy argumentando es tan bueno o malo como lo fue la revolución
industrial, el impresionismo, el modernismo o el postmodernismo, es decir unas
filosofías, técnicas y procedimientos cuestionados o denostados en su momento,
con todo tipo de arcaicos argumentos, y que en la actualidad están plenamente
aceptados, incluso se mal mira al que no participa de esta opinión. Por eso, en
un futuro no muy lejano, Internet, WhatsApp, las redes sociales: Facebook,
Twitter, Instagram, Pinterest, Linkedin, etc., serán aplaudidos por una
sociedad nacida para su uso. Incluso serán vistos como raros los que opongan
algún “pero”.
Los
adolescentes razonan, y mucho. No se les puede dar órdenes sin su debida
reflexión. Aunque un niño saque malos resultados escolares, puede que por vago,
mal encauzado o por padecer algún problema pedagógico, es capaz de razonar
incluso más que cualquier eminencia de nuestra época. Su cerebro está
estructurado de otra forma, aunque los neurólogos todavía no hayan publicado su
nuevo mapa cerebral. Pronto, este cambio caracterológico se irá convirtiendo en
un cambio genético, temperamental, ofreciéndonos un nuevo ser humano.
Un nuevo
ser humano preocupado por el ecosistema, por “su” ecosistema y de “su” sociedad
dentro de este. Recuperará la fabricación artesanal de herramientas, juguetes y
utensilios domésticos. Se ocupará de su reparación y no de sustituir el objeto
por uno nuevo como mandan los cánones actuales. Tendrán sus pequeñas granjas
donde las gallinas picotearán entre huevo y huevo y las ovejas pacerán
ociosamente hasta que nos den su lana. Pero habrá una pequeña-gran diferencia
con este idílico mundo del parecido pasado, y es que estarán interconectados.
Su mundo virtual será más real que nunca. Los productos se ofrecerán en la red
y serán vendidos o cambiados por otros ofertados de la misma manera. Dejarán de
comer hamburguesas y salchichas para lo cual se crían y torturan en cautividad
miles de millones de cerdos, terneras, corderos, etc., para comer lo criado o
cultivado ecológicamente. Dejarán de consumir productos cuya fabricación o uso
destruya la capa de ozono. Se plantarán ante el acoso a animales en peligro de
extinción. Las adolescentes, que un día serán mujeres, estarán en idéntico
nivel al género masculino, si no más arriba en algunos campos y, sobre todo,
más seguras.
El nuevo
ser humano estará más ocioso. Para la inmensa mayoría su trabajo consistirá en
teclear y observar un PC o un MAC. Otras computadoras fabricarán los productos
de consumo. Este ocio lo dedicaran a autoabastecerse en la medida de lo
posible, a reencontrarse con la naturaleza, a observar nuevamente las estrellas
al permitir que la intoxicación lumínica de las ciudades se reduzca a lo
estrictamente necesario. Utilizarán energías alternativas a la vez que irán desapareciendo las convencionales
e insostenibles. Serán capaces de amar lo que produzcan, lo que posean, y ser
felices con ello. No necesitarán todo lo que nos ofrecen los siniestros y
falaces publicistas a cambio de nuestras almas, para colmar todos nuestros
deseos cuyos señuelos hemos mordido, creyendo con ello alcanzar la felicidad.
El nuevo
ser humano es peligrosísimo para la sociedad tardomoderna. El dominio, por
acercamiento y complicidad, de los sitemas de comunicación social a través de
red han puesto al borde del aneurisma a la clase política, cuando de repente,
nacido de esta técnica les ha aparecido un grupo que amenaza, con un arma que
les es completamente desconocida, con arrancar sus bocas de lamprea de todo
aquello que genera dinero en un país. O surjan nuevas políticas que conviertan
a las actuales en obsoletas. De momento, a los políticos les ha entrado la risa
tonta, de superioridad acojonada, y han dado órdenes concretas para que
destruyan a ese ser “virtual”. No saben que de cada día más, este será el
funcionamiento de los jóvenes. Y que no les valdrá de nada mandar al grupo de
especialistas informáticos de la Guardia Civil a interceptar a posibles
usurpadores de sus canonjías. Ni tampoco servirá de nada la connivencia de los
poderes fácticos con los grupos desestabilizadores, los traficantes de droga,
las pandillas violentas, las leyes coercitivas, todos dispuestos para
persuadirnos de que la juventud va mal y hay que corregirla, con mano dura si
es necesario. La falsa estigmatización con acusaciones de drogadicción, de
exceso de consumo de alcohol, de anarquía o nihilismo, no son más que artimañas
para hacerles perder toda credibilidad. Y los padres, nosotros, dispuestos a
echar una mano al susanito de la
cúspide de la pirámide, e imponer nuestras ideas a nuestros hijos, para persuadirles
de que sigan por nuestro camino. No es que
vayan por un camino diferente, son ellos mismos que son siatintos: ¡Son otros!
Nuestros argumentos son los que nos han llevado hasta la situación que hoy padecemos.
¿Son válidos para nuestros hijos? No. Rotundamente, no.
Si un hijo
nuestro, de la edad que sea, nos dice algo parecido a lo anterior, nos quitará
de un plumazo la razón y los débiles argumentos que la sostenían.
Para que no
se me tache de demagógico, retórico y sofista, quiero aportar una posible forma
de actuar. Aceptemos esta nueva especie humana; colaboremos en su crecimiento;
pensemos que es positivo su desarrollo desde ahora mismo, y que no tengan que
pasar cien años para que alguien pueda darse cuenta de su razón. No riñamos a
los niños y niñas porque están “colgados” de las redes sociales —su concepto de
amistad no es el que tenía Montagne con La Boétie, ni siquiera el nuestro—.
Simplemente, hacedles ver que, aún hoy y rodeados de dinosaurios, viven en una
sociedad que ellos están cambiando, pero que los cambios no son abruptos, y
mientras estos se producen tienen que convivir con lo que hay, que somos
nosotros, y que los quehaceres que ocasiona la convivencia deben ser
compartidos, y que deben cumplir con los compromisos adquiridos para con sus
ascendientes y sus coetáneos. Si el más importante ha sido la aprobación del
curso, y lo han conseguido, él o ella ha cumplido, cumplamos también nosotros:
dejémosles en standby por unas
semanas. No discutamos por minucias. Su reino ya no es de nuestro mundo.
Limitémonos a observar y a intervenir cuando sea estrictamente necesario. Y,
sobre todo, aprendamos de ellos.
Colau
P. S.: Este post se publica con casi veinte años de retraso. A algunos tardomodernos nos cuesta entender las cosas.
[1]
Parafraseo del soneto “Érase un hombre a una nariz pegado” de Francisco de Quevedo.
[2]
Adjetivo utilizado por Byung-Chul Han para definir al ser humano de
generaciones anteriores a los años ochenta. La
sociedad del cansancio. Herder, Barcelona, 2012. 1ª edición, 3ª impresión.
Tens raó en sa superfície. Però t'oblides de lo més important: s'educació i es respecte, a tot, a ses persones i a ses coses, a nes animals i a sa natura, ... a tot. Amb això no se neix.
ResponderEliminarPer cert, "... en simple miera" deu voler dir ¿en simple mierda?
I sí, aquí hi ha molta demagògia i certes contradiccions. Ganes de penjar-te una medalla per es dia de "demà", o per es demà mateix.
I evidentment, tard, massa tard.
Gràcies. Ses teves refexions sempre son molt interesants i il.lustratives. Son tema de refexió. Gràcies novament.
ResponderEliminarMés epidèrmiques o més profundes, consider les teves refexions molt interessants i assenyades, i oportunes. Gràcies, Colau.
ResponderEliminarMi hijo de 11 años esta experimentando sensaciones sexuales como puedo hablar ese tema cn el sin avergonzarlo o entenderlo yo no se q hacer ?
ResponderEliminarEl problema mayor que suelen tener los niños y niñas al ser conscientes de su sexualidad es la falta de información. Esta suele ser paliada con la información que se intercambian con sus compañeros y las asociaciones de ideas que establecen con los programas de TV.
EliminarPara evitar ideas erróneas sobre el mundo sexual lo más conveniente es que dispongan de la ayuda de los padres, puesto que solamente ellos pueden ofrecer a sus hijos respuestas adecuadas, tanto de prevención, actuación y normalidad sobre este tema.
¿Cómo hacerlo? Hay que adaptarse al lenguaje de su edad (no podemos hablar de coitos, orgasmos, etc., sin que tengan conocimiento alguno de lo que se trata. Primero hay que darles a conocer algunos conceptos básicos. En segundo lugar, la normalidad es primordial, puesto que los énfasis o eufemismos inadecuados confunden normalmente a los niños. En tercer lugar, No hay que forzar las conversaciones, solamente tratar el tema si el niño o niña demuestra interés, la insistencia puede predisponerle en contra del tema. En cuarto lugar, la forma de entrar en la conversación es preguntándole si tiene conocimiento de los conceptos básicos, por ejemplo vagina, vulva, pene, testículos, penetración, placer, etc., y explicarles la utilidad de cada uno de estos conceptos. En realidad, no se trata de hablar de "sexualidad" como de un ente extraño, se trata simplemente de hablar del cuerpo humano, y esto no debe crear tensión alguna.
Si no fuera posible lo anterior, existen libros, artículos y panfletos que explican el tema de la sexualidad para lectores infantiles (hay que ir con cuidado con el texto que se elige).
Finalmente, si todo lo anterior fracasara, existen especialistas que pueden ser de gran ayuda, aunque entiendo que se trata de una alternativa no muy adecuada por la edad de su hijo. Siempre es mejor tratar estos temas con personas de confianza. Se puede y debe hablar con los amigos de este tema, pero con la base que le han dado sus padres.
Siempre a su disposición para lo que desee consultar.
Saludos.