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sábado, 2 de agosto de 2014

Economía y ecología: un mismo prefijo





Escribir sobre economía y ecología al mismo tiempo supone inocular, mediante post, cierta dosis de dicotomía entre mis millones de lectores y, cuando esto sucede, recibo un número insospechado de peticiones de baja de la lista de correo del blog. No sabéis la cantidad de lectores que se dan de baja cuando publico algo contrario a sus ideas o creencias. Son los gajes de abordar temas tan sensibles y desconocer los vericuetos de la hipocresía. En este caso, esto significaría contentar a ambas corrientes de pensamiento, y no lo voy a hacer, pero hoy me he levantado con cierta tendencia a la inmolación. Es normal, el ser humano tiene la conciencia del “yo” extraordinariamente desarrollada: todos nos sentimos algo absoluto. No nos gusta someternos a límites pues formamos parte de los seres vivos y como tales la expansión es inherente a nuestros organismos, para conseguirlo utilizamos los recursos que nos rodean, los que sean necesarios, aún con el peligro de agotarlos.
Todos, dentro de nuestra modestia innata, nos empequeñecemos ante la inmensidad del espacio y el tiempo. Nos concebimos simplemente como un punto en el universo, tan vulnerables como mortales y, lo peor, uno más entre otros. Pero una vez que tocamos con los pies en el suelo, nos damos cuenta de que estamos rodeados de otros humanos, que pertenecemos a una sociedad y que tenemos una relaciones personales, a veces delicadas, incluso problemáticas y conflictivas, pero las tenemos.
Para aliviar estas desdichas, el hombre siempre ha sentido un deseo de emancipación, de grandeza y de poder. Pero nuestra moral exige justificaciones racionales —o divinas—, deducciones universales que conviertan el deseo en necesidad y esta en realidad cotidiana, todo ello  bajo los conceptos físicos que ha adquirido. Descartes, uno de los personajes más destacados de la revolución científica, otorga “patente de corso” al ser humano al afirmar en la sexta parte de su Discurso del método:

 “[…] Conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros […] los empleemos de igual forma para todos aquellos usos que sean propios, y por este medio nos convertimos en dueños y señores de la naturaleza”. 

            Y para rematar la faena y ponérselo en bandeja a los “emprendedores” del renacimiento, añade lo siguiente:

“El dominio de nuestra voluntad […] nos hace de algún modo semejantes a Dios, porque nos hace dueños de nosotros mismos”.

            La justificación racional que ofrece Descartes, avala el nacimiento de lo que se daría en llamar “el poder industrial”. Como suele suceder con los poderes, han sido adoptados históricamente por una serie de regímenes totalitarios que pretendían crear un hombre nuevo y, como consecuencia de ello, ponerlos al servicio de una guerra total. Los mecanismos que explican el extraordinario dinamismo de la sociedad moderna, y a partir de ahí su insaciable sed de energía, son los mismos que explican su tendencia a la autodestrucción. Puesto que este dinamismo tropieza con los límites del planeta, lo que parece que han olvidado los miles de seres humanos que extraen de él sus recursos y lanzan sus residuos.
            ¿Supondrá, el pensamiento ecológico, el declive de la necesidad de la explotación natural o, independientemente de cualquier reflexión en este sentido, nuestros descendientes se verán abocados a un declive mucho más sombrío? Entremos en materia, que para eso hemos venido.

            Las palabras economía y ecología comparten el mismo prefijo: “ECO”, que procede del griego oikos y significa casa o ámbito. Mientras que al añadirle la raíz griega nomos, que significa ley, creamos un vocablo —economía— que bien podemos definir como el conjunto de leyes, normas, costumbres, etc., mediante las cuales se administran los bienes de la casa, del estado o de cualquier ámbito del devenir humano. Llevo guantes profilácticos al escribir esto. Me los quito.
            En la actualidad ECONOMÍA es igual a CRECIMIENTO. Por lo tanto hemos quitado de un plumazo —delte, clear, remove— la entrañable palabra PROGRESO, pues tenía el inconveniente de evocar un futuro orientado al BIENESTAR SOCIAL. Para alcanzar este crecimiento la economía ha puesto a su servicio a todas las ciencias naturales y a todas las técnicas científicas. Si bien —no todo es vicio y perversión en Sodoma— la investigación científica no se ha rendido a poner el desarrollo al servicio incondicional de la economía. El discurso económico moderno se ve rebatido por un discurso científico rival constituido por las disciplinas relacionadas con la ECOLOGÍA.
            Si al prefijo oikos le añadimos la raíz logia, que significa “estudio de”, y lo juntamos todo, nos queda la palabra acuñada por el alemán Erns Haeckel[1] en 1866, y que significa el estudio de la casa o del hábitat de los seres vivos. Hemos de dejar claro que esta definición en la práctica no se reduce a un movimiento militante. Va mucho más allá, es un enfoque eminentemente científico. Cambia la idea de cada organismo considerado como un todo, por una visión relacional en la que todo está constituido por cierta cantidad de seres vivos y su medio. Para ello, ya en 1935, Arthur Tansley[2] creó el neologismo ECOSISTEMA, como la asociación de un conjunto de especies vivas y un biotipo (lugar de vida) conjunto de factores no vivos.
           
            Pero hablemos un poco más de economía, que se lo merece. La economía abarca todo lo que tiene un precio y reconoce que su límite no va más allá del punto en que no tiene nada que contar —€—. Los efectos externos quedan fuera de su ámbito, son considerados daños colaterales, o ni siquiera son considerados, me refiero a los recursos que explota del planeta, a los residuos que vierte, e incluso a la disminución de la calidad de vida humana sin que la economía la contabilice. La economía no tiene en cuenta las consecuencias de lo que hace, tanto si se sitúan en la naturaleza como en la sociedad. Se toma la libertad de aumentar ilimitadamente la producción material y la explotación del medio ambiente. Mientras tanto, para la ecología, su oikos es todo el planeta: los rayos del sol, las capas de la atmósfera, las profundidades del océano…, y tiene efectos para el individuo al introducirse este en ecosistemas relacionales de los que forma parte. El ámbito de la ecología va mucho más allá de los límites del rendimiento. Es un conjunto de sistemas y corrientes que desbordan con mucho los de la economía de mercado. Como ejemplo clásico atendamos a la cobertura forestal del planeta, y sus relaciones con el ciclo del carbono y del agua, con el estado del suelo y la biodiversidad, etc., que es muy valiosa, pero no tiene precio de mercado, a diferencia de la madera que se extrae de ella.
            El pensamiento económico intenta mantenerse como definición legítima de la realidad. La sociedad del rendimiento a la que nos integramos, divertidos y realizados, creyéndonos libres de haber elegido lo que hacemos y lo que pensamos, y con el objetivo claro de satisfacer unos deseos que también creemos tener por iniciativa propia cuando, en realidad, toda la maquinaria económica depende de este estado desiderativo despendolado que vivimos, convirtiendo en deseo irrefrenable cualquier idiotez publicitada, hipotecando el sueldo y el alma —si acaso existe— por viviendas, coches, vestidos, gadgets imprescindibles, diversión mediática, etc., que creemos querer por gusto y no por inducción. El arma secreta de la economía es que a la inmensa mayoría de representantes públicos —los que nosotros hemos querido— les importa un rábano la ecología, por mucho que se les llene la boca de hierba al hablar. Lo único verde que reconocen está en los billetes de cien euros. Quizás estoy exagerando,  disculpad los muchos, muchísimos de vosotros que estáis sensibilizados con el medio ambiente y la ecología, y ponéis vuestro granito de arena en el reciclaje, la reforestación y en la conservación de lo poco que va quedando indemne, pero, desgraciadamente, susceptible de convertirse en combustible para atizar el crecimiento.
            Vamos a jugar a pitia de Delfos. Puede suceder que en el futuro el pensamiento económico se mantenga, simplemente como definición legítima de la realidad, pero puede suceder, y esto está en manos de muchos, porque pocos son los ricos, de que el pensamiento de la ecología globalizadora predominará sobre el pensamiento económico. Debemos tener muchísimo cuidado en este aspecto, ya que la economía, en un intento de mantener su ser, ha llegado a ciertos compromisos con la ecología asumiendo la piadosa y perversa expresión de “DESARROLLO SOSTENIBLE”. Y esto, conociendo su carácter —recordemos la rana y el escorpión—,[3] puede suponer que la economía tenga en cuenta los efectos externos para darles un valor de mercado, es decir, de aprovechar la ecología en beneficio propio. Lo que nos abocaría irremediablemente a la autoinmolación, a excepción de unos pocos profetas del crecimiento que quizás se hayan creado su propia burbuja más allá de donde Ícaro voló. Donde la soledad será el único bien que les quedará por explotar.
            Si ahora apareciera el The End la película acabaría muy mal. Pensemos en otro final. Es posible que en el futuro se desarrollen ciencias y técnicas pensando en la ecología. Aceptemos que los conocimientos ecológicos actuales se deben a avances científicos que se apoyan en instrumentos y técnicas y, por si fuera poco, las disciplinas científicas derivadas de la ecología ponen de manifiesto formas complejas de interdependencia. Tengamos en cuenta, como apuntaba Cornelius Castoriadis,[4] que la ecología es subversiva, dado que pone en cuestión el imaginario capitalista que impera en el mundo. La ecología, además, rechaza el lema principal de la economía, que afirma que nuestro destino consiste en aumentar sin cesar la producción y el consumo. A la vez que muestra el impacto catastrófico de la lógica capitalista sobre el medio ambiente natural y sobre la vida de los seres humanos. Lo que nos lleva a pensar, no sé si racional o utópicamente, que el capitalismo no es inmutable, no existe al margen de las sociedades en las que se desarrolla, por lo que ha sufrido y seguirá sufriendo cambios —afortunadamente—. Sobre todo, si es capaz de corregir sus cuatro grandes errores, a saber: creer que el hombre no forma parte de la naturaleza; creer que donde hay racionalidad no hay desmesura; ignorar que la vida social es también el hábitat del ser humano y, finalmente, creer que el deseo de existir de manera incondicional y absoluta puede, incluso debe, cumplirse realmente. Esta convicción solo puede provocar la destrucción de formas de existencia pacíficas.
Quiera el sentido común que hagamos algo, que nos impliquemos, y cambiemos el rendimiento y el cansancio de una vida dedicada a financiar deseos francamente baladís, por la cultura del goce de los bienes acumulados en nuestro hatillo vital. No existe felicidad mientras deseamos lo que no tenemos: no le hagamos el juego al vendedor de quimeras.

Colau




[1] Ernst Heinrich Philip August Haeckel (Potsdam, 16 de febrero de 1834 - Jena, 9 de agosto de 1919) fue un naturalista y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania, creando nuevos términos como "phylum" y "ecología."
 
[2] Sir Arthur George Tansley ( 15 de agosto de 1871 - 25 de noviembre de 1955) fue un botánico inglés, que fue pionero en la ciencia de la ecología. Impuso y defendió el término ecosistema en 1935, y ecotopo en 1939. Fue uno de los fundadores de la "British Ecological Society", y editor del Journal of Ecology, por veinte años.

[3] El escorpión y la rana es una fábula de origen desconocido, aunque atribuida a Esopo. En ella un escorpión le pide a una rana que le ayude a cruzar el río prometiéndole no hacerle ningún daño. La rana accede subiéndole a sus espaldas pero cuando están a mitad del trayecto el escorpión pica a la rana. Ésta le pregunta incrédula "¿cómo has podido hacer algo así?, ahora moriremos los dos" ante lo que el escorpión se disculpa "no he tenido elección, es mi naturaleza".

[4] Cornelius Castoriadis (Estambul, 11 de marzo de 1922 - París, 26 de diciembre de 1997) fue un filósofo y psicoanalista, defensor del concepto de autonomía política y fundador en los años 40 del grupo político Socialismo o barbarie y de la revista del mismo nombre, de tendencias próximas al luxemburguismo y al consejismo. Posteriormente abandonaría el marxismo, para adoptar una filosofía original y una posición cercana al autonomismo y al socialismo libertario.

2 comentarios:

  1. "Todos, dentro de nuestra modestia innata,..." no sabia que todos tienen/tenemos modestia innata, es más, la mayoría de gente que conozco ni la tienen, ni parece que la hayan tenido nunca, aunque por el camino la hubieran perdido.
    Reflexión interesante.
    BdC

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  2. La economia es la maldicio i l'ecologia es l'admiracio.
    No feia falta tenir estudis per tirar endevant i fer les coses be.
    Quin temps aquell en que lo dificil s'aconseguia i l'imposible s'intentava; el sentit comu no era una simple estadistica, si ho fan la majoria no vol dir que sigui el que mana el sentit comu.
    Segueix i no aturis !!!

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