Escribir
sobre economía y ecología al mismo tiempo supone inocular, mediante post,
cierta dosis de dicotomía entre mis millones de lectores y, cuando esto sucede,
recibo un número insospechado de peticiones de baja de la lista de correo del
blog. No sabéis la cantidad de lectores que se dan de baja cuando publico algo
contrario a sus ideas o creencias. Son los gajes de abordar temas tan sensibles
y desconocer los vericuetos de la hipocresía. En este caso, esto significaría
contentar a ambas corrientes de pensamiento, y no lo voy a hacer, pero hoy me
he levantado con cierta tendencia a la inmolación. Es normal, el ser humano
tiene la conciencia del “yo” extraordinariamente desarrollada: todos nos
sentimos algo absoluto. No nos gusta someternos a límites pues formamos parte
de los seres vivos y como tales la expansión es inherente a nuestros
organismos, para conseguirlo utilizamos los recursos que nos rodean, los que
sean necesarios, aún con el peligro de agotarlos.
Todos,
dentro de nuestra modestia innata, nos empequeñecemos ante la inmensidad del
espacio y el tiempo. Nos concebimos simplemente como un punto en el universo,
tan vulnerables como mortales y, lo peor, uno más entre otros. Pero una vez que
tocamos con los pies en el suelo, nos damos cuenta de que estamos rodeados de
otros humanos, que pertenecemos a una sociedad y que tenemos una relaciones personales,
a veces delicadas, incluso problemáticas y conflictivas, pero las tenemos.
Para
aliviar estas desdichas, el hombre siempre ha sentido un deseo de emancipación,
de grandeza y de poder. Pero nuestra moral exige justificaciones racionales —o
divinas—, deducciones universales que conviertan el deseo en necesidad y esta
en realidad cotidiana, todo ello bajo
los conceptos físicos que ha adquirido. Descartes, uno de los personajes más
destacados de la revolución científica, otorga “patente de corso” al ser humano
al afirmar en la sexta parte de su Discurso
del método:
“[…] Conociendo
la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros […] los
empleemos de igual forma para todos aquellos usos que sean propios, y por este
medio nos convertimos en dueños y señores de la naturaleza”.
Y para rematar la
faena y ponérselo en bandeja a los “emprendedores” del renacimiento, añade lo
siguiente:
“El dominio de nuestra voluntad […] nos hace de algún
modo semejantes a Dios, porque nos hace dueños de nosotros mismos”.
La justificación
racional que ofrece Descartes, avala el nacimiento de lo que se daría en llamar
“el poder industrial”. Como suele suceder con los poderes, han sido adoptados
históricamente por una serie de regímenes totalitarios que pretendían crear un
hombre nuevo y, como consecuencia de ello, ponerlos al servicio de una guerra
total. Los mecanismos que explican el extraordinario dinamismo de la sociedad
moderna, y a partir de ahí su insaciable sed de energía, son los mismos que
explican su tendencia a la autodestrucción. Puesto que este dinamismo tropieza
con los límites del planeta, lo que parece que han olvidado los miles de seres
humanos que extraen de él sus recursos y lanzan sus residuos.
¿Supondrá, el
pensamiento ecológico, el declive de la necesidad de la explotación natural o,
independientemente de cualquier reflexión en este sentido, nuestros
descendientes se verán abocados a un declive mucho más sombrío? Entremos en
materia, que para eso hemos venido.
Las palabras economía
y ecología comparten el mismo prefijo: “ECO”, que procede del griego oikos
y significa casa o ámbito. Mientras que al añadirle la raíz griega nomos, que significa ley, creamos un
vocablo —economía— que bien podemos definir como el conjunto de leyes, normas,
costumbres, etc., mediante las cuales se administran los bienes de la casa, del
estado o de cualquier ámbito del devenir humano. Llevo guantes profilácticos al
escribir esto. Me los quito.
En la actualidad ECONOMÍA es
igual a CRECIMIENTO. Por lo tanto hemos quitado de un plumazo —delte, clear, remove— la entrañable
palabra PROGRESO, pues tenía el inconveniente de evocar un
futuro orientado al BIENESTAR SOCIAL. Para alcanzar este crecimiento la economía ha
puesto a su servicio a todas las ciencias naturales y a todas las técnicas
científicas. Si bien —no todo es vicio y perversión en Sodoma— la investigación
científica no se ha rendido a poner el desarrollo al servicio incondicional de
la economía. El discurso económico moderno se ve rebatido por un discurso
científico rival constituido por las disciplinas relacionadas con la ECOLOGÍA.
Si al prefijo oikos le añadimos la raíz logia, que significa “estudio de”, y lo
juntamos todo, nos queda la palabra acuñada por el alemán Erns Haeckel[1] en 1866,
y que significa el estudio de la casa o del hábitat de los seres vivos. Hemos
de dejar claro que esta definición en la práctica no se reduce a un movimiento
militante. Va mucho más allá, es un enfoque eminentemente científico. Cambia la
idea de cada organismo considerado como un todo, por una visión relacional en
la que todo está constituido por cierta cantidad de seres vivos y su medio. Para
ello, ya en 1935, Arthur Tansley[2] creó el
neologismo ECOSISTEMA, como la asociación de un conjunto de
especies vivas y un biotipo (lugar de vida) conjunto de factores no vivos.
Pero hablemos un poco
más de economía, que se lo merece. La economía abarca todo lo que tiene un
precio y reconoce que su límite no va más allá del punto en que no tiene nada
que contar —€—. Los efectos externos quedan fuera de su ámbito, son
considerados daños colaterales, o ni siquiera son considerados, me refiero a
los recursos que explota del planeta, a los residuos que vierte, e incluso a la
disminución de la calidad de vida humana sin que la economía la contabilice. La
economía no tiene en cuenta las consecuencias de lo que hace, tanto si se
sitúan en la naturaleza como en la sociedad. Se toma la libertad de aumentar
ilimitadamente la producción material y la explotación del medio ambiente.
Mientras tanto, para la ecología, su oikos
es todo el planeta: los rayos del sol, las capas de la atmósfera, las
profundidades del océano…, y tiene efectos para el individuo al introducirse
este en ecosistemas relacionales de los que forma parte. El ámbito de la
ecología va mucho más allá de los límites del rendimiento. Es un conjunto de
sistemas y corrientes que desbordan con mucho los de la economía de mercado.
Como ejemplo clásico atendamos a la cobertura forestal del planeta, y sus
relaciones con el ciclo del carbono y del agua, con el estado del suelo y la
biodiversidad, etc., que es muy valiosa, pero no tiene precio de mercado, a
diferencia de la madera que se extrae de ella.
El pensamiento
económico intenta mantenerse como definición legítima de la realidad. La
sociedad del rendimiento a la que nos integramos, divertidos y realizados, creyéndonos
libres de haber elegido lo que hacemos y lo que pensamos, y con el objetivo
claro de satisfacer unos deseos que también creemos tener por iniciativa propia
cuando, en realidad, toda la maquinaria económica depende de este estado
desiderativo despendolado que vivimos, convirtiendo en deseo irrefrenable
cualquier idiotez publicitada, hipotecando el sueldo y el alma —si acaso existe—
por viviendas, coches, vestidos, gadgets imprescindibles, diversión mediática,
etc., que creemos querer por gusto y no por inducción. El arma secreta de la
economía es que a la inmensa mayoría de representantes públicos —los que
nosotros hemos querido— les importa un rábano la ecología, por mucho que se les
llene la boca de hierba al hablar. Lo único verde que reconocen está en los billetes
de cien euros. Quizás estoy exagerando,
disculpad los muchos, muchísimos de vosotros que estáis sensibilizados
con el medio ambiente y la ecología, y ponéis vuestro granito de arena en el
reciclaje, la reforestación y en la conservación de lo poco que va quedando
indemne, pero, desgraciadamente, susceptible de convertirse en combustible para
atizar el crecimiento.
Vamos a jugar a pitia
de Delfos. Puede suceder que en el futuro el pensamiento económico se mantenga,
simplemente como definición legítima de la realidad, pero puede suceder, y esto
está en manos de muchos, porque pocos son los ricos, de que el pensamiento de
la ecología globalizadora predominará sobre el pensamiento económico. Debemos
tener muchísimo cuidado en este aspecto, ya que la economía, en un intento de
mantener su ser, ha llegado a ciertos compromisos con la ecología asumiendo la
piadosa y perversa expresión de “DESARROLLO
SOSTENIBLE”. Y esto, conociendo
su carácter —recordemos la rana y el escorpión—,[3] puede
suponer que la economía tenga en cuenta los efectos externos para darles un
valor de mercado, es decir, de aprovechar la ecología en beneficio propio. Lo
que nos abocaría irremediablemente a la autoinmolación, a excepción de unos
pocos profetas del crecimiento que quizás se hayan creado su propia burbuja más
allá de donde Ícaro voló. Donde la soledad será el único bien que les quedará
por explotar.
Si ahora apareciera el
The End la película acabaría muy mal. Pensemos en otro final. Es posible que
en el futuro se desarrollen ciencias y técnicas pensando en la ecología.
Aceptemos que los conocimientos ecológicos actuales se deben a avances
científicos que se apoyan en instrumentos y técnicas y, por si fuera poco, las
disciplinas científicas derivadas de la ecología ponen de manifiesto formas
complejas de interdependencia. Tengamos en cuenta, como apuntaba Cornelius
Castoriadis,[4]
que la ecología es subversiva, dado que pone en cuestión el imaginario capitalista
que impera en el mundo. La ecología, además, rechaza el lema principal de la
economía, que afirma que nuestro destino consiste en aumentar sin cesar la
producción y el consumo. A la vez que muestra el impacto catastrófico de la
lógica capitalista sobre el medio ambiente natural y sobre la vida de los seres
humanos. Lo que nos lleva a pensar, no sé si racional o utópicamente, que el
capitalismo no es inmutable, no existe al margen de las sociedades en las que
se desarrolla, por lo que ha sufrido y seguirá sufriendo cambios
—afortunadamente—. Sobre todo, si es capaz de corregir sus cuatro grandes
errores, a saber: creer que el hombre no forma parte de la naturaleza; creer
que donde hay racionalidad no hay desmesura; ignorar que la vida social es
también el hábitat del ser humano y, finalmente, creer que el deseo de existir
de manera incondicional y absoluta puede, incluso debe, cumplirse realmente.
Esta convicción solo puede provocar la destrucción de formas de existencia
pacíficas.
Quiera el sentido común que hagamos algo, que
nos impliquemos, y cambiemos el rendimiento y el cansancio de una vida dedicada
a financiar deseos francamente baladís, por la cultura del goce de los bienes
acumulados en nuestro hatillo vital. No existe felicidad mientras deseamos lo
que no tenemos: no le hagamos el juego al vendedor de quimeras.
Colau
[1] Ernst
Heinrich Philip August Haeckel (Potsdam,
16 de febrero
de 1834
- Jena,
9 de agosto
de 1919)
fue un naturalista
y filósofo
alemán
que popularizó el trabajo de Charles
Darwin en Alemania, creando nuevos términos como "phylum" y
"ecología."
[2] Sir Arthur George Tansley ( 15 de agosto
de 1871
- 25 de
noviembre de 1955)
fue un botánico
inglés,
que fue pionero en la ciencia de la ecología.
Impuso y defendió el término ecosistema en 1935, y ecotopo en 1939. Fue uno de los fundadores
de la "British Ecological Society", y editor del Journal of Ecology, por veinte años.
[3] El escorpión y la rana es una fábula
de origen desconocido, aunque atribuida a Esopo. En ella un
escorpión le pide a una rana que le ayude a cruzar el río prometiéndole no
hacerle ningún daño. La rana accede subiéndole a sus espaldas pero cuando están
a mitad del trayecto el escorpión pica a la rana. Ésta le pregunta incrédula "¿cómo
has podido hacer algo así?, ahora moriremos los dos" ante lo que el
escorpión se disculpa "no he tenido elección, es mi naturaleza".
[4] Cornelius
Castoriadis (Estambul, 11 de marzo de 1922 - París,
26 de
diciembre de 1997)
fue un filósofo
y psicoanalista, defensor del concepto de autonomía política y fundador en los
años 40 del grupo político Socialismo o barbarie y de la revista del
mismo nombre, de tendencias próximas al luxemburguismo
y al consejismo.
Posteriormente abandonaría el marxismo, para adoptar una filosofía
original y una posición cercana al autonomismo
y al socialismo libertario.
"Todos, dentro de nuestra modestia innata,..." no sabia que todos tienen/tenemos modestia innata, es más, la mayoría de gente que conozco ni la tienen, ni parece que la hayan tenido nunca, aunque por el camino la hubieran perdido.
ResponderEliminarReflexión interesante.
BdC
La economia es la maldicio i l'ecologia es l'admiracio.
ResponderEliminarNo feia falta tenir estudis per tirar endevant i fer les coses be.
Quin temps aquell en que lo dificil s'aconseguia i l'imposible s'intentava; el sentit comu no era una simple estadistica, si ho fan la majoria no vol dir que sigui el que mana el sentit comu.
Segueix i no aturis !!!