En lo bueno, pero no en lo
malo.
La vida
está llena de enemigos. El más peligroso de todos ellos es uno mismo, puesto
que nadie sabe tanto de nosotros, y de manera tan confusa, a veces, como
nosotros mismos. Lo que nos puede ocasionar el peor de los reveses vitales,
sobre todo si interpretamos erróneamente los indicadores internos. El segundo
en peligrosidad es la pareja: vivir con alguien proporciona mucha información
de cómo hacer desgraciada a esa persona. Actitud que nadie duda en poner en
práctica en caso de necesidad, o de arrebato. El enemigo, tercero en el
ranking, son tus amigos o amigas. No todos, solo aquellos que te quieren bien,
tanto que te dicen la verdad, la suya, aunque no se la pidas, por tu propio
bien y por su desinteresado altruismo: esta falda te cae mal…, has engordado un
pelín…, esta chica no te conviene en absoluto… ¿Y a ti qué te importa? Queridísimo
imbécil —o en femenino—. Ya dije en otro post que “las palabras son delaciones
de la intimidad”, y añadí: “No podemos
olvidar lo que hemos escuchado, nos convertimos necesariamente en esclavos de
ello. Podemos obviarlo, apartarlo de nuestra realidad, pero lo sabemos, y lo
sabemos sin necesidad de saberlo”. Continuamos —continuons—. Ahora algunos pensarán que el cuarto enemigo es
la familia, propia o política. Puede serlo. Pero no por definición. Los tuyos
te quieren y creen hacer lo mejor en cada momento: simplemente, a veces se
equivocan o viven su generación, pero existe buena fe evidente. La familia
política lo único que quiere es el bien de su vástago y tú les resultas
indiferente mientras no dañes al de su sangre. Yo no veo enemigos por ese lado.
Cuando menos, enemigos de envergadura. Salvo casos de incompatibilidad de
caracteres de “idiótica” intransigencia.
Para ser
original, voy a detenerme en la peligrosidad de la pareja. “En lo bueno, pero
no en lo malo”. La fórmula del enlace matrimonial debería ser algo como:
“¿Prometes amarlo o amarla en las alegrías y en los goces, en la salud y el
bienestar, en las cenas y juergas con los amigos, en los momentos en que el
alcohol enajene tus sentidos, durante los viajes, en todos aquellos momentos en
que te sientas dichoso o dichosa, y prometes hacerle o hacerla reír todos los
días de vuestra convivencia?”. Sí, quiero. La fórmula actual está obsoleta
porque no tiene en cuenta la ley de economía del rendimiento decreciente, por
la cual “a mayor frecuencia de un suceso, menos valor se le atribuye”.
Extrapolado a la pareja implica que cuanto más uso haces de esta, más enteros
baja el valor que le otorgabas, o te otorgaba. Solo hay un viernes por la noche
y un sábado, el resto, para muchos, es pura rutina. Y esto, aburre. ¡Mal de
males, el aburrimiento!
Un problema
grave se produce cuando solo un miembro intenta defender la relación. Pero,
claro, hay que tener en cuenta que si solo aporta uno a la cuenta conjunta de
la relación y, en cambio, gastan los dos, los fondos de la relación finalmente
se agotan. Cuando se llega a este punto ¿qué sería lo lógico? Pues buscar el
mejor camino, no el más cómodo. Para empezar, sería lógico intentar revitalizar
la relación. Averiguar si la relación está muerta o si los muertos somos
nosotros. Analizar si los problemas que la afectan son coyunturales o
estructurales. En cualquiera de los casos, se pueden tomar medidas para reconstruir
una relación o, como se dice ahora, reinventarla. Conseguirlo, como decía
Maquiavelo: “La fortuna es el árbitro de la mitad de nuestros actos, pero nos
permite controlar la otra mitad”, es cuestión de gestionar esa mitad que está
en nuestras manos.
El mayor
problema es la comodidad y el desinterés por la lucha. Estamos acostumbrados a
sustituir los enseres que se rompen por otros nuevos, sin hacer nada por
repararlos —pura comodidad—. Nos creemos que las formas de energía se limitan a
la nuclear, la química, la biológica, las renovables, etc., pero nos olvidamos
de las que genera el ser humano: la energía emocional y la energía intelectual.
¿Cuán cargados estamos de estas energías? Poca cosa, pues no se venden, y
nuestro cerebro debe trabajar para crearlas. Para remediar todos los problemas
que afectan a las relaciones, debemos hacer uso de estas energías. Si no
reponemos periódicamente el depósito, puede que esté vacío cuando más lo
necesitemos.
Recordemos un
par de fórmulas básicas a tener en cuenta para una relación saludable. En
primer lugar el equilibrio de fuerzas entre los componentes de la pareja. Ya lo
dijo Hobbes: “El equilibrio de las fuerzas es la clave de una relación pacífica
y satisfactoria”. Si existe preponderancia de uno sobre el otro, el resultado será
calamitoso si el otro no transige, y si transige será igualmente calamitoso. En
segundo lugar el respeto. Aquí utilizaré a Kant: “Hay que tratar al prójimo
como un fin en sí mismo, no como un medio para nuestro fin”. Amar también es
darse, es respetar la esencia de cada uno. Es difícil mantener una relación en
la que queremos modelar a nuestra pareja como si de una escultura se tratara,
solo a nuestro gusto. En tercer y último lugar, dejar claro que lo contrario
del amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo que parece indicar que, bien
redirigida, una relación tormentosa siempre tiene solución, no así la que nos
trae al pairo.
Finalmente
quiero hacer referencia a una cuestión que hace tiempo vengo observando. Cada
año en España se rompen varios millones de parejas, aunque oficialmente, y
teniendo en cuenta solo los que han formalizado documentalmente su relación,
son cerca de 110.000. Se llegaron a las 150.000 rupturas anuales justo antes del inicio
de la crisis. Cuando hablo de millones, añado a la cifra del INE todos aquellos noviazgos sin papeles, con el simple contrato verbal
explícito del ¿quieres salir con migo? Sí. O implícito, de llegar a una vida en
común sin haberse planteado la cuestión en ningún momento. Bien, tanto si hay
contrato escrito como si no, estamos ante contratos de arrendamiento. Contratos
que esperamos nos garanticen la “felicidad”. Cuando no colman nuestras
expectativas, cambiamos de casa. Como no la hemos comprado, es fácil deshacerse
de ella. Como el lugar que ocupan las relaciones de pareja en nuestra escala de
valores es variable, y suele oscilar entre el tercer y cuarto puesto, no nos
importa romper los contratos de cualquier índole. Porque hemos venido a este
mundo para ser felices, y parece que si algo lo impide debemos cambiarlo. Los
grados de compromiso son ciertamente frágiles. Pero la lotería solo toca cuando
trabajas lo suficiente para que así sea.
Quizás
algún día vuelvan las relaciones con expectativas de “toda la vida”, y el principio
humano de luchar por ello. Aún a sabiendas de que el camino es largo y cíclico,
que de la plenitud del sol de mediodía se tiende al ocaso, a la noche del
desmontaje, limpieza, reparación y montaje de la nueva pareja —a lo que se le
llama “ciclo de cambio adaptativo”—, hasta que el alba nos demuestra que la firme
convicción moral de agotar todas las posibilidades para defender el proyecto de
vida que se suponía “eterna”, ha dado sus frutos y pronto volverá a resplandecer
en su zenit, no la misma, sino otra nueva renacida, pero con la memoria
acumulada de todas las anteriores, lo que se llama “resiliencia”, donde se
halla la inteligencia específica de lo vivo, de lo que es capaz de aprender de
la experiencia. Esta será la lotería que, de manera efímera, nos puede tocar
después de una ardua puesta a punto de la relación para pasar la ITP (Inspección Técnica de Parejas).
Colau
P. S.: La satisfacción de cada
mañana, sea el día que sea, de tomar conciencia de la existencia del otro, y
pensar que solo por ello vale la pena levantarse, es la inequívoca señal de que
la ITP ha sido superada en varias
ocasiones. A esa sensación se llega después de muchos ciclos regenerativos…, de
celoso mantenimiento del contrato a largo plazo.
Como dice Colau, quien me ha
pedido que escriba este post: “La pareja es un proyecto de vida, no un proyecto
de ocio”.
Ja ho diuen, s'aigua no es perd nomes per in costat. Moltes veritats a la reflexio, jo ho resumiria en uns pocs conceptes, la por o peressa al canvis, el que diran i la intransigencia.
ResponderEliminarNomes vull recordar aquella dita:
No t'ha d'importar el que pensin els altres, es el seu problema. T'ha d'importar la teva conciencia, es el que penses tu de tu mateix.
Gràcies, Pep, per les teves observacions, que crec del tot encertades. Pens que per aquí van els tirs. Mol interessant sa teva reflexió.
ResponderEliminarUna abraçada,
Estic amb en Pep, en tot.
ResponderEliminarJo creia amb ses parelles per tota sa vida, inclús si només hi posava de sa seva part un dels seus components. Però s'experiència m'ha ensenyat que això no és suficient.
Pot ser que a una propera vida, hi torni creure per sempre.