Aún no han pasado cuarenta y ocho
horas desde que terminó la final de la “Copa del Rey” de fútbol, que disputaron
el sábado el Athletic Club de Bilbao y el Fútbol Club Barcelona, y ya he oído
los suficientes disparates como para no sumarme gratuitamente, y sin que nadie
me haya preguntado, a ese pozo de demagogia que es esta asociación de
opinadores remunerados —yo gratuito—, unos con dinero público y otros con
dinero privado. Bueno, en mi caso el objetivo no es dar mi opinión, sino lanzar
algunas preguntas que, evidentemente, están cargadas de toda la opinión que mi
libertad me permite.
La primera reflexión viene al
caso por el “sombrero” —“lambretta” lo llaman— que Neymar intentó hacerle a un
rival. Se ha dicho que es una falta de respeto, un intento de humillación, un
gesto antideportivo, etc. Solamente me ha faltado escuchar peticiones de
sanción para este osado brasileño. Pero antes quiero resaltar una evidencia que
se desmonta por sí sola, se dijo repetidas veces: “esto solo lo hace cuando gana
por tres a cero; no lo haría en caso de ir perdiendo por el mismo resultado”.
Aquí les tengo que dar un poco la razón a los que argumentan de tal suerte,
pero no por el trasfondo de abuso que le quieren dar, sino por la sencilla
razón de que tanto Neymar como Cristiano Ronaldo —otro de los que se prodiga en
fantasías— nunca lo harían perdiendo por tres a cero por la sencilla razón de
que sus equipos nunca pierden por tres a cero, por lo que no disponen de esta
humilde ocasión. Una vez hecha la puntualización, paso a las reflexiones.
Imaginaros que Rafa Nadal, disputando un punto en un encuentro de cualquier
torneo, se encuentra dos o tres metros por detrás de la línea de fondo y, de
repente: ¡zas!, Djokovic le hace una dejada espectacular que deja a Nadal con cara
de tonto. No se me ocurre ver a Nadal ofendido por el engaño, saltando la red y
persiguiendo a su contrincante por la ofensa, mientras los recogepelotas los
persiguen, a su vez, por si requieren de la imprescindible toalla. Caso
estúpido. Otro caso no menos ridículo, pero que marca la diferencia entre
espectáculo y estulticia, resulta cuando un jugador de básquet o baloncesto de
la NBA, de la ACB, de la ONU o de la UNICEF, ganando de treinta puntos de
diferencia, recoge la pelota, se va como una exhalación al aro contrario y
ejecuta un mate con tal carga de humillación que no se puede aguantar. A veces,
hasta rompen el metacrilato del tablero. ¿Por qué no se limita a encestar…, un,
dos, tres y bandeja, y la pelota entra sin estridencias, pero ¡no!, se levanta
de tal manera que sus brazos sobrepasan más de un metro el aro, y con una “chulería”
que no se puede aguantar, machacan la canasta. La gente enardece, la
plasticidad aflora y se agradece; hasta la afición contraria aplaude la acción.
En futbol no. En futbol cualquier acción que suponga un salto estético, ante la
mediocridad estereotipada y anquilosada del conservadurismo de los agentes
directivos, jugadores y medios de comunicación es un acto de oprobio para con
aquel que, a pesar de ganar millones de euros, no puede permitirse la
indignidad de ver pasar una pelota por entres sus piernas, ni por encima de su
cabeza porque sale de las recalcitrantes y apolilladas normas del mal llamado fair play cuando debería llamarse “ni-se-te-ocurra-exacerbar-al-ególatra-millonario”.
Por este tipo de apreciaciones, el futbol tiene la organización que tiene, no
acepta mejoras técnicas o avances normativos que darían más brillantez al
lance. No. El “futbol es futbol”, y no es otra cosa porque a nadie se le ocurre
que podría serlo, convertiéndose en un verdadero espectáculo, con detalles
técnicos dignos de una exposición de elevadas expresiones estéticas, pero,
desgraciadamente este mundillo es más conservador que el formol.
La segunda circunstancia sobre la
que quiero reflexionar es, como no, sobre el himno nacional y de la pitada con
la que fue agasajado en la previa del partido, como protocolariamente sucede
cuando acude S. M. el Rey a un evento que lleva su nombre y en el que están presentes
aficiones vascas o catalanas o ambas. Votamos allá por el setenta y ocho una
constitución que todavía dura incólume, impertérrita, aunque cuando afloren las
primeras termitas quizás solo quede la envoltura, pero esto es otra cuestión.
Como digo, la constitución la votamos todos los que la pudimos o quisimos
votar. Desde aquel entonces, hemos acudido a las urnas por comicios generales,
municipales, autonómicos, OTAN, Constitución Europea, Parlamento Europeo y un
montón de cosas más. Pero, ¿cuándo hemos votado sobre las notas —musicales— que
dicen nos representan a todos? ¿Cuándo lo hemos elegido? ¿Por qué no? Yo jamás
pitaría a himno alguno, entre otras cosas porque no sé silbar, y por aquello
cuyo nombramiento en voz alta debe ir acompañado de una expresión circunspecta,
me refiero al “respeto por los símbolos de los demás”. Pero insisto en
reflexionar. De pequeño, mi padre me enseñó una letra del himno nacional español.
Letra que, por mucho afán de neutralidad del que uno quiera hacer gala, no es
más que un manifiesto panegírico al Generalísimo. Decía algo así: “Viva España, alzad los brazos hijos del
pueblo español que vuelve a resurgir. Gloria a la patria que supo seguir sobre
el azul del mar, el caminar del sol”. Bueno, pues cada vez que escucho el
himno español me viene a la cabeza esta letra que, ciertamente me descoloca.
También recuerdo como todos los años, en la misa de Pascua, cuando el ecónomo
levantaba el altísimo —acción que en cualquier caso parece exagerada (lo de
levantar al altísimo) —, se abría el portalón principal de la iglesia y sonaban
las notas majestuosas del himno nacional, que erizaba las escarpias de los
devotos asistentes. Son recuerdos para olvidar o para guardar como entrañables;
según cual sea el uso que se haga de ellos estaremos pitando el himno o poniendo
denuncias sobre el suceso. Entiendo que dos pueblos que fueron especialmente
estigmatizados por el franquismo, hagan uso de su libertad de expresión al
manifestarse contra lo que consideran un símbolo de la dictadura. Símbolo que
el resto de España no ha dudado en asumir como propio, sin menoscabo de que se les
llene la boca pidiendo justicia histórica, exhumación de víctimas franquistas y
otras acciones en aras de una justicia que nunca será justa. Bueno, pues ante
tan sonora repulsa por la interpretación, el Gobierno, en su línea, toma cartas
en asuntos de honor y gloria, pero no actúa en consecuencia con el oprobio de
los desahuciados o de los indigentes o de los parados o de las diferencias
sociales. El gobierno denuncia el acto ante la Comisión Antiviolencia, y además
anuncia —intereses espurios de dudoso encaje democrático— que tiene
identificados a los grupos que incitaron al respetable a abuchear el himno. Es
decir, casi cien mil personas se manifestaron en contra del himno por la
provocación de unos cientos —es básico aportar culpables—. Creo que los señores
del gobierno deberían pensar que no todos estamos tan alineados como lo suelen
estar ellos en sus partidos. Quizás debamos notar ciertos tintes de
nacionalismo centralista en contra de la perversión de esos que hablan
diferente. No os pongáis nerviosos salvadores de la patria, que la fuerza
coercitiva y la represión solo servirá para acrecentar las diferencias entre
pueblos con diferentes perspectivas. Sobre el azul del mar antes caminaba el
sol, ahora vuelan gaviotas, pero el mar sigue siendo azul.
Colau
01/06/2015
Molt bé Colau, m'he enterat de tot sense veure es partit. Tú sí que sabes!
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