No tengo casi nada que decir
sobre los atentados de Bruselas. Abundar en ello sería poco original, porque
creo que la adjetivación espontánea de políticos, medios de comunicación y “opinadores”,
se ajusta a mis sensaciones y a mi estado de ánimo. Nada más que añadir. Aunque
este pensamiento se está convirtiendo en ensoñación y me estoy montando una
historia que nada tiene que ver con lo que ha ocurrido. Se lo cuento ahora que
ya he despertado.
Pues resulta que, en un estado
que ciertamente bordea el masoquismo, me imagino a los terroristas haciendo
explosionar un artefacto en mi calle, junto a mi casa. A partir de ese momento
ya no me valgo de adjetivos sino de sensaciones, emociones o sentimientos, lo
que le quieran llamar. Ahora ya no siento temor, ni solidaridad sino terror, el
mismo que han sentido los que han vivido los atentados en primera persona, o
que han perdido a la primera persona de su familia, siquiera a alguien importante,
siquiera a alguien. Ahora empiezo a comprender. Pero antes de que pueda madurar
el colapso, detona otro artefacto en mi calle que deja el edificio donde viven
unos amigos como si fuera la espina de un arenque. Esta vez no han sido
terroristas (perdón, también), sino un señor que manda –no se en qué lugar— que
ha lanzado una mochila llena de explosivos, pero metálica, con forma de misil,
y, además, ha utilizado un avión para plantarla en mi calle. Al cabo de unos
minutos, toda mi ciudad es atentada por terroristas, con aviones, con mochilas,
con francotiradores. El terror y el pánico ya no son lexemas para definir un
estado de ánimo. Pienso en mi hija, en mi pareja, en mis padres, en mis amigos,
en mis planes y en mí mismo. De repente me doy cuenta de que si sigo un segundo
más en mi hogar, seremos los siguientes en fertilizar los escombros, y decido,
con la urgencia que requiere la situación, llenar mi hatillo de esperanza,
recoger a mi familia y partir, lejos, muy lejos de las mochilas misil. Decido
dirigirme a una tierra donde llevan más de veinte años sin guerra, donde según
he oído son muy solidarios y están ansiosos por compartir sus logros y su
felicidad. Como podréis imaginar, mi ensueño sigue por caminos tortuosos que como
cual héroe consigo atravesar, hasta que –y puesto que si no acabo, el sueño pondrá el
punto final a mi aventura– llego a las costas de la salvación. Pero, no es
simplemente así de cierto, pues ya no hay bombas pero sigo viendo morir a mis
vecinos, ora ahogados, ora de frío, ora de hambre. Son las adversidades, la
vida no es fácil, me digo. Hemos de seguir. Al llegar a tierra estaremos
salvados.
Por supuesto, ya he llegado a
tierra, pero estoy confundido. Resulta que no nos quieren, no nos aceptan.
Tienen el miedo que tuvimos nosotros cuando explotó el primer artefacto en mi
calle. La solidaridad para ellos no existe como hecho, solo como palabra, como
visado antirremodimientos. Y nos echan, enfermos, hambrientos helados y sin
porvenir, pero vivos –en realidad son buena gente–.
De repente, abro los ojos, me
sitúo en el presente, y de inmediato me entran náuseas de pertenecer a esta
sociedad que se llama Europea, hedonista, etnocentrista e insolidaria. Que
todos me digan que la culpa es de los gobiernos, de los gobernantes para ser
exactos. NO. A los gobernantes les hemos votado nosotros: nosotros somos los
culpables. Ya basta de mirarnos el ombligo, creernos los mejores, los más guay:
no somos solidarios porque no formamos nada sólido con los “otros”, porque no
queremos, pero la ignominia no se granjea por no ser solidarios, sino por la
usencia de algo que desconocemos que se llama GENEROSIDAD.
Colau
23/03/2016
P.S. En realidad sí tengo algo
que decir a tenor de los atentados. Parece ser, por lo que he oído en la radio,
que un hereje desclasado, español, se ha atrevido a cuestionar los métodos de “Europa”
para combatir el terrorismo. Por supuesto, lo han tildado de cómplice de los homicidas
y repelente antisistema, entre otras lindezas. Pero yo he vuelto a soñar
despierto y me he preguntado sobre los avances políticos que se han realizado
hasta la fecha para detener esta lacra, y me he dado cuenta del gran error que azota
a nuestros alineados dirigentes, alienados interesadamente con aquellas palabras
de Samuel Beckett: Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Digno
de un libro de autoayuda y de la tozudez pollina de nuestros dirigentes. Por eso
yo prefiero aquellas palabras tan manidas de Einstein: “Si buscas resultados
distintos, no hagas siempre lo mismo”.
P.P.S. Señores dirigentes: si no
saben ustedes como terminar con el terrorismo, al menos no se comporten como
tales y den cobijo en Europa a los que huyen de lo que acabamos de vivir por
enésima vez, en esta ocasión en Bruselas.
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