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martes, 12 de julio de 2016

UNA CERVEZA EN BARCELONA







Ayer pasé el día en Barcelona. Una ciudad otrora maravillosa pero ahora casi invisible dada la aglomeración turística que la sepulta –seguro que sigue estando debajo–. En las zonas más turísticas, Rambles, Plaça Catalunya, Centre Històric… y los lugares de obligada visita, el idioma oficial de los gestores de la oferta de servicios es el inglés. “Como no podría ser de otra manera” dicen ahora los idiotas como coletilla a cualquier afirmación, sin haberse parado a pensar en su vida si lo afirmado puede o no ser de otra manera – que, por otra parte, sí puede serlo–. Pero esto es otro tema. Vamos con la anécdota que quiero contar y matizar, aunque me llamen después quisquilloso, puntilloso, susceptible o, simplemente, gilipollas.
Resulta que después de varias horas pateando calles infestadas de visitantes –los residentes han desaparecido cautelosamente– y con un sol irreverente y carente de piedad, decidimos, mi hija y yo, guarecernos bajo el aire acondicionado de una barra de bar “vacía”. No se lo pueden ni imaginar, en el bar debían yacer unas doscientas personas pero, en lugar de disfrutar del balsámico aire acondicionado del interior, estaban todos apiñados en una terraza exterior cuya temperatura ambiente no debía bajar de los cincuenta grados. Me he dado cuenta, estos últimos años, que se trata de una tendencia generosa dado el halo mágico que rodea estas superficies, ahora privadas, otrora ager publicus.
Después de tomarme dos cervezas 0,0 –y un agua, mi hija–, pedí la cuenta. El camarero, que parecía desconocer lo que nos había servido, incluso no sabía en qué idioma se lo habíamos requerido, preguntó: two beers? No, le respondí, dos cervezas. Con la característica displicencia que ocasiona un cliente torpe que no sabe que es lo mismo una cosa que la otra, el camarero me lo dejó claro: ¡Es lo mismo! Le dije que no, que no era lo mismo. Que la relación entre significado y significante del signo lingüístico –en este caso “beer”– no es más que un acuerdo libre entre una comunidad de hablantes limitada –no universal, como parece opinar el camarero– que han decidido que “beer” sea una bebida, alcohólica o no, hecha con granos germinados de cebada, fermentados en agua, y aromatizada con lúpulo. Pero, y esto es de lo que no se ha enterado el camarero, es que mi comunidad a esto ha decidido llamarle “cerveza” y no “beer”, y que la comunidad serbia ha decidido llamarle “пиво“, y la ebrea „בירה“, y la japonesa “ビール”, y zulú “ubhiya”, o la chinay así hasta tropecientos acuerdos de comunidades hablantes que configuran otros tantos idiomas y dialectos. Conclusión: señor camarero, yo le he pedido dos cervezas –y un agua–, no dos beers, ni dos пива, ni dos ビー, ni siquiera dos, porque, de haber sido así, seguro que se habría dado cuenta de que cada idioma tiene un significante diferente para un mismo significado, pero que, si deseamos entendernos, debemos usar los mismos significantes que, en ningún caso “son lo mismo” aunque lo signifiquen; sino, compare los fonemas de dos idiomas cualesquiera y se dará cuenta.
Otra vez el asfalto ardiendo y la imposibilidad de dar dos pasos en línea recta sin tener que sortear a algún “pedestrian” que llevaba derrota de colisión conmigo. El esfuerzo realizado por mi hija durante el curso, bien valía una “beer” con el aire acondicionado encima y un safaring de alto riesgo por la ciudad condal.

Colau 12/07/2016
Imatge: Mercat de la Boqueria, ahir al matí: inaccessible!

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