Ayer
pasé el día en Barcelona. Una ciudad otrora maravillosa pero ahora casi
invisible dada la aglomeración turística que la sepulta –seguro que sigue
estando debajo–. En las zonas más turísticas, Rambles, Plaça Catalunya, Centre
Històric… y los lugares de obligada visita, el idioma oficial de los gestores
de la oferta de servicios es el inglés. “Como no podría ser de otra manera”
dicen ahora los idiotas como coletilla a cualquier afirmación, sin haberse
parado a pensar en su vida si lo afirmado puede o no ser de otra manera – que, por
otra parte, sí puede serlo–. Pero esto es otro tema. Vamos con la anécdota que
quiero contar y matizar, aunque me llamen después quisquilloso, puntilloso,
susceptible o, simplemente, gilipollas.
Resulta
que después de varias horas pateando calles infestadas de visitantes –los
residentes han desaparecido cautelosamente– y con un sol irreverente y carente
de piedad, decidimos, mi hija y yo, guarecernos bajo el aire acondicionado de
una barra de bar “vacía”. No se lo pueden ni imaginar, en el bar debían yacer unas
doscientas personas pero, en lugar de disfrutar del balsámico aire
acondicionado del interior, estaban todos apiñados en una terraza exterior cuya
temperatura ambiente no debía bajar de los cincuenta grados. Me he dado cuenta,
estos últimos años, que se trata de una tendencia generosa dado el halo mágico
que rodea estas superficies, ahora privadas, otrora ager publicus.
Después de tomarme dos cervezas 0,0 –y un
agua, mi hija–, pedí la cuenta. El camarero, que parecía desconocer lo que nos
había servido, incluso no sabía en qué idioma se lo habíamos requerido,
preguntó: two beers? No, le respondí,
dos cervezas. Con la característica displicencia que ocasiona un cliente torpe
que no sabe que es lo mismo una cosa que la otra, el camarero me lo dejó claro:
¡Es lo mismo! Le dije que no, que no era lo mismo. Que la relación entre
significado y significante del signo lingüístico –en este caso “beer”– no es más que un acuerdo libre
entre una comunidad de hablantes limitada –no universal, como parece opinar el
camarero– que han decidido que “beer”
sea una bebida, alcohólica o no, hecha con granos germinados de cebada,
fermentados en agua, y aromatizada con lúpulo. Pero, y esto es de lo que no se
ha enterado el camarero, es que mi comunidad a esto ha decidido llamarle
“cerveza” y no “beer”, y que la
comunidad serbia ha decidido llamarle “пиво“, y la ebrea „בירה“, y
la japonesa “ビール”, y zulú “ubhiya”, o la china啤酒y así hasta tropecientos acuerdos de
comunidades hablantes que configuran otros tantos idiomas y dialectos.
Conclusión: señor camarero, yo le he pedido dos cervezas –y un agua–, no dos beers, ni dos пива, ni
dos ビール, ni siquiera dos啤酒, porque,
de haber sido así, seguro que se habría dado cuenta de que cada idioma tiene un
significante diferente para un mismo significado, pero que, si deseamos
entendernos, debemos usar los mismos significantes que, en ningún caso “son lo
mismo” aunque lo signifiquen; sino, compare los fonemas de dos idiomas
cualesquiera y se dará cuenta.
Otra vez el
asfalto ardiendo y la imposibilidad de dar dos pasos en línea recta sin tener
que sortear a algún “pedestrian” que
llevaba derrota de colisión conmigo. El esfuerzo realizado por mi hija durante
el curso, bien valía una “beer” con
el aire acondicionado encima y un safaring
de alto riesgo por la ciudad condal.
Colau
12/07/2016
Imatge: Mercat de la Boqueria, ahir al matí: inaccessible!
Imatge: Mercat de la Boqueria, ahir al matí: inaccessible!
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