Hace unos días, una amiga mía,
que trabaja en un centro de personas con enfermedades cerebrales, para que me
hiciera cargo de lo que representa para unos padres que las expectativas que
han depositado en el hijo tan deseado que está a punto de llegar, se evaporen
por sublimación espontánea, me prestó un libro, fechado en el año 1976, escrito
por Mercedes Carbó y titulado Sonrisas
rotas. Parece ser que en esa época esta señora era muy famosa por presentar
y dirigir un programa de televisión cuya misión era defender y, sobretodo,
familiarizarnos con los “subnormales”. Mi sorpresa empezó al leer la
contraportada donde, entre otras virtudes de la señora Carbó, destacaba
“…Mercedes fue el detonante que imprimió otro ritmo, otra dinámica, al esfuerzo
y las angustias de muchos otros padres de subnormales […] Mercedes es “la
presidente” de La agrupación Provincial Pro Subnormales de Barcelona […] Ha
divulgado por la geografía hispana los esfuerzos en torno a esos niños rotos,
esas sonrisas infinitas que son los subnormales…” Solamente en la
contraportada, la palabra “subnormal” aparecía media docena de veces; ya no
hablo del texto del libro. Decir que la palabra aparece 21, 68 o 72 veces, no
cambia en absoluto el hecho de que aquello me hiciera recordar, no sin
nostalgia, aquella época cuando no existía la coletilla “políticamente
correcto”, entre otras cosas porque hasta ese momento lo político había sido
“uno” y, por supuesto, correctísimo por quien lo decía.
Ambas circunstancias me hicieron
recapacitar y reflexionar, e hice algunos razonamientos para llegar a ciertas
conclusiones que me gustaría trasladaros, con la única pretensión de
profundizar un poco en los motivos que nos han llevado a inventar nombres para
lo que ya existía uno, y que al cabo de un tiempo éste fuera nuevamente
cambiado por intoxicación conceptual, y así hasta llegar a aberraciones léxicas
que se sitúan al borde de la ridiculez.
Avancemos ordenadamente.
Nos hemos acostumbrado, desde
hace unos años, a oír la frase “políticamente correcto”, y, ¿sabemos lo que son
palabras políticamente correctas? ¿Para qué sirven? ¿Con qué fin se utilizan?
Parece ser que los políticos, en aras de conseguir la mayor cantidad de
adeptos, se dieron cuenta que esta sociedad está llena de minorías, y que éstas
se sentían ocasionalmente, o siempre, despreciadas y marginadas del resto de la
sociedad. Que nadie lo dice, pero se supone que “la sociedad” es un ente
compuesto mayoritariamente por hombres blancos, occidentales, sanos y con
recursos económicos (los intelectuales no suelen tenerse tan en cuenta, por eso
me sorprendió la calificación de IB3). Los políticos, entienden que todos las
personas que se apartan de esta clasificación forman “grupos minoritarios” que
sumados resulta que son mayoría. Si sumamos a los subnormales y sus familias, a
los negros y sus familias –también negras, por supuesto–, a las putas, a los
moros, a los ciegos, a los que padecen sida, a los pobres, a los gitanos, a las
mujeres, a los viejos, a los gordos, a los maricones, a las tortilleras, a los
travestis, etc., resulta que ganan por abrumadora mayoría a los considerados
normales (sólo las mujeres ya son más de la mitad de la población mundial).
Los políticos, que no suelen ser excesivamente previsores, pero
tienen asesores, se dieron cuenta que a ninguno de esos grupos les gustaba que
se les llamase tal como yo acabo de hacer, ya que se sentían difamados,
vilipendiados, ofendidos, despreciados, desplazados, minusvalorados y en
desigualdad con los el resto de los “normales”. Y, así, los políticos
decidieron cambiar el léxico, endulzarlo para que sus posibles votantes se
sintieran más iguales a los demás. Y, ni cortos ni perezosos, así lo hicieron.
Todo esto, como suele suceder siempre, empezó en EEUU a raíz del
multiculturalismo promovido por la Asociación Americana de Antropología y
asumido por Europa, en la segunda mitad del siglo pasado, mediante “el respeto
por los derechos a las minorías” extendido por la Escuela de Frankfurt.
Al moro se le pasó a llamar
magrebí; al ciego, invidente; al negro, de color; a las putas, profesionales
del sexo; a maricones y tortilleras, homosexuales; al loco, enfermo
psiquiátrico; al subnormal, discapacitado psíquico, mental o intelectual. No me
voy a extender, por ahora, ya que como ejemplos son suficientemente
ilustrativos y archiconocidos.
En EEUU, líderes en todo, tanto
en la venta de armas a sus ciudadanos como en su cuidado aséptico de las
palabras para nombrar a las minorías (no por su número, sino por su estatus). A
los negros, que se les seguía llamando niggers
como si los tiempos de esclavitud no hubieran acabado, se les pasó a llamar blacks, que tiene cierto sentido puesto
que lo son, pero no bastó, y no pararon hasta encontrar la palabra mágica: Afro-American, que de momento resiste. Ya
en 1994 Los Ángeles Times prohibió en
sus publicaciones unas 150 palabras de estilo inapropiado.
Ninguno de estos cambios enmienda
problemas como el racismo, ni el desprecio a ciertos colectivos, ni siquiera
inocuos estereotipos. Steven Pinker es contundente en su afirmación:
“Los lingüistas conocen bien el fenómeno, al que se podría
denominar “la rueda del eufemismo”. La gente inventa palabras nuevas para
referentes con una carga emocional, pero el eufemismo se contamina pronto por
asociación, y hay que encontrar otra palabra, que enseguida adquiere sus
propias connotaciones, y así sucesivamente. Así ha ocurrido en inglés con las
palabras para denominar los cuartos de aseo: water closet se convierte en toilet
(que originariamente se refería a cualquier tipo de aseo corporal), que pasa a bathroom, que se convierte en restroom, que pasa a lavatory.”
En
España está sucediendo algo parecido a una velocidad vertiginosa. Hemos pasado
del “subnormal” a la persona con “capacidades diferentes”, porque
“discapacitado, disminuido, retrasado, etc.”, que en su momento nos
satisfacían, han ido cambiando puesto que nuestras ideas sobre el colectivo no lo
han hecho, y hemos intoxicado con ello cualquier eufemismo sustitutorio, lo que
seguirá sucediendo mientras no entendamos que las connotaciones no están en las
palabras, sino en nuestra propia mente.
Todo esto nos lleva a la
siguiente conclusión, y es que las palabras no moldean la mente de las
personas, sino que son los conceptos los que lo hacen. Podemos bautizar un
mismo concepto con diferentes nombres, pero el concepto permanece, y acabará
invadiendo al nuevo nombre.
Mientras la gente tenga una
actitud negativa hacia las minorías, los
nombres para designarlas cambiarán incansablemente sin que la actitud cambie. Ser machista o no serlo, pues, no depende de si empleamos lenguaje
sexista. Tampoco si empleamos palabras racistas. Sabremos que hemos
conseguido respetarnos mutuamente cuando
los nombres permanezcan inmutables.
Quiero,
ahora, hacer una mención especial al lenguaje sexista, dadas las exageraciones
a las que hemos llegado.
Para
empezar, he de referirme a esa decisión que he tomado más arriba en cuanto a
situar a la mujer como grupo minoritario, cuando todos sabemos que, por lo
menos, hay tantas como hombres, o más.
Bien, ¿Cómo puede ser definido el concepto de minoría para ser aplicado a las
mujeres, un grupo numéricamente mayoritario en nuestra sociedad? El sociólogo
americano Louis Wirth, en la primera mitad del siglo pasado, estableció que:
“Un grupo minoritario es cualquier grupo de personas que, a causa de sus
características físicas o culturales, se encuentra sometido a una
discriminación respecto de los demás miembros de la sociedad en que vive,
recibiendo de ésta un trato diferente e injusto”. Aunque Wirth era un estudioso
de la problemática racista y, de acuerdo con lo anterior, afirmaba que los
negros, aunque se encontrasen en una situación de mayoría numérica, había que
seguir considerándoles una minoría por razón de su posición de subordinación
social, política y económica. Esta definición de minoría a causa de la
inferioridad del estatus, y no por su envergadura estadística, es lo que
permite la aproximación sociológica entre las llamadas minorías étnicas y las
mujeres.
Esta
teoría fue retomada ya en la década de los setenta del siglo pasado, por una
corriente del feminismo francés, inscrito dentro de una corriente llamada feminismo materialista, que afirmaban,
por boca de Colette Guillaumin, una de sus representantes, que los grupos
minoritarios no son aquellos que son menores en número, sino aquellos que en una
sociedad están en estado de “menor poder”. Más o menos en la línea de Wirth.
Yo
me apunto a estas consideraciones ya que encajan perfectamente con las mujeres,
puesto que es un grupo (enorme), pero que ha carecido durante años de este
poder económico, jurídico o político, y han estado subordinadas al poder de los
hombres en las diferentes sociedades a través del tiempo.
Hecha
la aclaración, no voy a hablar de feminismo, sino de palabras políticamente
correctas. Y en esta línea quiero remarcar que la Real Academia Española de la
Lengua ha realizado esfuerzos en temas como el establecimiento de reglas para
feminizar los oficios, cargos, empleos, títulos, profesiones, etc., es decir,
ha trabajado mucho en la reglamentación
sobre la formación de femeninos. Salirnos de estas reglas es querer
inventar un idioma nuevo a nuestra conveniencia. El español es un idioma con
los temas de género perfectamente resueltos. Es cierto que el género universal
en nuestro idioma es el masculino, pero también es cierto que no suelen existir
ambigüedades que puedan confundirnos al saber si hablamos en masculino, en
femenino o en género masculino gramatical para referirnos a todos los
individuos de la especie y no sólo a los machos.
Otra
recomendación que hace la RAE es en lo referente al uso del signo de la arroba
(@) para que la palabra exprese el masculino y el femenino a la vez:
“Para solventar el problema de la
pesadez que supone la repetición de cada uno de los apelativos en ambos
géneros, comienza a circular la novedad, al hilo de la popularización de la
informática, de utilizar el signo de la arroba (@) como moción de género para
referirse a ambos sexos, ya que, curiosamente, este signo parece incluir en su
trazo las vocales a y o. Con ello, en una misma palabra se integran
gráficamente tanto el nombre masculino como el femenino. Aunque este recurso no
deja de ser ingenioso, hay que recordar que la arroba no es un signo
lingüístico, y que este uso no puede considerarse aceptable en español desde el
punto de vista normativo. [...] Por tanto, su uso es INCORRECTO. [...]”
En
este aspecto, quiero hacer una observación. Me da la sensación de que los
aficionados al uso de la @, sólo se han dado cuenta de lo cargante que resulta
en el lenguaje la repetición masculina y femenina de cada vocablo, pero no han
caído en la cuenta de que el símbolo elegido es una afrenta al feminismo. El
símbolo en cuestión, es una “a” pequeñita, la que expresaría el femenino,
completamente rodeada por la “o”, mucho más grande, que expresaría el
masculino. Es decir que, una vez más, el hombre rodea a la mujer, la encierra
en su mundo, la oprime, le coarta su libertad, no queda exonerada de la
subordinación a lo masculino, y todo un etcétera de metáforas, más que
explícitas, en contra de la igualdad de sexos. Creo que quien utiliza este
símbolo no se ha dado cuenta de las connotaciones negativas que tiene éste para
la causa igualitaria.
No
obstante, vamos a ser serios y a utilizar el idioma como es debido, obviando
cambiar o incluir palabras que a la larga, y mientras no cambien los conceptos,
no satisfarán plenamente a las agraviadas y deberá continuar perennemente su
remodelación hasta que todos aceptemos que el machismo está en las ideas de
hombres y mujeres y no en las palabras de un diccionario.
A
continuación quiero mostrar, por lo absurdo, un escrito de Julián Marías, en
plan coñero, pero que ilustra perfectamente lo que sería aplicar al pie de la
letra lo que pretenden los más “políticamente correctos”. Muchos ya habréis
leído escritos semejantes, pero para los que no, ahí va ese:
“Los ciudadanos españoles y las ciudadanas
españolas estamos hartos y hartas de pedir a nuestros y a nuestras gobernantes
y gobernantas que se ocupen de los niños y las niñas inmigrados e inmigradas,
que llegan recién nacidos y nacidas, famélicos y famélicas, desnudos y
desnudas, sin dónde caerse muertos y muertas. Nuestros y nuestras políticos y
políticas se ven incapacitados e incapacitadas para afrontar el problema,
temerosos y temerosas de que los votantes y las votantes los y las castiguen:
el que y la que sea partidario y partidaria de que esos niños y esas niñas sean
españoles y españolas a todos los efectos, teme la reacción de los y las
compatriotas y compatriotos proclives y proclivas a frenar el flujo de
extranjeros y extranjeras —sean adultos o adultas, niños o niñas, recién
nacidos o nacidas— y amigos y amigas de una población compuesta por individuos
e individuas autóctonos y autóctonas, homogéneos y homogéneas racialmente: los
ciudadanos y las ciudadanas, en suma, que no creen que todos los hombres y las
mujeres son iguales o igualas.”
De
todas maneras no nos deprimamos, los norteamericanos (siempre es un consuelo
saber que los hay de más profilácticos que uno), bueno, en este caso
norteamericanas, de la American Association of Quarrel’s Machines,
(Asociación Americana de Máquinas de Reñir), que no tuvieron otra ocurrencia
que meterse con la palabra history,
porque lo que ellas creían que era un prefijo: his, que tiene la connotación masculina del posesivo “su de él”, quisieron
cambiarlo por lo que creían el prefijo: her,
posesivo “su de ella”, de manera que
la historia que empezando por his parecía
la historia hecha por y para los hombres, pasara a llamarse hertory, es decir la historia hecha por
y para las mujeres, como si existieran dos tipos de historia. La palabra history, como historia, viene del latín historĭa, y ésta del griego ἱστορία, o sea, que de prefijo nada de
nada. Las americanas… también van servidas.
Para
terminar con buen humor, voy a relacionaros una serie de eufemismos
“políticamente correctos” para que no caigáis en el error de ser ofensivos u
ofensivas mediante el uso de palabras o palabros inadecuadas o inadecuados:
INCORRECTO CORRECTO
Guerra Conflicto
armado
Gordo Persona
con problemas de sobrepeso
Viejos Gente
mayor (ni ancianos ni tercera edad)
Puta Mujer
de moral distraída o trabajadora sexual
Capitalismo Economía
de mercado
Imperialismo Globalización
Víctimas del imperialismo Países
en vías de desarrollo
Pobre Persona
de escasos recursos o desfavorecido
Moro Magrebí
Subnormal Se debe
referenciar la enfermedad padecida, p. e. síndrome de Williams, de Asperger, parálisis cerebral…
Mongolismo (RAE) Síndrome de Down
Tortura Presiones
físicas o psicológicas
Bajas militares Muertos
en batalla
Bajas civiles Daños
colaterales
Aborto Interrupción
voluntaria del embarazo
Fiesta de la raza Día
de la Hispanidad
Gamberro Joven
con problemas de adaptación
Despido Flexibilidad
laboral
Negro africano Subsahariano
Gitano De
etnia gitana
Minusválido Persona
con discapacidad física u orgánica
Negro americano Miembro
de la diáspora africana
Resto de negros Personas de color
(negro)
Loco Enfermo
psiquiátrico
Merienda de negros Refrigerio
de hombres y mujeres de color
Vago Ocioso
Catalán Lengua
autóctona
Retrete, aseo, urinario… Disculpa,
ahora vuelvo.
Retrasado
mental Persona
con coeficiente intelectual igual o inferior a 70
Cárcel Establecimiento
penitenciario
Crisis
económica Desaceleración
o aceleración negativa
Ciego Invidente
Sordo Oyente
diferenciado
Feo De
belleza exótica
Adulterio Relaciones
impropias
Diarrea Problemas
gastrointestinales
Enfermo Paciente
Espionaje Servicio
de inteligencia
Eutanasia Muerte
digna
Golpe de estado Pronunciamiento militar
Impotencia Disfunción
eréctil
Ladrón Amigo
de lo ajeno
Mentir Faltar a la verdad
Mentir Faltar a la verdad
Prohibir Desaconsejar
Soborno Tráfico
de influencias
Subida de precios Reajuste
de precios
Vendedor Asesor
comercial
Y las que queráis añadir… O ajustar.
FELIZ
AÑO NUEVO A TODES
Colau
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