Casi todos los seres humanos del
bloque occidental, la mayoría de orientales y buena parte del tercer mundo
estamos alineados o sometidos por las voluntades liberales. Todos nos creemos, de una u
otra manera, que gozamos de libertad. No es cierto. Actuamos tal como desean
los poderes económicos y solo un mediocre autoengaño nos convence de nuestro libre
albedrío. Si no, veamos.
Las religiones monoteístas desean
someter la libertad humana a la observancia divina. Pero, en realidad, a ningún
papa, ni obispo, ni clérigo les importa una acelga nuestra vida después de la
muerte. Las Iglesias utilizan la religión para someter nuestras voluntades,
para mantenernos en el redil bajo amenaza de condena eterna o premio de vida ídem,
con un único objetivo: detentar el poder. ¿Cuál? Todo.
Los Estados liberales actúan de
una forma muy simple: favorecen el desarrollo de las empresas. El motivo es
obvio: crear riqueza. Cómo, pues elaborando unos productos –o servicios– previa
inversión de un capital y la utilización de mano de obra. Los productos, puestos en el mercado, producen
unos beneficios que rentabiliza la inversión capitalista. Pero existe una gran
perversión tras la ley de la oferta y la demanda. El mercado somos única y
exclusivamente nosotros, los trabajadores, y lo único que pretende la economía
capitalista es recuperar íntegramente los sueldos abonados, porque la riqueza
no se crea de otra manera que esquilmando las pagas enteras de los ciudadanos. La
comida, de acuerdo, es necesaria, pero no todo lo ofrecido es indispensable; la
vivienda, hay que comprarla porque de lo contrario uno es libre de cambiar y
marcharse cuando y a donde quiera, por eso es importante tenernos cogidos por
la mismísima bisectriz durante treinta o cuarenta años pagando un préstamo; el
coche es básico: otro préstamo cada cinco o seis años; el móvil: yo no puesto
estar sin él, pues suma; el atrezo doméstico: que no falte de nada; vida
social, la que me merezco, faltaría más con lo que trabajo… Sí, todo regresa a
las arcas de las empresas. Mientras tanto, nosotros competimos, emprendemos,
nos marcamos objetivos, buscamos ascensos, nos despiden, nos da un infarto, pero
todo con absoluta libertad, porque nuestra vida entera la hemos negociado
libremente. Y no estoy aplicando este término en su acepción existencialista,
sino con el más absoluto cinismo.
Ya tenemos la vida perfecta. La
Iglesia cuida de nuestras almas, sin cortarse lo más mínimo a la hora cercenar
nuestras libertades, y el Imperio Capitalista de nuestros bolsillos, haciéndonos creer que la libertad está en
nuestras manos y la felicidad en colmar nuestros deseos que ellos cuidan de
atizar desde que nacemos hasta después de muertos.
¿Y por qué digo todo esto si es
conocido hasta la saciedad? Pues porque los unos y los otros no se dan por
satisfechos: quieren más, desean llegar al “sometimiento perfecto”, y para ello
qué mejor que empezar por la formación, o mejor, por la deformación. Se han
dado cuenta que la gente que piensa, que razona o que cuestiona no debería existir.
Son los culpables de todas las revoluciones, disipan las mentes abnegadas de
los trabajadores y les inducen a quejarse: ¡qué desfachatez! Son unos
parias-rojos-ateos. Vamos a eliminar la filosofía de las escuelas que a los
filósofos les carga el diablo. Por eso el “plan” Proceso de Bolonia desprecia la
filosofía, la LOMCE hace que como asignatura desaparezca del bachillerato y la
Universidad Complutense de Madrid, por si después alguien se arrepiente, cierra
su facultad de filosofía. La Iglesia ha conseguido que con este sistema de
enseñanza se impartan más horas lectivas de religión de las que jamás se dieron
en etapas tan serias como la franquista o la de Aznar. La lógica es aplastante,
que los jóvenes estudien únicamente lo que puede ser útil a las empresas. Que
estudien solamente los que gocen de determinada solvencia, porque se precisa
una cantidad ingente de ignorantes libres que realicen el trabajo. Que los
estudios denominados “humanidades” desaparezcan, primero, por su vana y estéril
productividad y, segundo, porque un pensador es más peligroso que un niño con
una pistola cargada. Véase el claro ejemplo estadounidense donde está permitida
la tenencia las armas –se supone que son para usar– en cambio el acto de
pensar, de razonar, no tiene ningún sentido si no se aplica adecuadamente, elucubrando acciones para crear más riqueza,
para los que ya son ricos, of course. Para qué serviría seguir enseñando Ética
cuando las religiones monoteístas se arrogan, todas y cada una de ellas, la “única”
verdad absoluta. Una pérdida de tiempo.
Con este futuro en ciernes
llegamos a las elecciones del 26J. Todos, sin excepción, están en ese barco
económico –la política, hoy es solo economía–, aunque quizás todavía Dios nos
dé una oportunidad y, en un alarde de infinita bondad, permita a Podemos e Izquierda
Unida (y MES, y mareas, y otros deudos) ganar las elecciones, en caso contrario
presiento desalentador el andar de
nuestros hijos y nietos por ese mundo que propone el liberalismo posmoderno.
Oración: Dios omnipotente, manifiéstate,
consigue que un ateo como yo se rinda a tus dones. Nos diste la vida, nos la has
jodido durante cinco mil años, da cuatro años de esperanza a este pérfido y
pecador país que nunca se cansa de adularte. Si no estás seguro de tu decisión
no te aflijas, yo tampoco suelo estar seguro de las mías. Amén.
Colau
20/06/2016
P. S. Se puede continuar: "Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero y te doy mi corazón. ¡Tómalo! Tuyo es, y mío no". Es opcional pero conviene, nos llevan ventaja.
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