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domingo, 26 de junio de 2016

¿OSTRACISMO? SÍ, GRACIAS.



He oído voces que, de tan políticamente correctas, rayan el fascismo y la estulticia a partes iguales. No hablan de otra cosa que de la posibilidad de repetir el referéndum británico sobre la salida de la Comunidad Europea. ¿¡Es posible un talante tan antidemocrático!? Resulta, como menos, increíble y como más, peligroso, que los “políticamente correctos” en defensa del ultraje que ha supuesto el éxito del brexit, deseen repetir el referéndum hasta que se atienda a sus deseos. Es muy posible, por la sensatez del pueblo británico, que nunca se repita este referéndum. Pero también es muy probable que los gobiernos, vista la experiencia, prefieran decidir por sí mismos en lugar de esconderse tras la voluntad popular, porque puede que la lógica del pueblo difiera sensiblemente de la de los políticos. Seguramente el nuevo karma “neo” sea algo parecido a: “¿Referéndum? No, gracias”.
La democracia ateniense era directa, es decir que los ciudadanos no eran representados por políticos como en la actualidad, sino que conformaban una democracia en la que ellos mismos eran, a la vez que ciudadanos, dirigentes de la polis. Y disfrutaban de una deliciosa costumbre: el ostracismo. Se trataba de un referéndum anual que se llevaba a cabo si la asamblea – formada por ciudadanos– creía necesario convocarlo. En este referéndum no se hacían preguntas ininteligibles, solo se trataba de escribir el nombre de un dirigente al que se considerara descarriado, corrupto o “en baja forma”. Esto se hacía escribiendo su nombre con un punzón en un óstrako, un fragmento de vasija rota –el papel y bolis escaseaban–. Se contaban los óstrakos, y, en el caso de que llegaran a 6000, se proclamaba el nombre del ciudadano más votado. Este, en un plazo no superior a diez días, debía abandonar el territorio ateniense y no regresar durante diez años. El ostracismo no implicaba degradación alguna como ciudadano ni confiscación de propiedades. Era, simplemente, un recurso preventivo, sabio, diría yo, para evitar que los “elementos prominentes de la sociedad” –ahora vulgarmente llamados políticos– cayeran en la tentación de ejercer un poder personal o se aprovecharan personalmente de ese poder o se convirtieran en tiranos.
Entendemos entonces porque la democracia se ha convertido en representativa y ha desaparecido la acción directa de los ciudadanos. La voz de los ciudadanos es efímera. Se utiliza para elegir a unos representantes que el pueblo solamente conoce de oídas o por los medios de comunicación, y son ellos los que luego, durante cuatro años, en este y otros países, hacen lo que les viene en gana. Hasta que se da algún caso en el que no se atreven a tomar una decisión y se quitan las pulgas de encima convocando un referéndum, aunque solo en el caso de que estén seguros de que se votará de acuerdo con sus intereses. Pero los designios del pueblo son inescrutables y pueden darse sorpresas morrocotudas. Cuando esto no sucede, se habla de repetirlo. ¡Qué brutos!
Ya que los ciudadanos, en la actualidad, no tenemos otra opción que confiar en nuestros representantes, no estaría demás que, anualmente, pudiéramos votar a alguno de ellos para que tuviera que exiliarse durante diez años; tiempo suficiente para reflexionar. De esta manera, el voto del ciudadano sería de un valor incalculable, y no hace falta decir lo bien que tratarían los políticos a su pueblo. Como ahora.
Colau
26/06/2016

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