He oído voces
que, de tan políticamente correctas, rayan el fascismo y la estulticia a partes
iguales. No hablan de otra cosa que de la posibilidad de repetir el referéndum
británico sobre la salida de la Comunidad Europea. ¿¡Es posible un talante tan
antidemocrático!? Resulta, como menos, increíble y como más, peligroso, que los
“políticamente correctos” en defensa del ultraje que ha supuesto el éxito del brexit, deseen repetir el referéndum hasta
que se atienda a sus deseos. Es muy posible, por la sensatez del pueblo
británico, que nunca se repita este referéndum. Pero también es muy probable
que los gobiernos, vista la experiencia, prefieran decidir por sí mismos en
lugar de esconderse tras la voluntad popular, porque puede que la lógica del
pueblo difiera sensiblemente de la de los políticos. Seguramente el nuevo karma
“neo” sea algo parecido a: “¿Referéndum? No, gracias”.
La democracia
ateniense era directa, es decir que los ciudadanos no eran representados por
políticos como en la actualidad, sino que conformaban una democracia en la que
ellos mismos eran, a la vez que ciudadanos, dirigentes de la polis. Y
disfrutaban de una deliciosa costumbre: el ostracismo. Se trataba de un referéndum
anual que se llevaba a cabo si la asamblea – formada por ciudadanos– creía
necesario convocarlo. En este referéndum no se hacían preguntas ininteligibles,
solo se trataba de escribir el nombre de un dirigente al que se considerara
descarriado, corrupto o “en baja forma”. Esto se hacía escribiendo su nombre con
un punzón en un óstrako, un fragmento
de vasija rota –el papel y bolis escaseaban–. Se contaban los óstrakos, y, en el caso de que llegaran
a 6000, se proclamaba el nombre del ciudadano más votado. Este, en un plazo no
superior a diez días, debía abandonar el territorio ateniense y no regresar
durante diez años. El ostracismo no implicaba degradación alguna como ciudadano
ni confiscación de propiedades. Era, simplemente, un recurso preventivo, sabio,
diría yo, para evitar que los “elementos prominentes de la sociedad” –ahora
vulgarmente llamados políticos– cayeran en la tentación de ejercer un poder
personal o se aprovecharan personalmente de ese poder o se convirtieran en
tiranos.
Entendemos
entonces porque la democracia se ha convertido en representativa y ha
desaparecido la acción directa de los ciudadanos. La voz de los ciudadanos es
efímera. Se utiliza para elegir a unos representantes que el pueblo solamente
conoce de oídas o por los medios de comunicación, y son ellos los que luego,
durante cuatro años, en este y otros países, hacen lo que les viene en gana.
Hasta que se da algún caso en el que no se atreven a tomar una decisión y se
quitan las pulgas de encima convocando un referéndum, aunque solo en el caso de
que estén seguros de que se votará de acuerdo con sus intereses. Pero los
designios del pueblo son inescrutables y pueden darse sorpresas morrocotudas. Cuando
esto no sucede, se habla de repetirlo. ¡Qué brutos!
Ya que los
ciudadanos, en la actualidad, no tenemos otra opción que confiar en nuestros
representantes, no estaría demás que, anualmente, pudiéramos votar a alguno de
ellos para que tuviera que exiliarse durante diez años; tiempo suficiente para
reflexionar. De esta manera, el voto del ciudadano sería de un valor
incalculable, y no hace falta decir lo bien que tratarían los políticos a su
pueblo. Como ahora.
Colau
26/06/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario