¿Celos o ira?
Los celos sólo son sospechas, pero aparecen en todos los aspectos de la
vida: trabajo, amistad, familia, pareja, relaciones sociales…
Los celos son un
sentimiento derivado del miedo. Miedo a perder “algo” o “alguien” en beneficio
de un tercero: afecto, apego, amistad, protagonismo, encanto, personalidad,
poder, etc., o la percepción errónea de usurpación de la propiedad física y/o
sentimental, materializada en la pérdida del sentimiento de sumisión o dependencia,
sexual o psicológica, del ser querido y supuestamente amado.
Los celos son
también carencia, sensación de la falta de algo que creíamos tener y pensamos erróneamente
que hemos perdido o que estamos a punto de hacerlo. Los celos no son la
consecuencia de un acto, sino el sentimiento que produciría este acto,
transportado al momento presente, si éste tuviera lugar.
Los celos son
siempre una ilusión, puesto que sólo se sienten cuando se sospecha o se quiere
creer sin confirmación alguna. Cuando se confirman empíricamente las sospechas,
dejan de ser celos para convertirse en ira o frustración. La ira se libera
vehementemente y sólo necesita un detonante para convertirse en violencia. La
frustración genera cierto estado depresivo, exento de violencia, pero lleno de angustia.
Los celos suelen
materializarse como la sensación de disponer de un objeto notable bajo el
diafragma, que ejerce presión sobre la columna vertebral y la licúa, provocando
debilidad física y endeblez de piernas mientras una sensación de vacío se manifiesta
debajo del esternón, lo que acelera la respiración y aumenta la tensión
sanguínea. Las sentimientos más frecuentes, como consecuencia de la
constatación de lo que fue ilusorio, es decir, lo que en su momento fueron
celos, son la impotencia, la incredulidad, la ira, el odio, la venganza o, en
el más sensato de los casos, la resignación y aceptación de la pérdida.
Existe una escala
muy amplia del grado de sufrimiento que se produce a consecuencia de la
constatación de la pérdida. El carácter del sujeto, su personalidad, su madurez,
su nivel intelectual, su capacidad analítica, su grado de estoicismo, su capacidad
para asumir la realidad o su claridad de ideas respecto de lo que es la
propiedad y de cómo debe ser gestionada.
No es lo mismo los
celos por sospecha de usurpación de bienes materiales, de bienes sentimentales o
de bienes humanos.
1)
Si llevo en el bolsillo una cantidad
importante de dinero, de mi propiedad, y un ladrón me asalta y se la lleva, me sentiré vejado, ultrajado, lamentaré su
falta, sufriré el miedo a no recuperarlo y deberá pasar cierto tiempo (duelo)
hasta que me recupere anímicamente del percance. Todos los síntomas son los propios
de la celotipia, pero no he pasado por ese estado: nunca sospeché que me
robarían, no tuve miedo, no tuve dudas, no tuve sospechas, no tuve celos. Este
tipo de actos no son los que nos producen mayor grado de desengaño, puesto que la
sociedad nos otorga unas garantías legales que defienden la propiedad privada y
la autoridad deberá actuar en nuestro favor para solventar la afrenta. En este
caso habré pasado directamente a la fase dos de los celos, cuando éstos,
precisamente, dejan de serlo.
2)
Al no invitarnos a una fiesta para la
cual sí han pensado en algunos de nuestros amigos, aflorará necesariamente la
sensación de celos. El afecto que creíamos nos correspondía, nos ha sido
arrebatado, pero se le ha mantenido a otros que, casi con toda seguridad,
tenían incluso lazos más endebles que los nuestros. Sentimos el vacío producido
por la temida pérdida del afecto. Sentimos resentimiento por ese desplante.
Sentimos miedo de no recuperar el afecto y quedar definitivamente desplazados
de sus relaciones. Esta apreciación es celosa por ilusoria, desconocemos los
motivos que han causado lo que consideramos una afrenta, pero no sabemos a
ciencia cierta la motivación de lo ocurrido. Experimentaremos los celos, porque
nos recrearemos en la sospecha de haber sido apartados con alevosía.
3)
Los celos nos invadirán si percibimos
que nuestro jefe valora más el trabajo de un compañero que el nuestro. Sabemos
que lo ideal sería alegrarse por el compañero: la realidad no es lógica.
Sentiremos que el reconocimiento que creíamos merecer y poseer de nuestro
superior no es tal. Lo teníamos, ilusoriamente, y nos lo han arrebatado.
Tenemos miedo de no recuperarlo, de que se confirme la certeza de nuestra
sospecha. Sentimos reproche y envidia hacia nuestro compañero. Sentimos ira:
queremos que se equivoque, que haga el ridículo delante del jefe para recuperar
nuestro estatus que, por supuesto, nos merecemos nosotros más que él. Puede que
la apreciación percibida sea completamente falsa y seremos injustos con el
compañero al que no le corre más que inocencia por sus arterias.
4)
Si en las reuniones, comidas o
fiestas entre amigos o familiares, uno es el animador, el alma de la reunión, y
cierto día llega un invitado que le hace sentir suplantado en su labor de
maestro de ceremonias y lo margina a un segundo plano, el hasta ahora factótum se
sentirá despojado de su protagonismo, de su influencia sobre el grupo, de su irreemplazable
trascendencia en pos de las relaciones intragrupo. Le ocasionará una pérdida de
amor propio, un feroz ataque de celos que mermará su ego y le hará plantearse desaparecer
de la primera línea organizativa para observar como otros se estrellan al
intentar emularlo. ¡Qué os organice el otro y ya veréis…! Los celos hacen que
tomemos las decisiones más desafortunadas.
5)
Existen, por supuesto, los celos
infantiles, que son muy parecidos a los de los mayores: pérdida de un juguete
en favor de otro, aparente preferencia de la puericultora por otro niño,
subjetivo injusto reparto del cariño de los padres, etc. Los niños no saben
contenerse puesto que todavía no han asimilado las mínimas normas de urbanidad,
por lo que no resulta extraño verles tomándose la justicia por su mano y
aplacando contundentemente la ira provocada por sus celos. Los celos de los
niños son reales siempre puesto que sólo se valen de su percepción para
sentirlos. No disponen de fórmulas empíricas para verificar las entidades
provocadoras.
6)
La envidia es uno de los principales
vicios motivadores de celos. No hay que olvidar que la envidia es un
sentimiento subjetivo, no una realidad objetiva. En este caso no nos han
arrebatado algo que nos pertenecía, sino que creemos merecerlo más que el que
lo detenta. La envidia es desear lo del otro, pero también es desear que el
otro no lo posea. Además de un sentido de carencia por lo que no tenemos,
desatamos la ira contra el que sí lo tiene: no sólo deseamos sus bienes, también
deseamos su ruina. Envidia y celos: dos maldades juntas.
7)
El deseo de posesión de cualquier
animal, persona o cosa, lleva implícito el sentimiento de celos. Deseo: no lo
tenemos o sea falta, y nos embarga el miedo de no conseguirlo. El deseo es
portador de ira latente. El deseo proporciona infelicidad y rencor hacia
cualquier contingencia que impida la obtención del objeto del deseo. El deseo,
como decía de la envidia, es un sentimiento ilusorio. Sólo mi consciencia es
capaz de un ardid semejante.
8)
¡Te quiero!: implica celos. Significa
“quiero que seas mío o mía”. Es un sentimiento de propiedad. Cualquier
propiedad genera celos puesto que existe la posibilidad de perderla o de que
nos la arrebaten. El o la que “quiere” siente rencor por la incomodidad que
causa el miedo de que le quiten el ser “querido”. En el momento que nace el
deseo nacen los celos.
9) Los celos de la pareja tienen los mismos principios.
Te quiero, eres mío o mía, te necesito, te adoro, sin ti no vivo, por ti me
muero, etc. Todos estos sentimientos son celosos por naturaleza. Cada átomo de
sentimiento va unido a un átomo de celos, formando juntos un nuevo elemento: el
amor egoísta. Este amor debe ser correspondido exactamente con el mismo nivel
de intensidad y desprendimiento que el ofrecido por uno mismo. Puesto que si no
es así, si existe una pequeña desincronización, se achacará a la falta de
interés de uno hacia el otro, porque alguien, sin duda pensaremos, nos está
arrebatando a la persona amada. El sentimiento de propiedad es el amor más
egoísta de todos y el más expuesto a los celos, puesto que es “los celos en sí”,
“los celos en estado puro”. No existe el amor desinteresado totalmente. Existe
un amor generoso, que no exige: que da, que no espera: que actúa, que no sufre
porque el otro existe, que no es celoso porque existe la lealtad, y la lealtad
es el embrión de la libertad de la pareja. La pareja libre no es celosa. Sus
miembros no han renunciado a sus vidas individuales, sino que las han
ensamblado dentro de su relación. El respeto, la confianza y, sobretodo, la
seguridad de que todos cambiamos con el tiempo, nos confirma que corremos y
aceptamos el riesgo de que los sentimientos también cambien y que, si esto se
produce, existe la posibilidad de perder al ser amado.
Esta vida no es un
parque de atracciones. No debemos sentir celos puesto que los celos producen sufrimiento,
y el sufrimiento influye en el ánimo que a su vez influye en la relación y aparecen
más motivos para los celos. Todo ello sin posibilidad de bajarnos de la
atracción y tomarnos un helado.
La pérdida de la
pareja es un mal latente en la vida a dúo. Existe un gran riesgo de que en una
larga relación esta circunstancia se produzca. Si se origina, no será el azar
ni el hado ni la providencia quien lo habrá propiciado. Deberemos buscar en
nuestro interior. Preguntarnos que hemos hecho mal para llegar a esta
situación, por haber permitido que alguien se llevara nuestro amor o que nuestro
amor prefiriese a otro u otra a partir de cierto momento. Si esto sucede en un
amor egoísta, las consecuencias pueden ser imprevisibles, en cuanto a sufrimiento,
ira, rencor, venganza, etc. Pero si sucede en un amor alegre y maduro, podrá
optarse por pasar el duelo (tiempo de sufrimiento necesario para que éste
desaparezca) y, pasado éste, seguir con una vida sentimental normal, apreciando
y agradeciendo los momentos vividos con la anterior pareja; o mantener el mismo
amor hacia la persona que nos amó en su momento, sintiendo todos los días la
alegría del saber de su existencia, del poder de su sonrisa, de la debilidad de
sus defectos, y mantener la esperanza de que algún día puedan recuperarse. Esta
última posibilidad no es la más acertada, hay que pasar página, pero si no es
así, nunca permitir que nuestro cerebro se convierta en una máquina de procesar
celos, de crear resentimientos, de flagelarse con ensoñaciones masoquistas, de vaciarse
de vida para llenarse de miseria y autocompasión. Los celos son el cáncer del
amor, pero éste los lleva en sus genes.
Los celos son la principal
causa de los asesinatos que se registran en el seno de la pareja o en la relación
de expareja. Suelen darse cuando uno de los dos decide abandonar al otro. Cuando
es la mujer la que da el paso, el hombre, que suele ser muy bruto y muy poco
dado a la prudencia y al control de sus impulsos más primarios, se deja llevar
por la ira derivada de la pérdida. Un nivel elevado de ira conduce a la
ofuscación y ésta al arrebato criminal. Luego viene la asunción del acto
malvado. Si ha supuesto una liberación para el hombre y ha calmado sus ansias
de venganza, se entregará sumisamente a la policía. Si descubre que acaba de
matar a la persona que más “creía” querer en el mundo, optará por el suicidio,
incapaz de soportar la acción criminal y la ausencia del ser que percibía como
suyo.
Me repito y termino.
Los celos son un sentimiento ilusorio, no existen en la realidad, son un ente
abstracto sólo sustanciado por la debilidad de la mente, por esa tendencia
irracional de preferir pensar en el mal en lugar de pensar en el bien. La
terrible determinación por lo negativo nos llena de dolor que creemos
inevitable, pero lo cierto es que resulta enfermizo y completamente inútil.
La confirmación de
las sospechas dejan de lado los celos para adentrarnos en sentimientos más
reales y justificables: miedo, pánico,
rencor, ira, arrebato, demencia o pérdida total de los valores morales. En este
estado podemos convertirnos en individuos de alto riesgo psicótico.
Celos no: confianza
y deportividad.
Colau
brotet-de-cel.blogspot.com.es
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