¿Mañana gris?
Qué triste se ve la
vida detrás de los cristales de la oficina. No debería tener connotaciones
negativas ya que sólo es una observación subjetiva durante el desarrollo de un
trabajo cualquiera, de índole y condición azarosa. ¿Puede que sea intelectual? o
¿psicológico? o ¿metafísico? De todas maneras, la oficina tiene un deje
administrativo y funcionarial además de onírico. El cerebro también sueña. Sueños
sombríos. El tiempo afuera es plano, bidimensional, abraza lánguidamente los ordenadores
y empaña los cristales y los convierte en un filtro que plomiza el exterior. Sentimos
la dentellada de los celos en el pecho, porque no se puede admitir un mundo
gris cuando la exclusividad del color nacido de la mezcla de dos
complementarios está en nosotros mismos. El cristal que homogeneiza la tristeza
de la intemperie, nos arrebata el silencio hastiado de la mediocridad. Pero la
tristeza no siempre es mediocre, puede ser sublime, juvenil, hermosa y lozana:
puede regenerar el alma. A cualquier alma triste le sigue el vigor de la
serenidad, de la intimidad, de la introspección vital que desemboca en el río
de los proyectos latentes de nuestro ostracismo menguante, de los deseos y las
sonrisas denostadas.
El aire de la oficina está viciado, se estornuda a menudo.
Deben ser las motas de la fisión de las emociones. Éstas, al romperse, generan
energía como cualquier otro átomo, pero no son átomos, son motas, como el polvo
que hace pastoso el fluir de las palabras. ¡Qué gris es la gente gris! Y cuánta
de esta gente comprueba, horrorizada, como el humo de motas le congela el
diafragma y le dificulta la respiración, el principio básico para el amor. No
se puede amar sin un diafragma atlético y colorido. El vigor de las emociones
rotas crea sentimientos policromos capaces de destilar cualquier contingencia
amorfa de nuestra inteligencia. El sobrante, transformado en potencia impúdica,
altera los sonidos metálicos del corazón. Somos alérgicos al polen de las
emociones. La energía circula y nos abraza invisible como un campo magnético
huérfano, sin un objeto que magnetizar y, cuyo norte, se encuentra mucho más
allá de las cortinas Gradulux.
¿Quién puede sustraerse a la tentación de una
copa de melancolía, abstemios de historia y futuro, que sea capaz de enjuagar
la garganta de amores quejumbrosos y de
las horas amarillas de un rastro inapetente de esperanza?
Qué obscena es la
oscuridad fría de la razón. Cuan latente espera el tiempo el error del ser, en
cuanto a ser mortal, en cuanto a ente sublimado por la decadencia. Qué esperáis
en un despacho de vidas etéreas, de esperanzas marchitas y de luces
centelleantes como de estrellas lejanas que atraen a la nada. Los faros impiden
que la nave colisione contra las rocas de la muerte. La muerte es el faro que
deslumbra la nave de nuestra condición, enterrada hace años por la egolatría
antropomórfica de los cretinos. Brazos, piernas y cabezas deformados por la
presión recurrente de la materia piroplástica de centenares de erupciones de
nuestra voluntad. Qué frío siento en los riñones. La sangre sin depurar es fría
y estéril, como la vida sin sentimientos, como los sentimientos muertos.
Colau
brotet-de-cel.blogspot.com.es
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