¿Políticos
o aspirantes?
Existen
ciertos personajes en la vida pública que no mandan, no toman decisiones sino
que obedecen, pero con una ambición clara: “El arte de trepar”. Su parasitario
organismo se nutre de la confianza e inocencia de los ingenuos desamparados,
¿cómo diría yo?, ¡de nosotros!, los que vagamos torpemente satisfechos por este
rato de conciencia que nos ha tocado experimentar. En nuestra aspiración de
aprendices de humanista hemos llegado a la conclusión de que este tipo de
personajes ensucian y ofenden de tal manera el espíritu humano, que por su
ubicación en las capas significativas del entramado farisaico de la política,
empresa y agentes sociales, convierten nuestra libertad en una mera ilusión.
Tal era la opinión de Paul Henri Thiry, Barón d’Holbach, escritor y filósofo
francoalemán del siglo XVIII que nos dejó algunos ensayos que son verdaderas
maravillas de la ironía y el sarcasmo, entre ellos “El arte de trepar a la
usanza de los cortesanos” (Sd edicions.
Edición de Jaime Rosal). Es una genial descripción del estereotipo del
personaje alineado con una entidad ideológica, pero sin ideas. Obsesionado con
el bien público, pero que siempre acaba coincidiendo con su propio bien. Adalid
de diversas moralidades y cofrade de las más disolutas. El Barón d’Holbach los
califica de “cortesanos” puesto que en su época este tipo de personajes no
procedían de la plebe, sino que eran ratas de la Corte, pedigüeños, siempre al
acecho de un suculento mendrugo de reconocimiento.
Voy
a resumir el ensayo que, sobre esos tipos, hace el Barón, pero no lo haré
porque nos importen en absoluto los “cortesanos”, sino porque éstos son la viva
imagen de los políticos, empresarios, sindicalistas y cualquier otro
funcionario reptil de nuestros días, incluso alguno de nosotros; tú, que
quieres medrar en tu trabajo; yo, que aprovecho el magnífico trabajo de Jaime Rosal (Editor del ensayo del Barón
d’Holbach) para resumirlo en mi blog, en lugar de utilizar mi cerebro. A
todos ellos, en lugar de “cortesanos” les llamaré “aspirantes” (sin ánimo de no ofender), puesto que aspirantes son todos aquellos que
quieren disfrutar de un trozo de la tarta que ofrece el dinero público. Todo
ello para el general conocimiento y satisfacción de los que no se sientan
aludidos.
Según
el Barón, “el aspirante tiene varias
almas, a diferencia del resto de humanos que disponen sólo de una. Tiende a ser
una persona insolente, vil, avara con una avidez insaciable, pero, según le
convenga, puede pasar a la más extrema prodigalidad. Es audaz pero cobarde, de
una arrogancia que roza la impertinencia, pero siempre haciendo gala de la
cortesía más estudiada.”
Tan
solo en su provecho un gobernante que ha culminado con éxito su etapa de aspirante (llámese Merkel, sin ir más
lejos) puede aumentar los impuestos, declarar la paz o la guerra (económica, por
supuesto), pergeñar mil ingeniosas invenciones para atormentar y exprimir sus
súbditos (sobre todo los de otros países). A cambio, “los aspirantes agradecidos pagan al gobernante con agasajos, halagos y
servidumbres de toda índole”, incluso ofreciendo a los súbditos que lo han
votado, y a los que no, como cobayas para los experimentos que sobre
expoliación económica y social vienen a bien realizarse.
“De todas las artes, la más difícil es la de
trepar. Este arte sublime es tal vez la más maravillosa conquista del espíritu
humano.” Cuánta razón querido Barón, y cuanto denostamos este arte los simples
mortales cegados por nuestra ignorancia.
“El
aspirante durante su infancia se ejercita en el ámbito de combatir sus
remordimientos, hasta llegar a ese grado de insensibilidad que le dispensará
credibilidad, honores y grandezas, que serán la envidia de sus semejantes y de
pública admiración.”
“La
verdadera abnegación es la que el aspirante
profesa a su señor; ¡ved como él se humilla en su presencia! Se convierte en
nada, si es necesario.”
Qué
clarividencia la del Barón al darse cuenta de que la columna vertebral debe ser
en extremo flexible, hay que reverenciar y asentir con absoluta flexibilidad
para demostrar la omnisciencia de su señor, “incluso cuando es necesario
aprobar, o favorecer, crímenes que la grandeza juzga necesarios para el buen
funcionamiento del estado”
“Un
buen aspirante jamás debe tener opinión
propia, nunca debe tener razón, sólo debe tener la de su señor. Nunca tendrá
pues más talento que éste. Debe saber que los que ostentan el poder jamás
pueden equivocarse.”
La
humillación no debe ser el embrión del rencor en el corazón del aspirante, sino que al ser bien educado
“debe tener estómago para digerir las afrentas que su señor tenga a bien
infringirle.”
“Para
presentarse ante el poderoso es necesario ejercer un completo control de los
músculos de la cara, a fin de recibir, sin pestañear, las más sangrientas
afrentas. ¡Qué arte, qué dominio de uno mismo supone la simulación profunda que
forma parte del carácter de un verdadero aspirante!
Necesita sin cesar que, aparte de amistad, sepa anular a sus rivales, mostrar
un semblante franco y afectuoso a quienes más deteste, abrazar con ternura al
enemigo que desearía ahogar; en fin, es necesario que las mentiras más
impúdicas no produzcan ninguna alteración en su rostro.”
“El
aspirante ha de esmerarse en ser afable, afectuoso y educado con quienes pueden
ayudarle o perjudicarle; debe ser altivo con los que no necesite.”
“¿Pueden
las Naciones pagar lo suficiente a un cuerpo de hombres que se vuelca hasta ese
punto en el servicio al Poder?”
El
espíritu del Evangelio es la humildad; el Hijo del Hombre nos ha dicho que
quien se ensalce será humillado, lo contrario no es menos cierto, y los aspirantes siguen este precepto al pie
de la letra. Que nunca más nos sorprenda si la Providencia les recompensa sin
medida por su agilidad, y si su abyección les procura honores, riquezas y el
respeto de las Naciones bien gobernadas.”
Esas
son las condiciones de un aspirante
perfecto. Como podemos imaginar, este oficio requiere astucia, humildad y
estoicismo, e incluso cierto grado de inteligencia. Creo que tenía mucha suerte
la corte de Paris de tener a cortesanos con tan “nobles” intenciones y tan
dotados de lucidez. Desgraciadamente, los aspirantes
españoles, desde el Presidente del gobierno hasta el último de los ciudadanos
comprometidos con la “causa”, carecen de todas las características que exalta
el Barón d’Holbach. Quieren ser aspirantes,
y lo son, pero muy, muy menguados. Actúan como réplicas de aspirantes y no son más que vainas cerebrales a los que se les toma
el pelo asiduamente y que, dentro de su estulticia, se creen que podrán obrar
con reciprocidad para con el resto de ciudadanos. Y además sacan pecho. Son
unos patanes y se enorgullecen de ello. Creen en nuestra estupidez por el
simple hecho de que algunos de ellos han aprobado la asignatura de
“eufemística” y nosotros, en cambio, llamamos a las cosas por su nombre: una
pequeña deficiencia de nuestro cerebro respecto del suyo.
Se
bajan los pantalones cuándo es menester (disculpen la ordinariez), y luego circulan por el Parlamento o toman café
en el bar de la empresa con los pantalones por las rodillas y no se inquietan.
Y el ciudadano pasmado que los observa sólo es capaz de articular una mueca de
asco y pedir una caña.
Colau
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