OPCIÓN B. Kant.
La voluntad, puesta entre su principio a priori, que es formal, y su
resorte a posteriori, que es material, se encuentra, por decirlo así, en una
encrucijada, y como ha de ser determinada por algo, tendrá que ser determinada
por el principio formal del querer en general, cuando una acción sucede por
deber, puesto que todo principio material le ha sido sustraído.[1]
Kant, Fundamentación de la metafísica de las
costumbres, cap. I
IMMANUEL KANT (Königsberg
1724-1804). Procedía de una familia modesta y profundamente cristiana. Fue una
persona metódica y ordenada. El contexto histórico lo sitúa en La Ilustración,
movimiento filosófico y cultural, caracterizado por la autonomía de la razón,
crítica experimental y su carácter pedagógico. Aunque también se diera un auge
del absolutismo político y del conflicto entre estados –recordemos la Revolución
Francesa–. Pero, fundamentalmente, fue uno de esos momentos en que la propia
sociedad se atreve a acariciar el sueño
de la emancipación de los prejuicios y las supersticiones, y de perder el miedo
a la razón.
El pensamiento kantiano se nutrió, entre
otras doctrinas, del radicalismo político de Rousseau, del empirismo anti-metafísico
de Hume y la metafísica racionalista de Leibniz, con cuya unión de pensamientos
desarrolló la teoría del criticismo. Influido por Rousseau, otorga a cada
humano autonomía moral cuya legislación cada uno se impone libremente, sin que
sea impuesta por terceros.
En este texto, Kant resume las
líneas fundamentales de su doctrina ética en cuanto a la prevalencia de la
ética formal sobre la ética material. Esa elección parte de la disyuntiva
presentada en su Crítica de la Razón Práctica, en cuanto que el supuesto de
toda ética radica en la tensión o distanciamiento entre “ser/deber ser”, entre
existencia y valor, entre realidad e ideal, entre hecho y derecho, etc. En este
contexto, realiza una conexión entre razón práctica y el concepto de voluntad,
que aparece como modelo, como ideal del deber que tiene que ser realizado. Esto
se refleja en el texto comentado, en cuanto la voluntad, entendida como deber
por el deber, como principio del querer, que es independiente de la experiencia,
que describe una buena acción y, por lo tanto, tiene un valor absoluto y
universal, se encuentra en oposición a ese Bien Supremo que depende de la
experiencia, y cuyo carácter le viene dado por su dependencia de nuestra
facultad de desear, y por tanto, por el egoísmo. Cuando este deseo se sustrae
de la acción y nos quedamos solamente con el deber exento de deseo de cualquier
objeto, propiedad, o estado de las
cosas, entonces nos encontramos ante una acción que posee valor moral.
Kant
diferencia entre acciones contrarias al deber, acciones conformes al deber y
acciones realizadas por deber. Son estas últimas las únicas que pueden ser
correctas desde un punto de vista moral. En este texto se plantea cuál tiene
que ser el motor de la voluntad para que ésta quede determinada correctamente
desde un punto de vista moral y pueda obrar de acuerdo al deber. Obviamente no
pueden ser propósitos que tengamos al realizar las acciones ni los efectos de éstas
sino que la máxima de acuerdo a la cual actúe el sujeto debe determinar a la
voluntad de forma “a priori” –independiente de la experiencia– formalmente y no
material o empíricamente. Por tanto debe ser un principio formal de la voluntad
que se expresará a través del imperativo
categórico (de obligado cumplimiento ante cualquier situación); sólo así el
sujeto puede actuar por respeto a la ley moral, a la ley práctica, y por tanto,
siguiendo la máxima de obedecer siempre a esa ley, aun con perjuicio de todas
las inclinaciones.
En el texto aparecen distintos
términos, comunes y recurrentes en la doctrina ética de Kant que, si bien
algunos ya pueden verse esclarecidos en la explicación anterior, es conveniente
intentar enmarcarlos en su justo significado o, más bien, en el significado que
les otorga el que suscribe. En primer lugar “la voluntad”, la buena voluntad, para Kant es un bien absoluto y la
contrapone frente a los dones de la fortuna, o los dones naturales como el
temperamento, el carácter, la sabiduría, etc. La voluntad, por un lado,
significa pensamiento de algo como propósito, razón práctica, concepción de una
representación, pero, me reitero, como un modelo que debe ser realizado: como
un “deber”. “El auténtico destino de la
razón tiene que consistir en generar una voluntad buena en sí misma y no como
medio […] algo para lo cual era absolutamente necesaria la razón”[2].
A continuación nos aparece el concepto “principio
a priori, que es formal”. Un principio a priori es aquel que es independiente
de la experiencia y al ser formal nos permite decir si una conducta es buena o
mala, incluso separar o delimitar las conductas buenas de las malas, por eso
las conductas que describen una acción buena solo son aquellas que cumplen el
requisito de ser universalizables –buenas para todo el mundo–. En cuanto al “resorte a posteriori, que es material”
se debe atender primero al concepto “a posteriori” que se refiere a aquel
conocimiento o acción basado en la experiencia, es decir, empíricos. Para Kant
la ética material es aquella que se caracteriza por dos rasgos principales:
presentan un objeto, deseo u objeto del deseo como un Bien Supremo (hablamos de
dinero, poder y otros placeres mundanos o divinos). Y, en segundo lugar,
declara como buenas aquellas conductas o acciones que permiten la realización
del Bien Supremo, y como malas aquellas que se alejan de dicho Bien.
Finalmente, para entender “el principio
formal del querer”, hay que asumir que la autonomía moral del individuo se
convierte en Kant en la ley fundamental del mundo moral. Esto es muy
importante, puesto que el principio de la libre voluntad de “querer”,
atendiendo a sus premisas formales, provocará el cambio de rumbo de la ética
postkantiana, ética que abandonará los problemas de los contenidos materiales
objetivos de sus normas para destacar el problema de la moralidad subjetiva.
Todo lo que se desprende de este
texto es un compendio de gran parte de la filosofía ética de Kant y, si bien su
desarrollo es más amplio, se intentará a continuación exponer una sucinta
reconstrucción que delimite y sitúe el texto comentado.
Kant afirma que es posible decidir
la bondad o maldad de una máxima a partir de un rasgo meramente formal como es
su posibilidad de ser universalizada. Esta ética formal tiene otras
características que se han dado en llamar rigorismo
kantiano, y que son: la defensa de la autonomía
de la voluntad en la
experiencia moral, y la propuesta de los imperativos
categóricos como imperativos propiamente morales. Esto se traduce en “el
deber por el deber”: intentar realizar la conducta que manda el imperativo
moral, pero no porque de ella obtengamos un bien deseado, sino exclusivamente
por respeto a la ley (por deber). Y se traduce en “el carácter universal de la
bondad o maldad de una acción”: en cuanto si una acción es mala, lo es bajo
cualquier circunstancia; aceptar una excepción implicaría aceptar las
condiciones del mundo en la determinación de la voluntad, y por tanto la
heteronomía[3]
de la ley moral (si está mal mentir no vale ninguna mentira, ni siquiera la
piadosa o la que evitase un mal mayor).
Para Kant, la ética formal se
contrapone a la ética material, que es empírica, para la cual el mandato moral
tiene su fundamento en la utilidad para la realización de lo que es considerado
como Bien Supremo cuyo carácter le viene dado por su dependencia con nuestra
facultad de desear. Esta ética es heterónoma y da lugar a imperativos hipotéticos (aquellos que prescriben una acción como
buena porque dicha acción es necesaria para conseguir algún propósito). La
ética material no puede explicar la existencia de los mandatos absolutos
(imperativos categóricos) ni la existencia de libertad, característica fundamental
de la conducta moral. Cuando en el texto Kant indica “que todo principio material le ha
sido sustraído”, se refiere a que cualquier indicio de
ética material no tiene cabida en su ética formal, a no ser que coincidan
conceptualmente en una circunstancia concreta.
Para terminar, en lugar de referir mi punto de
vista, prefiero ofrecer algunos apuntes sobre la visión particular que de la
ética tenían algunos filósofos coetáneos de Kant. Por su parte Hegel
(1770-1831) critica el concepto de moral de Kant por ser un concepto abstracto,
formal y negativo puesto que establece el límite en no lesionar el uso de la
libertad de los demás. Para Hegel el Estado es la realidad de la idea de ética,
puesto que los remedios de la sociedad civil vienen de la mano del derecho, de
la policía, de las corporaciones. Por su parte, Rousseau (1712-1778) presenta
la doctrina de la volonté genérale,
por la cual “la voluntad es siempre justa, porque abarca el interés
igualmente común para todos los ciudadanos, de tal suerte que cada individuo,
al perseguir el interés común, persigue el suyo propio, y, al contrario, al
perseguir el suyo propio, persigue el interés común”[4]
. Por su parte el pensamiento de Bentham (1748-1832) está presidido por el
principio de utilidad o de la mayor felicidad para el mayor número, que es la
medida de lo que está bien o está mal en el orden moral. El principio de la
utilidad es la medida de la moral privada y la moral pública. Como podemos
observar, se trata de diferentes apreciaciones o siquiera matizaciones a la
doctrina ética Kantiana y respuestas a las inquietudes éticas toda vez liberada
la razón.
Colau
Valoración 10
[1]
Immanuel Kant (Fundamentación parra una
metafísica de las costumbres. Alianza Editorial, Madrid, 2012). Pág. 91.
[2]
Immanuel Kant (Fundamentación parra una
metafísica de las costumbres. Alianza Editorial, Madrid, 2012). Págs.
84-85.
[3]
Heteronomía se refiere a la
acción que está influenciada por una fuerza exterior al individuo.
[4]
Contrato Social, II, nº 4, y IV, nº 1
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