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martes, 30 de septiembre de 2014

El champán. Entre la elegancia y la vulgaridad.




El champán. Entre la elegancia y la vulgaridad.

El champán, le champagne, es masculino. Un hombre era el fraile Dom Perignon, que le dio el toque femenino, creativo, delicado y perceptivo aportando, año tras año, su pacto divino para realizar las más perfectas cuvées[1] y controlar a las pertinaces burbujas cuales niñas de una escuela. Y una mujer, Barbe Nicole Ponsardin, viuda de François Clicquot desde los 27 años, solo después de seis de casados, fue quien aportó la virilidad y la capacidad de trabajo sobre el terruño, la habilidad comercial y 62 años de trabajo sin el soporte marital —solo una mujer lo sabe soportar—,  que la llevó a la sublimación de la cuvée con la creación del milésimé o champán de añada y la aplicación del rémuaje o removido de las botellas inclinadas para que los posos se precipitaran hacia el cuello, y obtener, de esa forma, el néctar más transparente jamás doblemente fermentado.
 La Champagne es femenino. La región francesa a 150 kilómetros de París es un trozo de piel privilegiada de Gea. Con pagos capaces de parir los más excelentes Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunier; áreas clasificadas como Grands Crus o Premiers Crus, los dos tipos más importantes por la calidad de las uvas que de allí son vendimiadas.
Son femeninas las uvas, las burbujas, las copas, las cenas, las fiestas: “el champán es un vino totalmente femenino, un vino que parece tener un pacto con ellas. Siempre que salta el corcho de una botella de champán, salta también la risa de una mujer”, decía Armand Lanoux[2] en su obra 1900, la bourgeoisie absolue (1961). “El champán es el único vino que le permite a la mujer conservarse hermosa después de haberlo bebido” dicen que afirmaba Jeanne-Antoinette Poisson, una bebedora empedernida, quizás más conocida por el título que le otorgó su amante, Luis XV de Francia: Marquise de Pompadour. Era la cortesana más famosa y envidiada de todo París, no solo por su belleza, sino por sus célebres soupers (cenas) a las que todos y todas soñaban en asistir. En estos aristocráticos banquetes se servían ingentes cantidades de champán y ostras.
 Existe un mito compartido entre Madame de Pompadour y María Antonieta de Austria, reina consorte de Francia, esposa de Luis XVI en el que se asegura, según quien lo cuenta, que sus pechos sirvieron a los artesanos de Palacio como molde para la fabricación de las famosas copas de champán, de boca muy ancha y más bien bajas, que todavía hoy se utilizan. No sabremos nunca si la forma de la copa pertenece a un seno de la realeza o al de una cortesana porque ambas dan nombre indistintamente a ese tipo de copas[3].
 ¿Por qué tan regios y nobles caballeros ordenaron la fabricación de copas con semejante forma? Seguramente conocían sobradamente la mitología griega, y sabían la historia de Helena de Troya, hija de Zeus y Leda, esposa del rey Tindáreo de Esparta, que fue seducida por Zeus metamorfoseado en un cisne. La casaron con Menelao, hermano de Agamenón, rey de Micenas. Pero Afrodita provocó que se enamorara de Paris, el príncipe de Troya. Paris la raptó y huyeron hasta Troya. Allí, Paris, lleno de deseo, mandó construir una copa con el molde de un pecho de su amada. En esta ocasión el molde se hizo situando a Helena bocabajo, de manera que los pechos colgantes se introdujeran en el médium requerido. Así, Paris, cada vez que bebía, acariciaba simbólicamente el pecho de Helena. Cuentan que en la antigüedad esta copa podía contemplarse expuesta en un templo de Rodas. Seguramente, ambos reyes franceses, en un alarde de ternura y sensualidad, quisieron hacer lo propio que el joven enamorado. Aunque la dureza de un cristal nunca podrá compararse con la tersura de un pecho, y la frialdad de la inerte copa jamás podrá sustituir el tacto cálido y aterciopelado del pecho de una dama; pero no deja de ser un acto tremendamente sensual, incluso erótico. Quizás los Luises conocieran también la historia de su antepasado Enrique II, rey de Francia en el siglo XVI, perdidamente enamorado, ordenó que sus copas de vino tuvieran la forma de los pechos “como manzanas” de Diana de Poitiers. Las copas actuales, utilizadas mayoritariamente, ya no son femeninas. Su forma alargada y con la boca más cerrada para perder más lentamente el dióxido de carbono, precioso nombre para un gas —nadie debería llamarle CO2—, se ha masculinizado. La igualdad obliga. ¿Qué noble falo utilizaron para elaborar el molde de estas andróginas copas? Sabemos que no permiten que el champán se derrame con tanta facilidad, que retrasan la debilitación del vino, incluso puede que sean más esbeltas y estilizadas. Pero, con todo, mucho menos seductoras para los hombres a quienes nos han quitado un pecho de la mano, y quizás más atrevidas para las mujeres que pueden sentir su forma y su dureza, siendo para ellas ahora la sugestión del engaño.
La Revolución Francesa, toda vez separada la cabeza de los nobles pechos que sirvieron como modelo para las típicas copas de champán, disolvió la aristocracia, que había sido el alma de las fiestas con el champán como protagonista. Poco después, Napoleón Bonaparte, aportó su célebre frase, referida al champán: “Merecido en la victoria, necesario en la derrota”. La revolución industrial puso en auge otro tipo de sociedad, la burguesía. El lujo, puede que sea la unión de deseo, distinción, concupiscencia y estupidez, pero de él hicieron su modus vivendi las nuevas y  escandalosas fortunas. París se convirtió en el centro universal del placer y la diversión, del ocio y la opulencia, de la excentricidad y el derroche. El sueño de las mujeres humildes, pero atractivas, que emigraban a París en busca de fortuna, y que solían acabar en demi-mondaine[4], era: “Saciarse de champán envuelta en un abrigo de petit gris[5]”. Durante la Belle Époque[6], París fue el paraíso de las demi-mondaine, condenadas a la prisión corporal que les suponía el uso del corsé, del que  difícilmente se podían liberar en soledad. De ahí que Cocteau[7] dijera en su día que desnudar a una mujer era una empresa comparable a la toma de una fortaleza.
            Eran momentos de máximo esplendor para el champán. Toda la alta sociedad parisina, junto con los músicos, cantantes, bailarinas, pintores y, sobre todo, las demi-mondaine, eran sus máximos valedores. El punto neurálgico de aquel mágico París era el restaurante Maxim’s. En Maxim’s la excentricidad era tolerada sin parpadear. La clientela, masculina, estaba formada por una tropa de millonarios de la nueva burguesía y por la nobleza más acaudalada de toda Europa. Allí celebraban las más afamadas y excéntricas fiestas. Se sabía de la presencia regular de personalidades tan significativas como el zar Nicolas II, los reyes Óscar II de Suecia, Alfonso XIII de España, Leopoldo II de Bélgica, etc. Podían bravuconear hasta satisfacer sus corazones…, o sus instintos. En una de ellas arrasó la Bella Otero[8] con el collar tobillero que la joyería Tiffany’s había diseñado para ella. Entre las demi-mondaine habituales, además de a la Bella Otero, se podía encontrar a Liane de Pougy —que llegó a ser princesa rumana— escoltada por dos siervos árabes; o a Gaby Deslys, la amante del Rey Manuel de Portugal. En cierta ocasión, fue una carroza dorada tirada por mulas blancas la llevó a Sarah Bernhardt[9] hasta sus salones. En otra, el americano Mr. Mcfadden[10] pidió se sirviese a sus invitados una chica desnuda cubierta de salsa rosa, sobre una fuente de plata; ni una ceja se levantó para protestar. El plato fue debidamente servido y Mr. McFadden pagó la cuenta encantado.
            “En la primera planta había habitaciones para el íntimo entretenimiento. Nunca faltaba el champán. El corcho de la botella saltaba por los aires, al tiempo que se resquebrajaba el entramado de herrajes y ganchos, liberando unos pechos esplendorosos, erguidos y turgentes, que miraban levemente hacia su garganta.”[11]
            “El vino color pajizo del padre Perignon” (palabras de Luis XIV) ha estado presente en toda la historia de la seducción, del lujo, del desenfreno, de la lujuria, del falso amor; lo decía Carlos Gardel en su canción Noches de Montmartre: ““Mormartre” [sic], donde se cambia el oro por mentiras y se compra al contado el falso amor”. El champán también es cómplice de amores fugaces, dice Aldous Huxley[12]: “Es una pasión con champán. En realidad, no hay nada. No hay ninguna pasión. Solo hay champán.”[13] Pero Gardel era delicado y sus canciones evocaban sensualidad. Termina el estribillo del tango refiriéndose al vino color pajizo: “del champán la última copa, /la beberás en la boca/ perfumada /de la mujer de París.” No se les ocurrió a los conversores de senos en copas, que no las había mejores que las perfumadas bocas de sus amadas.
           
            Las mujeres son históricamente las protagonistas del mundo del champán. Y es que el champagne, insisto, es el vino femenino por excelencia. Beberlo, al decir de algunos, hace brillar más los bellos ojos de la mujer y vuelve su rostro más luminoso. A ellas se les atribuyen muchas referencias, frases y sentencias archiconocidas sobre el “delicioso diablo rubio” (marquesa de Pompadour). "Lo bebo cuando estoy feliz y cuando estoy triste. A veces lo bebo cuando estoy sola. Cuando estoy acompañada lo considero obligatorio. Como con él si no tengo hambre y lo bebo cuando sí la tengo. En cualquier otro caso no lo bebo, a menos que tenga sed." Frase de Madame Lilly Bollinger Bonmont[14] “Señora del champán” la llamaban en Francia. Coco Chanel solo bebía champán en dos ocasiones, a saber, cuando estaba enamorada y cuando no lo estaba. Josephine Baker[15], para quien el champán era como el sexo, creía que siempre hay un momento en  la vida de una mujer en el que el único auxilio es una copa de champán. Marylin Monroe, que solo bebía champán, respiraba con la nariz en el vaso como si fuera oxígeno. La cantante de ópera Tarquini escribía: ¡Champán! Antes de cantar me das el corazón, mientras canto mantienes mi inspiración, después de haber cantado brindo por ti”. Marlène Dietrich: “Nos da la impresión de que es domingo, y que se aproximan días venturosos si conseguimos un Dom Perignon bien frío, en bella copa, en la terraza de un restaurante parisino con vistas a los árboles. Para Jancis Robinson[16] “el champán es el lujo de los amantes del vino.”
            Pero no solo a ellas les ha cautivado el champán, también a los hombres. A algunos precisamente porque era una debilidad a explotar de las mujeres, y a otros por convencimiento propio. Casanova narra en sus Memorias la cena que celebró con una de sus amantes, en este caso una monja que había conseguido permiso para salir del convento: “Un simple vestido de muselina de Indias la transformó en una ninfa encantadora… solo bebimos borgoña y champán”. Decía Voltaire que el champagne era el único vino que hacía más bella a la mujer que lo bebía. Charles Maurice de Talleyrand[17] lo definió como “el gran civilizador”, en cambio Charles Dickens como uno de los extras elegantes de la vida. Elmer Rice[18] era un pozo sin fondo: “Puedes tener mucho champagne; pero nunca tendrás suficiente.” Mucho más trascendente se puso Paul Claudel[19] al sentenciar: “Señores, en el breve instante que nos queda entre la crisis y la catástrofe, ¡bien podemos beber una copa de Champagne!”. Mientras que Benjamin Cummings Truman[20] lo elevaba a la categoría de “monarca de todos los vinos”. Se dice que Alejandro Dumas no podía escribir sin la compañía de una buena botella junto a su mesa de trabajo, y que Marcel Proust redactó los siete tomos de En busca del tiempo perdido acompañado de las burbujas que le ayudaban a elevar su preciada prosa a límites hasta entonces insospechados. Se comentó en los periódicos de la época que el compositor Richard Wagner se consoló con champán, en los reservados de su palco en la desaparecida Opera de Dresde, cuando su excesiva ópera Tannhaüsser fracasó en su estreno; y se sabe que el romántico y sentido Frédéric Chopin amaba mejor a su deseada George Sand con una cubitera repleta de hielo y dos botellas del mejor champán cerca. El pintor Toulouse Lautrec siempre agradeció que alguna de las bailarinas del Moulin Rouge de París le llevara una copa de champán, mientras garabateaba sus esbozos, sobre todo cuando sentía que su boca ya estaba demasiado reseca por culpa de la absenta. Pero la gran sorpresa nos la da Bond, James Bond, comandante y agente 007 al servicio de Su Majestad, del que estábamos seguros de que su bebida predilecta era el “vodka Martini, agitado, no revuelto”. Pues parece ser que alguien concienzudo ha hecho las cuentas y lo desmiente: en el total de la serie de películas de James Bond, este ha tomado una copa en 431 ocasiones, de las cuales 65 son de champán, 57 de bourbon y 42 de whisky escocés. El vodka Martini no alcanza sino la cuarta posición habiéndolo tomado en 41 ocasiones. Es decir, James Bond es uno más de la lista de devotos del champán.

            Si hasta ahora no podemos catalogar la relación con el champán más que de cordial, incluso fiel; pícara, extravagante, sensual, y en ocasiones objeto de personificación amistosa, parece ser que la moneda tiene, también en esta ocasión, dos caras. Desde mucho antes de la Belle Époque y hasta los años ochenta del siglo pasado, en todo el mundo se bebía champán. Pero como la economía manda, y como la economía es un ente abstracto se cosifica en las empresas y estas no se humanizan en sus dirigentes, y estos, con ideas proteccionistas pusieron un cinturón al sentimiento liberal de la bebida, y prohibieron llamar champán a cualquier espumoso que no fuera elaborado en la región de La Champagne. De ahí al caos, a la dispersión de su identidad, hubo solo un paso. En Francia, todo el vino realizado con el método champanoise, pero elaborado fuera de la región de La Champagne, pasaron a llamarse Cremants. En España, concretamente en Cataluña, apareció el Cava, palabra cuyo uso, como el champán, también se encargaron las empresas de encorsetar. La sede del Consejo Regulador está en Vilafranca del Penedès. El resto del territorio nacional debe apellidarlo espumoso. Spumante lo denominan en Italia, aunque son muy conocidos sus Proseccos, que también tienen Denominación de Origen Certificada, pero tiene otras como Franciacorta, Trento DOC, Oltrepò Pavese Metodo Classico y Asti. En Portugal, Espumante, que los hay de gran calidad en zonas de Dao y Douro. En Alemania se le denomina Sekt, y en Chile vinos espumosos; En los países anglosajones Sparkling wines, que significa, por supuesto, vinos espumosos.  En Sudáfrica se le denomina Cap Classique, etc. Todo esto, no significa otra cosa que todos los países utilizan el mismo sistema de la doble fermentación en botella, que todos fabrican el mismo producto con diferentes uvas, lo que da diferentes sabores y calidades, pero ninguno de los otros está rodeado de la atmósfera de lujo y sensualidad de la que goza el champán por su sólida y encantadora historia.
            Después de esta parte comercial y nacionalista que ha atomizado el vocablo champán, podemos hablar de la exquisitez de su forma de consumo o, en un mismo sentido, de la ordinariez más común. Un corcho de una botella de champagne puede alcanzar una velocidad superior a los 60 kilómetros por hora cuando sale de la botella. El vuelo más largo registrado de un corcho de champán es de más de 54 metros —con toda seguridad lo han registrado los estadounidenses, que tienen el record mundial de medir memeces—. El descorche-cañonazo es pornográfico, es una atrocidad barriobajera, que arranca el alma del néctar: deja de ser esencia para ser objeto desalmado. Se recomienda girar el corcho con cuidado, con un paño cubriendo la botella para que no se escape el vino, no lesionar a un transeúnte ni hacer honor a los brutos modales que nos caracterizan. “¡El suspiro de la botella! Al abrir una botella de champán, solo debe escucharse el suspiro que exhala la botella, cuando se le quita el corcho. Es como un susurro de satisfacción del vino, dichoso por salir de la botella. Algunos hablan del suspiro erótico del champán. Es la única manera de conservar la totalidad de sus propiedades organolépticas.”[21]
            En la forma de beberlo, o de tragarlo, puede alguien convertir un momento glorioso en la más prosaica simpleza. Jamás hay que beber con rapidez, con ansiedad, sino con calma y deleite, en caso contrario las burbujas harán que el alcohol entre en el torrente sanguíneo demasiado rápido causando a menudo dolor de cabeza y una incívica borrachera. El champán debe saborearse en pequeños sorbos, para paladearlo, sentirlo y evocarlo, y también para disipar las burbujas antes de ingerirlo y evitar que el gas que portan termine en el estómago, con la desagradable consecuencia que puede esto conllevar.
            Al margen de que cada pueblo haga su espumoso, el champán sigue siendo el rey de las celebraciones. Solamente en Francia se beben diariamente el contenido de más de 500.000 botellas. En el Reino Unido rondan las 100.000, y 45.000 en EE.UU. En Alemania no le van a la zaga con más de 35.000 botellas diarias. En España no llegamos al contenido de 9000 botellas diarias, pero que unido a las 220.000 de cava hace que expongamos a la destilación del hígado 172.000 litros diarios de espumosos.
            Como es lógico, no a todo el mundo le gusta el champán o, simplemente la fiesta es aburrida. Si es así nos queda la solución de pasar el rato contando las burbujas que emergen en la copa. Para no desaprovechar la noche, mejor pedir un gintónic y olvidarse de la oferta de Baco y del número de burbujas. En cualquier caso, diré que algunos lo intentaron,  y fruto de su ardua tarea se desprendió que la cifra oscilaba entre las 7.000 y las 45.000 burbujas —el enorme margen se debe a la cantidad de burbujas tragadas y no contadas en cada muestra—. De todas maneras, se les debieron escapar algunas porque la firma francesa productora del Bollinger manifestó que la botella del millésime 1979 encerraba 56 millones de burbujas, y la publicación inglesa Wine Magazine sorprendió con la cifra de 250 millones de burbujas por botella. Hay que dar tiempo al champán para poderlas apreciar una por una.
            Finalmente, en cuanto a esta cara menos refinada del champán, quiero incluir un acto que, por distintas razones, se convirtió en el novamás de la galantería excéntricamente entendida. Se trata del brindis con el champán en un zapato, siempre de mujer —estas estupideces solo pueden cometerla los hombres—, que, según cuentan, tiene su origen en la Inglaterra del S. XVIII, según la revista Connoisseur en su nº 6 de junio de 1754: “Ciertos miembros de la dorada juventud, estando en compañía de una famosa mujer, a uno de ellos se le ocurrió quitarle el zapato a la señora y en un exceso de galantería lo llenó de champán y bebió a su salud. Los demás también brindaron del mismo modo. Luego, para extremar su galantería ordenó que el zapato se preparara y se sirviera en la cena. El cocinero cortó en filetes finos la parte superior y los incorporó al ragú; después de haber loncheado la suela y troceado el tacón de madera en finas láminas, las rehogó con mantequilla y las sirvió como guarnición”[22]. En cambio, algunos creen que esta práctica empezó a popularizarse en el Club Everleigh de Chicago, mientras que otros piensan que su cuna fue el Ballet Bolshoi de Moscú.
El burdel de lujo o  Club Everleigh de Chicago, contaba con 50 dormitorios de lujo y en él se celebraban fastuosas cenas y fiestas. Un asiduo, el príncipe Enrique de Prusia, hermano del emperador Guillermo II, gozaba de una cena en su honor, cuando una de las bailarinas, presa de un rítmico frenesí, se quitó un zapato, lo arrojó y fue a caer en la mesa del príncipe, volcando la copa de champán. El príncipe tomó el zapato, brindó y bebió en él el champán derramado.
En el Ballet Bolshoi de Rusia era habitual beber el champán en las zapatillas — de punta y media punta— de las bailarinas, como muestra de amor y admiración. Esta práctica se adoptó en el Folies Bergère de París entre los años 1899 y 1930. Allí acudían nobles ingleses y rusos, que celebraban su entusiasmo por las bailarinas bebiendo champán en sus zapatos. Era un signo de clase, suntuosidad, riqueza y galantería extrema[23]. Lo de riqueza, lo entiendo; lo de clase, lo niego; lo de galantería extrema, lo dudo.

Podría hablar de los baños en champán, pero ya empezaría a resultar, nunca mejor dicho, empalagoso. Una cosa es regar con champán los hombros desnudos de una dama y secárselo con los labios, como era habitual en las cenas íntimas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, conocidas como petits soupers, como inicio del galanteo. Y otra cosa es meterse en una bañera, como hizo la actriz Marilyn Monroe, donde habían vertido 350 botellas de champán. ¿Esta horterada solo puede darse en Hollywood? No. Hay más historias como esta, pero empieza a ser aburrido hablar de lo que hicieron los demás. Si tienes una botella, aún que sea de cava, en la nevera, deja de leer, ábrela, y disfrútala con quien tengas más cerca, si existe atracción mutua, mucho mejor.

            À votre santé!

Colau 

P. S. El champán no es un vino concupiscente, puesto que nada hay de desordenado ni deshonesto en su deseo. Es impúdico, pues con él se deslía el recato y se desvanece el pudor. (Colau)


[1] Es la mezcla de vinos diferentes, procedentes de años y distritos de tierras distintos.
[2] Armand Lanoux fue un escritor francés, nacido en 24 de octubre de 1913, en París, y fallecido el 23 de marzo de 1983, en Champs-sur-Marne, Francia. Ganó el premio Goncourt en 1963 con la novela Quand la mer se retire.
[3] Teclee en internet “copas Pompadour” o  “copas María Antonieta”, y en ambos casos aparecerán imágenes de las mismas o parecidas copas anchas y más bien planas.
[4] Mujeres de mundo caídas en la prostitución de lujo, que al final terminarían como grandes burguesas. El término procede de la obra teatral de Alejandro Dumas hijo Demi-monde de 1855, donde describe la prostitución de lujo encarnada en Margarita Gautier, cortesana galante que nunca falta a fiestas y óperas, acompañada de sus gemelos, una bolsa de bombones y un ramo de camelias. (Serafín Quero. El champán. Ediciones Editorial, Málaga, 2014).
[5] Ardilla de Siberia.
[6] Belle Époque (del francés: «Época Bella», con un matiz, además de estético, de pujanza económica y satisfacción social) es una expresión nacida antes de la Primera Guerra Mundial para designar el periodo de la historia de Europa comprendido entre las últimas dos décadas del siglo XIX y el estallido de la Gran Guerra de 1914.
[7] Jean Cocteau (1889-1963). Fue un poeta, novelista, dramaturgo, pintor, ocultista, diseñador, crítico y cineasta francés.
[8] Agustina Otero Iglesias (1868-1965), más conocida como Carolina Otero o La Bella Otero, fue una bailarina, cantante, actriz y cortesana de origen español afincada en Francia y uno de los personajes más destacados de la Belle Époque francesa en los círculos artísticos y la vida galante de París.
[9] Sarah Bernhardt (1844-1923). Fue una actriz de teatro y cine francesa.
[10] Mister  Mcfadden. No he encontrado referencias históricas sobre su vida. Puede que sea una historia producto de la exageración o, simplemente, de un rico cualquiera.
[11] Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral, Málaga, 2014.
[12] Aldous Leonard Huxley (1894-1963). Fue un escritor británico que emigró a los Estados Unidos. Miembro de una reconocida familia de intelectuales. Es conocido por sus novelas y ensayos, pero publicó también relatos cortos, poesías, libros de viaje y guiones.
[13] Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral, Málaga, 2014.
[14] Lilly Bonmont, Bollinger por estar casada con Jacques Bollinger, propietario de las famosas bodegas y champán del mismo nombre. Lilly dirigió y amplió el negocio desde la muerte de su marido en 1941 hasta 1971, cuando sus sobrinos Claude d'Hautefeuille y Christian Bizot le sucedieron.
[15] Joséphine Baker (1906-1975) fue una bailarina, cantante y actriz estadounidense, nacionalizada francesa. Con fluidez tanto en el inglés como en el francés, Baker se convirtió en un icono musical y político internacional.
[16] Jancis Mary Robinson (1950) es una crítica inglesa de vino, Master of Wine. Periodista y editora de diversos libros relacionados con el mundo del vino.
[17] Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord (1754-1838), más conocido como Talleyrand fue un sacerdote, político, diplomático y estadista francés, de extrema relevancia e influencia en los acontecimientos de finales del siglo XVIII e inicios del XIX, logrando desempeñarse en altos cargos políticos y dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica, durante el reinado de Luis XVI, posteriormente en la Revolución Francesa, luego en la era del Imperio Napoleónico y finalmente la etapa de la restauración monárquica, con el advenimiento de la Monarquía de Julio y el reinado de Luis Felipe I.
[18] Elmer Rice (1892-1967) fue un dramaturgo estadounidense. Ganó un Premio Pulitzer por su obra de 1929, Street Scene.
[19] Paul Louis Charles Claudel (1868-1955) fue un diplomático y poeta francés. Hermano de la escultora Camille Claudel.
[20] Benjamin Cummings Truman (1835-1916), fue periodista Americano y escritor; en particular, fue un distinguido corresponsal de guerra durante la Guerra Civil Americana, y una autoridad en duelos.
[21] Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral, Málaga, 2014.
[22] Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral, Málaga, 2014.
[23] Las dos historias del brindis con los zapatos aparecen en Serafín Quero Toribio. EL CHAMPÁN. Historia. Personajes. Anécdotas. Ediciones Litoral, Málaga, 2014.

6 comentarios:

  1. Muchas gracias. Eres muy amable.
    un abrazo,

    Colau

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  2. Aquí una más en la lista de devotos del champagne, que no del cava.
    Y casualmente, Coco Chanel también lo bebía en las mismas ocasiones que Margot.
    Sublime post y más aún tu P.S.
    MargotCan!

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  3. Gràcies per les teves paraules. Animarien a un mort. El fet de que na Coco ho bavés als mateixos moments que tu, diu molt a favor teu.
    Salut, mestressa MargotCan!

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  4. Bo es el champagne i bo es el cava català.
    Particularment, el faig servir per qualque celebració, com a copa em ve mes de gust un bon rioja, pero ja es sap, per gustos els colors.
    Afortunadament cadasqu pot triar i es, en teoria, prou civilitzat per respectar els gustos dels altres.
    Genial reflexió, com sempre.

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  5. Realmente curioso Colau molt be , me ha gustado mucho, de vinos todo el mundo habla pero he de reconocer que de burbujas.....no, particularmente las únicas que siempre me han llamado la atención son las del anuncio Freixenet.....jajajjajajaj

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