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miércoles, 21 de agosto de 2013

La cocaína



Perico, blus, pájaro, raya, nieve, polvo, blanca, azúcar..., ¡muerte! al fin y al cabo. Pero sabe engatusar la puñetera.

La coca, sola, no es nadie. Por muy C17H21NO4 que sea, (una clave cualquiera de acceso a WIFI, por ejemplo), necesita otra fórmula, igual de enigmática, pero más políticamente correcta, para formar el coctel perfecto: C2H6O, el etanol o alcohol etílico. Juntos, C17H21NO4+C2H6O, forman el engaño más seductor. No existe la una sin la otra, y si alguna vez se produce la monogamia –droga sin alcohol– es por vicio contumaz.
La llaman “la droga social”, simplemente porque se toma con los primeros desaprensivos, iguales que tú, que has encontrado en la barra y que iban colgados de tu mismo gancho. Agachados, con la nariz pegada a la tapadera del váter, con el suelo lleno de orina y papel higiénico en pésimas condiciones; sin cerradura en la puerta, aguantando con un pie o, simplemente, obviando la intimidad en afán de una sociabilidad decrépita y miserable. El rulo, con un billete de cinco euros –no existe un billete de cinco euros en el mercado que no contenga restos de coca–. Sí, “droga social”: droga de mierda, por su recinto de consumición habitual.

¿Tienes algo? Cuando te hacen esta pregunta y tú tienes, el poder que te otorga el momento es fastuoso. La coca no te pone, la coca te da, te da poder sobre el que no la tiene, sobre la pedigüeña que la mendiga, sobre el guaperas que necesita un extra para triunfar, sobre el colgado miserable que nadie reclamaría su desaparición, sobre la calienta braguetas que te insinúa un místico más allá si la invitas, claro que estas promesas nunca se cumplen.

Ahí quiero hacer un inciso. Las mujeres compran menos y sueles agregarse al más primo que encuentran que, con ínfulas ilusorias de réditos carnales, las mantenga atendidas hasta lamer el plástico. En ese momento, abandonan el barco y buscan navíos con bodegas más surtidas. Las que invierten por ellas mismas son muy discretas. No ostentan de ello. Como un cosmético más se guarda celosamente hasta que sea imperativo “empolvarse la nariz”.

Si nadie te pide estatus, eres tú el que lo va ofreciendo a diestro y siniestro. La papelina no se lleva en el bolsillo para que se humedezca, ni para insuflártela tu solo, hay que sacarle un provecho social. No se trata de que consigas mojama para un tentempié y brindar por un triunfo de química faldera. Se trata, más bien, de llenar tu ego mediante necesidades ajenas, por el simple hecho de que tú has dispuesto de sesenta euros para malgastar, mientras los demás no saben sumar hasta esta cifra. Qué barato es sentirse poderoso por sesenta euros; capaz, por esta cantidad, de ser perseguido por todo un escuadrón de acémilas  que saben que en la cartera guardas  un puñado de zanahorias.
Pero no todos son tan ufanos y desprendidos. En esto también hay miserables. El que se ha agenciado medio gramo y lo lleva guardado como una estampita de la virgen de Fátima, allí, muy adentro de sus infamias, y se apunta a todos las reuniones multitudinarias en los urinarios para esnifar su dosis esquilmada a las alforjas de los demás. Y así una vez, y otra, y otra, y su eterna cantinela del “yo no llevo nada, lo siento, la próxima vez invitaré yo”. Nunca invitarás roñoso indecente. Eres un chupamierda de gorra, pero tranquilo, las consecuencias te llegarán a ti con tanta limpidez como al resto de capullos que te han mantenido.

Y cómo funciona la noche en esas guisas, pues de espectáculo circense, trágico, cómico y miserable. Nunca follarás porque jamás una mujer digna atenderá tus lances, y si aún así fuera, no se te pondrá dura aún con pastillas milagrosas. La mujer calmará su bisectriz con tan solo proponérselo, ¡ventajas que tienen unas! Así como te vaya bajando el subidón y no tengas con qué mantenerlo, lo que era euforia social, amor por el entorno, hombres, mujeres, viejos y viejas, se volverá un vacío cósmico bajo los pies que más fuerte habían pisado horas antes. Los amigos para siempre irán sublimándose misteriosamente por las rendijas de las ratas, en las madrugadas del desarraigo.
La depresión sobrevenida a causa de dos depresores como el alcohol y la droga, multiplicará su efecto, y el primer deseo al contactar con la realidad de un nuevo día o de una aún tardía noche, será el deseo de desaparecer. Eso, matarse para no apechugar con las imbecilidades derrochadas pocas horas antes. 

Lo suerte, o desgracia, del ser humano es que el cerebro olvida más rápido de lo que debiera, y vuelve a dejar nuestros despojos a disposición de la insensatez más atroz, en un tiempo record.

Y vosotros diréis, y la familia, y los amigos, y el trabajo: ¡a la mierda con todo! Nuestra opción por el estimulante social nos habrá llevado a la más alta cumbre de la insociabilidad. La familia se convertirá en uno de nuestros más horrendos fracasos, los amigos se apartarán como si de un lazareto hubiéramos escapado y en el trabajo, injusto como suele ser siempre, triunfaremos de acuerdo con nuestros inmerecimientos. Hasta que un día, habremos arruinado nuestra vida y la de nuestro entorno. Este día, al tocar fondo, uno va y se lanza al vacío desde de la Torre de Ses Ànimes o pide ayuda al Proyecto Hombre o se convierte en un despojo que se va consumiendo hasta que lo atropellan al intentar cruzar la autopista cuando se dirige a Son Banya.

La droga es la antesala de la muerte y el maná de los tontos. Los placeres defendidos por Epicuro son de otro mundo si los equiparamos a los de la droga. La droga nunca será un placer, siempre una esclavitud, una servidumbre. Algo que mata y por lo que se muere, sin mesura ni templanza, sin presente ni esperanza, sin dignidad ni amor propio; la droga es el más estúpido de los no placeres, de los fracasos humanos, de las ruinas cerebrales. Es la pérdida de todo lo que uno se ha merecido en ilusionantes tiempos pasados. La coca es la homeopatía del patetismo: ¿conocéis el porcentaje de pureza de la droga? es insignificante, aunque junto con los aditivos y el alcohol, y con esos ligeros síntomas anestésicos en la nariz, se convierte en la piedra filosofal de la felicidad. Y en la falacia más atroz e indigna de una vida que, con infinita suerte y empeño, no perderá todas las neuronas en la travesía y mantendrá alguna de muestra para su recuperación, si sabemos o aprendemos a multiplicarlas. Sólo hay una fórmula, el adiós para siempre a C17H21NO4+C2H6O. —Quizás nunca existiera lo primero sin lo segundo—.

Después, sólo quedará recomponer el puzle de despojos para conseguir, algún día, volver a parecerse a un ser humano. Y se puede, claro que se puede: solo o con ayuda, ¡pero queriendo!

Todo lo anterior puede extrapolarse al estatus que se prefiera, el modus operandi es el mismo, cambia la inversión, las dosis y la pureza. Simplemente, sustituid la barra del bar por la terraza donde se sirve el coctel.

 Ah!, e imaginaros los baños limpios.

Colau

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