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domingo, 30 de junio de 2013

Presente o alma


¿Presente o alma?
 El pasado es la porción de tiempo comprendida entre el presente y su eternidad anterior. El futuro es la porción de tiempo comprendida entre el presente y su eternidad posterior. El presente es un eslabón real, atemporal e insustancial que los une, comprendido entre el eterno pasado y el eterno futuro. No es medible. Es ahora. Es ya. Pero no terminamos de decirlo, siquiera pensarlo y ya es pasado, y lo que era futuro es ya presente que, a su vez, ya ha dejado de serlo. Y así, eternamente.
           El pasado es un recuerdo temporal, distorsionado, mutilado por el cerebro, es un ente abstracto e inexistente como tal. Sólo existe en el presente cuando somos capaces de rememorarlo.
 El futuro es una entidad carente de sustancia, no de tiempo: no será jamás como tal, pero está ahí, esperando desleírse. Es una mera esperanza, una utopía, una quimera. Sólo se puede prever; prepararnos para que cuando se confunda con el presente no nos sorprenda y disipe nuestra incertidumbre. Cuando el futuro llega ya forma parte del pasado, aunque quizás nunca llegue y se convierta en nada, (“...no poder darles la significación de un porvenir humano/ ni a las rosas ni a las otras cosas, que eran de suyo una promesa… Rainer Mª Rilke)
Al igual que ocurre con el pasado y el futuro, el presente también es una entidad perpetua. Como temporalidad es inexistente, si acaso una percepción dada la continuidad de la conciencia. Pero el presente no deja de ser por perder la conciencia, ¿no existe, acaso, el presente para el que duerme, o para el que está en coma? El presente no resulta alterado en absoluto, sino que continúa incluso en las carencias de conciencia individual. Y, si continúa estando presente en fases de pérdida temporal de conciencia, ¿por qué no cuando la conciencia se ha perdido definitivamente?
 Ahora la pregunta que subyace es si el presente tiene fecha de caducidad. No, necesariamente (respétese la coma). Aunque el futuro no llegue, el presente sigue existiendo. Aunque desapareciera todo el universo conocido, seguiría habiendo presente. Alguien podrá argüir que en el absolutismo de la “nada” no puede residir el presente, puesto que ésta, por no admitir, no admite ni siquiera el tiempo. Pero, estamos de acuerdo en que el presente es atemporal: no contiene tiempo, no es medible. ¿Qué contiene el presente? Nada, entonces puede formar parte de ésta.
La eternidad es un concepto con ciertas connotaciones espirituales y religiosas, quizás deberíamos darle un cariz más científico y llamarle “infinito” de manera que se pueda trabajar con él desde una perspectiva más práctica, por cuanto el presente se mantendría latente incluso en la desaparición del universo conocido.
¿Qué ocurre con el presente humano, el subjetivo: nuestro presente? Todos acordaremos rápidamente que no es eterno ni infinito. La explicación es muy fácil: con la muerte se acaba el presente.
 Puede que así sea, pero permitámonos la libertad de observarlo desde el punto de vista expuesto más arriba. Aceptemos que pasamos la vida sobre un espacio temporal: el pasado es un recuerdo (mesurable), el futuro una expectativa (mesurable) y el atemporal presente es la realidad (no mesurable). Se puede afirmar tener cuarenta años: todos son pasado, no existen. Se puede tomar la decisión de salir de viaje en tres semanas. En ningún caso se tiene la total seguridad de que esto ocurra. En cambio el presente sigue existiendo. Se puede decir “he vivido tanto”, pero nunca “estoy viviendo tanto”. Si no puedo especificar lo que estoy viviendo, igualmente resultará imposible determinar lo que no vivo. ¿Cambiará la esencia del presente al conjugar estas razones? entiendo que no.
  Ya tuvimos contacto con el presente en la “no vida” durante la eternidad anterior al nacimiento. De ella no podemos precisar nada. Pero, dado que la eternidad es un círculo interminable, en el momento en que  nacemos  no se altera el círculo eterno, sino que tomamos consciencia de la existencia del presente. Al morir, el presente continuará impasible aunque perdamos nuevamente la conciencia.
El presente no nace con la vida ni se extingue con la muerte. Lo inmaterial no es mortal. El presente es un eslabón que une la eternidad pasada a la eternidad futura que es la misma. Si la visualizamos entera, veremos el círculo que forma la única eternidad existente, que no tiene ni principio ni fin, tal como le ocurre al presente. Este instante que resbala entre los dedos como un puñado de agua, inasible como el aire, es eterno, esté o no nuestro cerebro en condiciones de percibirlo.
¿Qué será de nuestro presente después de la muerte? Puede que después de la muerte, el presente siga el camino determinado por la verdad “absoluta” de alguna de las religiones existentes, si es que son tales verdades. Pero lo más seguro, dado que hay tantas, es que ninguna sea cierta. Lo que hará el presente, por tanto, es seguir por la misma línea de eternidad azarosa que ya siguió antes de nuestro nacimiento.
¿Puede darse, en un mundo infinito, la repetición de las circunstancias que nos llevaron a la vida? ¿Puede nuestro presente, vagando por la nada, pero siguiendo su línea única de eternidad, volver a ser el eslabón inmaterial que una un mismo pasado y un mismo futuro? Nietzsche lo planteó, aunque con el aburrimiento inherente a la imposibilidad de cambiar nada en las nuevas vidas. Pero asombrosamente tenía razón, pueden repetirse las circunstancias que llevaron nuestro “yo” a la vida. La eternidad es una línea con un principio y un final que se unen, por lo tanto la hacen interminable. El infinito es una infinidad de eternidades, una infinidad de tiempos, de espacios, de todas las posibilidades. Es nuestra vida y todas las parecidas a la nuestra, desde la disparidad del más insignificante detalle hasta la más asombrosa de las diferencias.
Claro que se podrá repetir el momento, el tiempo. Las circunstancias pueden llegar a ser las mismas. El infinito está lleno de infinitos momentos, por tanto cualquiera puede repetirse. Existe la posibilidad de repetir la misma vida, no una, sino infinitas veces como decía Nietzsche. Pero eso sí, siempre la misma, o parecida, o menos parecida lo que la hará diferente, porque habrá infinitas vidas por repetir, como había infinitos libros por leer en “La biblioteca de Babel” de Borges, de los cuales algunos sólo se diferenciaban por una coma. En cualquier caso, nunca tendremos consciencia o percepción de déjà vu.
El infinito está lleno de infinitas dimensiones, de infinitos universos, de infinitas demostraciones matemáticas. La eternidad digamos que es un infinito de una dimensión: no tiene principio y no tiene final, pero circula sobre una línea, sobre un camino perenne. El infinito está compuesto, entre todas las infinidades, de la infinidad de eternidades.
Entonces, ¿qué hace nuestro presente después de la muerte? Seguir existiendo eternamente, sin estar vinculado a un cerebro activo o a una vida (o como quiera llamársele). Permanecer en la nada, puesto que es nada, siguiendo su línea eterna, junto con infinitos presentes, cada uno sobre su imperecedero camino, vagando en un espacio atemporal, inexistente para nuestra imaginación, pero real dentro del misterio del porqué el ser en lugar de la nada.
Los presentes no “esperan” nada puesto que no son tiempo. Los presentes humanos, junto con los de las rocas, los de los animales, los de las galaxias, los de las energías, los de los átomos de agua, los de todos y cada uno de los entes universales, son la sustancia eterna de la realidad, el embrión para un nuevo renacer universal si fuera requerido. El presente no es otra cosa que el alma. No sólo la de los mortales, sino la de todo ente, puesto que todos, reales o abstractos, tienen su presente, y éste, dentro de un universo infinito, tiene la propiedad de repetirse infinitas veces. ¿Puede ser eso la vida eterna?
¿Y qué ganamos nosotros con que las cosas sean así? Exactamente lo mismo que si fueran de otro modo.
 
Colau

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